ATILA, EL AZOTE DE DIOS
José
Francisco Sastre García
Si hay un nombre que haya
simbolizado la destrucción a su paso por Europa, ése ha sido el de Atila, el
rey de los hunos que asoló las regiones centroorientales del continente, un
personaje con el que en su momento se llegó incluso a asustar a los niños que
se portaban mal. ¿Fue tan salvaje como nos lo vende la leyenda? Bien es sabido
que la historia la escriben los vencedores, así que entremos en su figura para
ver qué hay de cierto en lo que se cuenta o cree sobre él…
El personaje
Atila nace
alrededor del 395, aunque hay quien lo sitúa alrededor del 406 en las llanuras
danubianas, y muere en el Valle de Tisza en el 453. Fue el último y más
poderoso caudillo de los hunos, una tribu
de la que se piensa que probablemente procede de Asia, aunque sus orígenes
exactos son desconocidos. Desde que accedió al trono en 434 hasta su muerte, gobernó
el mayor imperio europeo de su tiempo. Conocido en Occidente como “El Azote de
Dios”, sus posesiones se extendían desde la Europa Central
hasta el Mar Negro, y desde el río Danubio hasta el mar
Báltico. La capital de su imperio fue Panonia, cerca de la moderna Tokai: en
esta ciudad se desplegaba tanto lujo y magnificencia como en Roma,
Constantinopla y Rávena.
Durante su reinado fue uno de los más acérrimos enemigos del Imperio
Romano, que en esta etapa final del mismo estaba dividido en dos: el Imperio
Oriental con capital en Bizancio (renombrada varias veces con posterioridad: Constantinopla,
Estambul), y el Imperio Occidental, con capital en Roma y más tarde en Rávena.
Invadió dos veces los Balcanes, estuvo a punto de tomar la ciudad de Roma
y llegó a sitiar Constantinopla. Marchó a través de Francia hasta llegar
incluso a Orleans, hasta que el general romano Aecio le obligó a retroceder en la batalla de los Campos Cataláunicos en el 451, en los
alrededores de Châlons-en-Champagne. Logró hacer huir al emperador de Occidente
Valentiniano III de su capital, Rávena, en el 452.
El imperio de los hunos murió con Atila. Los hunos fueron un pueblo
nómada de cazadores y ganaderos. No solían usar la agricultura ni la industria
en su organización social, y la escritura era rara vez usada para documentar su
historia, por lo que desaparecieron sin dejar ninguna herencia destacada. Lo
poco que se sabe de ellos se lo debemos en gran parte a sus mayores enemigos,
los romanos. A pesar de todo, Atila se convirtió en una figura legendaria de la
historia de Europa, y en gran parte de la Europa Occidental
se le recuerda como el paradigma de la crueldad, la destrucción y la rapiña.
Algunos historiadores, en cambio, lo han retratado como un rey grande y noble,
y tres sagas escandinavas lo incluyen entre sus personajes principales.
Los hunos europeos parecen haber sido una rama occidental de los hsiung-nu
o xiongnu, grupo proto-mongol o proto-túrquico de tribus nómadas del
noreste de China y del Asia Central. Estos pueblos lograron superar
militarmente a sus rivales (muchos de ellos de refinada cultura y civilización)
por su predisposición para la guerra, su asombrosa movilidad, gracias a sus
pequeños y veloces caballos y su extraordinaria habilidad con el arco.
En lo que respecta a la infancia de Atila, la suposición de que a temprana
edad era ya un jefe capaz y un avezado guerrero es razonable, pero no existe
forma de constatarla. Tras la muerte de su padre, el futuro caudillo se
encuentra con su tío y decide acompañarlo para aprender el arte de la guerra.
Hacia el 432, los hunos se unificaron bajo el rey Rua o Rugila, que murió
en el 434, dejando a sus sobrinos Atila y Bleda,
hijos de su hermano Mundzuk, al mando de todas las tribus hunas. En aquel
momento los hunos se encontraban en plena negociación con los embajadores de Teodosio II acerca de la entrega de
varias tribus renegadas que se habían refugiado en el seno del imperio de
Oriente. Al año siguiente, Atila y Bleda tuvieron un encuentro con la legación
imperial en Margus (actualmente Pozarevac) y, sentados todos en la grupa de los
caballos a la manera huna, negociaron un tratado. Los romanos acordaron no sólo
devolver las tribus fugitivas, que habían sido un auxilio más que bienvenido
contra los vándalos, sino también duplicar el tributo anteriormente pagado por
el imperio, de 350 libras
romanas de oro, casi 115 kg,
abrir los mercados a los comerciantes hunos y pagar un rescate de ocho sólidos
por cada romano prisionero de los hunos (un sólido equivalía a 25 denarios de
oro). Éstos, satisfechos con el tratado, levantaron sus campamentos y partieron
hacia el interior del continente, tal vez con el propósito de consolidar y
fortalecer su imperio. Teodosio utilizó esta oportunidad para reforzar los muros
de Constantinopla, construyendo las primeras murallas marítimas de la ciudad, y
para levantar líneas defensivas en la frontera a lo largo del Danubio.
