SOLIMÁN
EL MAGNÍFICO
LA GLORIA DEL IMPERIO OTOMANO
José
Francisco Sastre García
Conocido en Occidente como el
Magnífico debido al esplendor con el que se envolvía en su corte y a la gran
campaña que desarrolló para expandir su imperio hasta cotas no soñadas, el gran
Sultán Solimán I fue capaz de conquistar buena parte de la Europa Oriental,
llegando hasta Viena, junto con un amplio territorio de Oriente Medio y el
Norte de África.
Al parecer fue un gran amante de las
artes y las ciencias, rodeándose de filósofos, poetas y científicos. Veamos
hasta donde llegó su gloria, por la cual los árabes lo denominaron Kanuni, el
codificador o el legislador…
El personaje
Nuestro protagonista nace el 6
noviembre de 1494 en Turquía, en Trebisonda (conocida entre los turcos como
Trabzon), y termina sus días un 6/7 de septiembre de 1566 en Hungría, en plena
campaña de conquista. Su padre era Selim I Yavuz.
Cuando contaba con 7 años fue
enviado al Palacio de Topkapi, en Estambul, donde comenzó a aprender
literatura, tácticas militares, ciencia y teología. Aquí es donde comenzaría a
gestarse el germen de su futuro, donde trabaría amistad con Pargali Ibrahim Pasha, un esclavo que,
más adelante, llegaría a convertirse en su consejero de mayor confianza y Gran
Visir.
Cuando contaba con 17 años fue
nombrado gobernador de Estambul; posteriormente, tras un breve periodo en
Edirne (Adrianópolis), sería enviado a Sarukhan (Manisa). Durante este período
aprendió cómo administrar un territorio por las duras: se trataba de una zona
en la proliferaban los bandidos, y ello le forzó a tomar medidas drásticas con
las que consiguió restaurar el orden; todo esto le dio a su vez una experiencia
legislativa que sería la que llevaría a que sus coetáneos le reconocieran como Kanuni, legislador.
Cuando su padre muere en 1520,
Solimán, con 26 años, se convierte en califa y comienza a gobernar el imperio
otomano: empieza a partir de este momento un periodo de expansión que lo
llevaría hasta unas cotas desconocidas para el pueblo turco hasta aquellos
momentos…
En primer lugar tuvo que hacer
frente, en 1521, a
una revuelta promovida por el gobernador de Damasco: una vez reprimida, su
mirada se volvió hacia Europa, comenzando a preparar a sus ejércitos y estudiar
las estrategias que hicieran caer aquel territorio en sus manos, comenzando por
Belgrado, considerada la antesala del duro reino de Hungría, al que hasta aquel
momento no habían sido capaces de doblegar. Sin embargo, parecía que la
situación estaba a punto de cambiar: la muerte del rey Matías Corvino había
sumido al reino en una grave crisis. No había heredero directo, y las distintas
partes que deseaban acceder al poder se enzarzaban entre ellos, indiferentes al
peligro que acechaba en su frontera oriental: los gobernantes recién instaurados,
la Casa de los
Jagellón, acabó por caer ante la nobleza húngara que reclamaba el trono ante
ellos, lo que conllevó a que Hungría, al menos en apariencia, se convirtiera en
una fruta madura a punto de caer.
El sultán asedió Belgrado en ese
mismo año de 1521: tras rodearla, se dedicó a bombardearla metódicamente, hasta
que la ciudad se rindió ante él en agosto: con una escasa guarnición de unos
700 defensores y sin ayuda de Hungría, era imposible que pudiera aguantar bajo
tal presión.
Aunque el camino estaba abierto ante
él para conquistar Hungría sin apenas problemas, Solimán decidió dirigirse
hacia la isla de Rodas: su posición estratégica cercana al Asia Menor llevaba
tiempo causando problemas serios al imperio otomano, por lo que su intención
fue la de sacarse aquella dichosa espina: en 1522 se puso al frente de unos 400
barcos y 100.000 hombres, a los que condujo desde Asia Menor hacia su objetivo.
Históricamente, la toma de Rodas
debió ser un formidable encuentro de brutales choques entre ambos ejércitos,
que acabó por saldarse con la rendición de la isla; tal vez debido a la férrea
oposición que habían planteado frente a él, el Sultán decidió reconocer el
respeto debido a los Caballeros de Rodas y les permitió marchar: éstos se
dirigieron a la isla de Malta, donde se establecerían. Mientras tanto, en 1523,
en la Corte, su
amigo Ibrahim es ascendido al rango de Gran Visir y comienza una meteórica
carrera hacia la cima del poder, convirtiéndose incluso en el gran comandante
de los ejércitos en la Europa Oriental,
el segundo al mando después del Sultán.
A partir de este momento hubo un
intervalo de paz entre Hungría y los turcos, pero no estaba destinado a durar
demasiado: Solimán tenía la vista puesta en Europa, y no iba a parar en
ciernes. En 1526, tras el deterioro de las relaciones entre ambos reinos, se
reanudaban las hostilidades y el imperio otomano volvía a avanzar contra los
cristianos: el 29 de agosto se enfrentaban Solimán y Luis II, rey de Hungría,
en la batalla de Mohacs, que finalizó con la derrota y muerte del monarca
europeo, luctuoso hecho del que dijo el turco lamentarse al encontrar su
cadáver; este golpe supuso el desmoronamiento de la resistencia al invasor,
dejando a los turcos como el imperio más poderoso de la Europa Oriental, ocupando entre
otras ciudades Buda.
