sábado, 2 de mayo de 2015

EN LA NOCHE DE LOS TIEMPOS



EN LA NOCHE DE LOS TIEMPOS

Jose Francisco Sastre García

Desde la más remota antigüedad el ser humano ha sentido una especial fascinación, e incluso un pánico cerval, hacia lo desconocido. Este aspecto de nuestro carácter se acentúa notablemente cuando la ignorancia se refiere al más remoto pasado, a los eones más lejanos de la historia de nuestro planeta o del universo, con toda la carga de imaginación en lo tocante a formas de vida que encierra.
Cuando se dieron cuenta del potencial que encerraba esta parte de la personalidad humana, los escritores de temas fantásticos, en especial los dedicados al género del terror y aventuras, aprovecharon el filón y se dedicaron con mejor o peor fortuna a estremecer nuestros corazones con criaturas salidas, y nunca mejor dicho, de la noche de los tiempos y de su morbosa y calenturienta mente.
Entre los dedicados al género del terror destaca un nombre con luz propia: H. P. Lovecraft. El genio de Providence creo una cosmogonía realmente alucinante, en la que unos seres cósmicos de indecible perversidad y no menos extraño aspecto acosan a la raza humana desde el pasado más remoto, liderados por criaturas de nombres tan aberrantes como Cthulhu, Yog-Sothoth o Azathoth. Estos mitos de Cthulhu fueron los que marcaron el auténtico comienzo de este subgénero narrativo, e inmediatamente una multitud de imitadores se subió al tren: el estilo subliminal, nebuloso, de Lovecraft, de terrores innominados y apenas entrevistos, de seres que nos aterrorizan a causa de su apenas intervención, se corrompió en lo que podríamos llamar el Círculo de Lovecraft. El shoggoth que prácticamente queda sin ser descrito en "En las Montañas de la Locura", o las meras insinuaciones acerca de los horrores de Cthulhu y sus aliados, son detalles que nos estremecen más por su no presencia, por su mera sombra, que por su intervención activa en la vida humana; sin embargo, August Derleth o Ramsey Campbell, por citar tan sólo un par de escritores que se subieron al tren de esta alucinante cosmogonía, convirtieron lo que habían sido unas etéreas e insustanciales criaturas, de las que sólo se oía hablar, en seres físicos, materiales, contra los que se podía luchar mediante la magia y la ciencia; para ello, basta con leer, por ejemplo, "La Máscara de Cthulhu" o "El Rastro de Cthulhu" de Derleth, o "Los que Acechan en el Abismo", de Campbell. El horror cósmico que nos hubiera puesto la piel de gallina con Lovecraft se desvanece, dando paso a un mero estremecimiento que se pasa rápidamente.
Por contra, en el Círculo que se creó en torno a la obra de Lovecraft cabe destacar un escritor tejano, hábil creador de mundos legendarios y personajes que sobreviven gracias a su férrea voluntad. Por supuesto, me estoy refiriendo a Robert Erwin Howard.
En este caso nos tropezamos, en medio de un grupo de escritores dedicados al género del terror arcano y pretérito, con alguien que no es tan buen especialista en este género, sino que se dedica fundamentalmente a la espada y brujería; y aunque hace sus pruebas con historias como "Cabeza de Lobo", "En el Bosque de Villèfere" o "Canaan Negro", por citar tan sólo algunos títulos, no es por esa parte por donde más destaca, sino por sus más conocidas obras de personajes como Conan o Kull, en las que inserta gran cantidad de insinuaciones a la ingente obra de Lovecraft. De todas maneras, el estilo literario de Howard no es el más adecuado para terrores sin nombre y sin rostro: es demasiado gráfico, demasiado intenso como para cuajar en serio. Y así, cuando intenta, por ejemplo, que en "La Sombra Deslizante" Thog (Evidentemente, un servidor de Tsathoggua) sea algo insustancial y que Conan se vea incapaz de vencerle por sus especiales características físicas, se tropieza con que la espada del cimmerio convierte al monstruo en algo mucho más físico, más concreto. Como bien dice en muchas de sus obras, todo aquello que sea de carne se puede cortar y matar, aunque sea un dios. Y así ocurre con el pedazo de oscuridad que es Thaug en "Nacerá una Bruja", con la gorgona de "Lágrimas Negras", o el demonio cósmico de "El Valle de las Mujeres Perdidas".
Howard intenta crear una atmósfera de terror arcaico al estilo de Lovecraft y en parte lo consigue, pero no puede rematar el clímax al que llega el maestro de Providence debido a la diferencia de estilos: los personajes del escritor de Nueva Inglaterra son débiles hojas enfrentadas al huracán de un caos que pugna por alzarse del abismo de los tiempos, meros peones de una lucha cósmica entre los Primordiales y los Dioses Arquetípicos, mientras que en el escritor tejano nos encontramos frente a hombres y mujeres indomables, con una voluntad tan fuerte que es capaz de aplastar cualquier intento del panteón lovecraftiano o cualquier otra criatura demoníaca surgida de su fértil imaginación por dominar el mundo. De esta manera el puritano Solomon Kane, con la ayuda de un bastón mágico, vence a la cosa de "Pasos en el interior", y el rey Kull derrota a "El Espectro del Silencio", por citar tan sólo un par de casos.
Innominados terrores surgidos de tiempos pretéritos, de edades tan lejanas y arcaicas que la Humanidad no era más que una febril idea en la nublada mente de un desconocido dios loco...
El diferente tratamiento que este tema tuvo entre Lovecraft y Howard, la distinta manera en que llegaron hasta los panteones de la oscuridad, forzosamente han de provocar reacciones distintas entre los lectores. Podríamos decir, de alguna manera, que mientras que en el escritor tejano se produce la natural catarsis habitual de los relatos de aventuras, en el maestro de Providence no se llega a ello por un motivo muy sencillo: en este segundo caso la reacción de los débiles humanos, su entrega a los infernales poderes cósmicos de Cthulhu y su ralea hacen que la fe del lector se tambalee (al menos la del lector primerizo en este autor), y el horrendo final de locura y desaparición que acecha a todos los héroes lovecraftianos nos obliga a recapacitar acerca de todo lo que no conocemos del más remoto pasado del mundo y el universo. Por contra, de Peaster surge la fuerza de la personalidad arrolladora, la voluntad de vencer todos los obstáculos, que hace que en los relatos las sombras nocturnas sean destruidas, o al menos obligadas a retroceder, por el poder del frío acero, con lo que el final resulta de lo más catártico, y el lector respira aliviado. Mientras haya gente así que nos proteja...
Probablemente sean estas características peculiares, estas diferencias entre tan grandes maestros, lo que haya hecho que cada uno de ellos sea tan apreciado en su propio género, que haya triunfado de una manera tan clamorosa. Y doy gracias por ello.

2 comentarios:

  1. Buen artículo, Jose Francisco. Con buen ritmo, y contenido. Enhorabuena.

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    1. Buenas tardes, Manuel, y muchas gracias por tus palabras: siempre intento que el material que cuelgo sea lo más adecuado posible...

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