El
imperio huno se extendía por entonces desde las estepas de Asia Central hasta
la actual Alemania, y desde el Danubio hasta el Báltico.
Al parecer, los hunos de dedicaron a otros menesteres sin molestar a
los romanos durante los siguientes cinco años: durante este tiempo llevaron a
cabo una invasión de Persia; sin embargo, fueron frenados en Armenia por una
contraofensiva de los persas que concluyó con la derrota de Atila y Bleda, quienes
hubieron de renunciar a sus planes de conquista. En el 440 reaparecieron en las
fronteras del imperio oriental, atacando a los mercaderes de la ribera norte
del Danubio, a los que protegía el tratado vigente. Atila y Bleda amenazaron
con la guerra abierta, sosteniendo que los romanos habían faltado a sus
compromisos y que el obispo de Margus, cercana a la actual Belgrado, había
cruzado el Danubio para saquear y profanar las tumbas reales hunas de la orilla
norte del Danubio. Cruzaron entonces este río y arrasaron las ciudades y
fuertes ilirios a lo largo de la ribera, entre ellas –según Prisco– Viminacium,
que era una ciudad de los moesios en Iliria. Su avance comenzó en Margus, ya
que cuando los romanos debatieron la posibilidad de entregar al obispo acusado
de profanación, éste huyó en secreto de los bárbaros y les entregó la ciudad.
Teodosio había desguarnecido las defensas ribereñas como consecuencia
de la conquista de Cartago por el vándalo Genserico en el 440 y la invasión de
Armenia por el sasánida Yazdegerd II en el 441. Esto dejó a Atila y Bleda el
camino abierto a través de Iliria y los Balcanes, que se apresuraron a comenzar
la invasión en el mismo 441. El ejército huno, habiendo saqueado Margus y Viminacium,
tomó Sigindunum, la moderna Belgrado, y Sirmium antes de detener las
operaciones. Siguió entonces una tregua a lo largo del 442, momento que
aprovechó Teodosio para traer sus tropas del Norte de África y disponer una
gran emisión de moneda para financiar la guerra contra los hunos. Hechos estos
preparativos, consideró que podía permitirse rechazar las exigencias de los
reyes bárbaros.
Atila y Bleda no se anduvieron con contemplaciones: reanudaron la
campaña en el 443, golpeando a lo largo del Danubio. Tomaron los centros
militares de Ratiara y sitiaron con éxito Naissus (actual Nis) mediante el
empleo de arietes y torres de asalto rodantes, sofisticaciones militares
novedosas entre los hunos, que no solían emplear armas de asedio. Más tarde,
presionando a lo largo del Nisava ocuparon Sérdica (Sofía), Filípolis (Plovdiv)
y Arcadiópolis. En las afueras de Constantinopla se enfrentaron con fuerzas
romanas a las que aplastaron, y sólo se detuvieron por la falta del adecuado
material de asedio capaz de abrir brechas en las ciclópeas murallas de la
ciudad.
Teodosio admitió la derrota y envió al cortesano Anatolio para que
negociara los términos de la paz, que debido a las condiciones en que se inició
la guerra, fueron más rigurosos que en el anterior tratado: el emperador acordó
entregar más de 6.000
libras romanas de oro, unos 1.963 kg., como
indemnización por haber faltado a los términos del pacto; el tributo anual se
triplicó, alcanzando la cantidad de 2.100 libras romanas
(unos 687 kg)
de oro; y el rescate por cada romano prisionero pasaba a ser de 12 sólidos.
Satisfechos durante un tiempo sus deseos, los reyes hunos se retiraron
al interior de su imperio. De acuerdo con Jordanes (quien sigue a Prisco), en
algún momento del periodo de calma que siguió a la retirada de los hunos desde
Bizancio (probablemente en torno al 445), Bleda murió y Atila quedó como único
rey. Existe abundante especulación histórica sobre si Atila asesinó a su
hermano o si Bleda murió por otras causas. En todo caso, Atila era ahora el
señor indiscutido de los hunos y nuevamente se volvió hacia el imperio
oriental.
