sábado, 5 de septiembre de 2015

ATILA



ATILA, EL AZOTE DE DIOS

José Francisco Sastre García

            Si hay un nombre que haya simbolizado la destrucción a su paso por Europa, ése ha sido el de Atila, el rey de los hunos que asoló las regiones centroorientales del continente, un personaje con el que en su momento se llegó incluso a asustar a los niños que se portaban mal. ¿Fue tan salvaje como nos lo vende la leyenda? Bien es sabido que la historia la escriben los vencedores, así que entremos en su figura para ver qué hay de cierto en lo que se cuenta o cree sobre él…

El personaje

Atila nace alrededor del 395, aunque hay quien lo sitúa alrededor del 406 en las llanuras danubianas, y muere en el Valle de Tisza en el 453. Fue el último y más poderoso caudillo de los hunos, una tribu de la que se piensa que probablemente procede de Asia, aunque sus orígenes exactos son desconocidos. Desde que accedió al trono en 434 hasta su muerte, gobernó el mayor imperio europeo de su tiempo. Conocido en Occidente como “El Azote de Dios”, sus posesiones se extendían desde la Europa Central hasta el Mar Negro, y desde el río Danubio hasta el mar Báltico. La capital de su imperio fue Panonia, cerca de la moderna Tokai: en esta ciudad se desplegaba tanto lujo y magnificencia como en Roma, Constantinopla y Rávena.
Durante su reinado fue uno de los más acérrimos enemigos del Imperio Romano, que en esta etapa final del mismo estaba dividido en dos: el Imperio Oriental con capital en Bizancio (renombrada varias veces con posterioridad: Constantinopla, Estambul), y el Imperio Occidental, con capital en Roma y más tarde en Rávena.
Invadió dos veces los Balcanes, estuvo a punto de tomar la ciudad de Roma y llegó a sitiar Constantinopla. Marchó a través de Francia hasta llegar incluso a Orleans, hasta que el general romano Aecio le obligó a retroceder en la batalla de los Campos Cataláunicos en el 451, en los alrededores de Châlons-en-Champagne. Logró hacer huir al emperador de Occidente Valentiniano III de su capital, Rávena, en el 452.
El imperio de los hunos murió con Atila. Los hunos fueron un pueblo nómada de cazadores y ganaderos. No solían usar la agricultura ni la industria en su organización social, y la escritura era rara vez usada para documentar su historia, por lo que desaparecieron sin dejar ninguna herencia destacada. Lo poco que se sabe de ellos se lo debemos en gran parte a sus mayores enemigos, los romanos. A pesar de todo, Atila se convirtió en una figura legendaria de la historia de Europa, y en gran parte de la Europa Occidental se le recuerda como el paradigma de la crueldad, la destrucción y la rapiña. Algunos historiadores, en cambio, lo han retratado como un rey grande y noble, y tres sagas escandinavas lo incluyen entre sus personajes principales.

