sábado, 25 de abril de 2015

JULIO CÉSAR



JULIO CÉSAR
DE LA GLORIA Y LAS SOMBRAS DE ROMA

José Francisco Sastre García


            Su nombre resuena casi más como el de un semidios, un héroe escapado de las epopeyas, que el de un personaje histórico; considerado por unos como un tirano y por otros como un ejemplo a seguir, mencionar a Julio César es aludir a la gran Roma, a una época en la que la poderosa civilización del Tíber estaba o alcanzó una época dorada. Nada puede decirse de este gran conquistador que no se haya dicho ya. O casi nada…

El personaje

            De nombre Cayo Julio César, nuestro protagonista nace en Roma el 12 ó 13 de julio del 100 a.C., y muere en la misma ciudad el 15 de marzo del 44 a.C. Estas fechas no están totalmente establecidas, planteando algunos investigadores que tal vez su nacimiento se produjera entre 102 y 101 a.C. Ateniéndonos a la historia, vivió en la que se conoce como la era tardorrepublicana,
            Al parecer perteneció a la familia conocida como gens Julia, una de las más antiguas familias de patricios de Roma; tal y como tenían por costumbre entre las grandes estirpes de la antigüedad, la tradición hacía descender a este linaje ni más ni menos que de un troyano llamado Ascanio, conocido también como Iulo, un hijo del mítico Eneas y Creusa, a quien éste héroe semimítico llevó a Roma tras la caída de Troya, fundando la antigua ciudad de Alba Longa, en el Lacio. Sus padres fueron un político menor que alcanzó el rango de pretor, del que heredó el nombre, y Aurelia, una mujer perteneciente a una rama menor de la gens Aureli, los Aureli Cottae, una familia perteneciente a lo que se conocían como nobles plebeyos, nobles menores, con rango senatorial y, a pesar de todo, con una gran influencia.
            En el tiempo en que nació Julio César, esta familia de patricios no poseía una fortuna demasiado cuantiosa (la infancia de Julio César se desarrolló en uno de los barrios más pobres de Roma, la Subura), aunque él se relacionó con algunos de los personajes más influyentes de la época que le tocó vivir: entre otros, quien resultó fundamental para el desarrollo de su carrera política fue su tío Cayo Mario.
            Era el único hijo varón, por lo que los primeros años de su vida se desarrollaron en un entorno básicamente femenino, rodeado por su madre y sus dos hermanas; se le educó en un entorno estricto, en el temor a los dioses, el respeto a las leyes, las reglas de la decencia, la modestia y la frugalidad. Y casi desde el primer momento demostró que su gran deseo era ser un grande entre los grandes, conseguir grandes victorias militares y codearse con sus iguales.
            Con 10 años se le asignó un tutor, Marco Antonio Grifon, un grammaticus de origen galo, formado en la Escuela de Retórica Alejandrina, que le dio a conocer a los autores griegos y romanos de la época: leyó las obras de Homero, la Ilíada y la Odisea, primero con la traducción al latín que había realizado Livio Andrónico, y después las estudió con el texto original en griego. Con este docto sabio aprendió a su vez oratoria, que habría de serle muy útil a lo largo de su carrera, y a escribir poesía, hasta el punto de que Cicerón llegó a decir de él que nadie podría hablar mejor que César. Junto con su tía paterna Julia, serían los dos puntales principales de su educación. Además del latín, su lengua natal, y el griego, que se usaba bastante en los círculos romanos, aprendió también el celta, sin saber lo útil que en el futuro podía llegar a resultarle…
            En el 84 a.C., cuando apenas contaba con 16 años, Cinna, un ambicioso político aliado con su tío y enemigo de Sila, le otorgó el cargo religioso de flamen dialis, el Alto Sacerdote de Júpiter, una de las máximas autoridades religiosas de Roma, y lo casó incluso con su hija Cornelia Flaminia tras su divorcio de su primera esposa, Cosutia, perteneciente a una rica familia de rango ecuestre.
Sin embargo, este cargo poco habría de durarle: asesinado Cinna, tras las derrotas acaecidas sobre Carbón y Mario el joven, hijo de Cayo Mario, a manos de Sila, éste entra en Roma y comienza a tomar medidas severas. La posición de César es muy inestable, pues está demasiado unido al bando perdedor, pero el vencedor, viendo el potencial del joven, le ofrece unirse a él e intenta atraerlo a su bando; como prueba de su fidelidad a la facción dominante, Julio César había de divorciarse de su esposa, a lo cual éste se negó en redondo, lo que provocó que Sila le arrebatara el cargo que ostentaba hasta el momento e incluso contratara a una banda de sicarios para que lo asesinaran. Consiguió librarse en un principio de las tentativas de asesinato, llegando hasta el punto de tener que pagar a sus asesinos para que lo dejaran en paz; más tarde fue perdonado por las presiones que los parientes de su madre lograron ejercer sobre Sila, pero al comprender que el perdón de Sila podía ser extremadamente voluble, decidió partir a a Asia, donde, como legatus de Marco Minucio Termo, combatió contra Mitrídates VI del Ponto. Durante una de estas batallas, la del sitio de Mitilene, se le ordenó llegar hasta Bitinia, donde gobernaba Nicomedes IV, con la solicitud de cesión por parte de éste de una flota con la que pudieran tomar la ciudad rebelde; según narran las fuentes, el monarca quedó tan deslumbrado por la belleza del joven mensajero romano que lo invitó a permanecer en el palacio y descansar en su propia habitación, participando en un festín en el que sirvió de copero real. Llegada esta historia a Roma, sus enemigos la aprovecharían para atacarlo con dureza: si bien la homosexualidad activa no estaba mal vista, la pasiva era considerada totalmente vergonzosa, lo que conllevó a que su reputación quedara dañada al ser acusado de prostituirse con un rey bárbaro; de hecho, al parecer sus rivales aprovecharon la circunstancia para darle el nefasto apodo de “la reina de Bitinia”. A pesar de que César siempre rechazó de plano estas acusaciones, la recuperación de su reputación hubo de proceder de su gran capacidad de mando y de un no inferior arrojo y valor personal a lo largo de la campaña, hasta el punto de que, tras la caída de Mitilene, al lanzarse a una temeraria y arriesgada maniobra mediante la que consiguió salvar a un buen número de legionarios de un mal paso, el propio Minucio Termo, admirado por las habilidades de César, le concedió la condecoración al valor más alta que se otorgaba en la República Romana: la corona cívica.
            A la muerte del dictador, allá por el año 78 a.C., Julio César regresó a Roma, donde se dedicó durante una temporada a ejercer la abogacía. El primer caso en el que intervino fue contra Cneo Cornelio Dolabela, un protegido de Sila que había sido nombrado cónsul unos años antes, en el 81 a.C., para un año después ser trasladado como procónsul a Macedonia, donde al parecer se había dedicado a malversar los fondos del Estado. El acusado, enterado del proceso que se establecía en su contra, decidió enfrentarse a él contratando para su defensa a uno de los más ilustres abogados de la época, Quinto Hortensio, a quien apodaban “el bailarín” por la forma en que se desplazaba por los estrados, y al propio tío de nuestro personaje, Lucio Aurelio Cotta. A pesar de los enormes poderes que se le oponían, César demostró ser un gran orador: no le sirvió para ganar la causa, pero al menos le permitió conseguir la fama que andaba buscando.
            Un año después de este proceso, le fue confiado uno nuevo: durante la campaña del dictador fallecido en Grecia, algunas ciudades habían sido saqueadas por Cayo Antonio Hybrida; estas ciudades reclamaron al joven romano para que defendiera su causa. César se presentó ante el pretor Marco Terencio Varrón Lúpulo e hizo una exposición tan elocuente que consiguió ganar el juicio, pero el acusado se refugió en los tecnicismos de la época y acudió a los tribunos de la plebe, los cuales decidieron darle la razón y ejercitar su derecho al veto, lo que motivó que la sentencia que se había dictado en su contra quedara en suspenso.
Unos años más tarde, en el 73 a.C., es nombrado pontífice, uno de los hombres que forman el consejo religioso supremo de Roma, en lugar de su tío Cayo Aurelio Cotta, ascendiendo muy rápidamente en el ámbito del poder y codeándose por fin con personajes como los cónsules Pompeyo y Craso, cuya amistad le permitió lanzar de forma definitiva su carrera política.
Con todo el poder que ostentaba en ese momento, aún quiso reforzarlo ampliando su formación: viajó a Rodas a estudiar filosofía y retórica a la sombra del mejor gramático de la época, Apollonius Molo. Desgraciadamente, a la altura de la isla de Farmacusa los piratas asaltaron su barco y lo tomaron prisionero, exigiendo un rescate por su persona de 20 talentos de oro (pensemos que un talento equivalía, aproximadamente, a unos 26 kilos); al ser informado de tal precio, el romano se echó a reír y desafío a sus captores a pedir no 20, sino 50.
Durante este tiempo de cautiverio estuvo componiendo discursos que exponía a los piratas, a quienes al parecer tachaba de ignorantes y bárbaros cuando cometían la osadía de no aplaudir.
Cuando llegó el rescate unos 38 días más tarde, César fue liberado: había sufrido una reclusión bastante suave, acomodada, durante la cual había tratado a los piratas con amabilidad pero los había advertido que su futuro era negro e incierto. Y, desde luego, no se quedó en la amenaza: una vez libre, organizó una flota militar que zarpó del puerto de Mileto en busca de sus secuestradores, a los que encontró en su refugio y capturó sin contemplaciones, encarcelándolos en la prisión de Pérgamo. Puesto que la competencia para castigar a estos sujetos la poseía el gobernante de Asia, Junio, fue a buscarlo para que tomara las medidas pertinentes, pero éste prefirió quedarse con el botín y delegar el destino de los piratas en las manos de César, que dictó sentencia rápidamente: mandó crucificarlos, aunque en un gesto de compasión (¿?) ordenó que previamente fueran degollados. Esta supuesta gracia varía según las fuentes, pues según otras versiones lo que hizo fue partirles las piernas…
En el 69 a.C. sufrió un serio revés moral: su esposa Cornelia muere mientras da a luz a un niño que, a su vez, nace muerto; poco después, pierde también a su tía Julia, a quien había estado muy unido. Fiel a su idea de establecer una cercanía con el pueblo, decide quebrantar las reglas y organiza sendos funerales públicos; durante estas exequias se exhibieron las imágenes de Cayo Mario y del hijo que había tenido con su esposa fallecida, Cayo Mario el Joven, y la del padre de su mujer, Lucio Cornelio Cinna, en una clara transgresión de las leyes de Sila y como gesto de feroz desafío. Como proscritos que eran por haber luchado contra el tirano, las leyes dictadas por éste prohibían tajantemente mostrar sus imágenes en público. Esta acción acrecentó su popularidad entre los plebeyos y los que formaban parte de la facción de los populares, y al mismo tiempo enconaba aún más contra él a los optimates.
En el 69 a.C., a los 30 años de edad, los Comicios lo eligieron cuestor (en la época de César, había dos civiles, encargados de controlar el Tesoro Público, y dos militares). En el sorteo que tuvo lugar a continuación, le fue asignado un cargo en la Hispania Ulterior, lo que actualmente es Portugal y el Sur de España; al parecer, una de las leyendas que rodean a nuestro personaje dice que, tras haberse lamentado ante el busto de Alejandro Magno por haber cumplido su edad sin haber llegado a alcanzar un éxito de gran importancia en el Herakleion (el templo de Hércules) de Gades (la actual Cádiz), César tuvo un sueño en el que se predecía que conseguiría el dominio del mundo. Durante su estancia en esta provincia hispana conocería a Lucio Cornelio Balbo “El Mayor”, con el cual establecería una buena amistad que más adelante redundaría en beneficio de ambos.
César regresó a Roma, y su ascenso continuó de forma meteórica: mientras proseguía con su carrera como abogado, en el 65 a.C. fue nombrado edil curul (organizador de obras y eventos sociales, algo parecido a un presidente de una junta municipal); una de sus tareas era la organización de los juegos en el Circo Máximo, tarea que, de no ser desempeñada con el adecuado acierto para contentar a las masas, podía costar la pérdida de dicho cargo; así, dispuesto a que los romanos no olvidaran fácilmente el evento para impulsar aún más su carrera política, empleó no sólo fondos públicos, sino parte de los suyos personales, para crear unos fastos que al parecer desbordaron, literalmente, todas las previsiones: entre otras actividades, desvió el curso del Tíber para inundar la arena del Circo y poder ofrecer una naumaquia, un combate entre barcos, acabando el año con importantes deudas por valor de varios cientos de talentos de oro.
A pesar de este dispendio, la maniobra fue un rotundo éxito: gracias a ello, en el año 63 a.C., a la muerte de Quinto Cecilio Metelo Pio, César fue elegido Pontifex Maximus, una posición que le otorgaba un poder que rozaba ya lo absoluto. El mismo día en que fue elegido debía haber sospechas de que sus numerosos enemigos complotaban contra él: según Suetonio, estas señales obligaron al recién ascendido a decirle a su madre: “Madre, hoy verás a tu hijo muerto en el Foro o vistiendo la toga del sumo pontífice”.
Este cargo llevaba aparejados una serie de privilegios: una casa nueva en el Foro, la Domus Publica, la presidencia del Colegio de Pontífices y una enorme influencia en la vida religiosa de Roma; de la misma manera, también había de asumir los deberes y derechos del paterfamilias sobre las vírgenes Vestales.
Sin embargo, no todo fueron rosas en este camino: tras enviudar de Cornelia Cinna, César había tomado como esposa a una nieta de Sila, Pompeya Sila. En su papel de esposa del Pontifex Maximus, y como una de las mujeres más importantes de Roma en virtud de su casamiento, era la encargada de la organización de los rituales de la Bona Dea, la Buena Diosa, en diciembre; se trataba de una liturgia exclusivamente femenina, donde los hombres no podían participar, pero el sacrilegio se produjo: en el año 62 a.C. un joven llamado Publio Clodio Pulcro, considerado peligroso por sus ideales subversivos, se disfrazó de mujer y entró en la casa, movido al parecer por el propósito de yacer con Pompeya. En respuesta a tal blasfemia, la mujer recibió una orden de divorcio. Requerido a dar explicaciones sobre el suceso, César aseguró en público que él no la consideraba responsable de lo sucedido, pero justificó la demanda de divorcio con una máxima que Plutarco hizo célebre: “La mujer de César no sólo debe ser honrada, además debe parecerlo”. Curiosamente, Clodio fue perdonado, posiblemente por las presiones de los poderosos enemigos del Pontifex Maximus.
El año 63 a.C. fue agridulce para César: elegido cónsul senior Marco Tulio Ciceron, reveló una conspiración mediante la que se pretendía acabar con los magistrados electos y reducir al máximo la funcionalidad del Senado; este complot estaba liderado, al parecer, por un patricio frustrado llamado Lucio Sergio Catilina.
Según se desprende de las fuentes, no hubo un juicio como tal, aunque todos los acusados de estar implicados en la trama estuvieron presentes en las sesiones del Senado en las que se debatió acerca de la cuestión; en la tercera reunión, Cicerón decidió traspasar su responsabilidad a la curia, haciendo que fueran los senadores quienes debatieran acerca de la pena que habría que imponer a los conspiradores. El resultado de estos “juicios” fue la pena de muerte para Catilina y otros cinco prominentes romanos. Todo este proceso quedó escrito por el propio Cicerón en su obra Las Catilinarias.
