sábado, 28 de enero de 2017

RAMSES II

RAMSES II
EL FARAÓN GUERRERO

José Francisco Sastre García

            En Egipto se produce un hecho muy curioso: la extraña mezcla de historia y misterio que se entrecruzan en un intrincado entramado de religión, arquitectura insólita, personajes fascinantes y eventos aparentemente insólitos para la época en que se producen, han creado un ambiente de misticismo, de esoterismo, de fascinación, tan denso, que flota en el ambiente como un velo, ocultando tras sí hechos y protagonistas del devenir de los tiempos que han atraído la atención de todos desde muy antiguo: Tutankhamón, Akhenatón, Nefertiti, Hatshepshut, Keops… Luxor, Karnak, Abydos, Abu Simbel, Kom Ombo, Dendera, Tebas, Memphis, Sais… Son sólo algunos de la pléyade de nombres evocadores de arcanos secretos escondidos entre las piedras de una civilización milenaria.
            Entre los faraones que más han sonado se encuentra Ramsés II, conocido como Ramsés el Grande o el Rey Guerrero. Sepamos quién fue…

El personaje

            El nombre egipcio que realmente correspondió a nuestro personaje era un poco más elaborado que el sencillo que habitualmente se utiliza: Usermaatra Setepenra Ramsés Meriamón. Perteneció a la dinastía XIX de los faraones que gobernaron Egipto, allá por el siglo XIII a.C., siendo el tercero que gobernaría. Aunque para ser precisos, hay que decir que acerca de su nombre se han usado multitud de grafías muy diferentes, dependiendo de la cultura y la época que lo nombrara: para no alargarnos demasiado en este aspecto, diremos que ha sido conocido, entre otros nombres, por Harmeses Miammun o Rameses Miammun (Flavio Josefo), Rampses (Julio Africano o Eusebio de Cesarea), Ozymandias, Rapsakes, Kaedyet, Kanakht, Khakormaat, Nebkhepesh. Ousirmaatre…
            Nieto de Ramsés I, sus padres fueron Seti I y la Gran Esposa Real (título que se otorgaba a la principal o primera de las mujeres del faraón), Tuya; y aunque al principio se pensaba que había sido hijo único, las investigaciones han acabado por demostrar que en realidad tuvo al menos dos hermanas y un hermano mayor llamado Nebchasetnebet, que murió antes de alcanzar la mayoría de edad, lo que supuso la mayor de las fortunas para Ramsés, que pasó a convertirse en el heredero al trono.
            Su padre era un hombre de carácter guerrero, militar de profesión, que inculcó profundamente sus apetencias en el muchacho: desde muy joven recibió una intensiva instrucción en las artes bélicas por parte de su propio padre, siendo nombrado corregente a los catorce años de edad; al mismo tiempo, fue también debidamente instruido por múltiples maestros en las artes y las ciencias. En la estela de Qubban, erigida en el año 3 de su reinado, se le menciona diciendo: “Tú deviniste en jefe del ejército cuando eras un niño de diez años”.
            La corregencia le duró un período indeterminado, que oscila entre tres y siete años. Un año o dos después de su nombramiento, su ascendiente era tal que ya gobernaba sobre una parte del ejército, siendo descrito en diversas inscripciones como un “astuto joven líder”. Su fama crecía, y sus padres lo habían casado ya con Nefertari, matrimonio del que habían nacido cuatro hijos.
            Fue éste un período relativamente tranquilo, sin demasiados sobresaltos por parte de bandidos o vecinos un tanto molestos, por lo que Seti delegó en su hijo diversas tareas civiles que consistían, entre otras cosas, en la supervisión de los trabajos de construcción de los templos y de la extracción de las canteras del Sur del imperio el material para la edificación.
            No tardarían en comenzar a surgir problemas en las fronteras: Ramsés acompañaría a su padre en diversas campañas militares. Más adelante, Seti lo nombraría comandante, y comenzaría una campaña contra el reino de Kush, la antigua Nubia, durante el octavo año del reinado de su progenitor.
            Al parecer, durante esta campaña el futuro faraón recibió la noticia de que Seti había muerto: volvió a Egipto, donde llevó a cabo las ceremonias mortuorias de su padre junto a Tuya, su madre, en la necrópolis de Tebas (situada en lo que actualmente se conoce como Luxor), a la sazón la capital del imperio, que había sucedido mucho tiempo ha a Menfis.
            Tras acceder al trono, comenzó a mostrar sus inquietudes militares, llevando a cabo diversas acciones.
            Para empezar, hubo de enfrentarse a una invasión por el mar: desde el Norte, cruzando el Mediterráneo, llegaba una coalición de pueblos que pretendían penetrar en Egipto, conocidos como los Pueblos del Mar o shardanos, de complicada ubicación, y que se dedicaban a saquear e invadir. Hay quien los hace responsables de la caída final de los hititas y los micénicos, pero las investigaciones no acaban de dar un cuadro claro al respecto.
