EL
PEQUEÑO PUEBLO EN LA
LITERATURA
José Francisco Sastre García
El hombre
siempre se ha sentido fascinado por lo sobrenatural, por los misterios que
encierra este planeta: desde la más remota antigüedad, las civilizaciones han contemplado,
unas veces con pavor, otras veces con estupor, fenómenos que no comprendían y
que asimilaban a los dioses o a entidades más cercanas a ellos, definidas como
“elementales” de la naturaleza o criaturas tutelares de la tierra y los seres humanos,
cohabitantes con nosotros ya sea en los bosques, las cavernas, el agua, el
aire, e incluso en otros mundos, en otras dimensiones ocultas a la visión de
los hombres… Al mismo tiempo, esa fascinación va siempre acompañada por un
temor atávico hacia todo lo desconocido, hacia todo aquello que no somos
capaces de asimilar, un temor que fácilmente puede trocarse en odio, en una
oleada de vesánica destrucción de todo aquello que escapa a nuestro
entendimiento, por entender que puede ser peligroso o perjudicial para
nosotros.
Esta
atracción por lo desconocido es la que hace que, inicialmente, se creen las religiones
y las mitologías asociadas a ellas, con toda su pléyade de criaturas más o menos
creíbles, más o menos basadas en observaciones reales deformadas por la mentalidad
del momento; no hay más que fijarse en cualquiera de los antiguos panteones y
los seres asociados a ellos: grecorromano, celta, sumerio, babilónico, inca, maya,
azteca, nórdico, chino, hindú… Prácticamente al mismo tiempo, la fértil imaginación
del ser humano hace brotar obras literarias relacionadas con estos temas, como
pueden ser la Ilíada
y la Odisea de
Homero, la Eneida
de Virgilio, la Epopeya
de Gilgamesh, el Mahabbarata, el Ramayana y muchos otros.
Posteriormente,
los cambios de pensamiento y actitud que ha habido a lo largo del tiempo ante
la religión y los fenómenos desconocidos hacen que se produzca un enorme
crecimiento de la bibliografía dedicada a lo sobrenatural, con los bestiarios y
los grimorios de la Edad
Media, y la aparición de autores de la línea de Alarcón, Poe,
Bécquer, Dickens, Perrault, los hermanos Grimm, Hans Christain Andersen, Washington
Irving, Machen, por citar tan sólo una minúscula muestra de la gran cantidad de
escritores que se han dedicado a este tema.
De entre
todos los temas que se podrían tratar en torno a lo sobrenatural, vamos a
centrarnos en un pequeño apartado: el dedicado a aquellos que entre los
anglosajones ha sido conocido, desde los tiempos más antiguos, como el Pequeño
Pueblo o la Gente Pequeña,
del cual pasaremos a continuación a dar unas breves pinceladas para conocer mejor
a estas criaturas.
Ya los
celtas hablaban de estos seres con respeto y temor: para ellos, todo a su alrededor
estaba lleno o influenciado por ellos: tan pronto se dedicaban a hacer travesuras
como a ayudar; incluso en ocasiones mostraban un aspecto netamente maligno… Se
hablaba entre susurros de sidhi o elfos, leprechauns, duendes o trasgos, hadas,
spriggans, gnomos,… Según las tradiciones, vivían tanto en cavernas bajo tierra
como en dimensiones paralelas comunicadas con nuestro mundo por lo que se
conocía, y aún se conoce, como “círculos de hadas”, lugares marcados en los que
se pueden notar características diferentes en la vegetación y en los que se
suponía bailaban estas criaturas y arrastraban a los desventurados para
llevárselos a su mundo…
No hay un
punto claro de acuerdo en la concepción del término Pequeño Pueblo o Gente
Pequeña, puesto que hay corrientes de investigación que separan cada una de estas
“razas” y delimitan la definición a las hadas, mientras que otras, entre las
que me incluyo, se inclinan más bien a pensar que estamos ante una
manifestación múltiple del mismo fenómeno, esto es, un único pueblo en el que
se entroncan varias agrupaciones; vendría a ser algo así como comparar las
diferentes etnias que existen dentro de la especie humana.