César no era partidario de la pena de muerte, por lo que puso en juego su mejor oratoria con el fin de evitar dicha sentencia, pero fue derrotado al final por la insistencia de Marcio Porcio Catón el Joven: los cinco hombres fueron ejecutados ese mismo día. Pero no acababan ahí los problemas, pues salió a la luz el romance que el Pontifex Maximus tenía con Servilia Cepionis, hermana de Marcio Porcio Catón, lo que los enemigos de César aprovecharon para acusarlo de formar parte de la conjura de Catilina; por suerte para él, tal extremo jamás fue probado y, además, no llegó a perjudicar seriamente su carrera política.
            En el 62 a.C. fue nombrado praetor urbanus, el  encargado de administrar justicia. Cuando Quinto Cecilio Metelo Nepote, tribuno de la plebe, presentó algunas leyes a favor de Pompeyo, se puso de su lado, pero la feroz oposición de Catón hizo que fueran vetadas y que se generara una guerra soterrada, basada en peleas callejeras entre ambos bandos que generaban un enorme ambiente de inseguridad en la ciudad. Cuando acabó su tiempo en la pretura, fue enviado a Hispania como propretor, un encargado de administrar justicia delegado por el pretor correspondiente, y fue puesto al frente de una corta campaña contra los lusitanos. Durante esta campaña, la flota romana recibió un importante apoyo de las tropas acantonadas en Gades, tras haber nombrado César a Balbo consejero personal: éste era ya praefectus fabrum, un cargo similar a un jefe de ingenieros perteneciente a la plana mayor de las legiones, haciendo que ambos saliesen beneficiados notablemente.
            Dispuesto a convertirse en cónsul, antes de que llegara su sustituto como propretor se moviliza y regresa a Roma rápidamente; una vez en el Campo de Marte, debido a que aún ostenta el imperium, ha de quedarse a la entrada de la ciudad, pues las leyes así lo exigían, e instalarse en la Villa Pública, desde donde se apresuró a presentar la candidatura: no está claro si lo hizo mediante persona interpuesta o por misiva al Senado, la cuestión es que un día después no parecía que hubiera problema alguno en que el Senado la aceptara y validada.
            Catón aún andaba tras los pasos de César: miembro de la facción optimate más conservadora y enemigo a muerte del héroe de Hispania, era absolutamente reacio a que un político popular, y aún más si se trataba de César, obtuviese el consulado; sabiendo que la votación senatorial había de hacerse antes de la puesta de sol, prolongó su exposición hasta que se hizo de noche, por lo que dicha moción hubo de ser postergada para ser aprobada o denegada al día siguiente. Comprobada la argucia de su rival, César decidió prescindir de las pruebas de su triunfo y presentarse en persona como candidato.
            Los optimates, furiosos por no haber podido evitar que su enemigo entrase en las elecciones, iniciaron rápidamente sus movimientos con la intención de encontrar un candidato que pudiese enfrentarse de forma adecuada al republicano y equilibrar de alguna manera la balanza: habían de conseguir a un conservador que pudiera contrarrestar eficazmente las medidas que César pudiera tomar durante su tiempo como cónsul. Por su parte, Pompeyo recurría al viejo truco de repartir dinero entre su clientela y votantes, intentando a toda costa comprar los dos consulados. El resultado de todas aquellas maniobras fue que Catón colocó como candidato a su yerno, Marco Calpurnio Bíbulo, que representaba, según los optimates, al salvador de la República, aunque no consiguió un resultado demasiado notable: en el 59 a.C., las elecciones dejaron como ganador con clara diferencia a César, el segundo puesto quedó ocupado por Bíbulo.
            Si bien al principio parecía que las cosas iban bien para los conservadores, que habían conseguido mantener al margen a Pompeyo, seguían manteniendo su posición de impedir a toda costa que un ambicioso sediento de gloria, y por añadidura con grandes dotes militares, pudiese llegar a ser gobernador de una provincia; para ello, Catón planteó al Senado que, con una Italia plagada de forajidos y revuelta tras la rebelión de Espartaco 10 años antes (aplastada por Craso con el apoyo de César, y según algunos historiadores una derrota debida más bien a un error del gladiador rebelde que de la habilidad militar del general romano), lo mejor para la República sería que los cónsules se embarcaran en una misión de limpieza durante un año; tras comprobar que el Senado aceptaba de buena gana tal propuesta, Catón se congratuló al pensar que su gran rival César acabaría su cargo como un mero policía entre aldeanos y pastores…
            Era una maniobra arriesgada, pero tras ella se escondía precisamente la idea de arrinconar al republicano hiciera lo que hiciera: si la aceptaba perdería su tiempo en escaramuzas inútiles y no podría estar ante el Senado, al que podrían manipular los optimates a su antojo, y si no lo hacía habría de recurrir a la fuerza para revocarla, lo que conllevaría su declaración como criminal, como un nuevo Catilina. Era o ser arrinconado, o ser proscrito. Puesto que en el Senado la mayoría formaba un bloque liderado por los conservadores y sus aliados, entre los que se contaba el poderoso Craso, estaban seguros de que dominaban todas las piezas del tablero y de que cualquier intento de Pompeyo quedaría reducido a la nada.
            En la primera reunión que el Senado tuvo con César como cónsul, éste trató de atraerse a los aliados de Pompeyo ofreciéndoles un generoso acuerdo, pero Catón vio sus intenciones y, absolutamente dispuesto a evitar que se aprobara, recurrió a la táctica que tan buenos resultados le había dado: hablar y hablar hasta que cayera la noche, pero esta vez no lo consiguió, pues el republicano, escarmentado por la primera vez que cayó en dicha trampa, le impidió seguir e indicó a sus lictores que se lo llevaran; ante aquella evidente falta de decoro, algunos senadores abandonaron sus puestos. Cuando César los interrogó para conocer el motivo por el que se marchaban, uno de ellos le respondió: “prefiero estar en la cárcel con Catón, que en el Senado contigo”.
            Ante tal declaración de intenciones, César se vio obligado a rectificar, aunque aquello no fue más que una cuidada estrategia: presentó la campaña de su ley agraria directamente ante los Comicios. A partir de aquel momento Roma comenzó a llenarse de veteranos de Pompeyo, hecho que creó una enorme alarma entre los optimates. El recién estrenado cónsul podía hacer aprobar la propuesta por el mismo pueblo y hacerlo con fuerza de ley, pero esta táctica era considerada poco ortodoxa, pues iba contra la voluntad del Senado y la vulneraba gravemente, lo cual podía acabar por arruinar su influencia entre sus aliados y acabar con su carrera tan rápidamente como había empezado. Sin embargo, la gran sorpresa de aquella votación no provino de las tácticas de César, sino que surgió en la recta final: todo el mundo esperaba que Pompeyo fuera el primero en hablar a favor de la propuesta, lo que no podían esperar los conservadores era que la segunda persona fuera ni más ni menos que Marco Licinio Craso, que al parecer se había cambiado de bando. Las esperanzas de los optimates se derrumbaban definitivamente: con aquel trío gobernando juntos, prácticamente podrían hacer con la República como desearan. Este momento es denominado por los historiadores como el Primer Triunvirato, alianza que se confirma de forma plena cuando Pompeyo se casa con Julia Caesaris, la única hija de César: al parecer, a pesar de la diferencia de edades y de ambiente social, aquel matrimonio prosperó.
            ¿Por qué se formó aquel gobierno? Evidentemente, porque cada uno de ellos necesitaba a los otros para reafirmar su poder y gloria: Pompeyo requería de César para que la ley agraria prosperara y sus veteranos pudiesen tener tierras; Craso, tras comprobar que su represión de la revuelta de Espartaco no le había dado la gloria que ansiaba, necesitaba de un gobierno proconsular para conseguirla; y César tenía que acudir al prestigio de Pompeyo y a los fondos de Craso para poder conseguir la provincia que llevaba tanto tiempo ansiando.
            En el ínterin, los conservadores se resistían a perder el poder que habían ostentado: Marco Bíbulo y sus aliados comenzaron a usar su derecho de veto para bloquear sistemáticamente las propuestas de César, pero éste no estaba dispuesto a permitir que lo manipularan y le impidieran legislar, por lo que de nuevo tomó la decisión de llevar sus propuestas directamente ante los Comicios, donde acababan siempre por aprobarse, sobre todo por el apoyo decidido que le ofrecían los veteranos de Pompeyo.
            La primera chispa de la tensa situación creada se produjo cuando algunos miembros del pueblo (populus) arrojaron una cesta de estiércol a la cabeza del líder de los optimates: éste optó por retirarse de la vida política con el pretexto de dedicarse a la observación de los cielos en busca de presagios y augurios, pero en un proceso estratégico calculado, no renunció a su magistratura. La idea seguía siendo la misma: impedir que el nuevo cónsul pudiera aprobar leyes, pero demostró ser insuficiente contra un rival como César, que de forma sistemática pasó por alto todas las predicciones y pronósticos que publicaba su enemigo y prosiguió con su política de apoyarse en los tribunos de la plebe y en los Comicios, donde poseía todo el poder que necesitaba para sus fines.
            Tras esta nula participación por parte de los conservadores, los romanos, demostrando su sentido de la ironía, llamaron a este año el “año de Julio y César” (La ironía parte de la base de que en Roma cada año era denominado por el nombre de los dos cónsules que lo regían).
            Tras un año de dificultades, a César se le invistió con el gobierno como procónsul de dos provincias: la Galia Transalpina (lo que actualmente es el Sur de Francia) e Iliria (la actual costa de la región croata de Dalmacia). Gracias al apoyo de los otros dos miembros del triunvirato, ostentó este cargo durante cinco años; tras el inesperado fallecimiento de Quinto Cecilio Metelo Céler, gobernador de la Galia Cisalpina (lo que actualmente serían la parte central de Francia, Suiza, los Países Bajos…), el cónsul consiguió a su vez dicha provincia. La mentalidad de César le impelía a llevar el gobierno de estas regiones no precisamente de forma pacífica: las enormes sumas que adeudaba le obligaban a recaudar todos los bienes que pudiera conseguir para poder saldarlas. Para mantener asegurada su cuota de poder en Roma, consiguió que se nombrara como cónsules a dos aliados suyos, Pisón y Gabinio.
            El momento perfecto llegó cuando los helvecios (lo que aproximadamente sería la actual Suiza) decidieron emigrar hacia el Oeste de las Galias, con la intención de instalarse al Norte de Aquitania, en lo que actualmente es Pago Santón: César decidió impedirlo a toda costa, con la excusa de que iban a acercarse demasiado a la Galia Cisalpina y eso creaba una seria amenaza, por lo que reclutó tropas e inició las campañas que dieron lugar a lo que con posterioridad se ha conocido como la Guerra de las Galias, campaña que se extendió desde el 58 a.C. hasta el 49 a.C.,mediante la que conquistó la región conocida como Galia Comata (lo que actualmente serían Francia, Holanda, Suiza, y parte de Bélgica y Alemania).
            Fue una campaña en la que el procónsul demostró todo su poder: tras construir un puente sobre el Rhin, éste fue destruido, pero volvió a levantarlo; al mismo tiempo, entró por dos veces en territorio germano simplemente para demostrar que podía hacerlo, sin llegar a la conquista; e incluso hizo lo mismo dos veces seguidas cruzando el Canal de la Mancha para asaltar las Islas Británicas, con una idea más basada en la estrategia que en la mera conquista. De hecho, fue el primer general romano que penetró en estos territorios…
            Se rodeó de gente de confianza: entre sus comandantes de legión (legatus) se encontraban personajes que con el tiempo resultarían de suma importancia en la vida de César: sus primos Lucio Julio César y Marco Antonio, el hijo de Craso (Marco Licinio Craso), un cliente de Pompeyo llamado Tito Labieno, o el hermano más joven del cónsul Marco Tulio Cicerón (Quinto Tulio cicerón).
            Durante la Guerra de las Galias demostró su gran capacidad táctica y estratégica: conjugaba la fuerza, la diplomacia y el conocimiento de las rencillas internas de las tribus, practicando el famoso lema de “divide y vencerás”. Al mismo tiempo, ponía en práctica una técnica que, con la adecuada salvedad de las épocas en que se desarrollan, era muy similar a la guerra relámpago del siglo XX: conocida como celeritas caesaris, consistía en penetrar rápidamente en el territorio enemigo y aplastarlo antes de que tuviera tiempo de reaccionar, haciendo combatir a sus hombres aun después de llevar días de marcha, sin un descanso previo… A este respecto, parece ser que el ritmo de marcha que imprimía  a los legionarios era durísimo, siendo incluso él el primero en mantenerlo e incluso en ocasiones adelantarse, demostrando así una enorme resistencia.
            Ante su habilidad en el arte de la guerra cayeron uno tras otro los pueblos galos: los helvecios en 58 a,C., los nervios y la confederación belga en 57 a.C., o los vénetos en 56 a.C. El final de esta exitosa campaña se culminó con la derrota, en el 52 a.C., de una confederación de tribus galas lideradas por un caudillo arverno, Vercingétorix, en la batalla de Alesia.
            Si seguimos a Plutarco, nos encontramos con unas cifras exorbitantes para la Guerra de las Galias: 800 ciudades tomadas, 300 tribus sometidas, alrededor de un millón de galos sometidos a esclavitud, y otros tres millones más caídos a lo largo de la guerra. Supuestamente, la toma de la ciudad de Avarico resultó especialmente sangrante, pues de los 40.000 defensores no quedaron más que 800.
            Sin embargo, si tomamos como fuente a Plinio, nos encontramos con que el cómputo final se reduce a alrededor de 1.192.000 muertos y aproximadamente el mismo número de esclavos; y ya acotamos mucho más si nos fijamos en los datos que ofrece Veleyo Patérculo, que afirma que murieron 400.000 galos. Evidentemente, estas cifras no están claramente contrastadas, ni siquiera las del propio César, así que habría que considerarlas con cierta dosis de precaución.
            La batalla de Alesia puede considerarse como un ejemplo perfecto de la habilidad de César en las artes bélicas: con tan sólo cincuenta mil soldados correspondientes a 10 legiones (que ni siquiera estaban completas, pues tras ocho años de guerras tal cuestión era imposible), construyó a lo largo de varios kilómetros una doble línea de fortificaciones mediante la que separó con absoluta efectividad al sitiado Vercingétorix, que contaba con 80.000 defensores, de los 300.000 galos que pretendían acudir en su ayuda: derrotó a ambos bloques, acabando así con el poderío galo.
            El caudillo rebelde fue hecho prisionero y llevado a Roma, donde fue exhibido como trofeo de guerra durante el desfile triunfal; posteriormente, según las fuentes que se consideren, fue estrangulado en las celdas del Coliseo de Roma, o perdonado por el propio César, viviendo en una colina cercana y adoptando las costumbres romanas, que asumieron los hijos que tuvo en su nueva vida. Esta disparidad de opiniones se deriva del hecho aparente de que fue muy valorado por su conquistador a causa de su arrojo y honor en la batalla…