            En cualquier caso, estos temibles atacantes llegaron hasta las costas egipcias, donde fueron recibidos por la flota del faraón, concretamente en el Delta, sufriendo una importante derrota: tras la debacle de los piratas, Ramsés decidió utilizar a los prisioneros en su provecho y los reclutó como soldados para su ejército. Esta batalla naval se relata en la Estela de Tanis, al igual que la incorporación de los shardanos al ejército imperial se describe en el Poema de Pentaur.
            Los hititas habían sido una amenaza desde hacía bastante tiempo: las fronteras estaban permanentemente amenazadas por la presión de este pueblo, y se hacía necesaria una resolución drástica; si a ello se le añade que a la muerte de Seti y el ascenso de Ramsés los invasores pudieron ver en el recién llegado al trono a alguien más débil que su padre y, por tanto, más fácil de conquistar, tenemos el caldo de cultivo perfecto para explicar el recrudecimiento de las hostilidades: los hititas iniciaron numerosas escaramuzas por toda la frontera, reforzando su posición en las tierras de Retenu (las actuales Palestina y Siria), que habían capturado al parecer en los tiempos de Akhenatón, lo que obligó al ejército egipcio a movilizarse.
            El paso previo para recuperar estos territorios, tradicionalmente pertenecientes al imperio egipcio, fue una expedición a Canaán durante el cuarto año de su reinado, que se había levantado en armas, en rebeldía contra el faraón, y que amenazaba con unirse al enemigo hitita. El propio Ramsés iba a la cabeza de las tropas, y su victoria ante los rebeldes fue aplastante, relatada en las estelas de Eleuteros y Biblos. Los historiadores consideran esta campaña como la precursora de la gran batalla de Qadesh.
            Un año después de esta expedición, y con los hititas aún creando conflictos en las fronteras, el rey se embarcó de nuevo en una expedición militar: se dirigió hacia Siria, en busca del enemigo, con la intención de demostrar de una vez por todas que no era alguien a quien menospreciar. Una vez llegado al Norte de la región, a Qadesh, su ejército se encontró frente a frente con el de los hititas, con quienes se habían aliado los sirios, bajo el mando del rey Muwatallis II.
            En un principio, según relata la historia, el faraón no hizo caso alguno de los consejos de sus generales y de su visir, lo que resultó que cayera en una emboscada y sus tropas se vieran severamente diezmadas en un territorio que desconocían. Los egipcios huyeron y dejaron a su rey luchando prácticamente solo contra el enemigo, “guiado por el dios Amón” tal y como aparece relatado en los monumentos donde puso por escrito su hazaña, como el ya citado Poema de Pentaur y sobre todo el Poema de Qadesh, consiguiendo al final derrotar a los hititas.
            Al parecer, fue cercado por las tropas enemigas al pie de las murallas de la ciudad, quienes, creyendo que la victoria era ya suya, intentaron el asalto final para acabar con el faraón; pero éste, sin amilanarse, cargó contra ellos y consiguió convertir la derrota en una victoria.
            Ésta resulta una apreciación bastante sesgada, puesto que está contrastado que no consiguió conquistar Qadesh, así que los investigadores prefieren pensar que no se trató de una aplastante victoria, como manifiesta Ramsés, sino más bien de un empate, de tablas, o incluso de una derrota en toda regla.
            En cualquier caso, tras esta batalla los dos reyes decidieron acordar un alto el fuego y la “promesa” de no interferir cada uno en los territorios del otro: el faraón regresaría a las Dos Tierras, nombre con el que se conocía por entonces a Egipto: para los que no conocen demasiado bien este detalle, indicaremos que la corona que se ve en los grabados es doble, consta de dos piezas, cada una de las cuales representa al Alto (zona sudanesa)  y al Bajo Egipto (zona del Delta del Nilo).
            Una vez hubo regresado de esta expedición, Ramsés prosiguió con los trabajos de construcción que había dejado abandonados al tener que embarcarse en las campañas militares.
            El armisticio entre hititas y egipcios estaba destinado, como suele ser habitual, a no durar demasiado: a la muerte de Mutawallis, su hijo Mursil y su hermano Hattusil se enfrentaron entre sí en una brutal lucha por el poder en el imperio hitita; estas graves disensiones internas eran lo único que necesitaba el faraón para tomar la iniciativa: para reafirmar el control en aquella zona destacó guarniciones en distintas ciudades, pero no fue suficiente para que las hostilidades acabaran: habrían de esperar mucho tiempo, a la llegada al poder de Hattusil III, que firmaría la paz con Ramsés en el Tratado de Qadesh: por aquel tiempo, el egipcio ya llevaba en el poder alrededor de 25 años…
            La expansión del imperio no se conformó con el Oriente Medio: las incursiones del faraón se extendieron por África, concretamente por Libia, donde estableció diversas colonias y mandó construir unas cuantas fortalezas que vigilaran la llegada de posibles invasores, creando una extensa línea de defensa que comenzaba en Racotis (un distrito de Alejandría) y llegaba hasta El Alamein.