Los hunos europeos parecen haber sido una rama occidental de los hsiung-nu o xiongnu, grupo proto-mongol o proto-túrquico de tribus nómadas del noreste de China y del Asia Central. Estos pueblos lograron superar militarmente a sus rivales (muchos de ellos de refinada cultura y civilización) por su predisposición para la guerra, su asombrosa movilidad, gracias a sus pequeños y veloces caballos y su extraordinaria habilidad con el arco.
En lo que respecta a la infancia de Atila, la suposición de que a temprana edad era ya un jefe capaz y un avezado guerrero es razonable, pero no existe forma de constatarla. Tras la muerte de su padre, el futuro caudillo se encuentra con su tío y decide acompañarlo para aprender el arte de la guerra.
Hacia el 432, los hunos se unificaron bajo el rey Rua o Rugila, que murió en el 434, dejando a sus sobrinos Atila y Bleda, hijos de su hermano Mundzuk, al mando de todas las tribus hunas. En aquel momento los hunos se encontraban en plena negociación con los embajadores de Teodosio II acerca de la entrega de varias tribus renegadas que se habían refugiado en el seno del imperio de Oriente. Al año siguiente, Atila y Bleda tuvieron un encuentro con la legación imperial en Margus (actualmente Pozarevac) y, sentados todos en la grupa de los caballos a la manera huna, negociaron un tratado. Los romanos acordaron no sólo devolver las tribus fugitivas, que habían sido un auxilio más que bienvenido contra los vándalos, sino también duplicar el tributo anteriormente pagado por el imperio, de 350 libras romanas de oro, casi 115 kg, abrir los mercados a los comerciantes hunos y pagar un rescate de ocho sólidos por cada romano prisionero de los hunos (un sólido equivalía a 25 denarios de oro). Éstos, satisfechos con el tratado, levantaron sus campamentos y partieron hacia el interior del continente, tal vez con el propósito de consolidar y fortalecer su imperio. Teodosio utilizó esta oportunidad para reforzar los muros de Constantinopla, construyendo las primeras murallas marítimas de la ciudad, y para levantar líneas defensivas en la frontera a lo largo del Danubio.
El imperio huno se extendía por entonces desde las estepas de Asia Central hasta la actual Alemania, y desde el Danubio hasta el Báltico.
Al parecer, los hunos de dedicaron a otros menesteres sin molestar a los romanos durante los siguientes cinco años: durante este tiempo llevaron a cabo una invasión de Persia; sin embargo, fueron frenados en Armenia por una contraofensiva de los persas que concluyó con la derrota de Atila y Bleda, quienes hubieron de renunciar a sus planes de conquista. En el 440 reaparecieron en las fronteras del imperio oriental, atacando a los mercaderes de la ribera norte del Danubio, a los que protegía el tratado vigente. Atila y Bleda amenazaron con la guerra abierta, sosteniendo que los romanos habían faltado a sus compromisos y que el obispo de Margus, cercana a la actual Belgrado, había cruzado el Danubio para saquear y profanar las tumbas reales hunas de la orilla norte del Danubio. Cruzaron entonces este río y arrasaron las ciudades y fuertes ilirios a lo largo de la ribera, entre ellas –según Prisco– Viminacium, que era una ciudad de los moesios en Iliria. Su avance comenzó en Margus, ya que cuando los romanos debatieron la posibilidad de entregar al obispo acusado de profanación, éste huyó en secreto de los bárbaros y les entregó la ciudad.
Teodosio había desguarnecido las defensas ribereñas como consecuencia de la conquista de Cartago por el vándalo Genserico en el 440 y la invasión de Armenia por el sasánida Yazdegerd II en el 441. Esto dejó a Atila y Bleda el camino abierto a través de Iliria y los Balcanes, que se apresuraron a comenzar la invasión en el mismo 441. El ejército huno, habiendo saqueado Margus y Viminacium, tomó Sigindunum, la moderna Belgrado, y Sirmium antes de detener las operaciones. Siguió entonces una tregua a lo largo del 442, momento que aprovechó Teodosio para traer sus tropas del Norte de África y disponer una gran emisión de moneda para financiar la guerra contra los hunos. Hechos estos preparativos, consideró que podía permitirse rechazar las exigencias de los reyes bárbaros.
Atila y Bleda no se anduvieron con contemplaciones: reanudaron la campaña en el 443, golpeando a lo largo del Danubio. Tomaron los centros militares de Ratiara y sitiaron con éxito Naissus (actual Nis) mediante el empleo de arietes y torres de asalto rodantes, sofisticaciones militares novedosas entre los hunos, que no solían emplear armas de asedio. Más tarde, presionando a lo largo del Nisava ocuparon Sérdica (Sofía), Filípolis (Plovdiv) y Arcadiópolis. En las afueras de Constantinopla se enfrentaron con fuerzas romanas a las que aplastaron, y sólo se detuvieron por la falta del adecuado material de asedio capaz de abrir brechas en las ciclópeas murallas de la ciudad.