            Llegados a este punto, Julio César dominaba ya prácticamente todo el occidente continental y buena parte del central: desde Hispania hasta Germania, e incluso el desembarco en las islas de Britania.
Se había convertido en un héroe, el pueblo lo aclamaba, había conseguido notables éxitos tanto a nivel político como militar, y la conquista de la Galia había aportado a Roma muchos beneficios; sin embargo, los senadores seguían temiendo su ambición, por lo que el clima de tensión y los intentos de limitar su poder seguían produciéndose una y otra vez.
            Llegado el 56 a.C., la situación comenzaba a ser insostenible en el triunvirato: Pompeyo no se fiaba de Craso, con las sospechas de que era precisamente él quien seguía promoviendo las disensiones al mantener a Clodio y sus secuaces, que se dedicaban a sembrar la violencia en Roma; para intentar controlar el desorden que preveía se avecinaba, César llamó a sus dos socios y los reunió en la ciudad de Lucca: al fin y al cabo, las leyes eran las leyes y él no podía entrar en Roma sin renunciar a su imperium. Según las fuentes, no sólo se presentaron Craso y Pompeyo, sino alrededor de 200 senadores. De esta reunión salió el acuerdo, denominado Convenio de Lucca, de que ambos socios se presentaran al consulado al año siguiente y que, una vez designados de nuevo, aprobarían una ley merced a la cual César se mantendría como procónsul durante otros cinco años. Al año siguiente, tal y como era de prever, los planes salieron tal y como habían estipulado.
            Sin embargo, no tardarían en surgir complicaciones en el triunvirato: de una parte, en el 54 a.C. Julia Caesaris murió durante un parto; de otra, en el 53 a.C., la lamentable campaña de Persia dio como resultado, merced a la pésima planificación, la derrota de la batalla de Carea, donde falleció Craso; y por otra, el intento de César de asegurarse la alianza con Cneo Pompeyo Magno al sugerirle que tomara por esposa a una de sus sobrinas, a lo que éste se negó, casándose en segundas nupcias con Cornelia Metela, hija de un optimate, Quinto Cecilio Metelo Escipión.
            Este conjunto de factores fue determinante para rematar el fin del triunvirato. Poco después, una vez se supo en Roma de la gran victoria de Alesia, el tribuno Celio lanzó una propuesta mediante la que pretendía reforzar aún más el poder de Julio: éste podría presentarse como candidato al consulado sin tener que acudir a Roma y, por tanto, sin necesidad de renunciar a su proconsulado. Con esta medida, los rivales del republicano no tendrían posibilidad alguna de procesarle por los supuestos crímenes de su primer consulado, ya que según las leyes romanas, mientras desempeñara una magistratura no podría ser juzgado. De esta manera, se evitaba el período en que era vulnerable, esto es, el momento desde que entraba en Roma para presentar su candidatura, perdiendo su proconsulado, hasta que fuera elegido…
            Sus enemigos se veían incapaces de frenar su imparable ascenso: si regresaba a Roma como cónsul, podría dictar leyes que favoreciesen a sus veteranos y crear una fuerza militar que rivalizara, o incluso superara, a las de Pompeyo. Evidentemente, Catón y sus seguidores se opusieron a la medida propuesta por Celio, lo que motivó que el Senado se dilatara en interminables disputas acerca de, entre otros puntos, el número de legiones que César habría de tener bajo su mando y acerca de su sucesor como procónsul en la Galia Cisalpina e Iliria.
            El triunvirato estaba definitivamente muerto: Pompeyo acabó por inclinarse hacia los conservadores y emitió su veredicto: su antiguo socio debía abandonar su proconsulado la primavera siguiente, cuando aún quedaban meses para las elecciones al consulado; de esa manera intentaban conseguir tiempo para juzgarlo; desgraciadamente para los optimates, en las elecciones para tribuno de la plebe salió elegido Curio, quien se reveló como un firme partidario de César al vetar todos los intentos que los tradicionalistas ponían en marcha para conseguir acabar con el mando de su rival en las Galias.
            Cuando estaba acabando el año, César llevó su XIII legión hasta Rávena, donde acampó; ante aquel hecho, Pompeyo decidió efectuar una maniobra frontal, y tomó el mando de dos legiones en Capua; al mismo tiempo, comenzada a reclutar levas de forma ilegal, lo que, como era de esperar, aprovecharon los seguidores del republicano para atacarlo desde el senado. Mientras tanto, Curio, que ya había finalizado su mandato y había sido sustituido por Marco Antonio, acudió directamente a César y le informó de las medidas que había tomado Pompeyo.
            Ése fue un momento crítico para el general victorioso: el Senado dictaminó que no podía concurrir al consulado, poniéndolo en una peligrosa tesitura: o licenciaba a sus legiones o era declarado enemigo público. Quedaba meridianamente claro que eligiera la opción que eligiera, quedaría desarmado y a disposición de sus enemigos.
            Para intentar frenar este avance, envió una carta a Roma que Marco Antonio leyó ante el senado, en la cual César expresaba su interés por mantener la paz; tras glosar sus logros en el campo de batalla, exponía la propuesta de que él y Pompeyo renunciaran a sus cargos al mismo tiempo. La opinión pública no llegó a saber de esta misiva, pues los senadores se encargaron de ocultarla.
            Metelo Escipión, en su celo por acabar cuanto antes con el poder de su rival, dispuso una fecha inaplazable para que César abandonara el mando de sus legiones, o de lo contrario sería declarado enemigo de la República. Durante la votación de esta norma sólo hubo dos opositores, Curio y Celio, pero por fortuna, Marco Antonio, como tribuno, vetó la propuesta impidiendo que pudiera convertirse en ley; después de esto, Pompeyo intentó apelar al miedo de los tribunos, advirtiéndoles que con César frente a Roma con sus legiones no podía garantizar su seguridad. Tras este ultimátum, los tres defensores de César hubieron de abandonar la capital del imperio ocultándose a los ojos de sus muchos enemigos, disfrazados de esclavos, y acosados por las bandas callejeras que los tradicionalistas habían dispersado por toda la ciudad.
            La crisis estaba prácticamente en su peor momento: el 7 de enero el Senado proclamó el estado de emergencia y, en una decisión sin precedentes, otorgó a Pompeyo poderes excepcionales, dándole el cargo de cónsul sine collega. Fue entonces cuando Catón y Marcelo instaron al Senado a que pronunciara una frase legendaria: “Caveant consules ne quid detrimenti res publica capiat” (Cuiden los cónsules que la república no sufra daño alguno). Con esto, se dictaba la ley marcial; a continuación, los senadores advirtieron a Pompeyo que debía trasladar sus tropas a Roma para protegerla del que era considerado como un invasor.
            Tras evaluar la insostenible situación en que le habían colocado, César optó por el camino del medio: presentándose ante la legión, explicó a sus soldados las condiciones que le exigían los senadores, preguntándoles si estaban dispuestos a enfrentarse a Roma en una contienda en la que de ser derrotados serían juzgados y condenados como traidores al imperio. La respuesta de sus hombres fue apoyarlo y acompañarlo en la campaña que iba a desarrollar.
            Según las fuentes, los movimientos del general romano comenzaron alrededor del 7 al 14 de enero de 49 a.C.: informado de los poderes que le habían sido conferidos a Pompeyo, ordenó que una pequeña parte de sus tropas avanzara hacia el Sur y tomara la ciudad más cercana, mientras que él, al frente de la Legión XIII Gemina, avanzaba hasta el río Rubicón, que marcaba la frontera entre Italia y la Galia Cisalpina; fue entonces cuando se dice que, al dar la orden de avance a sus tropas, pronunció la famosa frase: “          Alea iacta est”, la suerte está echada. A este respecto, al contrario de lo que suele creerse, que pronunció la famosa frase en latín, según Suetonio la pronunció en griego y no sólo eso, sino que la tomó de una obra del dramaturgo ateniense Menandro, uno de los autores preferidos del general.
            Al conocer la noticia de las intenciones de César, los optimates abandonaron la ciudad y declararon enemigos de Roma a todos aquellos que se quedaran en ella. Pompeyo, con sus tropas, marchó hacia el Sur, sin saber que su enemigo venía a él con tan sólo una legión; éste, albergando una mínima esperanza de reconciliación con su antiguo amigo, lo persiguió hasta el puerto de Brundisium con la intención de ofrecerle rehacer la alianza, pero Pompeyo no aceptó: retrocedió aún más y se refugió en Grecia con sus seguidores.
            César se encontraba en una encrucijada: si perseguía a su antiguo socio dejaba su retaguardia desguarnecida frente a los posibles ataques de las legiones de Pompeyo que se hallaban en Hispania, y si se volvía contra éstas para protegerse permitiría que su enemigo se reorganizara. Después de calcular que posiblemente el rival más débil fueran precisamente las tropas acantonadas en Grecia, César volvió sobre sus pasos y en una marcha brutal que apenas llegó a durar 27 días se presentó en Hispania, dispuesto a presentar batalla a los ejércitos de su rival: unas cuantas legiones estaban bajo el mando de legados afines a Pompeyo, al tiempo que la mayoría de las poblaciones de la región habían jurado fidelidad no a Roma, sino al propio Pompeyo, que aún permanecía como procónsul de la provincia.
            Durante un breve tiempo se enfrentó con estos ejércitos en diversas escaramuzas y combates, hasta que por fin, en la batalla de Ilerda (antiguo nombre de Lérida), los derrotó de forma definitiva e inapelable.
            Tras considerar asegurada su retaguardia, César regresó a Roma y organizó las instituciones políticas: con la situación creada por el enfrentamiento entre las facciones, la ciudad había caído en la anarquía y se hacía necesaria una mano fuerte que pusiera orden en el caos; una vez rehecho todo el sistema, se dirigió a Grecia, dispuesto a enfrentarse con Pompeyo.
            Al principio las cosas no le fueron demasiado bien: el 10 de julio de 48 a.C. se encontraba con el escollo de una derrota en la batalla de Dirraquium, aunque no llegó a ser un desastre completo: su enemigo no fue capaz, o tal vez no supo, de aprovecharse de esta victoria, lo que permitió que César huyera del campo de batalla con todo su contingente prácticamente intacto.
            El final de la contienda se produjo el 9 de agosto: gracias a su habilidad militar, la batalla de Farsalia resultó en una victoria aplastante de las tropas de César, aunque sus enemigos consiguieron encontrar una escapatoria y huir: Pompeyo se dirigió a Rodas y desde allí embarco hacia Egipto, mientras que Metelo y Catón tomaban el camino del Norte de África…
            De nuevo, sus pasos lo devolvieron a Roma, donde fue nombrado dictador (pensemos que en la época de que estamos hablando el término dictador no significaba lo mismo que ahora, no tenía unas connotaciones tan negativas); designó a Marco Antonio como Magister equitum. Por segunda vez se convertía en cónsul, con Publio Servilio Vatia Isaúrico a su lado.
            César no quería dejar cabos sueltos en sus relaciones con sus enemigos conservadores, así que en el 47 a.C. se dirigió a Egipto en busca de Pompeyo: descubrió que había sido asesinado el año anterior por encargo del faraón Ptolomeo XIII con la intención de congraciarse con el romano, acto que lo apenó notablemente, ya que tenía la intención de ofrecerle su perdón. Debido a los intereses que Roma tenía en Egipto y probablemente a la muerte de su antiguo socio, comenzó a intervenir en la política del reino africano, quitando el cargo de faraón a Ptolomeo XIII y sentando en el trono en su lugar a su hermana Cleopatra VII. Durante los disturbios en los que hubo de intervenir, ante la posibilidad de que sus barcos cayeran en manos enemigas los quemó, hecho que provocó el incendio de un almacén de libros perteneciente a la Biblioteca de Alejandría.
            Entre César y Cleopatra surgió un romance que dio fruto a un niño, Cesarión, que más adelante gobernaría Egipto como Ptolomeo XIV por breve tiempo, y se convertiría en el último faraón del reino. Algunos historiadores han puesto en duda que este muchacho fuera hijo del cónsul, basándose en el hecho de que el general romano nunca lo reconoció oficialmente como hijo suyo.
            Avisado de las intenciones militares de Farnaces, el rey del Ponto, se dirigió hacia el Asia Menor, donde se enfrentó a él y lo derrotó fácilmente en la batalla de Zela, donde se supone que pronunció otra inmortal frase: “Veni, vidi, vici.
            Aún quedaban miembros de la facción conservadora por capturar: Metelo y Catón, como ya hemos dicho, habían huido al Norte de África. Dispuesto a acabar con aquel reducto que con el tiempo podía devenir en una nueva complicación, César se embarcó contra ellos, batiéndolos con contundencia en el 46 a.C., en la batalla de Tapso, donde acabó con ambos; sin embargo, se le escaparon los hijos de Pompeyo, Cneo y Sexto Pompeyo Fastulos, junto con su antiguo legado en las Galias, Tito Labieno, que partieron hacia las provincias de Hispania.
            Estas victorias dotaron a César del mayor poder que había tenido en toda su historia: al regresar a Roma a finales de julio del 46 a.C., su facción dominaba por completo el senado, lo que el victorioso general aprovechó para legitimarse: fue nombrado dictador por tercera vez, y de nuevo con unas condiciones sin precedentes: este nuevo cargo podría ostentarlo durante diez años.
            Ebrio de poder, se dispuso a mostrar ante los romanos toda la gloria de sus hazañas: para celebrar estos triunfos ofreció al pueblo cuatro desfiles triunfales, que se celebraron desde el 21 de septiembre hasta el 2 de octubre. Ante los asombrados ojos de la ciudadanía se mostraban las maravillas de las provincias conquistadas, y la gran multitud de esclavos sometidos resultaba abrumadora. Los eventos incluían incluso, como ya había hecho en alguna ocasión, batallas en lagos artificiales.
            Fueron unas fechas fastuosas, en las que las lamentaciones por la guerra civil entre los propios romanos fueron disimuladas por la exposición de las grandes victorias contra otros pueblos.
            Para mantener el aprecio que le tenían sus tropas, se mostró extremadamente agradecido: entregó a cada legionario cinco mil denarios (el equivalente a 16 años de servicio obligatorio), a cada centurión diez mil y a cada tribuno y prefecto veinte mil; además de eso, les dotó de terrenos, aunque en este caso no estaban aledaños a Roma, pues para mantener intacta la fama que ostentaba entre los ciudadanos no quiso despojarlos de ellos; además, de esta manera establecía colonias romanas en los territorios recientemente conquistados con las que poco a poco iría dominando a los levantiscos.
            Tampoco olvidó al propio pueblo: en cumplimiento de una antigua promesa, distribuyó diez modios de trigo (una medida romana que equivalía aproximadamente a 8,75 l.) por cabeza y una cantidad similar de aceite con 300 sestercios; a todo esto le añadió otros cien sestercios más por la demora en cumplir su promesa.