Tras la partida de los hunos, Constantinopla sufrió graves desastres,
tanto naturales como causados por el hombre: sangrientos disturbios entre
aficionados a las carreras de carros del Hipódromo; epidemias en el 445 y 446,
la segunda a continuación de una hambruna; y toda una serie de terremotos que
duró cuatro meses, destruyó buena parte de las murallas y mató a miles de
personas, ocasionando una nueva epidemia. Este último golpe tuvo lugar en el 447,
justo cuando Atila, habiendo consolidado su poder, partió de nuevo hacia el
sur, entrando en el imperio a través de Moesia. El ejército romano, bajo el
mando del magister militum godo Arnegisclo, le hizo frente en el río Vid:
aunque fue vencido ocasionó graves pérdidas al enemigo. Los hunos quedaron sin
oposición y se dedicaron al pillaje a lo largo de los Balcanes, llegando
incluso hasta las Termópilas. Constantinopla misma se salvó gracias a la
intervención del prefecto Flavio Constantino, quien organizó brigadas ciudadanas
para reconstruir las murallas dañadas por los seísmos (y, en algunos lugares,
para construir una nueva línea de fortificación delante de la antigua).
Callinico, en su Vida de San Hipatio, nos ofrece un relato de la
ferocidad de la invasión:
“La nación bárbara de los hunos, que habitaba en Tracia, llegó a ser
tan grande que más de cien ciudades fueron conquistadas y Constantinopla llegó
casi a estar en peligro y la mayoría de los hombres huyeron de ella (…) Y hubo
tantos asesinatos y derramamientos de sangre que no se podía contar a los
muertos. ¡Ay, que incluso ocuparon iglesias y monasterios y degollaron a monjes
y doncellas en gran número!”.
Atila reclamó como condición para la paz que los romanos continuaran
pagando un tributo en oro y que evacuaran una franja de tierra cuya anchura iba
de las trescientas millas hacia el este desde Sigindunum hasta las cien millas
al sur del Danubio. Las negociaciones continuaron entre romanos y hunos durante
aproximadamente tres años. En el 448, el historiador Prisco fue enviado como
embajador al campamento de Atila para intentar cerrar un tratado en condiciones.
Los fragmentos de sus informes, conservados por Jordanes, nos ofrecen una
gráfica descripción de Atila entre sus numerosas esposas, su bufón escita y su
enano moro, impasible y sin joyas en medio del esplendor de sus cortesanos:
“Se había preparado una lujosa comida, servida en vajilla de plata,
para nosotros y nuestros bárbaros huéspedes, pero Atila no comió más que carne
en un plato de madera. En todo lo demás se mostró también templado; su copa era
de madera, mientras que al resto de nuestros huéspedes se les ofrecían cálices
de oro y plata. Su vestido, igualmente, era muy simple, alardeando sólo de
limpieza. La espada que llevaba al costado, los lazos de sus zapatos escitas y
la brida de su caballo carecían de adornos, a diferencia de los otros escitas,
que llevaban oro o gemas o cualquier otra cosa preciosa”.
De acuerdo con una leyenda recogida por Jordanes en su obra Origen y
gestas de los godos, a lo largo de estos tres años Atila descubrió la que
se conocería como “Espada de Marte”:
“Dice el historiador Prisco que fue descubierta en las siguientes
circunstancias: Cierto pastor descubrió que un ternero de su rebaño cojeaba y
no fue capaz de encontrar la causa de la herida. Siguió ansiosamente el rastro
de la sangre y halló al cabo una espada con la que el animal se había herido
mientras pastaba en la hierba. La recogió y la llevó directamente a Atila. Éste
se deleitó con el regalo y, siendo ambicioso, pensó que se le había destinado a
ser señor de todo el mundo y que por medio de la Espada de Marte tenía
garantizada la supremacía en todas las guerras”.
Esta leyenda ha sido identificada con posterioridad como perteneciente
a un patrón de culto a la espada común entre los nómadas de las estepas de Asia
Central.
Ya en el 450 había proclamado Atila su intención de atacar al poderoso
reino visigodo de Toulouse en alianza con el emperador Valentiniano III. El caudillo huno había tenido anteriormente
buenas relaciones con el imperio occidental y con su gobernante de facto,
Flavio Aecio. Aecio había pasado un breve exilio entre los hunos en el 433, y
las tropas que Atila le había proporcionado contra los godos y los burgundios habían contribuido a
conseguirle el título –más que nada honorífico– de “magister militum” en
Occidente. Los regalos y los esfuerzos diplomáticos de Genserico, que se oponía
y temía a los visigodos, pudieron influir también en los planes de Atila.