Teodosio admitió la derrota y envió al cortesano Anatolio para que negociara los términos de la paz, que debido a las condiciones en que se inició la guerra, fueron más rigurosos que en el anterior tratado: el emperador acordó entregar más de 6.000 libras romanas de oro, unos 1.963 kg., como indemnización por haber faltado a los términos del pacto; el tributo anual se triplicó, alcanzando la cantidad de 2.100 libras romanas (unos 687 kg) de oro; y el rescate por cada romano prisionero pasaba a ser de 12 sólidos.
Satisfechos durante un tiempo sus deseos, los reyes hunos se retiraron al interior de su imperio. De acuerdo con Jordanes (quien sigue a Prisco), en algún momento del periodo de calma que siguió a la retirada de los hunos desde Bizancio (probablemente en torno al 445), Bleda murió y Atila quedó como único rey. Existe abundante especulación histórica sobre si Atila asesinó a su hermano o si Bleda murió por otras causas. En todo caso, Atila era ahora el señor indiscutido de los hunos y nuevamente se volvió hacia el imperio oriental.
Tras la partida de los hunos, Constantinopla sufrió graves desastres, tanto naturales como causados por el hombre: sangrientos disturbios entre aficionados a las carreras de carros del Hipódromo; epidemias en el 445 y 446, la segunda a continuación de una hambruna; y toda una serie de terremotos que duró cuatro meses, destruyó buena parte de las murallas y mató a miles de personas, ocasionando una nueva epidemia. Este último golpe tuvo lugar en el 447, justo cuando Atila, habiendo consolidado su poder, partió de nuevo hacia el sur, entrando en el imperio a través de Moesia. El ejército romano, bajo el mando del magister militum godo Arnegisclo, le hizo frente en el río Vid: aunque fue vencido ocasionó graves pérdidas al enemigo. Los hunos quedaron sin oposición y se dedicaron al pillaje a lo largo de los Balcanes, llegando incluso hasta las Termópilas. Constantinopla misma se salvó gracias a la intervención del prefecto Flavio Constantino, quien organizó brigadas ciudadanas para reconstruir las murallas dañadas por los seísmos (y, en algunos lugares, para construir una nueva línea de fortificación delante de la antigua).
Callinico, en su Vida de San Hipatio, nos ofrece un relato de la ferocidad de la invasión:
“La nación bárbara de los hunos, que habitaba en Tracia, llegó a ser tan grande que más de cien ciudades fueron conquistadas y Constantinopla llegó casi a estar en peligro y la mayoría de los hombres huyeron de ella (…) Y hubo tantos asesinatos y derramamientos de sangre que no se podía contar a los muertos. ¡Ay, que incluso ocuparon iglesias y monasterios y degollaron a monjes y doncellas en gran número!”.
Atila reclamó como condición para la paz que los romanos continuaran pagando un tributo en oro y que evacuaran una franja de tierra cuya anchura iba de las trescientas millas hacia el este desde Sigindunum hasta las cien millas al sur del Danubio. Las negociaciones continuaron entre romanos y hunos durante aproximadamente tres años. En el 448, el historiador Prisco fue enviado como embajador al campamento de Atila para intentar cerrar un tratado en condiciones. Los fragmentos de sus informes, conservados por Jordanes, nos ofrecen una gráfica descripción de Atila entre sus numerosas esposas, su bufón escita y su enano moro, impasible y sin joyas en medio del esplendor de sus cortesanos:
“Se había preparado una lujosa comida, servida en vajilla de plata, para nosotros y nuestros bárbaros huéspedes, pero Atila no comió más que carne en un plato de madera. En todo lo demás se mostró también templado; su copa era de madera, mientras que al resto de nuestros huéspedes se les ofrecían cálices de oro y plata. Su vestido, igualmente, era muy simple, alardeando sólo de limpieza. La espada que llevaba al costado, los lazos de sus zapatos escitas y la brida de su caballo carecían de adornos, a diferencia de los otros escitas, que llevaban oro o gemas o cualquier otra cosa preciosa”.
De acuerdo con una leyenda recogida por Jordanes en su obra Origen y gestas de los godos, a lo largo de estos tres años Atila descubrió la que se conocería como “Espada de Marte”:
“Dice el historiador Prisco que fue descubierta en las siguientes circunstancias: Cierto pastor descubrió que un ternero de su rebaño cojeaba y no fue capaz de encontrar la causa de la herida. Siguió ansiosamente el rastro de la sangre y halló al cabo una espada con la que el animal se había herido mientras pastaba en la hierba. La recogió y la llevó directamente a Atila. Éste se deleitó con el regalo y, siendo ambicioso, pensó que se le había destinado a ser señor de todo el mundo y que por medio de la Espada de Marte tenía garantizada la supremacía en todas las guerras”.
Esta leyenda ha sido identificada con posterioridad como perteneciente a un patrón de culto a la espada común entre los nómadas de las estepas de Asia Central.
Ya en el 450 había proclamado Atila su intención de atacar al poderoso reino visigodo de Toulouse en alianza con el emperador Valentiniano III. El caudillo huno había tenido anteriormente buenas relaciones con el imperio occidental y con su gobernante de facto, Flavio Aecio. Aecio había pasado un breve exilio entre los hunos en el 433, y las tropas que Atila le había proporcionado contra los godos y los burgundios habían contribuido a conseguirle el título –más que nada honorífico– de “magister militum” en Occidente. Los regalos y los esfuerzos diplomáticos de Genserico, que se oponía y temía a los visigodos, pudieron influir también en los planes de Atila.