Para el reino de Hungría aquéllas no
podían ser peores noticias: después de haber conseguido una monarquía estable
en medio del maremagno surgido tras la muerte de Matías Corvino, ahora se veían
abocados de nuevo al caos y la anarquía que inevitablemente aparecían cuando
las diferentes facciones luchaban por el poder:
- De una parte se encontraba Fernando I de Habsburgo, gobernador de Austria, que estaba unido a la familia del fallecido rey por lazos de sangre, y que aducía que existían acuerdos previos en los que se hablaba de que la Casa Austríaca accedería al trono si Luis no dejaba herederos tras su muerte.
- De otra, una parte de la nobleza húngara prefería al conde Juan Szapolyai: coronado como Juan I de Hungría, no sólo no había sido reconocido como tal por los europeos, sino que además contaba con el beneplácito de Solimán, lo que viene a indicar claramente el tipo de monarca que había de ser.
El
conflicto estaba servido en bandeja de plata: Fernando intentaba conseguir tanto
territorio húngaro como le fuese posible, lo que degeneró en la división final
del reino en 1541:
·
El Sultán reclamó para sí lo que
se conocía como la Gran Llanura
Húngara, que viene a ser más o menos la actual Hungría.
·
Una vez eliminada la rebelión de
Stephen Maylad, Solimán colocó al frente del gobierno de Transilvania a
Szapolyai, convirtiéndolo en un estado vasallo de su imperio.
·
Por su parte, Fernando reclamó lo
que se denominaba la Hungría Real,
que venía a abarcar lo que son actualmente Eslovaquia, Croacia Occidental y los
territorios adyacentes.
La
situación era, en el mejor de los casos, insegura: todas las partes estaban
pendientes de cómo sacar tajada de ella, y así se demostró cuando Carlos V y el archiduque de Austria,
Fernando, se movilizaron y ocuparon Buda, arrebatándosela a los turcos; a
continuación cayó el resto de Hungría.
Solimán
no estaba dispuesto a permitir semejante afrenta, lo que hizo que en 1529 se
pusiera de nuevo en marcha y avanzara por el valle del Danubio: en otoño de ese
mismo año Buda era reconquistada por los otomanos.
Pero
ya no estaba dispuesto a conformarse: quería Europa, y el siguiente punto que
se erguía firme ante su objetivo era Viena, que contaba en esos momentos con
una guarnición de unos 20.000 hombres. Por su parte, los otomanos habían
movilizado unos efectivos calculados, según las diferentes fuentes que se
manejen, entre 90 y 200.000 soldados, entre los que se contaban los jenízaros,
el cuerpo de elite del ejército turco, formado en buena parte por combatientes
no musulmanes, tomados entre los hijos capturados durante sus conquistas a los
que les había inculcado un odio feroz hacia los europeos que no habían sido
capaces de defenderlos, un cuerpo al que habían aprendido a temer en Occidente
debido a la ferocidad y habilidad con que se desenvolvían en la batalla.
La
batalla acabó en la primera gran derrota del ejército turco y sus ansias de
conquista de Europa. ¿Cuáles fueron los motivos de semejante debacle a pesar de
la manifiesta superioridad de los sitiadores?
·
Las líneas de suministros otomanas
eran débiles, y fáciles de destruir cuando conseguían atajarlas por la
retaguardia o por los flancos.
·
El mal tiempo se ensañó con el
ejército de Solimán: el material de asedio que intentaban llevar hasta las
cercanías de la ciudad se quedó atrapado en los barrizales, por lo que su
principal baza para abrir una brecha por la que se colaran sus tropas al asalto
se vino abajo.
·
Resultaron fundamentales en la
defensa de la ciudad dos cuerpos de soldados: de una parte, unos 1.000
lansquenetes alemanes que dirigía el veterano de la batalla de Pavía, Nicolás
de Salm; y de otra 700 arcabuceros españoles enviados por María de Hungría,
reina hermana de Fernando, que consiguieron impedir que el enemigo se
estableciera en las vegas del Danubio, lo que le hubiera dado un puesto
estratégico importante para tomar Viena.
Sin
embargo, ese revés no detendría por mucho tiempo a Solimán: en 1532 intentaría
de nuevo asaltar la ciudad, tratando de forzar la llamada Puerta de Europa,
pero el mal tiempo comenzó de nuevo a pasarle factura y hubo de retroceder
antes de llegar al asedio.
Por
el momento, decidió renunciar al sueño de campar a sus anchas por la vieja Europa:
se dedicó a reforzar las fronteras que había conseguido establecer, y a continuación
se volvió para enfrentarse a Persia, al Shah Tahmasp de la dinastía Safávida.
Esto
se debió a dos motivos fundamentales, que indicaban la seria amenaza que
representaba aquel reino para los intereses de los turcos:
- El gobernador de Bagdad, leal a Solimán, fue asesinado por orden del persa y, a continuación, sustituido por uno de sus partidarios.
- En Bitlis, el gobernador había decidido cambiar su posición y abandonaba el vasallaje a los otomanos para jurar fidelidad a los safávidas.