En cualquier caso, en la primavera del 450, la hermana de Valentiniano,
Honoria, a la que contra su voluntad habían prometido con un senador, envió al
rey huno una demanda de ayuda juntamente con su anillo. Aunque es probable que
Honoria no tuviera intención de proponerle matrimonio, Atila escogió interpretar
así su mensaje. Aceptó, pidiéndole como dote la mitad del imperio occidental.
Cuando Valentiniano descubrió lo sucedido, sólo la influencia de su madre, Gala
Placidia, consiguió que enviara a Honoria al exilio en vez de matarla. Escribió
al rey huno negando categóricamente la legitimidad de la supuesta oferta de
matrimonio. Atila, sin dejarse convencer, envió una embajada a Rávena para
proclamar la inocencia de Honoria y la legitimidad de su propuesta de
esponsales, así como que él mismo se encargaría de venir a reclamar lo que era
suyo por derecho.
Mientras tanto, Teodosio murió a consecuencia de una caída de caballo y
su sucesor, Marciano, interrumpió el pago del tributo a finales del 450. Las
sucesivas invasiones de los hunos y de otras tribus habían dejado los Balcanes
con poco que saquear. El rey de los salios había muerto y la lucha sucesoria
entre sus dos hijos condujo a un enfrentamiento entre Atila y Aecio. El huno
apoyaba al hijo mayor, mientras que el romano lo hacía al pequeño. El investigador
Bury piensa que la intención de Atila al marchar hacia el oeste era la de
extender su reino –ya para entonces el más poderoso del continente– hasta la Galia y las costas del Atlántico.
Para cuando reunió a todos sus vasallos (gépidos, ostrogodos, rugianos, escirianos,
hérulos, turingios, alanos, burgundios, etc.) e inició su marcha hacia el
oeste, había ya enviado ofertas de alianza tanto a los visigodos como a los
romanos.
En el 451 su llegada a Bélgica con un ejército que Jordanes cifra en
500.000 hombres puso pronto en claro cuáles eran sus verdaderas intenciones. El
7 de abril tomó Metz, obligando a Aecio a ponerse en movimiento para hacerle
frente con tropas reclutadas entre los francos, burgundios y celtas. Una
embajada de Avito y el constante avance de Atila hacia el oeste convencieron al
rey visigodo, Teodorico I, de
aliarse con los romanos. El ejército combinado de ambos llegó a Orleans por
delante de Atila, cortando así su avance. Aecio persiguió a los hunos y les dio
caza cerca de Châlons-en-Champagne, trabando la batalla de los Campos
Cataláunicos, que terminó con la victoria de la alianza godo-romana, aunque
Teodorico perdió la vida en el combate. El caudillo huno hubo de replegarse más
allá de sus fronteras y sus aliados se desbandaron.
Atila apareció de nuevo en el 452 para exigir su matrimonio con
Honoria, invadiendo y saqueando Italia a su paso. Su ejército sometió a pillaje
numerosas ciudades y arrasó Aquilea hasta sus cimientos. Valentiniano huyó de Rávena
a Roma. Aecio permaneció en campaña, pero sin potencia militar suficiente para
presentar batalla.
Finalmente, Atila se detuvo en el río Po, a donde acudió una embajada
formada, entre otros, por el prefecto Trigecio, el cónsul Avieno y el papa León
I. Tras el encuentro inició la retirada sin reclamar ya ni su matrimonio con
Honoria ni los territorios que deseaba.
Cualesquiera que fuesen sus razones, Atila dejó Italia y regresó a su
palacio más allá del Danubio. Desde allí planeó atacar nuevamente
Constantinopla y exigir el tributo que Marciano había dejado de pagar. Pero la
muerte lo sorprendió a comienzos del 453. En la obra de Prisco se dice que
cierta noche, tras los festejos de celebración de su última boda (con una goda
llamada Ildico), sufrió una grave hemorragia nasal que le ocasionó la muerte.
Sus soldados, al descubrir su fallecimiento, le lloraron cortándose el pelo e
hiriéndose con las espadas, pues –como señala Jordanes– “el más grande de
todos los guerreros no había de ser llorado con lamentos de mujer ni con
lágrimas, sino con sangre de hombres”. Fue enterrado en un triple sarcófago
de oro, plata y hierro junto con el botín de sus conquistas, y los que
participaron en el funeral fueron ejecutados para mantener secreto el lugar de
enterramiento. Tras su muerte, siguió viviendo como figura legendaria: los
personajes de Etzel en el Cantar de los Nibelungos y de Atli en la Saga de los
Volsungos y la Edda
poética se inspiran vagamente en su figura.