En cualquier caso, en la primavera del 450, la hermana de Valentiniano, Honoria, a la que contra su voluntad habían prometido con un senador, envió al rey huno una demanda de ayuda juntamente con su anillo. Aunque es probable que Honoria no tuviera intención de proponerle matrimonio, Atila escogió interpretar así su mensaje. Aceptó, pidiéndole como dote la mitad del imperio occidental. Cuando Valentiniano descubrió lo sucedido, sólo la influencia de su madre, Gala Placidia, consiguió que enviara a Honoria al exilio en vez de matarla. Escribió al rey huno negando categóricamente la legitimidad de la supuesta oferta de matrimonio. Atila, sin dejarse convencer, envió una embajada a Rávena para proclamar la inocencia de Honoria y la legitimidad de su propuesta de esponsales, así como que él mismo se encargaría de venir a reclamar lo que era suyo por derecho.
Mientras tanto, Teodosio murió a consecuencia de una caída de caballo y su sucesor, Marciano, interrumpió el pago del tributo a finales del 450. Las sucesivas invasiones de los hunos y de otras tribus habían dejado los Balcanes con poco que saquear. El rey de los salios había muerto y la lucha sucesoria entre sus dos hijos condujo a un enfrentamiento entre Atila y Aecio. El huno apoyaba al hijo mayor, mientras que el romano lo hacía al pequeño. El investigador Bury piensa que la intención de Atila al marchar hacia el oeste era la de extender su reino –ya para entonces el más poderoso del continente– hasta la Galia y las costas del Atlántico. Para cuando reunió a todos sus vasallos (gépidos, ostrogodos, rugianos, escirianos, hérulos, turingios, alanos, burgundios, etc.) e inició su marcha hacia el oeste, había ya enviado ofertas de alianza tanto a los visigodos como a los romanos.
En el 451 su llegada a Bélgica con un ejército que Jordanes cifra en 500.000 hombres puso pronto en claro cuáles eran sus verdaderas intenciones. El 7 de abril tomó Metz, obligando a Aecio a ponerse en movimiento para hacerle frente con tropas reclutadas entre los francos, burgundios y celtas. Una embajada de Avito y el constante avance de Atila hacia el oeste convencieron al rey visigodo, Teodorico I, de aliarse con los romanos. El ejército combinado de ambos llegó a Orleans por delante de Atila, cortando así su avance. Aecio persiguió a los hunos y les dio caza cerca de Châlons-en-Champagne, trabando la batalla de los Campos Cataláunicos, que terminó con la victoria de la alianza godo-romana, aunque Teodorico perdió la vida en el combate. El caudillo huno hubo de replegarse más allá de sus fronteras y sus aliados se desbandaron.
Atila apareció de nuevo en el 452 para exigir su matrimonio con Honoria, invadiendo y saqueando Italia a su paso. Su ejército sometió a pillaje numerosas ciudades y arrasó Aquilea hasta sus cimientos. Valentiniano huyó de Rávena a Roma. Aecio permaneció en campaña, pero sin potencia militar suficiente para presentar batalla.
Finalmente, Atila se detuvo en el río Po, a donde acudió una embajada formada, entre otros, por el prefecto Trigecio, el cónsul Avieno y el papa León I. Tras el encuentro inició la retirada sin reclamar ya ni su matrimonio con Honoria ni los territorios que deseaba.
Cualesquiera que fuesen sus razones, Atila dejó Italia y regresó a su palacio más allá del Danubio. Desde allí planeó atacar nuevamente Constantinopla y exigir el tributo que Marciano había dejado de pagar. Pero la muerte lo sorprendió a comienzos del 453. En la obra de Prisco se dice que cierta noche, tras los festejos de celebración de su última boda (con una goda llamada Ildico), sufrió una grave hemorragia nasal que le ocasionó la muerte. Sus soldados, al descubrir su fallecimiento, le lloraron cortándose el pelo e hiriéndose con las espadas, pues –como señala Jordanes– “el más grande de todos los guerreros no había de ser llorado con lamentos de mujer ni con lágrimas, sino con sangre de hombres”. Fue enterrado en un triple sarcófago de oro, plata y hierro junto con el botín de sus conquistas, y los que participaron en el funeral fueron ejecutados para mantener secreto el lugar de enterramiento. Tras su muerte, siguió viviendo como figura legendaria: los personajes de Etzel en el Cantar de los Nibelungos y de Atli en la Saga de los Volsungos y la Edda poética se inspiran vagamente en su figura.
Otra versión de su muerte es la que nos ofrece, ochenta años después del suceso, el cronista romano Conde Marcelino: “Atila, rey de los hunos y saqueador de las provincias de Europa, fue atravesado por la mano y la daga de su mujer”. También la Saga de los Volsung y la Edda poética sostienen que el rey Atli murió a manos de su mujer Gudrun, pero la mayoría de los estudiosos rechazan estos relatos como puras fantasías románticas y prefieren la versión dada por Prisco, contemporáneo de Atila.