Estas
criaturas no tienen una esencia definida de maldad o de bondad, sino que unas
veces se dedican a ayudar a los humanos, otras veces a fastidiarlos, a hacer travesuras
con o sin malicia; e incluso pueden llegar al extremo de cambiar sus propios bebés
por los de los humanos. Es probable que esta actitud sea debida, precisamente,
a que su pensamiento sigue una línea totalmente distinta a la nuestra, y que
sus valores no tengan nada que ver con los nuestros aunque a veces así lo
parezca.
En lo
tocante a su aspecto físico, se les asocia con una enorme variación de características,
aunque se suele coincidir casi siempre en unos detalles básicos que serían su
baja estatura, los ojos rasgados y una piel morena o, al menos, oscura, las orejas
puntiagudas…
Suelen
estar asociados a lugares muy concretos, puntos que parecen focalizar energías
telúricas o desconocidas, por lo que desde la más remota antigüedad han sido considerados
sagrados; por ejemplo, los “círculos de hadas” ya mencionados serían una especie
de “puertas” entre su mundo y el nuestro, el Bosque de Osorio (Gran Canaria), el
de Broceliande (lugar de nacimiento de Merlín, en Francia) o las selvas del
Yucatán, por donde incluso hoy en día algunos afirman ver corretear a los
misteriosos y elusivos aluxes, duendes de la mitología mesoamericana,
ubicaciones en las que estas criaturas vivirían a sus anchas…
Todas
estas tradiciones han pasado oralmente de generación en generación, llegando
hasta nuestros días y generando una abundante literatura en la que se puede distinguir
claramente el sello que ha impreso cada autor, en base a sus propios conocimientos
sobre el tema.
Así, el
asunto de las hadas de Cottingley hizo que Sir Arthur Conan Doyle, el creador
de personajes como Sherlock Holmes o el profesor Challenger y ferviente defensor
del espiritismo como medio de comunicación con los espíritus de las personas fallecidas,
escribiera un ensayo defendiendo la realidad de la existencia de estas criaturas
y la posibilidad de haber sido fotografiadas por las pequeñas Elsie Wright y Frances
Griffith, mostrando otra de las leyendas en torno a este elusivo pueblo, que
dice que sólo los niños y los puros de corazón pueden verlo. Aún hoy en día,
después de la confesión de ambas y la posterior retractación de Elsie, el
asunto sigue sin estar completamente claro, ya que en él confluyen detalles
que, por una parte, hacen dudar de él como la evidente modernidad de los
atuendos de las hadas; o, por otra, creer en él como la aparente inexistencia
de trucajes en las fotografías…
En
general, podemos delimitar dos corrientes claras en el tratamiento del Pequeño
Pueblo en la literatura: por una parte, los autores que se ciñen más o menos razonablemente
a las tradiciones célticas y anglosajonas, mostrando a una raza pequeña, oscura,
de ojos rasgados y orejas puntiagudas, alejada de la humanidad, subterránea o procedente
de otros mundos paralelos al nuestro, con una actitud hacia los seres humanos
entre benigna y rencorosa según los casos; y por otra, una imagen más alejada, en
la que sólo se distinguen ligeros rasgos de estas criaturas: los ojos oblicuos,
el tratamiento como demonios por parte de la humanidad, su voluntad de
aislamiento, siendo su actitud básicamente orgullosa y despreciativa, salvo
excepciones.
EL RESPETO A
LAS TRADICIONES
Esta
circunstancia se da principalmente en los escritores de origen británico e irlandés;
sin embargo, no todos los autores de las islas mantienen este respeto, ni tampoco
son los únicos en seguir las viejas tradiciones y leyendas. Así, podemos comprobar
cómo esa amoralidad inherente al Pequeño Pueblo se manifiesta una y otra vez,
mostrándose unas veces como criaturas bondadosas, benignas, y otras como seres rencorosos,
pasando por el intermedio de las travesuras, con capacidades mágicas más o menos
poderosas.