            El ambiguo resultado de la batalla de Qadesh sirvió a Ramsés para depurar el ejército y reestructurar las jerarquías militares: se sacudió de encima a los altos rangos, y puso en su lugar a sus hijos al frente de los distintos cuerpos:
  • Amenhirjopshef, su primogénito, fue designado como “generalísimo del ejército” y “supervisor de todas las tierras del Norte”.
  • Ramsés se convirtió en “primer general de Su Majestad”.
  • Paraheruenemef y Mentuherhepeshef fueron nombrados “general de carros” y se les dio el título honorífico de “primer conductor de Su Majestad”.

Esta reestructuración no supuso apenas problemas para el faraón: en primer lugar, todo el alto mando de las tropas recaía exclusivamente sobre su familia directa, y en segundo lugar la oposición que podría haber habido se diluyó al comprobar que todos los mandos que había quitado eran extranjeros, como el general hurrita Urhiya, su hijo Yupa que heredó el cargo o el general Ramsés-Najt, personas que había situado su padre, Seti I, en detrimento de la nobleza egipcia que habitualmente había ocupado dichos puestos.
            Asimismo, creo tropas especiales, de élite, con extranjeros de diversos orígenes: en su ejército tenían cabida nubios, libios, asiáticos, shardanos… A los que concedió suficientes privilegios como para que resultaran absolutamente leales al rey. Se convirtieron en la fuerza principal de las tropas egipcias, hasta el tiempo que históricamente se conoce como el tercer período intermedio.
            Algunos historiadores especulan con que durante su reinado se produjera el primer éxodo del pueblo judío, que se narra en la Biblia, bajo la égida de Moisés; según esta interpretación, la persecución de los egipcios, que acabaría en desastre en el Mar Rojo, la llevó a cabo Ramsés II, olvidando que este faraón aguantó muchos años y su muerte no fue violenta.