En lo que respecta al aspecto del rey huno, la principal fuente de información sobre Atila es Prisco, un historiador que viajó con Maximino en una embajada de Teodosio II en el 448. Describe el poblado construido por los nómadas, y en el que se habían establecido, como del tamaño de una ciudad grande, con sólidos muros de madera, reflejando al propio adalid en los siguientes términos:
“Corto de estatura, de ancho pecho y cabeza grande; sus ojos eran pequeños, su barba fina y salpicada de canas; y tenía la nariz chata y la tez morena, mostrando la evidencia de su origen”.
A la postre, la imagen de Atila debía ser, muy probablemente, la de alguien del Extremo Oriente o del tipo mongol, o quizá una mezcla de este tipo y del de los pueblos túrquicos de Asia Central. Seguramente mostraba rasgos del Oriente asiático, que los europeos no estaban acostumbrados a ver, y por eso lo describieron con frecuencia en términos poco elogiosos.

Consideraciones

·      Aunque no viene a cuento en el entorno de este artículo, vamos a ver un pequeño detalle cuanto menos curioso: el rey sasánida Yazdegerd II. ¿A los lectores de la obra de Robert Erwin Howard, en concreto de la serie sobre Conan, no les suena de nada?
·      De los hunos se dijo que “Viven como animales. Se alimentan de raíces, plantas silvestres y de carne que maceran entre sus muslos y el lomo de sus caballos. Una túnica de lino o de pieles de rata es su vestidura, que no se quitan hasta que se les pudre sobre el cuerpo. Se diría que están clavados sobre sus feos pero resistentes caballos. Son crueles y feroces”. Es evidente que se está describiendo a tribus nómadas, pero ¿hasta qué punto podemos dar por buenas estas descripciones? Hemos de tener en cuenta que eran el terror de Europa en su época, y por tanto es factible esperar que sobre ellos no hubiera descripciones elogiosas, sino todo lo contrario.
·      La violencia con que actuaba daría lugar a las famosas frases “Bajo los cascos de su caballo nunca más crece la hierba” y “No hay más sangre derramada, que por la espada del rey Atila…”. En la época que nos ocupa, lo más importante eran las demostraciones de fuerza, evitar que los vecinos te vieran como un pueblo débil al que poder sojuzgar; si a eso le añadimos que estamos hablando de una cultura de origen nómada acostumbrada a la guerra y del desprecio de la moralidad europea por parte de dicho pueblo, tendremos una visión bastante clara de la contundencia con que probablemente se emplearon Atila y sus gentes.
·      Atila es conocido en la historia y la tradición occidentales como el inflexible “Azote de Dios”, y su nombre ha pasado a ser sinónimo de crueldad y barbarie. Estas ideas surgen, por una parte, de los puntos anteriormente expuestos, pero también de la superposición de sus rasgos, en la imaginación popular, con los de los posteriores señores esteparios de la guerra, como Gengis Kan y Tamerlán: todos ellos comparten la misma fama de crueles, inteligentes, sanguinarios y amantes de la batalla y el pillaje. La realidad sobre el carácter de estos pueblos puede resultar más compleja de lo que aparenta a simple vista: los hunos del tiempo de Atila se habían relacionado durante algún tiempo con la civilización romana, particularmente a través de los aliados germanos (foederati) de la frontera, de modo que cuando Teodosio envió su embajada del 448, Prisco pudo identificar como lenguas comunes en la horda el huno, el gótico y el latín, lo cual de por sí ya indica un cierto grado de cultura. Cuenta también Prisco su encuentro con un romano occidental cautivo, que había asimilado tan completamente la forma de vida de los hunos que no tenía ningún deseo de volver a su país de origen. Y la descripción del historiador bizantino de la humildad y sencillez de Atila no ofrece dudas sobre la admiración que le causa. Asimismo, de los relatos del mismo Prisco se desprende con claridad que Atila no sólo hablaba perfectamente el latín, sino que sabía escribirlo; además hablaba griego y otros idiomas, por lo que muy probablemente se trató de un hombre de gran cultura para los cánones de la época.
El contexto histórico de la vida de Atila tuvo gran trascendencia a la hora de configurar su posterior imagen pública: En los años de la decadencia del Imperio occidental, tanto sus conflictos con Aecio (conocido a menudo como “el último romano”) como lo ajeno de su cultura contribuyeron a cubrirlo con la máscara de bárbaro feroz y enemigo de la civilización con la que ha sido reflejado en un sinnúmero de películas y otras manifestaciones artísticas. Los poemas épicos germanos en los que aparece nos ofrecen un retrato más matizado: es tanto un aliado noble y generoso –caso del Etzel del Cantar de los Nibelungos– como cruel y rapaz –caso de Atli, en la Saga de los Volsung y en la Edda poética–.