Tal
estado de cosas hizo que en 1533 Solimán decidiera enviar a su Gran Visir y
amigo Ibrahim Pasha al frente de un ejército que pusiese las cosas en orden:
Bitlis fue retomada, y Tabriz ocupada sin ninguna resistencia. Al ver aquello,
el Sultán se puso en marcha y decidió reunirse con su leal consejero en 1534
para avanzar en la conquista del territorio persa. Poco después, su consejero
regresaría a la Corte
imperial.
Resultó
que el Shah no tenía intención de ofrecer una batalla clara: conocedor de los
métodos militares y estrategias de su enemigo, decidió ofrecer territorio antes
que combatir, esperando que el ejército otomano se debilitara expuesto a las
duras inclemencias persas. En 1535 las tropas turcas hicieron una gran entrada
en Bagdad, que se rindió sin lucha. En ese momento, Solimán quedaba afianzado
como el líder indiscutido del mundo islámico, así como el legítimo sucesor de
los califas de la dinastía abasí.
En
el ínterin, en la Corte Imperial
las intrigas se cobran un alto precio: la rapidez con que el Gran Visir
Ibrahim, amigo íntimo de Solimán, había adquirido un desmesurado poder, y la
enorme acumulación de riquezas que había adquirido, le habían supuesto una gran
cantidad de enemigos, que sembraban las dudas en la mente del Sultán: durante
la campaña de que hablamos, le llegaron rumores acerca de la soberbia de su
consejero, que al parecer se había arrogado el título de serasker sultan, lo que suponía una gravísima ofensa contra
su señor.
Los
problemas entre Solimán y su amigo aumentaron cuando surgió una fuerte
discusión entre Ibrahim y el Ministro de las Finanzas, Iskender Chelebi. El
asunto se resolvió con la acusación de conspiración del Gran Visir contra el
Ministro, y la condena a muerte de éste último.
Pero
las cosas no habrían de quedarse ahí: antes de su ejecución, Chelebi acusó a su
vez al gran consejero de conspiración contra el Sultán, lo que al parecer
convenció a éste acerca de la deslealtad del que había considerado como su más
íntimo amigo. Puesto que había jurado no condenarlo a muerte jamás, se veía en
una desagradable tesitura que se resolvió con la aparición, el 15 de marzo de
1536, del cadáver de Ibrahim en el palacio Topkapi.
Quizás
tratando de arrinconar el recuerdo de la amistad fallida del GranVisir, Solimán
decidió poner fin a la delicada situación persa: quería acabar con Tahmasp
cuanto antes y dominar por completo Persia, por lo que se embarcó en una nueva
campaña: entre 1548 y 1549 lo persiguió por el Cáucaso, sin poder enfrentarse a
él ya que, de nuevo, rehuía el combate, enfrentándose al duro invierno de esa
región, lo que motivó que hubiera de abandonar el proyecto: de resultas de esta
guerra, por llamarla de alguna manera, consiguió Tabriz, Azerbaiyán, presencia
en la provincia de Van y la instalación de algunos fuertes en Georgia.
Sin
embargo, su empeño seguía intacto: no quería permitirse dejar a sus espaldas a
un rival como el Shah, por lo que en 1553 intentó acabar con él una vez más. De
nuevo, los persas se mantenían en su línea de no enfrentarse directamente al
poderoso ejército turco. Es durante este intervalo, en 1552, cuando se produce
la muerte de Mustafá, el hijo del Sultán que en principio tendría que haber
heredado el imperio, a manos de los eunucos de Solimán. Pocos meses después,
Jihangir, otro de los hijos, moriría, al decir de algunos de dolor por la
pérdida de su medio hermano…
El
hijo de Tahmasp consiguió arrebatar algunos territorios en Erzurun, pero
Solimán no era hombre que se quedase parado ante semejantes golpes y
contraatacó, recuperando la ciudad; de inmediato cruzó al Éufrates y asoló
zonas persas.
El
Shah intentaba a toda costa que las tropas del Sultán se debilitaran por el
enfrentamiento con las inclemencias y el agreste territorio, buscando el punto
en que Solimán hubiera de verse obligado a retirarse o a firmar algún tipo de
acuerdo al comprobar que no podría doblegar a su enemigo, cosa que consiguió en
1554: el Sultán firmaba por fin un tratado mediante el cual ponía fin a sus
campañas en Asia y devolvería Tabriz a los persas; a cambio se aseguraba Bagdad,
la Mesopotamia
inferior, las desembocaduras del Tigris y el Éufrates y una parte del Golfo
Pérsico. Por su parte, el rey persa prometió dejar de hacer incursiones en el
territorio otomano.
Solimán
ya disponía de un considerable territorio que gobernar perfectamente
consolidado; sin embargo, pronto descubrió que no todo estaba ganado: el
almirante de Carlos V, Andrea Doria,
dio un buen golpe de efecto ante el emperador turco al arrebatarle la fortaleza
de Koron, en el Peloponeso, lo que supuso un revulsivo para el otomano: sabía
que el poderío español en el mar no era una cuestión baladí, y su presencia en
el Mediterráneo Oriental no dejaba de resultar algo sospechoso, una probable
fuente de complicaciones para Solimán, que temía que Carlos V pretendiera
disputarle la hegemonía marítima e, incluso, terrestre.
Así
pues, el Sultán mandó llamar a su mejor almirante, Khair ad Din, a quien en
Europa se le conocía como Barbarroja,
y le encargó construir una flota tal que pudiera rivalizar y superar el poderío
naval de todas las potencias europeas juntas.