            Y aún no acababan ahí las reformas y donaciones: rebajó el alquiler de las casas, dejándolas en la capital en 2000 sestercios y en el resto de Italia en 500, y aumentó la distribución de carnes; después del triunfo sobre Hispania dio dos grandes festines públicos, el segundo mucho más abundante y fastuoso, cinco días después del primero, por considerar que no había sido suficientemente digno.
            Multiplicó los espectáculos de todo tipo en todos los barrios de la ciudad: combates de gladiadores, comedias, en los que participaban gentes de todas las naciones conquistadas; había multitud de juegos en el Circo Romano, actuaciones de atletas, e incluso una naumaquia (una batalla naval).
            Nadie podía decir ni quejarse de que aquellos fastos no lo incluyeran de una forma u otra: entre los gladiadores se encontraba gente como Furio Leptino, pariente de pretores, o Quinto Calpeno, que había sido senador; muchos hijos de príncipes de Asia y Bitinia bailaron la pírrica (danza en la que se imitaba un combate); e incluso un ciudadano romano, Decimo Liberio, representó durante los juegos una obra de mimo de composición propia, recibiendo por ello 500.000 sestercios y un anillo de oro; cuando acabó, se le sentó entre los equites.
            Tras ensanchar la arena del Circo y abrir un foso lleno de agua alrededor, se celebraban carreras de cuadrigas y bigas y todo tipo de eventos, incluidos los llamados troyanos, en los que participaban incluso los niños; el apoteósico final de las fiestas consistió, al parecer, en una batalla entre dos grandes ejércitos en los que participaban hasta elefantes.
            Expresamente para estos fastos se edificó un estadio en las inmediaciones del Campo de Marte, e incluso se construyó un lago al otro lado del Tíber, en lo que se denominaba la Codeta menor, donde se celebraban las batallas navales.
            César parecía estar dominado por un frenesí constructor: reformó los edificios públicos de Roma y creó muchos otros en general en torno al Campo de Marte y el complejo del Foro, entre los que se cuentan el Foro Julio o Foro de César (que finalizó Augusto), una estatua ecuestre de su propia figura ubicada en el centro de la plaza, frente al templo de Venus Genetrix, que también había construido consagrado a la que había considerado como su divina antepasada…
            Sin embargo, todo aquello no podía durar: los hijos de Pompeyo, en Hispania, buscaban la caída del hombre que había sido la ruina de su padre, por lo que promovieron, en el invierno de ese mismo año, una rebelión en toda la provincia: bajo el estandarte de la memoria de Pompeyo, Tito Labieno y los hermanos consiguieron, con los considerables recursos que les proporcionaba Hispania, reunir un ejército de trece legiones, en las que se englobaban los restos de las tropas de África, dos legiones de veteranos, otra de ciudadanos romanos de Hispania y población local alistada.
            Poco después de este levantamiento, controlaban ya casi toda la Hispania Ulterior, conquista que incluía las colonias de Itálica y Corduba, ésta última la capital de la provincia.
            Comprendiendo el peligro que suponía tal avance, César marchó a Hispania y, tras unos movimientos de tanteo y algunas escaramuzas, se enfrentó al ejército rebelde en la batalla de Munda y lo aplastó.
            De regreso en Roma una vez más, el dictador se mostró más desconfiado que nunca: los conservadores eran como una hidra, cortaba una cabeza y aparecían más, por lo que comenzó a sospechar de algún intento de asesinato. Tal obsesión llegó al punto de que, en diciembre de 45 a.C., en vísperas de las Saturnales, fue invitado por Cicerón, el suegro de su sobrino nieto Cayo Octavio, a pasar unos días en su residencia de Puteoli (la actual Pozzuoli), oferta que aceptó, pero haciéndose acompañar por una escolta de dos mil hombres. A pesar de esto, la cena debió ser un gran éxito.
            Aprovechando esta ausencia, el Senado votó en bloque toda la normativa relativa a los cargos y honores que habían sido conferidos a César. Según explica Dion Casio, esta decisión fue tomada de esta manera porque “esta labor no debía parecer el resultado de una coacción, sino la expresión de su libre voluntad”. De esta manera, antes de cumplir la tradición de colocar los decretos a los pies de Júpiter Capitolino, a César le fueron presentados personalmente por los senadores, con lo que se subrayaba aún más el homenaje que las máximas autoridades de la ciudad le rendían.
            Este acto fue, probablemente, uno de los factores que más adelante redundarían en perjuicio de César y de su trágico final: el dictador estaba en el vestíbulo del templo de Venus Genetrix discutiendo con arquitectos y artistas, cuando los senadores se presentaron ante él, pero prosiguió con sus conversaciones como si tal cosa no tuviera la más mínima importancia; uno de los senadores se adelantó para pronunciar un discurso, y el dictador se volvió para escucharlo, pero sin levantarse de su asiento, tal vez tratando de poner en evidencia la afrenta recibida en su persona tres meses antes por el tribuno Aquila. Su respuesta sorprendió a los senadores, pues en lugar de alargar la lista de honores que había de recibir, insistió en reducirlos, aunque los aceptó en todo caso. Esta actitud indignó enormemente a todos los asistentes a este solemne acto.
            Su ambición llegó mucho más lejos: asumió prerrogativas que depositaban en sus manos el poder absoluto, haciendo que todos sus actos fuesen ratificados por el senado, que los funcionarios fuesen obligados a prestar juramento desde su entrada en funciones de que no se opondrían nunca a cualquier medida que pudiera dictar él, e incluso se hizo atribuir los privilegios de los tribunos de la plebe; de esta manera, obtenía la tribunicia potestas y la inmunidad que ostentaban… El resultado de toda esta absorción de funciones por parte de César lo convertía literalmente en un emperador absoluto, sin la posibilidad de que nadie pudiese oponerse a él: el Senado se quedaba en una mera asamblea consultiva.
            Con la aparente intención de convertirse no sólo de facto, sino de nombre y a todos los efectos, en monarca y regresar a los tiempos anteriores a la República, empezó una campaña de propaganda para ir preparando a la ciudadanía para tal hecho, a sabiendas de que el pueblo era muy recalcitrante ante la idea de volver a aquella forma de gobierno. Esta imagen que pretendía darse fue aprovechada por sus enemigos, que esperaban que su propia ambición acabara con él, lo que degeneró en una tensa guerra entre facciones en la sombra.
            El comienzo de estas hostilidades surgió cuando, tras erigir una estatua de oro de César, la coronaron con una diadema con una cintilla blanca, un símbolo de la realeza; esta tentativa de sondear el terreno se saldó con el hecho de que dos tribunos del pueblo ordenaron arrancar dicha diadema y arrojarla lejos, para después, en un alarde de hipocresía, simular ser firmes defensores de la reputación cívica del dictador.
            Ambos bandos se comportaban de forma tan magistral como implacable, buscando en todo momento la manera de herirse mortalmente: durante los últimos días de enero, en las cercanías de Roma, en el Monte Albano, se desarrollaban las fiestas latinas, a las que César estaba llamado a acudir, pudiendo elegir la modalidad en la que deseaba presentarse, bien como Pontifex Maximus, bien como dictador, opción ésta por la que se decantó; así, se presentó portando la toga púrpura y calzando las botas rojas.
            Cuando concluyeron las fiestas, César entró en Roma a caballo, en medio de las aclamaciones y algunas voces que lo aclamaban como rey; ante aquellas aparentes muestras de fidelidad al dictador, los tradicionalistas intervinieron y comenzaron a escucharse gritos de protesta, situación que César solventó con la frase “Mi nombre es César y no Rex”. Era un juego de palabras que podía interpretarse como una alusión a su parentesco con la gens Marcci Reges, familia a la que pertenecía su madre.
            La campaña para coronarse como rey proseguía inexorablemente: el 15 de febrero, el día de las fiestas Lupercales, hubo un nuevo acto al que el dictador acudió con los mismos ropajes que en la celebración anterior, ocupando un trono de oro que había sido colocado en medio de la tribuna de las arengas, por donde había de pasar una procesión encabezada por Marco Antonio. Junto al dictador se hallaba el cuerpo de magistrados: Marco Emilio Lépido como su jefe de caballería, los pretores, los ediles,…
            En el momento en que pasaban delante de la tribuna los sacerdotes julianos, uno de ellos, de nombre Licinio, se acercó al estrado y depositó a los pies de César una corona de laurel con la cintilla de la diadema real entrelazada, momento en que los asistentes comenzaron a aplaudir; a continuación Licinio subió hasta la tribuna y colocó la corona sobre la cabeza de César, que hizo un gesto de protesta; éste se volvió hacia Lépido para que lo ayudara, pero el militar permaneció quieto.
            Fue Cayo Casio Longino quien se adelantó y recogió la corona de la cabeza del dictador, para ponerla sobre sus rodillas, pero éste la rechazó; ante el modo en que se estaban desarrollando los acontecimientos, Marco Antonio tomó una medida expeditiva: subió hasta la tribuna, tomó la corona y volvió a depositarla sobre la cabeza de César, pero esta vez la reacción del republicano fue distinta: se la quitó el mismo y la arrojó lejos, lo que le valió un enfervorizado aplauso de la multitud, que veía con aquel signo cómo el fantasma de la monarquía parecía alejarse de la ciudad sobre la que había estado planeando durante tanto tiempo; aún así, hubo quienes le pidieron que aceptara la dichosa corona, e incluso Marco Antonio insistió en recogerla de nuevo y volver a ceñir con ella las sienes del dictador, pero éste volvió a quitársela y ordenó que fuera llevada al templo de Júpiter, donde “será mejor colocada”; a continuación llamó al cronista de los actos públicos para que consignara que el pueblo le había ofrecido la corona de la realeza de manos del cónsul, pero que él la había rechazado.
            Aunque la idea de la monarquía parecía haber sido desterrada definitivamente, la campaña seguía: se recurrió a los libros sibilinos para conocer el futuro de la campaña militar contra los partos; estos libros habían sido quemados por Sila, y en aquel momento lo que se utilizaba como tales eran copias más o menos fiables.
            Los custodios de estos libros aseguraron que, a tenor de la interpretación que podía hacerse de ciertos pasajes, se podía entender que la victoria contra el enemigo sólo tendría lugar si los ejércitos romanos estaban comandados por un rey; al poco tiempo, comenzó a circular por toda la ciudad el rumor de que la próxima reunión del senado, el 15 de marzo, sería la definitiva: el tío de César, Lucio Aurelio Cotta, tomaría la palabra para proponer que su sobrino recibiera el título de rey.
            Éste fue el detonante para que los últimos optimates que quedaban como oposición al dictador se movilizaran para llevar a cabo medidas más drásticas que las promovidas hasta el momento: Cayo Casio Longino reunió a su alrededor a un grupo de conspiradores con la intención de acabar con la vida de César y evitar que el imperio fuera dirigido desde Alejandría, desde donde Cleopatra, o al menos eso se daba a entender a la población, ejercía sobre el dictador una notable influencia.
            Tras meditar acerca de quién había de ser la cabeza visible del complot, acordaron probar con Marco Junio Bruto, a quien consideraron como el más adecuado para dicha tarea.
            Al parecer debía haber disensiones en la forma de llevar a cabo la misión que se habían encomendado: Marco Junio Bruto abogaba más por la protesta pasiva, por la abstención, pero Longino acabó por fin por convencerlo de que la única manera de evitar que el dictador se saliera con la suya, teniendo en cuenta el poder que tenía sobre el senado, los comicios y el tribunal del pueblo, era acabar con él.
            Gracias a Marco Junio Bruto consiguieron que se les unieran más descontentos: al fin y al cabo, se decía de él que era descendiente de Lucio Junio Bruto, que había expulsado a Tarquinio el Soberbio, el último rey de Roma, en el 509 a.C. ¿Qué mejor opción para acabar con un aspirante a rey que quien tenía sangre de quien había destronado a uno? Así, entre otros, la conjura contó con Décimo Junio Bruto Albino, un familiar de César en quien éste tenía una gran confianza.
            Todos estuvieron de acuerdo en matar a su enemigo en pleno Senado, lo que para las costumbres romanas era todo un sacrilegio y demostraba a las claras la extrema situación a la que se había llegado. De esta manera intentaban que no fuera una mera emboscada, sino un acto de patriotismo, para salvar a la República; inmediatamente consumado el hecho, los senadores habían de declarar su solidaridad con la sentencia ejecutada contra el dictador.
            Al parecer sus intenciones no se quedaban meramente en acabar con la vida de César: pensaban arrojar su cadáver al Tíber, adjudicar sus bienes al Estado y anular todas las disposiciones que había establecido durante su mandato.
            En el 44 a.C., durante los idus de marzo, todo estaba ya dispuesto para el asesinato: un grupo de senadores complotados convocó al dictador al Foro con la aparente intención de leerle una petición por la cual le solicitaban que devolviera al Senado el poder que siempre había tenido.
            Al parecer había rumores y sospechas acerca de lo que estaba por venir, pues Marco Antonio, ante algunos de aquellos informes que Servilio Casca le había presentado, corrió al encuentro de César para intentar pararlo en las escaleras y evitar que entrara a la reunión; sin embargo, los conspiradores alcanzaron al dictador antes, al pasar el Teatro de Pompeyo, donde se reunía la curia romana, y se lo llevaron aparte, a una habitación donde le fue entregada la petición. Al empezar a leerla, el senador que se la había entregado, Tulio Cimber, le tiró de la túnica, lo que hizo que César demandara por el motivo de tal acto (hay que tener en cuenta que, en virtud de los cargos que ostentaba en aquel momento, era jurídicamente intocable, de ahí la expresión “Ista quidem vis est?” (¿Qué clase de violencia es esta?)).
            Casca era uno de los conjurados: sacando una daga, le asestó un corte en el cuello que hizo que César se volviera y clavara su punzón de escritura en el brazo del hombre que lo había atacado.
            Ante el grito de Casca, todos los complotados se arrojaron sobre el dictador, que intentó salir del edificio para pedir ayuda, pero tropezó y cayó en las escaleras del pórtico, donde los asesinos remataron su faena.
            Y aquí entramos en las famosas palabras “¿También tú, Bruto?”. No hay un consenso claro entre las diversas fuentes y los historiadores, aunque las más aceptadas o conocidas de todas las que se han propuesto son las siguientes:
  • Según Suetonio, habría hablado en griego: “Kai sy, teknon?”, lo que traducido viene a ser “¿Tú también, hijo mío?”.
  • Habría hablado en latín, aunque no sería más que una traducción de la frase anterior a la que se habría añadido el nombre de Bruto: “Tu quoque, Brute, filii mei!”.
  • Una variación de esta expresión, inmortalizada en la obra de Shakespeare: “Et tu, Brute?”.
  • Según Plutarco, en realidad no dijo nada, sino que al ver a Bruto entre los agresores se limitó a cubrirse la cabeza con la toga.