Otra versión de su muerte es la que nos ofrece, ochenta años después
del suceso, el cronista romano Conde Marcelino: “Atila, rey de los hunos y
saqueador de las provincias de Europa, fue atravesado por la mano y la daga de
su mujer”. También la Saga
de los Volsung y la Edda
poética sostienen que el rey Atli murió a manos de su mujer Gudrun, pero la
mayoría de los estudiosos rechazan estos relatos como puras fantasías
románticas y prefieren la versión dada por Prisco, contemporáneo de Atila.
En lo que respecta al aspecto del rey huno, la principal fuente de
información sobre Atila es Prisco, un historiador que viajó con Maximino en una
embajada de Teodosio II en el 448. Describe el poblado construido por los
nómadas, y en el que se habían establecido, como del tamaño de una ciudad grande,
con sólidos muros de madera, reflejando al propio adalid en los siguientes
términos:
“Corto de estatura, de ancho pecho y cabeza grande; sus ojos eran
pequeños, su barba fina y salpicada de canas; y tenía la nariz chata y la tez
morena, mostrando la evidencia de su origen”.
A la postre, la imagen de Atila debía ser, muy probablemente, la de
alguien del Extremo Oriente o del tipo mongol, o quizá una mezcla de este tipo
y del de los pueblos túrquicos de Asia Central. Seguramente mostraba rasgos del
Oriente asiático, que los europeos no estaban acostumbrados a ver, y por eso lo
describieron con frecuencia en términos poco elogiosos.
Consideraciones
·
Aunque no viene a cuento en el
entorno de este artículo, vamos a ver un pequeño detalle cuanto menos curioso:
el rey sasánida Yazdegerd II. ¿A los lectores de la obra de Robert Erwin
Howard, en concreto de la serie sobre Conan, no les suena de nada?
·
De los hunos se dijo que “Viven como animales. Se alimentan de
raíces, plantas silvestres y de carne que maceran entre sus muslos y el lomo de
sus caballos. Una túnica de lino o de pieles de rata es su vestidura, que no se
quitan hasta que se les pudre sobre el cuerpo. Se diría que están clavados
sobre sus feos pero resistentes caballos. Son crueles y feroces”. Es
evidente que se está describiendo a tribus nómadas, pero ¿hasta qué punto
podemos dar por buenas estas descripciones? Hemos de tener en cuenta que eran
el terror de Europa en su época, y por tanto es factible esperar que sobre
ellos no hubiera descripciones elogiosas, sino todo lo contrario.
·
La violencia con que actuaba daría
lugar a las famosas frases “Bajo los cascos de su caballo nunca más
crece la hierba” y “No hay más sangre derramada, que por la
espada del rey Atila…”. En la época que nos ocupa, lo más importante
eran las demostraciones de fuerza, evitar que los vecinos te vieran como un
pueblo débil al que poder sojuzgar; si a eso le añadimos que estamos hablando
de una cultura de origen nómada acostumbrada a la guerra y del desprecio de la moralidad
europea por parte de dicho pueblo, tendremos una visión bastante clara de la
contundencia con que probablemente se emplearon Atila y sus gentes.
·
Atila es conocido en la historia y
la tradición occidentales como el inflexible “Azote de Dios”, y su nombre ha
pasado a ser sinónimo de crueldad y barbarie. Estas ideas surgen, por una
parte, de los puntos anteriormente expuestos, pero también de la superposición
de sus rasgos, en la imaginación popular, con los de los posteriores señores
esteparios de la guerra, como Gengis Kan y Tamerlán: todos ellos comparten la
misma fama de crueles, inteligentes, sanguinarios y amantes de la batalla y el
pillaje. La realidad sobre el carácter de estos pueblos puede resultar más
compleja de lo que aparenta a simple vista: los hunos del tiempo de Atila se
habían relacionado durante algún tiempo con la civilización romana,
particularmente a través de los aliados germanos (foederati) de la frontera, de
modo que cuando Teodosio envió su embajada del 448, Prisco pudo identificar
como lenguas comunes en la horda el huno, el gótico y el latín, lo cual de por
sí ya indica un cierto grado de cultura. Cuenta también Prisco su encuentro con
un romano occidental cautivo, que había asimilado tan completamente la forma de
vida de los hunos que no tenía ningún deseo de volver a su país de origen. Y la
descripción del historiador bizantino de la humildad y sencillez de Atila no
ofrece dudas sobre la admiración que le causa. Asimismo, de los relatos del
mismo Prisco se desprende con claridad que Atila no sólo hablaba perfectamente
el latín, sino que sabía escribirlo; además hablaba griego y otros idiomas, por
lo que muy probablemente se trató de un hombre de gran cultura para los cánones
de la época.