Por
ejemplo, en los cuentos infantiles más clásicos (Perrault, los hermanos Grimm,
Andersen…), recopilados tanto de las islas británicas como de la Europa Central, del
Este o de Escandinavia, se narran las aventuras de humanos ayudados o maldecidos
por hadas, enanos, gnomos… Se trata sin duda de una imagen equívoca, pues a
veces da la sensación de que se está creando una dualidad a partir de un mismo elemento:
¿por qué no pensar, en buena lógica, que las hadas y las brujas son realmente las
dos caras de una misma moneda? En el fondo, el hecho de que estos cuentos se dediquen
a los niños no es el objetivo real ya que, en su origen, estas historias
proceden de narraciones y leyendas más antiguas engendradas en las religiones
“paganas” aplastadas por la iglesia cristiana y relacionadas con la filosofía y
el misticismo, que portan dentro de sí el germen de antiguos conocimientos y
enseñanzas iniciáticas fuera totalmente del alcance de aquéllos a los que se
supone que van dirigidos; por ello, leyéndolos entre líneas, vemos que están
impregnadas en buena parte de una cierta “oscuridad” que se intenta paliar sin
conseguirlo del todo: brujas, lobos, criaturas dedicadas a hacer el mal, y
combatidas por los humanos con o sin la ayuda de los “aliados” subterráneos:
Rumpelstilskin no es precisamente un dechado de virtudes, por poner un ejemplo…
En esta
misma línea se mantiene Shakespeare, que retoma también a la antigua raza en
“El Sueño de una Noche de Verano”, dando como teoría que se conforman como un
reino misterioso, poblado por criaturas de todo tipo y gobernado por Titania y Oberón;
todos en el bosque en que habitan se comportan como juerguistas natos, se divierten
a costa de los incautos que penetran en sus dominios, aunque no parece haber tras
ellos rastro alguno de malicia, sino tan sólo la necesidad imperiosa de
pasárselo bien y esquivar el aburrimiento en que caen cuando no hay nadie de
quien burlarse.
Siguiendo
al creador de “Hamlet” o “Macbeth”, nos encontramos con un escritor que
mantiene en alto la lírica y la magia de los mundos feéricos y sus habitantes:
Lord Dunsany, cuya poesía transporta en su seno la naturaleza etérea, delicada,
ensoñadora, de las hadas y los duendes. Con este poeta se abren las doradas
puertas entre los mundos, accediendo a brillantes y evocadoras dimensiones en
las que danzan las tradicionales criaturas de las leyendas célticas… Como gran
conocedor de las leyendas británicas, en su obra se produce un gran respeto
hacia las apariencias y actitudes de estos seres.
La
luminosidad del Pequeño Pueblo se manifiesta, aunque con un estilo más crudo y
centrado en la prosa, en Lloyd Alexander y su Ciclo de Prydain: nos ofrece una imagen
mucho más suave y edulcorada de estos seres, y se mantiene en la idea que ya enunciábamos
al principio de una única raza que vive en otra dimensión que coexiste con la
nuestra, pero que ofrece múltiples aspectos según su adaptación a los
diferentes medios naturales (No debemos olvidar que, en última instancia, las
leyendas nos presentan al Pequeño Pueblo como una especie de genios o
elementales de la naturaleza, a veces guardianes, a veces simples presencias).
En esta ocasión, estas criaturas, aunque traviesas, se muestran solícitas,
dispuestas a ayudar en la lucha contra el Señor del Mal… Tampoco resulta
excesivamente sorprendente que utilice el folklore tradicional, ya que este
ciclo está claramente basado en las leyendas y el territorio británico, concretamente
Gales, principal fuente de tradiciones en lo que respecta a estos elusivos entes.
Siguiendo
esta estela de la imagen de un Pequeño Pueblo básicamente benigno aunque
travieso, Rudyard Kipling retoma a Shakespeare y extrae de su obra “El Sueño de
una Noche de Verano” a uno de sus personajes, el duende Puck; y en su novela “Puck,
de la colina Pook”, nos lo muestra como una criatura traviesa, entrañable, que
se encuentra con dos niños y los hechiza para que sean capaces de ver y oír
cualquier cosa sucedida hasta 3000 años antes. Conocedor de las tradiciones
británicas sobre las criaturas ocultas, el autor da una imagen muy ceñida al
aspecto generalmente atribuido a estos seres, y mantiene las capacidades
mágicas que ya poseía tanto en las leyendas como en la obra del autor de “El
Rey Lear”.