Comenzaba
la lucha por el mar: si bien en 1535 Carlos V consiguió derrotar a los turcos
en Túnez, las rencillas entre los distintos reinos europeos se mantenían
incólumes, prestándose a todo tipo de componendas: en 1536, el rey francés
Francisco I se aliaba con Solimán contra Carlos V.
De
resultas de todas estas intrigas salió la batalla de Preveza, en 1538, que
acabó con la victoria de Barbarroja sobre la armada española; este mazazo
supondría la consolidación del mediterráneo oriental como feudo otomano durante
los 33 años siguientes, hasta la batalla de Lepanto, en 1571, que acabó
definitivamente con el poderío marítimo turco.
Pero
nos estamos adelantando: después de Preveza, Solimán se anexionó grandes zonas
del Norte de África: Tripolitania, Túnez y Argelia, como estados berberiscos,
cayeron en poder del Sultán y se convirtieron en provincias autónomas del
poderoso imperio otomano, dando pie a un interminable conflicto entre Solimán y
Carlos V, que intentó expulsar a los turcos de aquellos territorios en 1541 sin
conseguirlo.
Durante
un cierto tiempo el dominio naval del Mediterráneo fue netamente otomano: los
barcos europeos se veían continuamente acosados. También consiguieron el
control del Mar rojo y el Golfo Pérsico, dominio que finalizó cuando los
portugueses aplastaron la flota en 1554; después de esto, Portugal seguiría
atacando a Solimán, en busca del control del Golfo de Adén, en lo que
actualmente es el Yemen.
Mientras
tanto, los conflictos políticos y las intrigas proseguían interminables en
Europa: el rey francés Francisco I había firmado un tratado de paz con Carlos V
en 1538, tras la batalla de Preveza, pero más adelante, en 1542, consideró
oportuno cambiar nuevamente de bando y aliarse una vez más con el Sultán. De
resultas de ello, el monarca español se alió, en 1543, con Enrique VIII de
Inglaterra.
Esta
alianza hizo comprender al galo la delicada situación en que se estaba poniendo
ante sus eternos rivales, lo que derivó en que, finalmente, se vio forzado a
firmar la Tregua de Crepy-en-Laonnois.
Por
su parte, Carlos V se encontró en una igualmente delicada situación económica:
los enormes gastos que la guerra contra los turcos generaba le obligaron
finalmente a firmar un tratado con Solimán que resultó especialmente
humillante.
El
Emperador otomano debía estar pasándoselo en grande con las puñaladas que los
reinos occidentales se daban entre sí en su afán de aumentar su primacía o
disminuir la del contrario, y se frotaba las manos ante las suculentas
posibilidades que tal situación le proporcionaba; así, cuando en 1544 España
declaró la guerra a Francia, Francisco I le pidió ayuda: el Sultán envió una
flota bajo las órdenes de su gran almirante Barbarroja. Esto supuso una nueva
derrota para los españoles, y la pérdida de Nápoles a favor de los otomanos.
La
alianza turco-francesa tuvo varios resultados, entre los cuales dos de los más
preponderantes fueron:
·
Solimán concedió a su gran
comandante el título de Beyler Bey,
lo que traducido vendría a ser “Comandante de Comandantes”.
·
La cruenta batalla entre Andrea
Doria y el capitán turco Dragut, que
llevaba siendo una muy molesta espina en la carne de las flotas occidentales, que
finalizó dejando las costas mediterráneas del Norte y del Sur en manos de los
otomanos.
Los hijos del Sultán parecían estar sometidos a un destino fatal: Selim
y Bayazid, los dos supervivientes de toda la familia, se enfrentaron entre
ellos por la sucesión, resultando el segundo derrotado en la batalla de Konya,
en 1559, y viéndose obligado a refugiarse en tierras persas, bajo la égida del
Shah, pero no le sirvió de mucho: el poder de Solimán era muy grande, y merced
a sus presiones para que su vástago fuera entregado o ejecutado, consiguió que
finalmente se cumpliera esta segunda sentencia, que se extendió a toda la
familia del infortunado, para evitar que pudiesen surgir nuevos problemas
sucesorios… De esta manera, se consolidaba definitivamente el último
descendiente y heredero, que gobernaría a la muerte del Sultán como Selim II.
Por otra parte, Solimán había de habérselas también con los Caballeros
de Malta, anteriormente de Rodas. Después de su marcha de la isla griega y su
nuevo asentamiento en 1530, desplegaron una flota cuyo objetivo fue en todo
momento hostigar, que no batallar abiertamente, a la flota turca; algunas
estimaciones hablan de que mientras estuvo Jean Parisot de La Vallette de Gran Maestre,
se capturaron más de 3.000 esclavos turcos y berberiscos. Además, al ver cómo
aumentaban los ataques turcos por todo el Mediterráneo, previeron la
posibilidad de que pudiera darse un asalto contra ellos debido a su excelente
posición estratégica, por lo que fortificaron a conciencia sus tres fortalezas
principales, San Telmo, San Miguel y Sant Angelo, lo que más adelante se demostraría
como una auténtica visión de futuro.