El contexto histórico
de la vida de Atila tuvo gran trascendencia a la hora de configurar su
posterior imagen pública: En los años de la decadencia del Imperio occidental,
tanto sus conflictos con Aecio (conocido a menudo como “el último romano”) como
lo ajeno de su cultura contribuyeron a cubrirlo con la máscara de bárbaro feroz
y enemigo de la civilización con la que ha sido reflejado en un sinnúmero de
películas y otras manifestaciones artísticas. Los poemas épicos germanos en los
que aparece nos ofrecen un retrato más matizado: es tanto un aliado noble y
generoso –caso del Etzel del Cantar de los Nibelungos– como cruel y
rapaz –caso de Atli, en la Saga
de los Volsung y en la Edda
poética–.
Algunas historias
nacionales, sin embargo, lo retratan siempre bajo una luz mucho más favorable: durante
la Edad Media,
en los siglos XIII y XIV se dejó sentada la leyenda de los dos hermanos Hunor y
Magor, donde se explicaba el parentesco entre los hunos y húngaros, así como la
llegada de Atila a los territorios panonios. En Hungría y Turquía los nombres
de Atila y su última mujer, Ildico, siguen siendo populares actualmente. De
forma parecida, el escritor húngaro Géza Gárdonyi, en su novela A Láthatatlan
Ember (publicada en español con el título de El esclavo de Atila),
ofrece una imagen positiva del rey huno, describiéndolo como un jefe sabio y
querido.
Atila ha sido calificado
habitualmente como un bárbaro, sin darnos cuenta de que esta acepción era la
que los romanos empleaban para referirse a cualquier pueblo que no fuera romano
o romanizado, sin importar su grado de cultura ni su estado de civilización,
usándola no como un sinónimo de salvaje, que es el poso que ha quedado, sino de
extranjero. Hay que tener en cuenta, a la hora de formarse una idea correcta
del personaje, que los relatos que nos han llegado son todos de la pluma de sus
enemigos, por lo que es imprescindible una adecuada interpretación de los
mismos.
También debemos tener
en consideración la posibilidad de que un jefe inteligente, como parece que era
Atila, como rey de una nación eminentemente guerrera, sopesara cuidadosamente la
ventaja propagandística de ser considerado por sus enemigos el “Azote de Dios”,
y que debido a ello fomentara esa imagen entre ellos para mantenerlos en el
temor y dominarlos con más facilidad.
·
Según se cuenta en los escritos
antiguos, las esposas de los hunos más poderosos usaban joyas de gran valor
hasta el punto que era cosa corriente llevar incrustadas perlas en los zapatos.
Atila, sin embargo, vestía como un pastor y comía en vasija de madera. Es
evidente que los hunos se iban sedentarizando y asimilando los conceptos de
riqueza y lujo europeos, así que ¿por qué el caudillo se resistía? Lo más
factible es pensar que quería demostrar a su gente que no eran necesarias
tantas exquisiteces para gobernar un imperio como el suyo, que bastaba con la
mera demostración de fuerza.
·
Pensemos por un momento en la muerte
de Bleda. Mucho se ha especulado al respecto, acerca de si fue un accidente o
si se trató de un asesinato por parte de su hermano para alzarse con el poder
absoluto de la horda. Teniendo en cuenta el carácter de estos pueblos, es
posible que, efectivamente, Atila se planteara el hecho de que un ejército con
dos cabezas tarde o temprano acabaría en disensiones y se desmembraría, así que
decidió cortar por lo sano y deshacerse de Bleda.
·
Y volvemos a la eterna cuestión de
las cifras: ¿500.000 hombres lanzados al asalto de la Europa occidental? Pero,
¿realmente se podían movilizar tantos guerreros en la Europa centrooriental en
aquella época? Según las crónicas, en la batalla de los Campos Catalúnicos
perdieron la vida 180.000 hunos… Tratándose de clanes reunidos, aunque se les
hubieran aliado diversos pueblos eslavos y germánicos, ésa es una cifra a mi
parecer muy exagerada: si Atila llegaba con medio millón de soldados a la
batalla y Aecio lo aplastó, ¿con cuántos contaba el romano? ¿Qué ocurre en
Europa, acaso ya no existen los civiles y todo el mundo es guerrero?