Algunas historias nacionales, sin embargo, lo retratan siempre bajo una luz mucho más favorable: durante la Edad Media, en los siglos XIII y XIV se dejó sentada la leyenda de los dos hermanos Hunor y Magor, donde se explicaba el parentesco entre los hunos y húngaros, así como la llegada de Atila a los territorios panonios. En Hungría y Turquía los nombres de Atila y su última mujer, Ildico, siguen siendo populares actualmente. De forma parecida, el escritor húngaro Géza Gárdonyi, en su novela A Láthatatlan Ember (publicada en español con el título de El esclavo de Atila), ofrece una imagen positiva del rey huno, describiéndolo como un jefe sabio y querido.
Atila ha sido calificado habitualmente como un bárbaro, sin darnos cuenta de que esta acepción era la que los romanos empleaban para referirse a cualquier pueblo que no fuera romano o romanizado, sin importar su grado de cultura ni su estado de civilización, usándola no como un sinónimo de salvaje, que es el poso que ha quedado, sino de extranjero. Hay que tener en cuenta, a la hora de formarse una idea correcta del personaje, que los relatos que nos han llegado son todos de la pluma de sus enemigos, por lo que es imprescindible una adecuada interpretación de los mismos.
También debemos tener en consideración la posibilidad de que un jefe inteligente, como parece que era Atila, como rey de una nación eminentemente guerrera, sopesara cuidadosamente la ventaja propagandística de ser considerado por sus enemigos el “Azote de Dios”, y que debido a ello fomentara esa imagen entre ellos para mantenerlos en el temor y dominarlos con más facilidad.
·      Según se cuenta en los escritos antiguos, las esposas de los hunos más poderosos usaban joyas de gran valor hasta el punto que era cosa corriente llevar incrustadas perlas en los zapatos. Atila, sin embargo, vestía como un pastor y comía en vasija de madera. Es evidente que los hunos se iban sedentarizando y asimilando los conceptos de riqueza y lujo europeos, así que ¿por qué el caudillo se resistía? Lo más factible es pensar que quería demostrar a su gente que no eran necesarias tantas exquisiteces para gobernar un imperio como el suyo, que bastaba con la mera demostración de fuerza.
·      Pensemos por un momento en la muerte de Bleda. Mucho se ha especulado al respecto, acerca de si fue un accidente o si se trató de un asesinato por parte de su hermano para alzarse con el poder absoluto de la horda. Teniendo en cuenta el carácter de estos pueblos, es posible que, efectivamente, Atila se planteara el hecho de que un ejército con dos cabezas tarde o temprano acabaría en disensiones y se desmembraría, así que decidió cortar por lo sano y deshacerse de Bleda.
·      Y volvemos a la eterna cuestión de las cifras: ¿500.000 hombres lanzados al asalto de la Europa occidental? Pero, ¿realmente se podían movilizar tantos guerreros en la Europa centrooriental en aquella época? Según las crónicas, en la batalla de los Campos Catalúnicos perdieron la vida 180.000 hunos… Tratándose de clanes reunidos, aunque se les hubieran aliado diversos pueblos eslavos y germánicos, ésa es una cifra a mi parecer muy exagerada: si Atila llegaba con medio millón de soldados a la batalla y Aecio lo aplastó, ¿con cuántos contaba el romano? ¿Qué ocurre en Europa, acaso ya no existen los civiles y todo el mundo es guerrero?
·      Al respecto de la leyenda de la “Espada de Marte”, cabe pensar que este mito podría estar entroncado con todos los que, tanto anterior como posteriormente, surgirían en torno a la idea del arma encantada que hace invencible a su portador: pensemos, si no, en los ejemplos acerca de los poderes que se atribuyeron a la Lanza del Destino con posterioridad a su uso (la Lanza de Longinos), a la poderosa Excalibur de Arturo o la casi contemporánea del britano Balmunga de Sigfrido, e incluso la Durandarte de Roldán…
·      Se ha tratado de explicar de muchas maneras la retirada de Atila de Roma: fue una de las grandes incógnitas de la Historia, puesto que estaba en disposición de arrasarla pero prefirió perdonarla. ¿Por qué? Leamos algunas de estas teorías:
o   El papa León I pactó con el huno su retirada a cambio de pagarle un fuerte tributo.
o   La llegada de Atila a Roma coincidió con una serie de epidemias y hambrunas que debilitaron su ejército.
o   Las tropas que Marciano envió allende el Danubio le forzaron a regresar.
o   Prisco cuenta que tal vez se tratara del temor supersticioso a que sobre Atila cayera el mismo destino que a Alarico, que murió poco después del saqueo de Roma en el 410, lo que hizo detenerse a los hunos.
o   Próspero de Aquitania afirma que el papa León, ayudado por San Pedro y San Pablo, le convenció para que se retirara de la ciudad.
Si nos paramos a pensarlo fríamente, podemos especular con la posibilidad de que no se tratara de un solo factor, sino de una combinación de todos ellos, exceptuando, por mera lógica, el último, en el que parece haber un claro componente milagrero: por lo que hemos podido comprobar Atila no era tonto, sino más bien bastante inteligente, así que si se encontró ante un ejército tocado por la enfermedad, un papa dispuesto a ofrecerle tributo, el hecho supersticioso del destino de Alarico y las tropas de Marciano amenazándolo en otro frente, resulta muy factible pensar que en lugar de arrasar Roma decidiera respetarla y mantener su horda lo más intacta posible para futuros enfrentamientos con los romanos o quien se terciara…