Si Dragut fue la piedra en el zapato de los occidentales, los
Caballeros de Malta lo eran de los turcos; por ello, el Sultán decidió acabar
con todo aquello y, para zanjar la cuestión de la supremacía marítima en el
Mediterráneo, ordenó el asedio y toma de Malta: bajo las órdenes directas de
Dragut, y con los subcomandantes Pialí y Mustafá gobernando una fuerte flota de
entre 200 y 250 naves según las fuentes que se manejen, y una fuerte oscilación
entre 20.000 y 48.000 otomanos, en 1565 dio comienzo lo que se conoce como el
Gran Asedio de Malta.
Al parecer, los invasores cometieron muchos errores de bulto en este
intento de asalto que se saldó con una estruendosa derrota en la que perdieron
alrededor de un tercio de sus efectivos, aunque se habla, seguramente con
exageración, de unos 30.000, bajo una férrea defensa dirigida por los
Caballeros de Malta y los refuerzos españoles que llegaron a tiempo para evitar
la masacre de los malteses, los temidos tercios. El mismo Dragut cayó muerto en
las batallas que se sucedieron en la isla, según unas versiones por una
afortunada bala maltesa, según otras por un cañón turco... Por el contrario,
los Caballeros y la población maltesa sufrieron un duro golpe: para ellos fue
una victoria pírrica, de la que llegaron a dudar varias veces debido a los
informes acerca de los avances turcos a lo largo de la isla…
Los sueños de Solimán de apoderarse de la vieja Europa se derrumbaban
como un castillo de naipes: Malta hubiera sido un importante punto estratégico
para abrir las puertas de la entrada desde Italia, al tiempo que seguía
acosando Hungría, pero la debacle sufrida en su enfrentamiento con los
Caballeros y los españoles le obligaba a cambiar sus planes drásticamente.
Así las cosas, decidió lanzarse de nuevo sobre Hungría: sin embargo, en
esta ocasión se enfrentaba no sólo a los europeos, sino también a un enemigo
más insidioso y letal: la peste había hecho acto de aparición entre sus filas,
y la parca se llevaba con ella, según se cuenta en los escritos de la época, a
un tercio de sus filas.
En 1566 se encontraba sitiando la ciudad de Szitgevar. La población
estaba a punto de capitular, pero un hecho trascendental daría al traste con
todos los planes: según unas versiones lo alcanzó la peste, y según otras fue
un ataque de apoplejía lo que lo llevó a la tumba. Acababa así el hombre que
había conseguido crear un formidable imperio…
Su cuerpo sería trasladado a Estambul, donde sería enterrado, junto con
su esposa favorita, Roxelana, en la Mezquita de Süleymaniye, en unos mausoleos
adjuntos a la mezquita.
En el terreno administrativo, podemos decir que Solimán no se limitó a
ser un guerrero, sino que se dedicó a modificar las leyes para adaptarlas al
cambiante imperio que gobernaba.
Así, aunque se regía por la
Shari’ah, la Ley Islámica,
en lo tocante a ciertos aspectos (Kanuns)
la única ley era su palabra.
Uno de los puntos en que se detuvo fue en el asunto de los Rayas, los
cristianos que trabajaban las tierras pertenecientes a los spahis. Reformó la
ley de tal manera, tanto en lo tocante a los impuestos y al status que se les
asignaba, que se llegó a la insólita situación de que hubo cristianos que
emigraban hacia sus territorios para beneficiarse de tales reformas.
También prestó especial atención a los asuntos criminales, reduciendo
los casos de pena de muerte y aplicando sanciones específicas y ejemplares para
cada delito u ofensa.
Otro de los puntos fue el de la educación: procuró reducir al máximo el
analfabetismo, escolarizando a los niños para que aprendieran a leer, a
escribir y, por supuesto, los principios del Islam. En la capital aumentó el
número de colegios de primaria (mektebs)
a catorce. A partir de ese momento, quienes deseasen recibir más educación
tenían la posibilidad de ingresar en alguna de las ocho madrazas, donde la
enseñanza era mucho más amplia: gramática, sintaxis, lógica, metafísica,
filosofía, estilística, geometría, astronomía y astrología… Venían a resultar
una especie de universidades, en las que los graduados podían acabar como
imanes o profesores.
Alrededor de las mezquitas no había sólo estos centros educativos:
también se construían bibliotecas, refectorios, fuentes, cocinas, hospitales
públicos…
Habitualmente se considera a Solimán como un gobernante justo: en
contraposición a muchos de los reyes y gobernantes que ha habido y hay a lo
largo de la historia, para elegir a sus subordinados se guiaba no por su
popularidad o por su estatus social, sino de acuerdo a sus méritos. En lo
tocante a este aspecto, son altamente reveladoras las palabras del embajador
austríaco Ghiselain de Busbecq: “al
realizar nombramientos el sultán no presta atención a pretensión alguna por
cuestiones de riqueza o rango, ni toma en consideración las recomendaciones de
la popularidad; considera cada caso por sus propios méritos y examina
cuidadosamente el carácter, la capacidad y la disposición del hombre de cuya
promoción se trata”.
En las cuestiones culturales, se puede decir que el Imperio otomano
llegó a la edad de oro de su desarrollo cultural bajo la égida de Solimán.
Aparte de los colegios para la educación de los infantes, también se
administraban enseñanzas artísticas en las sociedades artísticas imperiales (Ehl-i
Hiref, “comunidad de talentos”),
una especie de gremios en los que, tras un periodo de aprendizaje, los artistas
y artesanos podían ascender dentro de su grupo, cobrando grandes cantidades
monetarias en cuatro entregas anuales.
