MARCO
POLO
EL
VIAJERO IMPENITENTE
José
Francisco Sastre García
Si existe un nombre que encarne los
viajes por antonomasia, ése es, sin duda alguna, el de Marco Polo, un veneciano
que allá por el siglo XIII se dedicó a recorrer las regiones más lejanas de
Oriente, en especial China y la Corte del gran Kublai Khan.
A su regreso contó maravillas de sus
viajes, hasta el punto de que sus coetáneos ponían en duda sus afirmaciones y
aventuras, algunas de las cuales resultaban por cierto verdaderamente chocantes.
¿Hasta qué punto fue fiel a lo que
vio? ¿Llegó hasta dónde se dice que lo hizo? ¿O buena parte de sus
aseveraciones son en realidad datos tomados de terceros, que él no vio en
persona? Veámoslo…
El personaje
Como ya hemos dicho previamente, Marco Polo era veneciano de nacimiento:
vio la luz allá por el 15 de septiembre de 1254, en una familia muy marcada por
el espíritu mercader: mientras aprendía el oficio, su padre Niccolo y su tío
Maffeo ya se dedicaban a visitar el gran continente asiático, con fuertes
sospechas de que probablemente llegaran hasta Catay, el nombre que los mongoles
daban a China, y conocieran a Kublai
Khan. Ninguno de ellos vio al vástago hasta que no regresaron en 1269,
cuando contaba 15 años de edad.
Sin embargo, esta afirmación de su
origen veneciano ha sido puesta en entredicho por algunos investigadores: los
cronistas posteriores a nuestro personaje rastrearon su genealogía y lo
hicieron nacer en el Mar Adriático, en la isla de Curzola, perteneciente a
Croacia, donde todavía hoy se conserva una vieja casa considerada como el lugar
en que vino al mundo.
Posteriormente, esta teoría se puso
en evidencia: basándose en el apellido Polo, de origen veneciano, intentan
mantener la hipótesis más extendida, pero las dudas se mantienen: algunos
historiadores sugieren que su verdadero nombre era Marc Pol, de cuya etimología
se puede asegurar que apareció en Dalmacia, una pequeña región perteneciente a
Croacia; para justificar esta aseveración, se acogen a unos registros
aparecidos en el anuario veneciano Chronicum
Iustiniani, de 1358, en los cuales se indica que el escudo familiar de los
Pol contiene tres pájaros de agua, conocidos en Dalmacia del Sur como pol; estas mismas aves recibían, en
Venecia, el apelativo de pola, del
cual se cree que derivaron los apellidos Polo y Polla en Italia.
En cualquier caso, al regreso de su
padre y su tío, el espíritu viajero, o más bien la petición del Gran Khan a
través de una carta dirigida al Papa, por entonces Gregorio X, de que le
enviaran gente ilustrada, hizo que se pusieran de nuevo en movimiento: los tres
se embarcarían en el primer viaje que Marco haría al interior de Asia. También
influiría en este hecho el que recientemente había perdido a su madre.
En este sentido, y para situar en su
contexto más adecuado las andanzas de estos exploradores, hemos de comentar
que, en aquella época, en Europa del gran continente oriental no se conocía más
que lo que actualmente se denomina el Oriente Medio, y poco más: las noticias
eran en el mejor de los casos confusas y, sobre todo, muy mitificadas, con
grandes dosis de leyendas entreveradas en medio de las verdades; en este
entorno se situaba una de las leyendas que más ríos de tinta han hecho correr,
la historia del Reino del Preste Juan,
un lugar sagrado, cristiano, enclavado en el corazón del mundo infiel, en pleno
centro de Asia, y que supuestamente se puso en contacto con las autoridades
eclesiásticas de la época a través de varias cartas.
En el asunto de la mercadería, todos
los negocios pasaban, casi sin excepción, por las manos de los persas y los
árabes, y la amenaza mongol, que acabó por someter a algunos de estos reinos,
comenzaba a despertar un alto interés en Europa: las posibilidades de tener un
buen cliente, un aliado contra el mundo islámico y, a su vez, un buen caldo de
cultivo para extender mediante la evangelización el cristianismo entre aquellos
pueblos bárbaros, más tolerantes con sus creencias que los islámicos, eran muy
amplias, lo que motivaba el movimiento de exploración que se dirigía en esa
dirección.