·
Al respecto de la leyenda de la
“Espada de Marte”, cabe pensar que este mito podría estar entroncado con todos
los que, tanto anterior como posteriormente, surgirían en torno a la idea del arma
encantada que hace invencible a su portador: pensemos, si no, en los ejemplos
acerca de los poderes que se atribuyeron a la Lanza del Destino con posterioridad a su uso (la Lanza de Longinos), a la
poderosa Excalibur de Arturo o la casi contemporánea del britano Balmunga de
Sigfrido, e incluso la
Durandarte de Roldán…
·
Se ha tratado de explicar de
muchas maneras la retirada de Atila de Roma: fue una de las grandes incógnitas
de la Historia,
puesto que estaba en disposición de arrasarla pero prefirió perdonarla. ¿Por
qué? Leamos algunas de estas teorías:
o
El papa León I pactó con el huno
su retirada a cambio de pagarle un fuerte tributo.
o
La llegada de Atila a Roma
coincidió con una serie de epidemias y hambrunas que debilitaron su ejército.
o
Las tropas que Marciano envió
allende el Danubio le forzaron a regresar.
o
Prisco cuenta que tal vez se
tratara del temor supersticioso a que sobre Atila cayera el mismo destino que a
Alarico, que murió poco después del saqueo de Roma en el 410, lo que hizo
detenerse a los hunos.
o
Próspero de Aquitania afirma que
el papa León, ayudado por San Pedro y San Pablo, le convenció para que se
retirara de la ciudad.
Si nos paramos a pensarlo fríamente, podemos especular con la
posibilidad de que no se tratara de un solo factor, sino de una combinación de
todos ellos, exceptuando, por mera lógica, el último, en el que parece haber un
claro componente milagrero: por lo que hemos podido comprobar Atila no era
tonto, sino más bien bastante inteligente, así que si se encontró ante un
ejército tocado por la enfermedad, un papa dispuesto a ofrecerle tributo, el
hecho supersticioso del destino de Alarico y las tropas de Marciano
amenazándolo en otro frente, resulta muy factible pensar que en lugar de
arrasar Roma decidiera respetarla y mantener su horda lo más intacta posible
para futuros enfrentamientos con los romanos o quien se terciara…
·
Al igual que otros grandes
personajes de la historia como Cleopatra, Gengis Khan, etc., la tumba de Atila aún
no ha sido descubierta; y curiosamente, lo que en vida fue una existencia
espartana, carente de lujos, en la muerte se convirtió en un derroche: tres
sarcófagos, uno de plata, otro de oro y otro de hierro, junto con el botín de
sus conquistas. El volumen de tal botín debió de ser en principio bastante
cuantioso a juzgar por sus logros militares, aunque teniendo en cuenta su humilde
modo de vida también podríamos pensar que no tuviera apenas posesiones lujosas.
En cualquier caso, nos encontramos con la vieja costumbre de ejecutar a los que
participan en su entierro para que no se divulgue el lugar de su tumba, uso
practicado con asiduidad en la antigüedad.
·
Hay algo en los datos acerca del
imperio huno que me mueve a la curiosidad: si, tal y como se dice en algunos
textos, abarcaba desde Alemania hasta las estepas del Asia Central, en su
camino estaría todo el Oriente Medio; y, sin embargo, una de los datos que se
dan es que Atila y Bleda se lanzan a la conquista de los persas. ¿Eran o no
éstos vasallos del rey de Panonia? ¿Se trataba de expediciones de castigo
contra regiones levantiscas, o una zona sin dominar en medio de su imperio?
Aparentemente no parece tratarse de la primera opción, pues fueron severamente
rechazados en Armenia; y en cuanto a la segunda, ¿qué rey en su sano juicio se
lanza a la conquista de un territorio dejando tras de sí enemigos que pueden
cortarle abastecimientos, recursos, o atraparlo entre la espada y la pared?
Por lo que he podido comprobar, prácticamente todos los movimientos de
Atila se desarrollaron en Europa, así que lo primero que se me viene a la mente
es que en realidad su imperio no se extendió por Asia, sino que, como otros
investigadores explican, se extendió por toda la Europa central y oriental…
·
El nombre de Atila podría
significar “Padrecito”, del gótico “atta” (padre) con el sufijo diminutivo “-la”,
ya que sabemos que muchos godos sirvieron en sus ejércitos. Podría ser también
una forma pre-turca, de origen altaico (compárese con Atatürk y con Alma-Ata,
la actual Almaty). Es muy posible que provenga de “atta” (padre) y de “il”
(tierra, país), con el sentido de “tierra paterna” o “madre patria”. Atil era
asimismo el nombre altaico del actual Volga, río que tal vez dio su nombre a
Atila.