Estas comunidades de talentos
resultaban en un formidable caldo de cultivo para las ciencias y las artes,
atrayendo hacia su seno a todos los talentos del territorio conquistado,
generando así un crisol en el que se fusionaban las culturas turca, islámica y
europea.
Asimismo, redujo la notable
influencia persa que había tenido el imperio en tiempos de su padre en
beneficio de un legado artístico propio, consolidando la cultura otomana con
fuerza.
De Solimán se dice además que era un
gran poeta que escribía tanto en persa como en turco. Algunos de sus versos han
llegado incluso al punto de convertirse en proverbios turcos.
Arquitectónicamente hablando, se
dedicó a convertir la capital, Estambul, en el centro de la civilización
islámica mediante un desarrollo que habría de convertirla en la mayor maravilla
del mundo árabe, más espectacular si era posible que Bagdad o Damasco: el
dinero fluía abundantemente para construir puentes, mezquitas, palacios,
edificios con fines sociales o de caridad… Entre sus logros, atribuidos
principalmente a Mimar Sinan, el gran arquitecto del Sultán, se cuentan la Mezquita Süleymaniye, la restauración de la Cúpula de la Roca en Jerusalén y los muros de esta ciudad, la
renovación de la Kaaba
o la construcción de un complejo en Damasco…
Por lo que respecta a su vida
“familiar”, diremos que las esposas oficiales de Solimán fueron dos, Hurrem y
Gulbahar (aunque algunas fuentes le asignan tres), y que le dieron ocho hijos y
dos hijas; de estas mujeres, su favorita era Hurrem Sultan, conocida en la
corte turca como Russelazie o Roxelana, debido a su origen: al parecer se
trataba de la hija de un sacerdote ucraniano ortodoxo, ruteno, que fue
capturada durante las campañas turcas y criada dentro del harén. Al parecer debió
tratarse de una mujer de carácter, ya que por ella el Sultán había roto con
varias tradiciones:
·
Aunque la ley lo prohibía
expresamente, había convertido en una de sus esposas legales a una concubina
del harén.
·
Permitió que se quedara en la Corte junto a él durante
toda su vida, incumpliendo así el mandato por el cual cuando los herederos
imperiales alcanzaban la mayoría de edad se les enviaba, junto con la concubina
que los engendró, a gobernar las provincias más lejanas del imperio, con el fin
de que no regresaran a no ser que se convirtieran en herederos inmediatos al
trono.
Asimismo, se considera que Roxelana pudo haber estado detrás, cuando
menos en parte, de las intrigas acerca del nombramiento del sucesor del Sultán.
Precisamente, el problema estribaba en que el heredero directo, Mustafá, no
procedía de ella, sino de Gulbahar, por lo que, de acuerdo con los usos de la
época, una vez designado el sucesor había que eliminar a todos sus rivales: si
deseaba evitar la pérdida de sus vástagos y conseguir que fuera uno de sus
hijos el nuevo Sultán, Mustafá había de desaparecer del mapa…
Consideraciones
- Al parecer Solimán era un hombre hábil, buen estratega, y con unas ideas muy claras; tendríamos que pensar en cuáles fueron sus motivaciones para lanzarse a la guerra de expansión en la que se embarcó: ¿se trató simplemente de un mero afán expansionista, o tal vez de una especie de Guerra Santa contra el infiel? No olvidemos que estamos hablando de la fe islámica, una religión en la que la Yihad o Guerra Santa está considerada como algo bueno y necesario, y aún más en la época en que nos ocupa, en que la religión ocupaba un puesto mucho más importante que el que ocupa actualmente en las sociedades.
No
parece tratarse del caso de una guerra de fe, pues no sólo no hubo, al menos
aparentemente, una obligación expresa de conversión al Islam, al tiempo que
impulsaba la cultura y el arte: se dedicó a expandirse y a controlar un
territorio cada vez mayor, limitándose a doblegar a las poblaciones.
- Desde la Europa de las tres grandes potencias (España-Francia-Inglaterra), entre éstas ha habido siempre un “pique” formidable: nada dispuesta ninguna a ceder el poder que ostentan, en todo momento se han mostrado “amablemente” dispuestas para aliarse dos de ellas contra la que destacara un poco más en cada momento, o para buscar “amigos” inverosímiles que las ayudaran en su búsqueda del gran imperio, y ello se ve en este caso. Francia, celosa del poder que en ese momento ostenta España, que se pasea con sus tercios por media Europa y ya domina los imperios precolombinos americanos, se alía con los turcos para obstaculizar los afanes imperiales de Carlos V. Me pregunto cuál podía ser la idea de Francisco I al montar semejante componenda con el por entonces más implacable enemigo de la cristiandad… ¿Acaso pensaba que le iba a ir mejor con Solimán, o fue sólo la típica rabieta de “ni para ti ni para mí”?