            Pero a pesar de tratarse de un faraón guerrero, Ramsés no se quedó solamente en las campañas militares: durante su reinado, Egipto alcanzó la época de mayor esplendor, merced sobre todo a la prosperidad económica de que disponía, lo que favoreció notablemente el desarrollo de la literatura y las ciencias, y que a su vez le permitió acometer la construcción de grandes edificaciones y monumentos.
            Una de sus primeras decisiones fue la de cambiar la capital del imperio: si bien había sido Tebas, con la consecuente influencia del poderoso clero que en ella residía, trasladó la corte a Menfis, para posteriormente instalarse definitivamente en Pi-Ramsés, en el Delta del Nilo. Aunque no queda demasiado claro cuál pudo haber sido el motivo de tal decisión, teniendo en cuenta lo que había sucedido años atrás con el faraón hereje Akhenatón, lo más probable es que tal decisión fuera una hábil maniobra política para, en primer lugar, y como acabamos de decir, desligarse, apartarse del poderoso clero tebano para mantener el suyo propio, y al mismo tiempo hacer que la aristocracia tebana perdiera influencia sobre él en favor del ejército y los escribas reales. Además, comprendió la importancia de estar lo más próximo posible al Norte, para poder controlar con mayor facilidad el Levante Mediterráneo, que por entonces resultaba una región convulsa y peligrosa. Sin embargo, esta medida no consiguió frenar el poder creciente del sumo sacerdote de Amón…
            Tras estas decisiones, el faraón cayó en una etapa de construcción obsesiva: no sólo se dedicó a construir templos enormes y espectaculares a lo largo de toda la orilla del Nilo, sino que incluso llegó a usurpar muchas de las ya existentes, incluidas las de su padre Seti I. Podríamos decir que batió el record absoluto en este apartado, superando con creces a Amenhotep III. Algunas de sus grandes obras fueron las siguientes:
  • Amplió el Osireion, el Templo dedicado a Osiris en Abydos.
  • Amplió el templo de Amón en Tebas con el añadido de un nuevo patio, los pilonos de la entrada y dos obeliscos de granito rosa.
  • Finalizó la sala hipóstila del Templo de Amón en Karnak.
  • Construyó, en el Valle de los Reyes, el Ramesseum, el templo funerario que destinó para que fuera su tumba.
  • Construyó edificaciones añadidas en los templos de Menfis y Hermópolis.
  • Construyó diversos templos en Nubia, de los cuales los más conocidos son los de Abu Simbel, dedicados a diversas divinidades como Ra, Ptah, Amón, Hathor, e incluso al propio Ramsés, por considerarse a sí mismo, como faraón, hijo de dioses y divinidad en sí mismo, engendrado, según la mitología egipcia, por el todopoderoso Amón-Ra, el mayor de todos los dioses. Otros templos fueron los de Beit El-Wali, Gerf Hussein, Uadi es-Sebua, Derr o Aniba. Con esta actitud de hacerse construir templos y estatuas de forma sistemática, muy superior a la de la mayoría de los reyes egipcios, y similar a la de la reina Hatshepshut o Amenhotep III, muchos investigadores han pensado que era de los que realmente creían ser encarnaciones de las divinidades.
  • Pi-Ramsés Aa-Najtu (“la ciudad de Ramsés”), la que sería su capital definitiva y su construcción más ambiciosa, supuso la desaparición definitiva de Avaris, la ciudad de los hicsos, sobre la que se edificó. Existe la posibilidad razonable de que para esta obra se contrataran obreros hebreos, y que en este momento se desarrollaran hechos narrados en la Biblia: al fin y al cabo, en el Libro Sagrado se explica que fueron esclavizados para construir las ciudades de Pithom y Ramsés. Sin embargo, por aquel entonces no existía en Egipto la esclavitud tal y como la conocemos salvo para los prisioneros de guerra, sino que todos los obreros de las tareas que se llevaban a cabo eran debidamente contratados y pagados, por lo que hablar de esclavitud parece un error: resulta bastante más probable que fueran adquiridos tras las campañas militares en Canaán…