Consumado el acto, los conspiradores se dieron a la fuga, dejando el cuerpo exánime a los pies de una estatua de Pompeyo, donde permaneció durante un tiempo, hasta que tres esclavos públicos lo recogieron y lo llevaron a su casa, de donde Marco Antonio lo recogió para mostrarlo al pueblo. Poco después, los soldados de la Legión XIII Gemina, que había estado tan unida a su general, llegaron con antorchas para incinerar el cuerpo, a los que se unieron los ciudadanos, que echaron a la hoguera cuanto podían encontrar para aumentar aún más la pira.
En torno a este luctuoso hecho giran algunas leyendas, como la que dice que la esposa de César, Calpurnia Pisonis, había soñado con un terrible presagio y había advertido a su marido que había de tener cuidado, pero éste había desdeñado tales sueños y le había asegurado que sólo se debía temer al miedo; o la que cuenta que un vidente ciego le había prevenido contra los idus de marzo, y que el día fatídico, al encontrarlo en las escaleras del senado, César se había burlado diciéndole que seguía vivo, a lo que el ciego le había respondido que los idus no habían acabado aún…
Tras su muerte, la principal consecuencia que podemos citar es la cruenta guerra civil que se produjo en Roma, aunque hubo otras:
  • El nombre César pasó a convertirse en un título, como pudiera serlo rey o faraón.
  • Las campañas militares previstas se suspendieron: la represión de los dacios o la guerra contra los partos.
  • Se paralizaron muchas de las obras que había comenzado, como un templo dedicado a Marte, un enorme teatro al pie de la Roca Tarpeya, o la fundación de numerosas bibliotecas públicas griegas y latinas, que habían quedado inicialmente al cuidado de Marco Terencio Varrón..Asimismo, iba a secar las lagunas Pontinas, dar salida a las aguas del lago Fucino, construir un camino desde el Mar Adriático hasta el Tíber a través de los Montes Apeninos e incluso abrir el istmo de Corinto…
  • Recomponer el derecho civil y elaborar un resumen lo más completo y exacto posible, de todas las leyes existentes.