- El Asedio de Viena de 1529 muestra a las claras una de las facetas de Solimán, la del conquistador empecinado. Mitificado en diversas novelas, nos muestra cómo a pesar de no estar tan bien equipados como debieran para tomar una ciudad fortificada y que además los esperaban (Nicolás de Salm mandó recoger todas las provisiones y recursos posibles y guardarlos dentro de Viena, así como quemar todo resto o construcción que quedara fuera de las murallas y reforzar éstas), el ejército otomano se empeñó en forzar la que se conocía como la Puerta de Occidente, que de caer dejaría el camino abierto para la caída de Europa en manos turcas. Un grave error que le costaría muy caro, puesto que una ciudad como aquélla no podía ser tomada a no ser que se contara con los instrumentos de asedio adecuados, que se habían quedado por el camino debido a los barrizales formados por el mal tiempo. Para que nos hagamos una idea de lo que debió suponer este quebranto, fue la primera vez desde su formación como cuerpo militar en que los jenízaros se quejaron de perder sus vidas sin nada a cambio; al final consiguieron la promesa de recibir una mayor paga para mantenerse en la línea del combate.
A
pesar de todo, ante las abrumadoras fuerzas que intentaban el asalto, hay que
reconocer que se trató de otra de esas grandes gestas de la historia: aunque a
buen seguro haya sido magnificada por los vencedores (¿200.000 turcos lanzados
al asalto de Viena?), no cabe duda de que los defensores se comportaron como
auténticos leones para evitar que el infiel llegara a cruzar sus puertas…
- Hablemos por un momento del Gran Asedio de Malta, aunque no entraremos en los detalles de la larga batalla que acabó en un descalabró para el Gran Turco. Las cifras cantan por sí solas, la victoria de los Caballeros de Malta fue pírrica, mientras que la derrota otomana fue aplastante. Ahora bien, ¿30.000 turcos muertos? Es evidente que estas cifras están hinchadas por un motivo elemental: las tropas que se barajan entre las diversas fuentes oscilan entre los 20.000 y los 48.000 turcos, con la salvedad de que al contrastar unas con otras y con la fiabilidad de quien las sustenta, vemos que los más probable es que se acerquen más a la primera cifra que a la segunda. Como sabemos que al final huyeron con el rabo entre las piernas, podemos aventurar que estas cantidades son producto de la épica, del engrandecimiento de una gesta que de por sí fue muy notable, la de resistir a un enemigo muy superior y obligarlo a retroceder: es bastante más probable que las bajas otomanas estuvieran en torno a los 10 ó 15.000…
Lo
que sí se puede decir de este asedio fue que se trató de un combate épico,
similar al de Viena en su forma, aunque la estrategia fue absolutamente
distinta: las diferentes fuentes manejadas llevan más o menos la misma
impronta, así que es bastante probable que los hechos se desarrollaran de la
manera que se explican, por lo que lo primero que hemos de decir es que la idea
turca fue errónea en todo momento: si los Caballeros de Malta habían reforzado
todo lo posible sus fortificaciones, especialmente San Telmo, San Miguel y
Sant’Angelo, ¿cómo se les ocurrió la feliz idea de intentar forzar el paso por
la más poderosa, por San Telmo? Resulta evidente que tal estrategia sólo podía
dar como resultado lo que sucedió: una enorme pérdida de vidas y recursos para
los otomanos, aunque al final consiguieran aplastar el fuerte. Pero para
entonces ya se encontraban en una situación en la que su única salida era
lanzarse a saco sobre los otros dos castillos para aplastarlos uno por uno y
conseguir dominar la isla. ¿Lo hicieron así? No. Con Dragut muerto, que debía
ser el único estratega del alto mando turco, y Pialí igual, sólo quedaba
Mustafá, que decidió dividir sus fuerzas y atacar por tres frentes a la vez:
entre las fortalezas y los refuerzos españoles de Sicilia (que, para ser
sinceros, tampoco fueron tan exagerados, aunque eran los tercios e inspiraban
un sano temor entre sus enemigos), que al parecer llegaron a cargar como si los
respaldara todo el imperio español, los turcos debieron pensar que la partida
estaba perdida y se retiraron…
- Se sabe que Solimán e Ibrahim eran muy buenos amigos, lo que puede redundar en la vieja máxima de que “donde hay confianza da asco”. La rápida ascendencia del Gran Visir en cuestión de riquezas resulta cuanto menos sospechosa, pero no tiene por qué contemplar necesariamente la idea de una conspiración contra el Sultán. Así pues, cuando se produce el enfrentamiento entre Chelebi e Ibrahim, ¿qué es lo que podemos pensar? ¿Realmente había un complot en marcha, o era simplemente una cuestión de dos personas con un enorme poder y que no deseaban que ninguno le hiciese sombra al otro? Podríamos estar perfectamente ante infundios creados por ambos para quitarse del medio mutuamente. Y la guinda del pastel la pone Solimán cuando, en primer lugar, cree a su amigo y condena a muerte a su Ministro de Finanzas y después, en un alarde de “inocencia” propio de la época, fiarse de la palabra del moribundo cuando acusa a Ibrahim. Por entonces se partía de la base de que al borde de la muerte no tenía sentido decir mentiras, así que había de ser verdad. Pero, ¿y si en realidad se trató de una venganza post-mortem, de un odio imperecedero que impulsó a Chelebi a hacer caer a su rival fuera como fuera?
- Esta actitud nos lleva a otra cuestión: si Solimán es tan inteligente, tan culto y tan buen estratega, ¿cómo es que pudo caer en la red de intrigas que tejieron entre Ibrahim y Chelebi? Tal parece, como hemos indicado en el apartado anterior, que demuestra un cierto grado de candidez al presumir que un moribundo siempre dirá la verdad, sin darse cuenta, o prefiriendo ignorarlo quizás porque el poder que había adquirido su buen amigo se estaba convirtiendo en un estorbo y una amenaza, que el ser humano tiende a devolver golpe por golpe. Así, de un plumazo, se libra de su Ministro de Finanzas, que seguramente le estaba “sisando”, y de su Gran Visir, que se comportaba más como el Sultán que como su subordinado inmediato.