En lo que respecta a su aspecto físico, los investigadores creen que las múltiples estatuas que han sobrevivido hasta nuestros días dan una idea bastante certera acerca de cómo debió ser: contrariamente a lo que solían hacer muchos faraones, que pretendían que los escultores idealizasen su figura, Ramsés debió preferir que se acercasen lo más posible al original, lo cual parece demostrarse ante la enorme similitud que existe entre todas las imágenes observadas, aunque eso sí: su retrato es siempre el de sus rasgos de juventud, no se ha encontrado ni una sola estatua en la que aparezca como un hombre maduro. Para ver cómo fue realmente en los últimos momentos de su vida habríamos de acudir a su momia, excepcionalmente conservada: era inusualmente alto para el modelo de la época en que vivió, alrededor de 1,70 m., y en sus rasgos debió destacar una nariz prominente, que le confería un aspecto casi majestuoso; en sus últimos años debió andar encorvado debido a una severa artritis y deformaciones en la columna vertebral. Como nota curiosa en torno a esta momia, podemos decir que fue la única que en 1977 viajó a París en avión con pasaporte para su estudio y restauración, siendo recibida en el aeropuerto con honores de jefe de estado...

            Otro de los aspectos controvertidos en lo que respecta a este faraón es su actitud con respecto al pueblo que gobernaba: los historiadores suelen contemplarlo como un gobernante indiferente a sus súbditos, un planteamiento bastante lógico teniendo en cuenta que la mayor parte de todos los reyes de la antigüedad gobernaban para sí, no para el reino; prueba de esta apreciación es que la población se mantuvo en la pobreza durante su reinado mientras la nobleza se enriquecía cada vez más, pero esta situación era en realidad relativa: la abundancia que siempre hubo en Egipto se repartía de tal forma que las clases bajas no lo pasaban tan mal como pudiera pensarse…
            Si bien Keops ha sido considerado el faraón absolutista por antonomasia, algunos investigadores plantean que Ramsés hubiera sido aún más dictatorial que él: mujeriego, déspota, e incluso megalómano… El considerarse hijo de Amón-Ra lo elevaba a una distancia abismal del pueblo al que debía regir.
            Sin embargo, hay divergencias en la interpretación de los signos acerca de la actitud de este rey: otros investigadores plantean que en realidad no se trataría de indiferencia, sino de crueldad: para apoyar esta tesis se basan en algunos relatos de su vida, como son los de las trampas que instaló alrededor de los lugares donde guardaba sus tesoros, o su costumbre de colgar los cadáveres de sus enemigos en las paredes de los palacios o las murallas; y también en un hallazgo reciente, decenas de cuerpos decapitados frente a uno de sus templos, detalle que resulta chocante porque el sacrificio humano era una costumbre que los egipcios habían desterrado desde los tiempos prehistóricos…
            Lo que sí parece ser absolutamente cierto es que debió ser arrogante y soberbio como pocos, que le disgustaba sobremanera que alguien pretendiera darle órdenes. De las cartas que se han encontrado entre él y el rey hitita, se desprende este hecho: cuando su enemigo le exigía que le devolviera un fugitivo que había tomado asilo en Egipto, el faraón había respondido con un “¿Por qué me hablas como si fuera tu esclavo?”.
            De la misma manera, en el ya citado Poema de Pentaur, el propio Ramsés relata que cuando se le pusieron las cosas cuesta arriba en Qadesh, al abandonarle las tropas a su suerte, tras librarse él solo de sus oponentes, regresó junto a su ejército enfurecido e hizo caer su terrible cólera sobre sus soldados, diezmándolos. Según sus propias palabras, “Mi Majestad se puso ante ellos, los conté y los maté uno a uno, frente a mis caballos se derrumbaron y quedaron cada uno donde había caído, ahogándose en su propia sangre...”.
            Según se percibe por los documentos, inicialmente debió ser tremendamente temperamental: algunos historiadores piensan que las menciones que hace el Corán se refieren a él en este sentido, aludiendo a que cuando sus magos y sacerdotes reconocieron no ser capaces de enfrentarse a la magia del dios de los hebreos, en una posible alusión a los eventos bíblicos de las siete plagas, el faraón los increpó con muy duras palabras: “¡Vosotros no tenéis mi autorización para decir tal cosa!”. Tras estas palabras, los amenazó con clavarlos a una palmera de pies y manos, a modo de primitiva crucifixión…
            Es probable que el tiempo y la templanza de sus consejeros consiguieran que esa desmedida soberbia fuese matizándose, suavizándose: décadas después de alcanzar el trono, comenzó a descentralizar los asuntos del país, delegándolos en manos de sus numerosos hijos y subordinados. Para contrarrestar el omnímodo poder de los sacerdotes de Amón intentó favorecer a los clérigos de otras deidades como Ra, Ptah o Seth, pero tales prácticas apenas tuvieron efecto, hasta el punto que el celo religioso de los seguidores del dios supremo puso en peligro su posición como faraón. Éste no fue capaz de ver la situación en que se estaba colocando, y dejó que las cosas prosiguieran como iban, permitiendo que sobre su imperio comenzara a planear el germen de su caída...