Pero no
todo es tan bonito y tan hermoso como lo pintan los escritores anteriormente
reseñados: J. M. Barrie en su conocida obra “Peter Pan”, da una vuelco inesperado
a esta idílica imagen: en medio de un paisaje de ensueño, poblado por todo tipo
de personajes a cual más sorprendente, Campanilla es un hada enamorada del niño
que no quería crecer, aunque poseedora de un fuerte sentimiento de celos contra
Wendy y mal carácter. Su aspecto pequeño, alado, brillante, de ojos rasgados y
orejas puntiagudas, recuerda notablemente a las hadas de Cottingley que hemos
mencionado anteriormente; su indumentaria, una hoja en torno al cuerpo, está
marcada por el canon que se impuso acerca de esos seres a lo largo del siglo
XIX y no es otra cosa que un reflejo de su estrecha relación y comunión con la
naturaleza.
Uno de los
autores que más ha profundizado en la esencia de las leyendas sobre estos
seres, y ha mostrado las dos caras que poseen, ha sido Arthur Machen: con un estilo
muy particular, a caballo entre la lírica de lord Dunsany y una prosa elegante
y delicada, adopta las tradiciones y sitúa al Pequeño Pueblo como unos seres esencialmente
amorales, con unas características que hacen pensar en una cultura neolítica o
al menos primitiva, que por motivos propios derivados de quién sabe qué sentimientos
y emociones perjudican a la humanidad en cuanto tienen ocasión; basta con leer
sus relatos para darnos cuenta de que son celosos de su territorio y de que
están dispuestos a todo, ya sea inmolar a los seres humanos en sus “altares” y
a sus “dioses” o “convertirlos” en gente de su raza (“La Pirámide de Fuego”),
intercambiar sus niños con los de sus enemigos quién sabe con qué inconfesables
fines (“El Sello Negro”), apalear a quien se cruce en su camino (“De las
Profundidades de la Tierra”)…
Sin embargo, a veces tan sólo pretenden jugar con aquéllos ante los que se
muestran (“El Pueblo Blanco”). Curiosamente, poseen unos poderes extraños,
ajenos a nuestro conocimiento, entre los que se cuentan, por ejemplo, la
capacidad de proyectar “tentáculos” o transformarse en seres humanos comunes
(“El Sello Negro”).
LAS CORRIENTES
INNOVADORAS
Algunos
autores han tratado el tema del Pequeño Pueblo de una manera más o menos
diferente a las tradiciones, alterando algunos detalles sobre ellos, variando
su aspecto físico o alterando su actitud o personalidad, y dando lugar a una
serie de modernismos que, a veces, poco o nada tienen que ver con los seres de
los que estamos hablando…
Los
gnomos, convertidos en una especie diminuta, que convive con los humanos en
ciudades y pueblos, que debe sobrevivir luchando contra ratas, búhos y muchas
otras criaturas, con una cultura semitecnológica que les permite manejar las
máquinas de la superficie y usarlas en su provecho para poder huir a un lugar
mejor… Así es el mundo de Terry Pratchett, creador de la divertida trilogía del
Éxodo de los Gnomos, unas novelas en las que muestra a una raza simpática,
pacífica, y que sólo desea pasar desapercibida y vivir sin ser molestada.
De la
misma manera, Charles Sheffield, en “El Tesoro de Odirex”, prescinde a su vez
de la vertiente oscura de estas criaturas y las hace devenir en un pueblo subterráneo,
pacífico, asustadizo, de origen humano y deformidades anatómicas que parecen
corresponderse con la
Gente Pequeña de la tradición. Poseedores de una cultura de
carácter primitivo, sus conocimientos se reducen a la mínima esencia, sin
rastro alguno de magia o artes ocultas, dominadores de la sabiduría de la
curación por las plantas… Inicialmente, vivían en los bosques, pero en la época
prerromana fueron arrinconados y obligados a vivir en el interior de una
montaña, convirtiéndose en portadores de una letal enfermedad que se transmite
por el simple contacto...