A pesar de todo lo sucedido, la figura de César (o sus ideas) seguía teniendo un innegable atractivo, lo que se demostró cuando, en el 42 a.C., el Senado lo deificó con el nombre de Divas Iulius. En el lugar donde su cadáver había sido incinerado se construyó un altar que sirvió de foco para la aparición de un templo que le sería dedicado a él. A partir de este momento, al igual que su nombre había pasado a ser epíteto de cargo, el hecho de deificar a los emperadores a su muerte se convirtió en un uso habitual.
Respecto a la guerra civil que siguió a la muerte de César, comentar que se tradujo en una cruenta lucha por el control absoluto de Roma entre César Augusto, sobrino nieto del dictador, que había sido nombrado por éste heredero universal, y Marco Antonio, una guerra que finalizaría con la definitiva caída de la República y la aparición de un sistema de gobierno similar a la monarquía, que los historiadores han denominado Principado: resultó una truculenta ironía que la muerte de César se revelara absolutamente inútil, ya que no impidió que se estableciera un gobierno autocrático y dictatorial. En el fondo, detrás del asesinato no había meramente móviles políticos, sino también personales, antiguos odios nacidos de diversas afrentas y enfrentamientos…

            Julio César destacó no sólo como un brillante general y estratega, sino también como un gran orador y escritor: al parecer redactó un tratado sobre astronomía, otro acerca de la religión en la república romana, y un estudio referente al latín; por desgracia, ninguno de estos ha sobrevivido hasta nuestros días. Por el contrario, las obras que sí se han conservado han sido sus Comentarios de la Guerra de las Galias y sus Comentarios de la Guerra Civil. De hecho, son estos documentos, y los escritos por Suetonio, Plutarco, Veleyo Patérculo o Eutropio, los que se conforman en las fuentes principales a través de las cuales conocemos gran parte de su vida y de su carrera militar.
            Algunas fuentes clásicas mencionan el hecho de que nuestro personaje padecía de crisis epilépticas que podían llegar a hacerle perder el conocimiento: Suetonio, por ejemplo, menciona un par de estas crisis, y Plutarco narra que, durante la batalla de Tapso, perdió momentáneamente la capacidad de mando.
            Estas antiguas fuentes también mencionan su faceta de gran seductor: al parecer, frecuentó a muchas mujeres, entre las que se contarían las esposas de personajes de la alta sociedad romana, como las de Servio Sulpicio Rufo (Postumia), Aulo Gabinio (Lollia), o incluso las de sus socios Pompeyo (Mucia) y Craso (Tertulia) y la madre de Bruto (Servilia Cepionis). Asimismo, reinas como Cleopatra (Egipto) o Eunoé (esposa del rey de Mauritania, Bogud), cayeron también presas de su embrujo (o quizás del poder que ostentaba). Tan conocida era su inclinación a los placeres del amor, que incluso sus propios soldados, cuando celebró su triunfo en Roma por la exitosa campaña militar de las Galias, cantaban, según escribe Suetonio, los siguientes versos:

Ciudadanos, vigilad a vuestras mujeres: traemos a un adúltero calvo.
Has fornicado en Galia con el oro que tomaste prestado en Roma.”