·      Al igual que otros grandes personajes de la historia como Cleopatra, Gengis Khan, etc., la tumba de Atila aún no ha sido descubierta; y curiosamente, lo que en vida fue una existencia espartana, carente de lujos, en la muerte se convirtió en un derroche: tres sarcófagos, uno de plata, otro de oro y otro de hierro, junto con el botín de sus conquistas. El volumen de tal botín debió de ser en principio bastante cuantioso a juzgar por sus logros militares, aunque teniendo en cuenta su humilde modo de vida también podríamos pensar que no tuviera apenas posesiones lujosas. En cualquier caso, nos encontramos con la vieja costumbre de ejecutar a los que participan en su entierro para que no se divulgue el lugar de su tumba, uso practicado con asiduidad en la antigüedad.
·      Hay algo en los datos acerca del imperio huno que me mueve a la curiosidad: si, tal y como se dice en algunos textos, abarcaba desde Alemania hasta las estepas del Asia Central, en su camino estaría todo el Oriente Medio; y, sin embargo, una de los datos que se dan es que Atila y Bleda se lanzan a la conquista de los persas. ¿Eran o no éstos vasallos del rey de Panonia? ¿Se trataba de expediciones de castigo contra regiones levantiscas, o una zona sin dominar en medio de su imperio? Aparentemente no parece tratarse de la primera opción, pues fueron severamente rechazados en Armenia; y en cuanto a la segunda, ¿qué rey en su sano juicio se lanza a la conquista de un territorio dejando tras de sí enemigos que pueden cortarle abastecimientos, recursos, o atraparlo entre la espada y la pared?
Por lo que he podido comprobar, prácticamente todos los movimientos de Atila se desarrollaron en Europa, así que lo primero que se me viene a la mente es que en realidad su imperio no se extendió por Asia, sino que, como otros investigadores explican, se extendió por toda la Europa central y oriental…
·      El nombre de Atila podría significar “Padrecito”, del gótico “atta” (padre) con el sufijo diminutivo “-la”, ya que sabemos que muchos godos sirvieron en sus ejércitos. Podría ser también una forma pre-turca, de origen altaico (compárese con Atatürk y con Alma-Ata, la actual Almaty). Es muy posible que provenga de “atta” (padre) y de “il” (tierra, país), con el sentido de “tierra paterna” o “madre patria”. Atil era asimismo el nombre altaico del actual Volga, río que tal vez dio su nombre a Atila.
·      En la actualidad numerosas teorías vinculan a la nación húngara con los hunos. Una sub-etnia dentro de los húngaros conocida como Székely posee trazos genéticos en común con los antiguos hunos. Los Székely originalmente son de habla húngara y llegaron a la cuenca panónica previamente a la “gran ocupación del hogar”, comandanda por el Gran Príncipe húngaro Árpad en el 896. Por consiguiente, se estima que los székely o llegaron un par de siglos antes que los magiares, o llegaron junto con los hunos de Atila. El hecho es que tanto los magiares como los székely, así como muchas otras etnias, eran parte del enorme mosaico conocido como los “hunos”, los cuales no eran una sola etnia sino cientos de tribus fusionadas en un solo imperio. En el caso de los propios magiares, el grupo de casi 300.000 personas que llegaron con Árpad estaba compuesto por siete tribus unificadas (Vista la idea del punto en el que se habla de las exorbitantes cifras de guerreros, ¿se está diciendo aquí que todos lo eran, o había mujeres, niños y ancianos entre ellos?).
A pesar de su gran fama, poco se sabe del fin de este pueblo que atravesó 10.000 km hasta llegar desde Mongolia a Hungría. La hipótesis más razonable parece ser que la desintegración del imperio de los hunos a la muerte de Atila y las enfermedades europeas (para un pueblo de la estepa asiática con un sistema inmunitario no habituado a ellas) dividieron y diezmaron a la población, que se fue mezclando por diferentes regiones, principalmente en Hungría y Rumanía. No parece muy lógico que tras 100 años de asentamiento en Europa, ese pueblo desapareciera por completo, o volviera a rehacer el camino a la actual Mongolia. Entre una de las propuestas medievales, los príncipes y reyes húngaros se consideraban descendientes directos de Atila, afirmando que habían abandonado Europa nuevamente hacia Asia y que tras cuatro siglos regresaron a reclamar su herencia como descendientes del “Azote de Dios”. Si en efecto eran descendientes de Atila o no, Árpad y sus descendientes realmente lo creían, así como toda la población circundante, lo cual les sirvió para legitimarse en el poder. Dicha creencia de que Árpád descendía de Atila se mantuvo inalterada por lo menos por más de medio milenio entre los académicos medievales y renacentistas húngaros y a nivel mundial.