En cualquier caso, corre el año
1271, y los tres aventureros parten de nuevo hacia Oriente: tras desembarcar en
Acre, su camino los lleva hasta Tabriz, desde donde alcanzarán la capital
imperial de Kublai Khan, Pekín, a través de la Ruta de la Seda. El joven Polo
impresionará de tal manera al poderoso emperador mongol que lo designará como
su consejero y, más adelante, su emisario, otorgándole diversos destinos
durante varios años, uno de los cuales lo llevó hasta Pagán, en Birmania. Durante
este tiempo observó y aprendió muchos de los avances que los chinos tenían en
su cultura: en bastantes casos, estaban bastante más avanzados que Europa…
El tiempo en la corte del Gran Khan
fue muy fructífero para el trío: mientras los hermanos Polo se dedicaban a los
negocios, al tiempo que actuaban como consejeros militares de Kublai, Marco fue
nombrado durante tres años de la ciudad de Yangzhou.
Tras regresar de sus diferentes
servicios a la corte imperial, se encuentran con una embajada del rey de
Persia, que acude a solicitar al Khan una princesa para su monarca; los Polo
ven en esa ocasión una oportunidad para, acompañando a la legación, regresar a
Venecia.
El regreso lo harían principalmente
por mar: tras dirigirse hacia Yangzhou, embarcaron y navegaron costeando toda
la China Meridional, pasando por Indochina, Malaca y Sumatra, hasta llegar a
Ceilán, desde donde seguirían bordeando la India hasta arribar a la península
de Kathiawar. La singladura los llevaría posteriormente hasta Ormuz, en el Golfo
Pérsico, donde desembarcarían para dirigirse por tierra hacia Tabriz; una vez
allí, cruzaron el Caúcaso y al llegar a Trebisonda, embarcarían de nuevo, para
llegar hasta Constantinopla, desde donde por fin volverían a Venecia. Con ellos
vendría una princesa china llamada Kokacín.
Habían pasado fuera de su hogar 24
años: el regreso se producía en 1295, y la aparición de aquellos personajes
supuso una auténtica revolución para Venecia.
Los Polo y su egregia acompañante se
convirtieron en un auténtico fenómeno de masas, atrayendo a una inmensa
multitud de ávidos oyentes, deseosos de escuchar todas las maravillas que se
contaban acerca de la inmensidad desconocida de Asia y, sobre todo, de la
lejana China. La incredulidad era tal que hubieron de exponer las riquezas que
se habían traído de Oriente para que sus coetáneos admitieran la veracidad de
sus fantásticas narraciones…
Sin embargo, para Marco las cosas no
habían hecho más que empezar: de carácter impaciente, participó como capitán de
una galera en la guerra entre Génova y Venecia: en 1298, tras la batalla naval
de Curzola (o Kórchula, según la grafía que se adopte), fue capturado por los
genoveses y encerrado; durante ese tiempo, se dedicó a dictar a su compañero de
celda, un escritor llamado Rustichello
de Pisa, el que sería su libro por excelencia: Il Millione, El Millón,
que en España sería traducido como Los
Viajes de Marco Polo o Libro de las
Maravillas. Se sabe que, inicialmente, el escrito fue redactado en lengua
provenzal, pero no tardó en convertirse en un gran éxito y verse traducido a
muchas lenguas europeas; con todo, el original se perdió, y las traducciones
que quedan, en diferentes versiones y lenguas, resultan en ocasiones
contradictorias entre sí.
La prisión le duró un año: fue liberado
en 1299. Con el tiempo, se convirtió en un mercader de gran importancia, lo que
le permitió acceder al Gran Consejo de la República de Venecia como miembro.
Hasta qué punto pudo llegar la
incredulidad de lo que el viajero contaba en aquellas páginas, que su propia
familia, en su lecho de muerte, le pidió que confesase que había mentido en la
narración de sus aventuras. En este punto, las palabras de Marco fueron
taxativas: “¡Sólo he contado la mitad de
lo que vi!”.
Marco Polo fallece el 9 de enero de 1324,
siendo enterrado en la iglesia de San Lorenzo de Venecia.