            Como ya hemos dicho, a Ramsés se le ha tachado de lascivo y mujeriego, y ello se debe, sobre todo, a la gran cantidad de reinas, esposas y concubinas que tuvo a su alrededor, que le dieron cientos de hijos e hijas. Y al parecer no se tomó la molestia de ocultarlo, ya que llegó hasta a confeccionar una lista con los nombres de todos sus hijos y construir en el Valle de los Reyes una gran tumba conocida entre los arqueólogos como KV5 (King’s Valley 5). Este hipogeo, a tenor de los egiptólogos, está resultando sorprendente en más de un aspecto, y a 2007 aún se estaba excavando en busca de más datos: se sospecha que puede todavía guardar más secretos…
            La Gran Esposa Real fue la bella Nefertari, nombre que significa “por la que brilla el Sol”, y es de suponer, a tenor de las tradiciones dinásticas egipcias, que seguramente estaba emparentada con la dinastía anterior a través del faraón Ay; sin embargo, ésta es una mera suposición, puesto que Ramsés se ocupó cuidadosamente de ocultar su origen y no se ha efectuado ningún descubrimiento que pueda hacer luz sobre su linaje. Ésta no fue sólo la esposa principal y madre de los herederos, sino que además tomó un papel mucho más activo del habitual al intervenir en la política de su real marido: tuvo un importante papel en las conversaciones con los hititas, hecho demostrado por las cartas que escribió a la emperatriz Putuhepa, y que al parecer consiguieron sentar las bases de un proceso de paz…
            El faraón debió idolatrar a su esposa, ya que una de sus construcciones, el segundo templo de Abu Simbel, fue dedicado a ella bajo la imagen de la diosa Hathor; en este edificio, la imagen de Nefertari posee el mismo tamaño que la de su marido, hecho que resulta harto infrecuente en las representaciones egipcias. Su muerte se produjo en el año 26 del reinado, antes de la inauguración del templo, y fue enterrada en la tumba del Valle de las Reinas catalogada como QV66 (Queen’s Valley 66), donde se encuentran las pinturas mejor conservadas.
            Este hecho supuso el ascenso meteórico de Isis-Nefert, también llamada Iset la Bella, que se convirtió rápidamente en la nueva Gran Esposa Real. A juzgar por el hecho de que ésta mujer se mantuvo mucho más en la sombra que su predecesora, es factible pensar, junto con algunos historiadores que han optado por esta línea de investigación, que pudo haber habido una enconada rivalidad entre las familias de Nefertari y de Isis-Nefert: ésta última debió ser muy inteligente, pues llegó a colocar a todos sus hijos en los cargos más importantes del estado. Siguiendo esta pista, aducen la posibilidad de que la muerte de Nefertari y la de su primogénito se debieran no a causas naturales, sino a las intrigas que su rival desarrollaba para hacerse con el poder al lado del faraón, pero son tan sólo conjeturas, pues no hay datos suficientes como para apoyar esta hipótesis.
            El puesto de Gran Esposa Real se difuminó en tiempos de Ramsés, que lo asignó a otras mujeres: además de las dos citadas, por el trono pasaron cinco reinas más: su hermana o hija Henutmira, la princesa hitita Maathornefrura (la prenda de paz que presentó el rey Hattusil III), la dama Nebettauy de la que se sospecha pudo ser hija de Isis-Nefert, y otras dos hijas más, Meritamón con Nefertari y Bintanat con Isis-Nefert. Puesto que el incesto en la familia real era una tradición y una constante para mantener puro el linaje de los faraones, que decían proceder directamente de Amón, tales prácticas se veían como algo natural, sobre todo teniendo en cuenta, como ya hemos dicho, que era la línea femenina la que otorgaba el auténtico derecho real…
            Acerca de la descendencia de Ramsés II, históricamente se le reconocen al menos 152 hijos, de los que los más importantes fueron los siguientes:
  • Hijos de Nefertari:
    • El primogénito, Amenhirjopshef, que como ya hemos comentado murió en circunstancias un tanto extrañas poco después que su madre.
    • Meritamón, cuarta entre sus hijas y la primera que nació de Nefertari. Cuando sustituyó a su madre como Gran Esposa Real, participó en numerosas ceremonias, entre las que se cuenta la fundación de Abu Simbel.
    • Paraheruenemef, su tercer hijo.
    • Meriatum, su sexto hijo.
    • Merira, su undécimo hijo.
    • Henuttauy, princesa con la que se casó pero a la que no llegó a asignar el rango de Gran Esposa Real.
  • Hijos de Isis-Nefert:
    • Ramsés, su segundo hijo, convertido en uno de los hombres más poderosos de la primera mitad del reinado de su padre. Como por una triste casualidad, murió por las misma fechas que su medio hermano, el primogénito de Nefertari.
    • Bintanat, primogénita entre las hijas. Según se sospecha, pudo ser madre de Bintanat II, que llegó a ser Gran Esposa Real del siguiente faraón.
    • Jaemuaset, su cuarto hijo. Ostentó el cargo de Sumo Sacerdote del dios Ptah, y fue considerado un hombre muy sabio e incluso un poderoso mago; murió unos pocos años antes que su padre, a una avanzada edad.
    • Merenptah, su decimotercer hijo, destinado a suceder a su padre en el trono debido a la gran longevidad de éste, casándose con su hermana Isis-Nefert II.