·
En la actualidad numerosas teorías
vinculan a la nación húngara con los hunos. Una sub-etnia dentro de los
húngaros conocida como Székely posee trazos genéticos en común con los antiguos
hunos. Los Székely originalmente son de habla húngara y llegaron a la cuenca
panónica previamente a la “gran ocupación del hogar”, comandanda por el Gran
Príncipe húngaro Árpad en el 896. Por consiguiente, se estima que los székely o
llegaron un par de siglos antes que los magiares, o llegaron junto con los
hunos de Atila. El hecho es que tanto los magiares como los székely, así como
muchas otras etnias, eran parte del enorme mosaico conocido como los “hunos”,
los cuales no eran una sola etnia sino cientos de tribus fusionadas en un solo
imperio. En el caso de los propios magiares, el grupo de casi 300.000 personas
que llegaron con Árpad estaba compuesto por siete tribus unificadas (Vista la
idea del punto en el que se habla de las exorbitantes cifras de guerreros, ¿se
está diciendo aquí que todos lo eran, o había mujeres, niños y ancianos entre
ellos?).
A pesar de su gran
fama, poco se sabe del fin de este pueblo que atravesó 10.000 km hasta llegar
desde Mongolia a Hungría. La hipótesis más razonable parece ser que la
desintegración del imperio de los hunos a la muerte de Atila y las enfermedades
europeas (para un pueblo de la estepa asiática con un sistema inmunitario no
habituado a ellas) dividieron y diezmaron a la población, que se fue mezclando
por diferentes regiones, principalmente en Hungría y Rumanía. No parece muy
lógico que tras 100 años de asentamiento en Europa, ese pueblo desapareciera
por completo, o volviera a rehacer el camino a la actual Mongolia. Entre una de
las propuestas medievales, los príncipes y reyes húngaros se consideraban
descendientes directos de Atila, afirmando que habían abandonado Europa
nuevamente hacia Asia y que tras cuatro siglos regresaron a reclamar su
herencia como descendientes del “Azote de Dios”. Si en efecto eran
descendientes de Atila o no, Árpad y sus descendientes realmente lo creían, así
como toda la población circundante, lo cual les sirvió para legitimarse en el
poder. Dicha creencia de que Árpád descendía de Atila se mantuvo inalterada por
lo menos por más de medio milenio entre los académicos medievales y
renacentistas húngaros y a nivel mundial.
Bibliografía
- Historia Bizantina, Prisco.
- Origen y gestas de los godos, Jordanes.
- Cantar de los Nibelungos
- Saga de los Volsungos
- Edda poética
- The Age of Attila: Fifth-century Byzantium and the Barbarians, Ann Arbor. 1960.
- The World of the Huns: Studies in Their History and Culture, Maenchen-Helfen, Otto. 1973.
- The Fragmentary Classicising Historians of the Later Roman Empire, vol. II, Blockley, R.C. 1985.
- El imperio de las estepas: Atila, Gengis Kan, Tamerlán, Grousset, René. 1991.
- Los hunos, tradición e historia, Bock, Susan. 1992.
- A History of Attila and the Huns, Thompson, E.A. 1999.
- A hunok és a magyarok cselekedetei, Kézai, Simon /Keszi, Simon. 1999. En Gesta Hunnorum et Hungarorum.
- Pasajes de la Historia, Cebrián, Juan Antonio. 2001.
- Atila, conquistador en el siglo V, líder en el siglo XX, Roberts, Wess. 2001.
- Atila, Bussagli, Mario. 2005.
- Les huns: Le grand empire barbare d'Europe (IVe-Ve siècles). Bóna, István. 2002.
- El esclavo de Atila, Gárdonyi, Géza. 1998.
- Atila, el Azote de Dios, William Dietrich. 2005.
- Atila, el Rey Bárbaro que Desafió a Roma, John Man, 2006.
- Serie de novelas sobre Atila, William Napier.
Filmografía
·
Warriors: Atila el Huno, Canal de Historia.
Documental.
·
Los Hunos, Canal de Historia. Documental.
·
Atila, Hombre o Demonio, Pietro Francisci
(Anthony Quinn, Sophia Loren). 1954.
·
Atila Rey de los Hunos, Douglas Sirk (Jeff
Chandler, Jack Palance). 1955.
· Atila el Huno,
Dick Lowry (Gerard Butler, Tim Curry). 2001.
¡¡¡Holaaa!!!
ResponderEliminarSoy Clau de laratonadebiblioteca.blogspot.com.
Vengo de la iniciativa de granitos de arena.
Saludos.
Buenas tardes, Claudia. Encantado de conocerte y de tenerte como seguidora. Si no lo he hecho mal, creo que también me tienes de seguidor en tu blog, jejeje...
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