La obra de este viajero refleja una
sociedad y una cultura que hasta aquel momento era prácticamente desconocida
para los europeos, cargada con un oropel que difícilmente puede ser creíble a
pesar del conocimiento que se tiene de la gran civilización mongol de aquella
época: destacó el magnífico esplendor de la capital, la organización
administrativa de que hacían gala tanto en Pekín como en toda China, un
sofisticado sistema de correos a base de puestos cada 50 kilómetros y aldeas
cada 5, la construcción de obras públicas, un excepcional trabajo artesanal de
la seda, y el uso del papel moneda, que supuso una revolución cuando llegó a
Europa.
La fastuosidad de las ciudades venía
reflejada con una exquisitez impresionante: gigantescas ciudades de tiendas,
palacios resplandecientes de oro en Pekín y Shangdu, un parque salvaje de
alrededor de 25 kilómetros cuadrados en los que el Khan se entretenía en la
caza de águilas, leopardos y tigres con halcones amaestrados… Las fiestas en la
corte eran monumentales, opíparas, donde corrían como ríos el vino de arroz y
el kumys mongol (hecho de leche de yegua ligeramente fermentada); y cuando
llegaban los momentos de necesidad, el pueblo no pasaba hambre, pues la gran
cantidad de silos y graneros imperiales repartían la comida a lo largo y ancho
del territorio; redes de carreteras que mantenían conectados todos los rincones
que gobernaba el Gran Khan, un gran canal que corría desde Hangzhou hasta
Pekín, con un exhaustivo mantenimiento para promover de forma adecuada los
vínculos comerciales entre la China del Norte y la del Sur…
Los venecianos no daban crédito a lo
que oían o leían, sobre todo cuando se encontraban con descripciones como las
de Kinsay, una ciudad que por aquella época era tan grande (unos 150 kilómetros
de perímetro y más de millón y medio de habitantes) que hacía palidecer a la
propia Venecia, una de las ciudades más grandes de Europa, que no llegaba ni de
lejos a semejante tamaño; al parecer estaba perfectamente pavimentada, con
canales con miles de puentes, cuyos elevados arcos permitían el paso a los
barcos con los mástiles levantados… Había un servicio permanente de guardia
contra incendios (teniendo en cuenta que la mayoría de las casas eran de
madera, la precaución era absolutamente natural), y tenía un “reloj” que
marcaba las horas a golpes de gong. Los mercados y las tiendas eran
innumerables, dando abastecimiento holgado a toda la ciudad. Y había baños de
agua fría por todas partes.
Sin embargo, no todo se redujo a la
descripción de la estructura del imperio mongol, sino que además se entretuvo
en narrar todas las maravillas de la fauna y la flora que encontró en sus
viajes, dando lugar a mitos que han perdurado hasta nuestros días, como puede
ser el del unicornio: en su narración leemos acerca de una “bestia con cabeza de cerdo, cuerpo de
elefante y con un cuerno que crecía de su nariz”. Parece bastante evidente
que estaba aludiendo al rinoceronte indio, máxime teniendo en cuenta que fue
una de las regiones por las que se movió, pero el público, influenciado por las
leyendas griegas y romanas acerca del mítico animal, y además su imaginación
espoleada por el hecho de que algunos exploradores se presentaron ante él con
el colmillo del narval, que representaba a la perfección el ideal del cuerno
del unicornio, aceptó a pies juntillas que Marco Polo había contemplado de
cerca de la legendaria bestia.
Como ya he comentado en el prólogo
de este artículo, últimamente han surgido dudas acerca de los viajes que este
explorador realmente realizó: la mayoría de los investigadores aceptan que,
efectivamente, alcanzó la China imperial.
Pero hay un grupo reducido de
historiadores que no comparte esta opinión, sino que plantea el interrogante de
que tal vez no llegase tan lejos, sino que en realidad la información que
ofreció al mundo procediera de terceras fuentes, sin que él hubiera llegado a
ver lo que narraba. Para justificar esta idea, aducen que en su libro no
menciona detalles tan tradicionalmente chinos como la escritura china, los
palillos, el té, el vendado de pies de las mujeres o la legendaria Gran
Muralla.
Según se cuenta, Marco Polo no sólo
se trajo de China una princesa, sino también descubrimientos como los helados,
la piñata o la pasta, especialmente los espaghettis; pero hasta estas afirmaciones
se están cuestionando, pues al parecer hay referencias sobre la pasta como un
alimento muy conocido en Grecia e Italia desde la antigüedad; y en la España
árabe aparecen también alusiones claras a los fideos, denominados por aquel
entonces aletría, desde el siglo XII, es decir, alrededor de un siglo antes. La
piñata, originalmente una vasija adornada con papeles de colores, que se rompía
con palos para conmemorar la primavera, fue rápidamente incorporada por los
italianos para simbolizar la victoria del bien sobre el mal; posteriormente, el
resto de occidente la recogió y la convirtió en una forma de regalar dulces en
los cumpleaños.