            En su faceta de legislador, César tuvo una intensa actividad durante el tiempo relativamente breve que permaneció en el poder; entre otras medidas que tomó, podemos citar:
  • Creó el formato del año actual, conocido como año juliano, ajustó el calendario con arreglo al año solar, con los 12 meses y el día bisiesto cada cuatro años en febrero. Puesto que había que corregir los desmanes de los calendarios anteriores, que intercalaban días o meses según convenía, se estableció el comienzo de este año a partir del 153 a.C., fecha en que comenzaría el año el 1 de enero en lugar del 1 de marzo como siempre había sido.
  • Diezmado por la guerra civil, el Senado necesitaba de gente que César aportó con sus partidarios.
  • Aumentó el número de “funcionarios” notablemente, entre pretores, ediles, cuestores y otros, al tiempo que creaba nuevos patricios.
  • Curiosamente, y a pesar de su aparente intención de acaparar el poder absoluto en Roma, compartió con el pueblo la elección de magistrados, permitiendo que los ciudadanos pudieran elegir la mitad. Aunque no era tan libre, pues había una designación previa por su parte: los escribas enviaban en tablillas a las provincias conquistadas las designaciones iniciales, en unos términos no demasiado abiertos: “César dictador, a tal tribu. Os recomiendo a fulano y a mengano para que obtengan su dignidad por vuestro sufragio”. Al mismo tiempo, se mostró clemente con los hijos de los proscritos y los admitió a los honores.
  • Creó el cargo de comandante del ejército, que designó como imperator, y estableció la admisión de mercenarios extranjeros en las legiones romanas por contratación.
  • Reorganizó el sistema judicial, reduciéndolo de tres clases de jueces a dos, los senadores y los caballeros, eliminando la clase de los tribunos del tesoro.
  • Reestructuró el sistema de censo del pueblo, para efectuarlo por barrios y según los propietarios de las casas: de la misma manera, la lista de las personas a las que el Estado suministraba trigo se redujo drásticamente, de 320.000 a 150.000, y para evitar que tal medida pudiese ser fuente de graves conflictos y disturbios ordenó que el pretor correspondiente tuviese la potestad de sustituir a los que fueran falleciendo, por medio de un sorteo, con los que no estaban inscritos en la lista.
  • Para mantener controladas a las colonias de ultramar y fomentar de alguna manera el intercambio cultural y comercial, distribuyó en ellas a 80.000 ciudadanos; y para evitar que la población en Roma decayera de forma excesiva, estableció que ningún ciudadano entre 20 y 60 años que no poseyese un cargo público pudiese permanecer más de 3 años fuera de Italia, así como que ningún hijo de senador pudiera emprender viajes lejanos si no era acompañado por algún magistrado; e incluso decretó que los criadores de ganado habían de tener entre sus pastores al menos la tercera parte de hombres libres en edad de pubertad…
  • Como causa y consecuencia de lo anteriormente expresado, todos aquellos que practicaban en Roma medicina o cualquier tipo de artes recibieron el derecho de ciudadanía, lo que los ligaba a la ciudad de forma clara al tiempo que pretendía atraer a otros como ellos.
  • En lo que respectaba a las deudas, ordenó que los deudores debían pagar dichas cuentas en base a la tasación de sus propiedades y conforme al precio de estos bienes antes de la guerra civil; al mismo tiempo, se deduciría del capital todo el pago previo en dinero o promesas escritas como usura; de esta manera, acababa con aproximadamente la cuarta de las deudas existentes.
  • Los delincuentes recibían castigos más severos, y para los ricos, que habían estado haciendo lo que querían sin perder ni una moneda, decretó la confiscación completa en el caso de los parricidas y la pérdida de la mitad de sus bienes a los criminales.
  • A todos aquellos que fueran reos del delito de concusión (en palabras vulgares, viene a ser cobrar exacciones ilegales por parte de un funcionario) se les privaba del orden senatorial.
  • Estableció impuestos sobre las mercancías extranjeras, enviando guardias a los mercados para que comprobaran que tales tasas se pagaban religiosamente y requisar los artículos prohibidos, que llevaban a su casa.
  • En un alarde de austeridad (ajena), prohibió el uso de literas, púrpura y perlas, con excepciones según qué personas, qué edades o determinados días.
  • Reorganizó el sistema monetario y creó una ceca privada con la que acuñaba el oro obtenido de la Guerra de las Galias y del saqueo del erario público; asimismo, fue el primer dirigente romano cuyo rostro apareció en las monedas mientras estaba vivo. Para fomentar la liquidez y el movimiento de las monedas, redactó una ley por la que prohibía la acumulación de más de 15.000 denarios, que casi con toda seguridad debió ser inaplicable e ineficaz.
  • También fue el primer legislador romano que envió a sus veteranos a crear colonias fuera de Italia.
Consideraciones

  • Como muchos de los grandes personajes de la historia, se sitúa el origen de Julio César en un entorno épico y semimítico, más allá casi de la mera humanidad. En este caso, es el propio César quien se lo atribuye durante los ritos fúnebres de su tía Julia, al declararse descendiente de Eneas, que a su vez era hijo de Venus y Anquises; en consecuencia, la familia Iulia descendería de la propia diosa romana del amor, y serían poco menos que semidioses. En el fondo, ésta no es más que una mera justificación para manifestar su altivez y su posición por encima de la mayoría de los ciudadanos, y de muchos patricios y senadores.
  • Volvemos a otra característica común de los grande conquistadores: el sueño, la profecía de que en el futuro serán personajes tan gloriosos que eclipsarán al resto de los mortales. César no es ajeno a estas visiones, también recibe un aviso de lo que llegará a ser. ¿Se trata realmente de un aviso de los dioses, del destino o la Providencia, o más bien de una autoafirmación de lo que desean ser, y a lo que su voluntad acabará por conducirlos? En el fondo, estamos ante unos personajes cuya voluntad y tesón son tan fuertes que, cuando comienzan su carrera, necesitan confirmar de alguna manera que llegarán a ser más grandes que los demás, y para ello nada mejor que los dioses enviándoles una señal de su aquiescencia hacia ellos…
  • Hay algunos aspectos de la biografía de César que resultan un tanto chocantes por la aparente contradicción en sus ideas. Cuando Sila le ofrece un puesto cerca de él, pero le exige para ello divorciarse de la hija de Cinna, enemigo acérrimo del dictador, el republicano prefiere enemistarse con el gobernante antes que perder a su esposa. ¿Qué es lo que hay tras este acto? Sabemos que era tremendamente ambicioso, por lo que lo más lógico es pensar que se aliara con Sila hasta que tuviera el poder suficiente como para quitarlo del medio y alzarse a lo más alto de Roma; y, sin embargo, prefiere mantener su fidelidd a Cinna. ¿Previsión para el futuro? ¿Tal vez, un amor hacia su esposa que supera incluso su ambición?
  • Resulta irónico comprobar cómo la carrera de César tan pronto lo acerca como lo aleja de amigos y enemigos: después de haber sido enemigo de Sila por haberse negado a divorciarse de la hija de Cinna, y haber sido perseguido y acosado por éste, tras la muerte tanto de su aliado como de su enemigo se acerca a los seguidores de Sila, casándose con una nieta suya con el fin de congraciarse con ellos. Es decir, tal parece que pudo más su deber hacia sus aliados mientras éstos estuvieron vivos, y después, buscaría nuevos socios.
  • Estamos en un momento en que las intrigas palaciegas y las luchas por el poder están a la orden del día. Curiosamente, cuando a César se le nombra procónsul de la Galia Transalpina e Iliria, se produce la muerte del gobernador de la Galia Cisalpina, lo que le deja con las manos libres para convertirse en procónsul también de esta provincia. ¿Casualidad? Casi diría que no demasiada, puesto que ésta era la manera de tener acceso total a toda la zona de las Galias para conquistarla y adueñarse de todos los recursos y riquezas de que disponía, al tiempo que se convierte en un héroe militar de gran renombre.
  • Tocamos a continuación un tema ya reiterativo, como es la cuestión de las cifras barajadas en las campañas militares: en la época de César, ¿había tanta gente en las Galias como para masacrar a más de un millón de personas y que aún dichas provincias pudieran abastecer con más de un millón de esclavos y ciudadanos al imperio? Comparando las cifras que nos ofrecen unas fuentes y otras, aunque seguramente los combates fueron extremadamente cruentos, pues los galos no estaban dispuestos a ceder ni un palmo de terreno sin luchar, personalmente me decanto por la opción que ofrece Patérculo: 400.000 defensores muertos. Aún así resultan cifras impresionantes para la época….
·         Al parecer no se ha demostrado de forma clara y fehaciente que la intención de César fuera proclamarse rey, aunque los datos que vemos en su biografía apuntan inequívocamente en esa dirección, o en una similar: tal vez no pretendiera ser un monarca como los primeros gobernadores romanos, pero sí buscó con ahínco el poder absoluto, convertirse en el amo y señor indiscutido de Roma y su imperio. Parece evidente que pretendía establecer alguna forma de autocracia, aunque la duda estriba en el tipo que pretendía imponer: ¿un rex como el de los etruscos? ¿Tal vez buscaba una idea similar a la del faraón dios egipcio? ¿O quizás andaba detrás de un gobierno del tipo de los basileus griegos? En cualquier caso, la enorme acumulación de poder que fue tomando indicaba claramente que no pensaba permitir que nadie le hiciera sombra durante su gobierno.
  • Al hilo de lo anteriormente expuesto, comprobamos que el uso de la propaganda y los voceros al servicio eran maniobras de uso común en la política romana, y en muchas otras a lo largo de la historia. Las campañas de propaganda que tanto César para convertirse en rey como sus enemigos para impedirlo usaron son una buena muestra de ello: la claca para arrastrar al pueblo a corear consignas de uno u otro tipo, los gestos teatrales con la corona real… Está claro que sabía manejarse extremadamente bien en el ámbito político, lo que, evidentemente, enervaba a sus enemigos hasta el punto de obligarlos cada vez más perentoriamente a tomar medidas drásticas, y hacer lo que Sila no había conseguido.
·         He aquí otra cuestión un tanto sorprendente, aunque no demasiado: entre los conspiradores que se reunieron para asesinar a César había de todo un poco: patriotas exaltados que luchaban por el ideal de Roma, optimates que odiaban a muerte al dictador por su meteórico ascenso y sus formas de conseguir la gloria, amén de su ideología republicana (al menos al principio)… y también seguidores de Pompeyo a los que no sólo había perdonado la vida y la hacienda, sino que además a muchos veteranos los había recompensado y a algunos nobles los había colocado en puestos importantes, confiando en ellos para que llevaran a cabo eficazmente la administración del Estado. Entre estos enemigos se encontraban, por ejemplo, Casio y Bruto, que había sido gobernadores provinciales nombrados por César. ¿Por qué se vuelven contra él? Es muy probable que pesara más en ellos la muerte de Pompeyo, de la que culpaban al dictador a pesar de no intervenir directamente y de lamentarse por ella, pues al parecer tenía pensado perdonarlo tras su derrota en la guerra civil tras el primer Triunvirato (es un detalle que dice bastante a favor de César el que a pesar de todo siguiera considerándolo como un socio o amigo), que la gratitud que le debían por tener la posibilidad de mantener su vida y su hacienda e incluso incrementarla en algunos casos gracias al hombre al que parecían odiar con tanta fuerza. Diría que, en el fondo, aunque la muerte del dictador fue una cuestión política, se trató más bien de una especie de vendetta: sus enemigos lo odiaban tanto y estaban tan hartos de que siempre se saliera con la suya que no les quedó más opción que tirar por el camino del medio…
·         Para finalizar, comentaremos que sobre la figura de César hay opiniones para todos los gustos: unos piensan que fue el mayor político y militar que hemos tenido en Europa, otros como un hombre tan ambicioso que lo sacrificó todo en aras de conseguir su sueño del poder máximo, otros como un personaje que se esforzó por mejorar las condiciones del pueblo romano… Personalmente, y a la vista de su ajetreada biografía, diría que nos encontramos ante alguien que desde el primer momento tuvo la visión clara de lo que quería conseguir, y con su fuerza de voluntad, unida a su habilidad política y militar llegó a lograrlo, aunque para ello hubiera de hacer y deshacer alianzas con quien se terciara: pero también veo a un hombre con un cierto sentido del honor o amistad, mostrado en su actitud hacia Pompeyo, o en su respeto hacia Vercingetorix, por citar tan sólo un par de ejemplos. ¿Genocida? Así lo denominan algunos, y como tal podría considerárselo en base a las cifras de la guerra de las Galias; pero cuando te embarcas en una guerra en la que van a participar miles y miles de guerreros, y teniendo en cuenta que en aquellos tiempos la fase final era el cuerpo a cuerpo con el enemigo, no resulta demasiado sorprendente encontrarte con multitud de bajas en ambos bandos. ¿Despiadado? Probablemente también, y como ejemplo de ello citaría el episodio de los piratas que lo secuestraron, a los que, a pesar de haberlo tratado relativamente bien, los condenó sin dudarlo un segundo. ¿Intrigante? Por supuesto, se las arregló muy bien con su campaña para que el pueblo lo viera como un héroe y un salvador…