- También podemos hablar, a tenor de los datos históricos de que disponemos, del gran empeño y tesón del Gran Turco. Se puede comprobar que cada vez que se empecinaba en una idea, no paraba hasta llevarla a cabo o salir escaldado de ella. No hay más que ver los dos grandes asedios de que hemos hablado, el de Viena y el de Malta, en los que a pesar de los pesares sus ejércitos habían de doblegar a los defensores merced a su superioridad numérica y fiados en la dureza y habilidad de los legendarios jenízaros, que por cierto salieron muy malparados de ambos encuentros: si en Viena recibieron un jarro de agua fría, en Malta les cayó encima con balde y todo: pocos regresaron de las continuadas batallas.
Lo
que no resulta comprensible es que siendo como se supone un gran estratega, al
comprobar que no disponía del material de asedio necesario se empeñara en tomar
Viena al asalto, o que viendo que en Malta se habían fortificado al máximo no
buscara otra vía de asalto que no fuera la de la entrada principal por San
Telmo, procurando minimizar en la medida de lo posible la pérdida de soldados.
¿O fue más bien una decisión de sus almirantes? Tengamos en cuenta que entre
Mustafá y Pialí había un serio enfrentamiento, y que sólo se plegaban al
mandato de Dragut por el prestigio de que gozaba ante el Sultán. Es posible, y
sólo posible, que si el legendario pirata hubiera sobrevivido al asedio se
hubiera encontrado con el hacha del verdugo en Estambul por incompetente…
En
el caso de Viena, aún podemos añadir un punto más de discusión: por ese tiempo,
el Beyler Bey en Europa era Ibrahim,
el Gran Visir. ¿Era posible que quisiera ganar puntos ante su señor con la
conquista de una plaza como aquélla, y que el empeño en capturarla no
procediera del Sultán, sino de él?
Bibliografía
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- The Great Siege of Malta, Tony Rothman. Artículo en History Today,. 2007.
- El Sitio de Malta de 1565, Miguel Ribas de Pina. Artículo en Revista Ejército, nº. 18.
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La Sombra del Buitre, Robert Erwin Howard. 1934. El único relato escrito por Howard sobre
Sonja de Rogatino, reconvertida más tarde por obra y gracia de Marvel en Red
Sonja. Utiliza el asedio de Viena como telón de fondo para una historia de
intrigas y traiciones.
·
Esencia Oscura, Tim Powers. 1979. El Asedio de
Viena visto desde una perspectiva distinta, marcada no sólo por la idea
bélico-política de la conquista de Europa, sino además con la idea entreverada
de unos poderes sobrenaturales enfrentados entre sí y cuyo resultado decidiría
el destino del mundo.
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La Orden, Tim Willocks. 1996. Otra versión del Gran Sitio de Malta.
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Angels in Iron, Nicholas C. Prata. 1997. Revisión novelada del Gran Sitio de Malta.
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Ironfire (The Sword and the Scimitar), David Ball. 2004. El Gran
Sitio de Malta contemplado desde una perspectiva ligeramente diferente.
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Corsarios de Levante, Arturo Pérez Reverte. 2006.
Sexta entrega de la serie de aventuras del capitán Alatriste, se centra en las
andanzas de la piratería española en el Mediterráneo Oriental durante la época
del Gran Turco y da una apreciación bastante lúcida, y a la vez épica, del Gran
Asedio de Malta.
Fuentes en Internet
- Wikipedia
- http://www.mundohistoria.org
- http://www.biografiasyvidas.com
- http://www.portalplanetasedna.com
- http://www.taringa.net
Filmografía
- El Gran Sitio de Viena, Documental.
- Serie Historia de la Humanidad, episodio dedicado a Soliman el Magnífico. Documental. 2005.
- El Islam y la Civilización Cristiana. Documental. 2005.
- Solimano il Conquistatore, Vatroslav Mimica, Mario Tota (Edmund Purdom, Giorgia Moll). 1961.
- La Hija de Soliman, Remigio del Grosso (Joe Robinson, Yoko Tani). 1961.
- El Siglo Magnífico, Durug y Yalmur Taylan (Nebahat Chehri, Yalabik Okan). Serie. 2011. Como anécdota se puede reseñar que el Primer Ministro turco, Erdogan, la ha maldecido y condenado por considerar que hay demasiadas escenas de harén y demasiado pocas de guerra, teniendo en cuenta que Soliman fue, ante todo, guerrero.
Espectacular !!! Enhorabuena por tanta buena literatura Bien explicada, una narración extraordinaria.
ResponderEliminarUn abrazo !!!
Espectacular !!! Enhorabuena por tanta buena literatura Bien explicada, una narración extraordinaria.
ResponderEliminarUn abrazo !!!
Buenos días, Manoly. Lamento la tardanza en contestarte, no he tenido el ordenador hasta ayer...
EliminarMuchas gracias por tua palabras, intento que estos artículos sean lo más asequibles posibles y que el lector se interese por los temas que expongo. Espero que disfrutes del resto del material...
Saludos, y un abrazo para ti también.