De lo que no se puede dudar es de
que Il Millione sirvió como una
importantísima fuente de inspiración para todos los exploradores posteriores:
de hecho, una de las copias estaba en posesión de Cristóbal Colón durante su viaje de 1492.
Consideraciones
- En la biografía de Marco Polo me encuentro con una curiosidad: si
se supone que era un hombre cultivado e inteligente, ¿por qué dicta El Millione a su compañero de
prisión en lugar de escribirlo él? Me resulta imposible creer que no
supiera escribir, así que la única explicación que le encuentro es que
quisiera aprovechar las dotes como escritor de Rustichello de Pisa para
dar más color a su obra. Pero incluso en este aspecto resulta intrigante
comprobar que, a pesar del gran éxito que su regreso de Catay supuso,
espero tres años, desde 1295 a 1298, para ponerse a escribirlo. ¿No
hubiera sido más lógico aprovechar el tirón que tenía en Venecia, y
haberse lanzado en ese momento a la redacción de su gran obra de viajes?
Le hubiera supuesto aún más notoriedad…
- En lo que respecta a las dudas que se vierten acerca de sus viajes,
sobre todo por el hecho de no mencionar ciertos detalles notorios de la
cultura china, tal vez podrían establecerse algunas salvedades:
o La ausencia de menciones de la Gran Muralla. Los viajes de Marco Polo
le hicieron moverse por la región norte de Catay, básicamente en el Palacio del
Gran Khan; teniendo en cuenta que la principal ampliación de la muralla tuvo
lugar durante la dinastía Ming, entre 1368 y 1644, es factible pensar que en
tiempos del gran viajero, si llegó a ver la obra, no la encontrara tan
imponente como para hablar de ella.
o La cuestión del té. Los europeos comienzan a conocer el té como tal
allá por 1497, cuando los portugueses llegan a la India, donde el consumo de
esta bebida estaba muy extendido; sin embargo, entre los mongoles, que es donde
se centra sobre todo Marco Polo, el consumo de esta sustancia era mínimo, al
contrario que entre sus súbditos chinos, que lo tomaban con mayor asiduidad.
Como apoyo a esta idea, comprobamos que sí habla con más extensión de las
típicas bebidas mongolas, preparadas a base de leche.
o Los pies vendados. La práctica de vendar los pies a las niñas era una
costumbre china, concretamente de la aristocracia, no mongola; si a eso le
añadimos que las niñas sometidas a esta práctica eran recluidas en sus casas,
ocultas a la vista de los extranjeros, no resulta extraño que Marco no lo
mencionara.
o La escritura china. Puesto que por esos tiempos ya existía un
movimiento ciertamente fluido entre Catay y Europa, en occidente se conocía la
escritura china, por lo que no resultaba una cuestión de trascendencia o
innovación tal como para que se viera reflejada en Il Millione. Al fin y al cabo, nuestro viajero pareció centrarse
más en las maravillas contempladas, en las costumbres exóticas, que en hablar
de detalles que consideraba ya conocidos.
o Los archivos chinos. Se han intentado utilizar para apoyar la tesis de
que nunca llegó a ver a Kublai, pero la cuestión sigue sin quedar totalmente
clara: estos archivos eran un ejemplo de celo y sistematización, sin dejar
escapar ni una coma de la vida del imperio, por lo que resulta sorprendente que
su nombre no aparezca por ninguna parte asociado a su cargo cercano al
emperador; sin embargo, algunos historiadores concluyen que en realidad sí que
aparece, aunque el nombre que figura es Po-Lo.
o El detalle del que hace gala en su relato hace pensar que seguramente
sí que vio lo que contó: el uso del papel moneda, la descripción del Gran
Canal, la estructura del ejército mongol, el aspecto de los tigres o el
elaborado sistema de correos que abarcaba todo el imperio; también cabe pensar
de esta manera al comprobar que es el primero en mencionar al Japón por su
nombre chino: Zipang o Cipango.
o Otro de los detalles que dan pie a pensar que estuvo en Pekín y por sus
alrededores es la descripción que hace de un puente del que se piensa que pudo
ser el que sirvió de base para la segunda guerra chino-japonesa de 1937; en
este lugar, a unos 15 kilómetros al Suroeste de Pekín, el 7 de julio de 1937,
se produjo lo que se llama el Incidente del Puente de Marco Polo, la
desaparición de un soldado japonés y el tableteo de varios disparos de incierto
origen, que hicieron elevar la tensión hasta provocar movimientos militares
mucho más serios que acabarían por desembocar en la citada guerra.