Bibliografía

  • Comentarios a la Guerra de las Galias, Julio César. Aprox. 52 a.C.
  • Guerra Civil (Bellum Civile), Julio César. Aprox. 61 a.C.
  • Historia Romana, Veleyo Patérculo. Aprox. 20 d.C.
  • Vidas Paralelas, Plutarco. Aprox. 70 d.C.
  • Historia Naturalis, Plinio el Viejo. Aprox. 77 d.C.
  • Strategemata, Sexto Julio Frontino. Aprox. 77 d.C.
  • De Oratoribus, Cornelio Tácito. Aprox. 95 d.C.
  • Vida de los Doce Césares, César, Suetonio. Aprox. 120 d.C.
  • Historia Romana, Apiano. Aprox. 120 d.C.
  • Historia de Roma, Dion Casio. Aprox. 230 d.C.
  • Libro de los Césares. Sexto Aurelio Víctor. Aprox. 361 d.C.
  • Breviario, Flavio Eutropio. Aprox. 363 d.C.
  • Historia de Roma, Theodor Mommsen. 1856.
  • Historia de Roma, Indro Montanelli. 1957.
  • César, Walter Gerard. 1962.
  • El Ejército Romano. De César a Trajano (The Roman Army. From Cesar to Trajan), Michael Simkins. 1984.
  • La Acuñación en el Mundo Romano (Coinage in the Roman World), Andrew Burnett. 1987.
  • La Revolución Romana, Ronald Syme. 1989.
  • La Acuñación en la Economía Romana (Coinage in the Roman Economy), Kenneth Harl. 1996.
  • Historia de Roma, Kovaliov, Serguei Ivanovich. 1998.
  • Grandes Generales del Ejército Romano, Adrian Goldsworthy. 2000.
  • Julio César. Un dictador democrático, Luciano Canfora. 2000.
  • Introducción a los Comentarios de la Guerra de las Galias, José Joaquín Caerols. 2002.
  • Rubicón, Tom Holland. 2003.
  • El Proceso Clásico de la Concentración del Poder, Jerôme Carcopino. 2004.
·         Julio César. El hombre y su época, Javier Cabrero Piquero. 2004.
  • César, Adrian Goldsworthy. 2006.
  • Tácticas de Batalla Romanas (Roman Battle Tactics), Ross Cowan. 2007.
  • Césares: Julio César, Augusto, Tiberio, Calígula, Claudio y Nerón, José Manuel Roldán. 2008.

  • La Tragedia de Julio César, William Shakespeare. 1599.
  • César y Cleopatra, George Bernard Shaw. 1901.
  • César, Allan Massie. 2006.
  • Serie de Roma: El Primer Hombre de Roma (1990), La Corona de Hierba (1991), Favorito de la Fortuna (1993), Las Mujeres de César (1996), el Caballo del César (2003) y Antonio y Cleopatra (2008), Colleen McCullough.
  • El Joven Cesar, Rex Warner. 1998.
  • Los Idus de Marzo, Wilder Thornton. 2005.

  • Internet
    • Wikipedia
    • Biografiasyvidas.com
    • Artehistoria.jcyl.es
    • Imperium.org

El personaje de Julio César es uno de esos hombres que han trascendido todos los niveles de popularidad y han aparecido reflejados por todas partes; baste para ello decir que, sin ir muy lejos, nos lo encontramos en el mundo del cómic, en una representación paródica muy conocida, la surgida de la pluma de Goscinny y Uderzo: Astérix, el irreductible galo que, junto con su fiel amigo Obélix, se enfrenta una y otra vez a las legiones romanas bajo el mando de un César soberbio y orgulloso, pero casi siempre justo. Esta imagen, como veremos a continuación, llegó incluso al mundo del celuloide primero con varias versiones de animación y más recientemente con otras tantas entregas de las aventuras de los galos a lo largo del mundo conocido…
De la misma manera, nos encontramos al poderoso general romano conquistador de las Galias asomado a diversos videojuegos de estrategia imperial: Las Grandes Batallas de Julio César, Imperium I, II y III, Praetorians, Rise & Fall,…


Filmografía

Películas

·    Julius Caesar, J. Stuart Blackton/William V. Ranous (Charles Kent). 1908.
·    Julius Caesar, Frank R. Benson (Guy Rathbone). 1911.
·    Cleopatra, J. Gordon Edwards (Fritz Leiber). 1917.
·    Cleopatra, Cecil B. DeMille (Warren William). 1934.
·    Caesar and Cleopatra, Gabriel Pascal (Claude Rains). 1945.
·    Julius Caesar, David Bradley (Harold Tasker). 1950.
·    Julius Caesar, Joseph L. Mankiewicz (Louis Calhern, Marlon Brando, Deborah Kerr, James Mason). 1953.
·    Spartacus, Stanley Kubrick (John Gavin). 1960.
·    Cleopatra, Joseph L. Mankiewicz (Rex Harrison, Elizabeth Taylor, Richard Burton). 1963.
·    Julius Caesar, Stuart Burge (John Gielgud). 1970.
·    Julius Caesar, Michael Langham (Sonny Jim Gaines). 1979.
·    Cleopatra, Franc Roddam (Timothy Dalton). 1999.
·    Vercingétorix, Jacques Dorfmann (Klaus Maria Brandauer). 2001.
·    Julius Caesar, Uli Edel (Jeremy Sisto). 2002.
·    Imperium: Augustus, Roger Young (Peter O'Toole). 2003.
·    Rome, Varios (Ciarán Hinds). 2005.
·    La serie de Asterix el Galo, en la que César tiene apariciones en las siguientes películas:
o   Astérix y Cleopatra. 1968. Animación.
o   Las Doce Pruebas de Astérix. 1976. Animación.
o   Astérix y la Sorpresa del César. 1985. Animación.
o   Astérix y Obélix contra César, Claude Zidi (Christian Clavier, Gerard Depardieu, Laetitia Casta, Roberto Benigni). 1999.
o   Misión Cleopatra, Alain Chabat (Christian Clavier, Gerard Depardieu, Monica Bellucci, Alain Chabat). 2002.
o   Astérix en los Juegos Olímpicos, Fredéric Forestier y Thomas Lagma (Clovis Comillac, Gerard Depardieu, Alain Delon, Vanessa Hessler). 2008.

Documentales

            Sobre Julio César se han rodado multitud de documentales, dedicados a su vida y campañas militares; por citar a algunos de ellos, vamos a anotar los siguientes:

·         Yo, César. Serie documental de varios episodios para televisión. BBC.
·         Julio César, Canal de Historia.
·         Julio César. La Guerra de las Galias, con Mark Corby, Neil Faulkner y Michael Praed. Nacional Geographic. 2004.
·         Grandes Batallas. Las Campañas de Julio César. Artehistoria.
·         Julio César. Vini, vidi, vici. Artehistoria.
·         La Batalla de Alesia. Artehistoria.
·         La batalla de Farsalia. Artehistoria.

3 comentarios:

  1. Un buen personaje, José. En cuanto saque un minuto me lo leo.

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    1. Muchas gracias, Toni. Espero que te guste, es uno de los grandes de la Historia...

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