Bibliografía

  • Historia Bizantina, Prisco.
  • Origen y gestas de los godos, Jordanes.
  • Cantar de los Nibelungos
  • Saga de los Volsungos
  • Edda poética
  • The Age of Attila: Fifth-century Byzantium and the Barbarians, Ann Arbor. 1960.
  • The World of the Huns: Studies in Their History and Culture, Maenchen-Helfen, Otto. 1973.
  • The Fragmentary Classicising Historians of the Later Roman Empire, vol. II, Blockley, R.C. 1985.
  • El imperio de las estepas: Atila, Gengis Kan, Tamerlán, Grousset, René. 1991.
  • Los hunos, tradición e historia, Bock, Susan. 1992.
  • A History of Attila and the Huns, Thompson, E.A. 1999.
  • A hunok és a magyarok cselekedetei, Kézai, Simon /Keszi, Simon. 1999. En Gesta Hunnorum et Hungarorum.
  • Pasajes de la Historia, Cebrián, Juan Antonio. 2001.
  • Atila, conquistador en el siglo V, líder en el siglo XX, Roberts, Wess. 2001.
  • Atila, Bussagli, Mario. 2005.
  • Les huns: Le grand empire barbare d'Europe (IVe-Ve siècles). Bóna, István. 2002.

  • El esclavo de Atila, Gárdonyi, Géza. 1998.
  • Atila, el Azote de Dios, William Dietrich. 2005.
  • Atila, el Rey Bárbaro que Desafió a Roma, John Man, 2006.
  • Serie de novelas sobre Atila, William Napier.


Filmografía

·      Warriors: Atila el Huno, Canal de Historia. Documental.
·      Los Hunos, Canal de Historia. Documental.

·      Atila, Hombre o Demonio, Pietro Francisci (Anthony Quinn, Sophia Loren). 1954.
·      Atila Rey de los Hunos, Douglas Sirk (Jeff Chandler, Jack Palance). 1955.
·      Atila el Huno, Dick Lowry (Gerard Butler, Tim Curry). 2001.

2 comentarios:

  1. ¡¡¡Holaaa!!!
    Soy Clau de laratonadebiblioteca.blogspot.com.
    Vengo de la iniciativa de granitos de arena.
    Saludos.

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    1. Buenas tardes, Claudia. Encantado de conocerte y de tenerte como seguidora. Si no lo he hecho mal, creo que también me tienes de seguidor en tu blog, jejeje...

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