A lo largo de su reinado, uno de los más longevos que se conocen en el imperio egipcio (unos 66 años), celebró once festivales Heb Sed, un ritual destinado a revitalizar la fuerza física y vital del faraón, otorgándole de nuevo una juventud o madurez que le permitieran seguir gobernando el país. Debido precisamente a tal longevidad, sobrevivió a muchos de sus descendientes, y acabó por ser enterrado en el Valle de los Reyes, en la tumba etiquetada como KV7. El descubrimiento de esta tumba y de su momia se produjo en 1881.
A tenor de los historiadores, Ramsés II es el último gran faraón: todos sus esfuerzos se diluyeron tras su muerte, y es posible que incluso antes: su largo reinado, que conllevó que tras veinte años de frenesí constructor surgiera una marcada dejadez de los asuntos del estado, debieron poner las primeras semilla de la desaparición del Imperio Nuevo, hecho que se consumaría con la decadencia de sus descendientes: Merenptah y Ramsés III hubieron de mantenerse a la defensiva simplemente para poder conservar los territorios de Canaán…

Consideraciones

  • Parece muy conveniente que su hermano mayor falleciera antes de que alcanzara la edad adulta, dejando la herencia al trono en manos de Ramsés. Teniendo en cuenta las intrigas que se daban alrededor del trono, no parece demasiado descabellado pensar que no se trató de un desgraciado accidente. Pero a esa cuestión hemos de añadirle que en el antiguo Egipto la estirpe real se transmitía por la línea materna o femenina, por lo que un hombre no podía declararse faraón auténtico si no tenía como esposa a una mujer heredera de la sangre real.
  • Según aparece en las estelas, con 10 años fue nombrado jefe del ejército. Teniendo en cuenta que esta estela de la que hablamos fue mandada erigir por él durante su reinado, lo más fácil es suponer que se trataba de una autoglorificación: a tan tierna edad, ¿cómo iba a comandar ejército alguno?
  • Se le considera un “joven y astuto jefe”. Luego entonces, habríamos de pensar que poseería un buen nivel de estrategia militar. Sin embargo, a tenor de lo que se cuenta en los textos históricos, en la Batalla de Qadesh, cayó en una trampa al parecer bastante obvia por no hacer caso de sus consejeros. ¿Dónde está ese genio militar? ¿O es que más bien se trató de un temerario que se lanzaba a la carga sin más y con su fuerza y valor insuflaba el temor en los enemigos, aplastando su moral para poder vencerlos?
  • Seguimos en la Batalla de Qadesh. Según sus propias palabras, al caer en la trampa su ejército huyó atemorizado y hubo de luchar él solo contra los hititas, consiguiendo regresar a su campamento. Éste es un evento bastante difícil de creer, por mucho que nos quiera vender que es hijo e Amón y un fiero guerrero: un hombre solo frente a un ejército, por muy bien parapetado que esté, no dura ni un suspiro, así que parece evidente que estamos ante una nueva exageración propagandística con el fin de glorificar al gran Ramsés II: es más factible pensar que quedaría su fiel guardia, y que éstos se sacrificaron para que pudiera regresar al campamento egipcio y, una vez allí, dar rienda suelta a su rabia por la cobardía de las tropas…