·
Prácticamente no se sabe nada
acerca del carácter de Marco Polo, y todos los estudios e investigaciones
acerca de sus viajes pasan, indefectiblemente, por su obra clave, Il Millione. Esto supone tener una única
versión de la historia, como muchas veces ha pasado, no poder contrastar unas
fuentes con otras para delimitar hasta dónde llega la realidad y dónde comienza
la imaginación, con la consecuente sospecha de que no todo es tan bonito como
nos lo pinta.
o Seamos lo más objetivos posibles, y pongámonos en la piel de Marco Polo
por un momento: siglo XIII, las comunicaciones se realizan a uña de caballo o
de carromato, y en el mejor de los casos por barco. En el caso que nos ocupa,
para llegar de Venecia a la Corte de Kublai Khan, estamos hablando de más de
13.000 kilómetros recorridos en unos cuatro años de viaje: esto supone, grosso
modo, unos 9 kilómetros diarios de media, teniendo en cuenta que a lo largo de
su recorrido debían atravesar desiertos, cordilleras, enfrentarse a peligros
como los bandidos o animales peligrosos, encontrarse con culturas con las que
les cuesta o no pueden directamente entenderse… Aparentemente la media es
buena, a uña de caballo se puede recorrer bastante más en un día, pero eso en
un territorio razonablemente llano, sin demasiadas escabrosidades ni yermos. Y,
por supuesto, sin contar el imponderable de los elementos hostiles: bandidos
que te capturan y tienes que conseguir liberarte, desvíos de la ruta prevista
por diversos motivos…
o La reacción de los venecianos ante la narración de Marco Polo es
sintomática de lo que acabamos de reflejar: tantas aventuras, tantas
maravillas… Aunque no dudo que la Corte del Gran Khan dispusiera de un gran
esplendor (al fin y al cabo, Kublai se había “modernizado” bastante con
respecto a sus ilustres antecesores, Gengis Khan u Ogodai) y de que la
organización chino-mongola fuera excepcionalmente buena con respecto a la
europea, tengo la sensación de que en Il
Millione hay una buena dosis de exageración: puesto que detrás de este
viaje se encontraban motivos comerciales y de alianza contra el infiel
islámico, había que convencer fuera como fuera a los coetáneos de que resultaba
muy beneficioso relacionarse con los mongoles; y qué mejor que ponerlos como
gentes “a la europea”, susceptibles de aceptar a los cristianos y sus
costumbres sin empacho alguno.
o A esto se le añade otro hecho: el famoso viaje de Marco Polo es
inmediatamente posterior al de su padre y su tío, que se supone también
conocieron al gran Kublai. ¿Qué es lo que hace distintos estos dos viajes? ¿Por
qué en el primero no se habla de las maravillas del viaje y de la Corte
Mongola, y en el segundo se ensalza todo como si de algo novedoso se tratara?
Quizás haya que pensar, tal y como se indica en el punto anterior, que nos
encontramos ante una operación de markéting puro y duro: el segundo viaje
contaría entre sus filas con un experto en publicidad, micer Marco Polo que,
aunque avisado por sus parientes de lo que se iba a encontrar, decidió
magnificarlo en su obra, pasando a la historia como el gran explorador por
antonomasia, aunque en realidad no hiciera otra cosa que repetir el viaje de su
familia.
Bibliografía
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- Profesorenlinea.cl
Filmografía
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- Ma-Ko Po-Lo, Chang Cheh (Cheung Fu Sheng). 1975.
- Marco Polo: The Missing Chapter, Rafi Bukai (Sharon Shamir, Victor
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- Marco Polo, Kevin Connor (Ian Somerhalder, B.D. Wong). 2007.
- Marco Polo. Ken Marshall, Denholm Elliott, Tony Vogel. 1982. Miniserie.
- Marco Polo, Paul Griffiths. 1996. Ópera.
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