  • A este faraón se le reconocen, a lo largo de sus 66 años de reinado, hasta 152 hijos e hijas. Francamente, a pesar de ser algo oficial, se me hace cuesta arriba creerlo, aunque las cifras no sean tan extrañas como puedan parecer: quitemos los últimos años, y dejemos una zona aceptable de unos 50 años: esto nos supone, de media, el nacimiento de tres herederos cada año, de una u otra esposa…
  • Parémonos por un momento en el encono que surgió entre sus esposas Nefertari e Isis-Nefert: la primera muere, y al poco tiempo lo hace su primogénito, Amenhirjopshef, lo cual ya de por sí resulta suficientemente sospechoso como para hacer pensar que pudo haber una conspiración por medio; y esta idea se refuerza cuando comprobamos que por la misma época en que fallece el hijo de Nefertari, lo hace también Ramsés, el hijo de Isis-Nefert. ¿Casualidad? No me parece demasiado probable, lo que me lleva a plantear dos posibilidades: o bien hubo un enfrentamiento abierto entre ambos muchachos y se mataron entre sí, o tal vez la venganza de Nefertari por la pérdida de su hijo no se hizo esperar con el ojo por ojo contra su temible rival…
  • En el fondo, a tenor de lo que hemos leído en la biografía de Ramsés II, parece bastante claro que nos encontramos ante un hombre orgulloso, egocéntrico y diría que incluso megalómano: entre sus empeños en borrar de la memoria del pueblo egipcio a faraones anteriores como Ay o Akhenaton, su presunción durante la batalla de Qadesh y sus autodescritas hazañas, resulta muy clara una intención propagandística, aumentada por el hecho contrastado del esplendor que vivió la tierra del Nilo durante su reinado.

Bibliografía

  • Kadesh Inscriptions of Ramesses II, Alan Gardiner. 1976.
  • L´empire des Ramsés, Claire Lalouette. 1985.
  • Ramses II, The Great Pharaon and his Time, Rita E. Freed. 1987.
  • Ramses II: Soberano de Soberanos, Bernardette Menu. 1988.
  • Memorias de Ramses el grande, Claire Lalouette. 1994.
  • Ramsés II. La verdadera Historia, Christiane Desroches Noblecourt. 1998.
  • Ramesses II, T.G. James. 2002.

  • Ozymandias, poema de Percy Bysshe Shelley. 1818.
  • Cuando nació Moisés, Joan Grant. 1952.
  • Noches de la antigüedad, Norman Mailer. 1984.
  • La Momia, o Ramsés el Maldito, Anne Rice. 1989.
  • Serie de Ramsés II: El Hijo de la Luz (1995), El templo de millones de años (1996), La dama de Abu-Simbel (1996), La batalla de Qadesh (1996). Christian Jacq.

Fuentes en Internet
  • Wikipedia
  • Biografiasyvidas.com
  • Egiptoaldescubierto.com
  • Egiptomania.com
  • Artehistoria.jcyl.es

Filmografía

  • Los Misterios de Egipto: el auténtico Ramses, Stuart Rose. Discovery Channel, 2010. Documental.


  • Los diez mandamientos, Cecil B. DeMille (Yul Brinner). 1956.
  • El príncipe de Egipto, DreamWorks. Animación. 1998.

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