Robert
Erwin Howard, el creador de personajes como Conan, Kull, Solomon Kane, Bran Mak
Morn, etc., mantiene el origen humano, pero anula totalmente la parte benigna y
les asigna una imagen oscura, maligna. En la obra de este escritor tejano, las referencias
al Pequeño Pueblo son mucho más duras, más salvajes, en la línea clásica de espada
y brujería: estas gentes constituyeron un pueblo humano que, en la más remota antigüedad,
fue acosado y arrinconado en las cavernas más recónditas; a causa de ello, sufrió
una involución brutal, acumulando un odio eterno hacia la raza humana, hasta devenir
en una subespecie que nada tenía que ver con los que los expulsaron: también de
baja estatura, terminaron adquiriendo unos rasgos ofídicos aterradores; de costumbres
nocturnas debido a su reclusión en la oscuridad, “cazan” a los incautos que encuentran
en o cerca de su territorio (“Los Hijos de la Noche”), y persiguen con saña y sin tregua a
quien se interna en sus guaridas (“El Pueblo de la Oscuridad”), a no ser
que alguien les plante cara y los chantajee con alguna razón convincente, como
puede ser la devolución de su más sagrado talismán a cambio de un favor (Bran
Mak Morn, en “Gusanos de la
Tierra”)… Sus capacidades, a causa de us reclusión en las profundidades,
se han desarrollado de una manera especial, adquiriendo una especie de sexto
sentido psíquico, pero sin poderes mágicos notorios.
Por
supuesto, no podríamos olvidarnos del inmortal Tolkien y su extensa y magnífica
obra sobre la Tierra
Media; gran conocedor del folklore anglosajón, también sus
páginas están impregnadas de la rica tradición sobre este enigmático pueblo,
aunque en este caso hay un cierto matiz a tener en cuenta: si bien es notorio
que los sidhi parecen corresponderse con los altos elfos, que viven en los
bosques ocultándose del resto de la humanidad, también lo es que, a pesar de
que se ha comparado a los hobbits con los ingleses por el gran parecido de sus
típicos y tópicos comportamientos, el hecho de que en la Comarca se intente pasar
desapercibido a toda costa y de que procuren no meterse en líos, amén de un
cierto e impenitente amor por las travesuras, nos indica que esta raza también
tiene un cierto nexo de unión con el Pequeño Pueblo. Asimismo, los trasgos de
los que se habla en “El Hobbit”, también denominados duendes por algunos autores,
proceden de la rica mitología acerca de esta extraña raza.
Como bien
sabemos, el creador de “El Señor de los Anillos” sentó cátedra y creó un nuevo
subgénero fantástico dentro de la fantasía heroica, que sería el conocido como fantasía
épica; tras él vinieron muchos imitadores, que tomaron su fórmula y, olvidando la
relación evidente entre los elfos y/o los hobbits y aquellos de los que nos
estamos ocupando en este artículo, lo adaptaron a su manera, obteniendo unos
resultados muy desiguales: de esta manera, tenemos, entre muchos otros, el
Ciclo de Isla de Nancy Springer (elfos), casi tan lírico como la obra de
Tolkien, o el Ciclo de la
Dragonlance, de Margaret Weis y Tracy Hickman (kenders,
enanos, gnomos, elfos, goblins), de notable parecido aunque con un estilo mucho
más ceñido a la prosa que el de los relatos sobre la Tierra Media, y muy
dispar resultado debido a su inagotable extensión y a la multiplicidad de
autores, haciendo que baje notablemente el nivel de calidad... En todos estos
casos, la Gente Pequeña
desaparece como tal, y se queda convertida en meramente una serie de razas que
conviven con los humanos, en lugares concretos y manteniendo su aislamiento a
toda costa… Cambian el aspecto, manteniendo tan sólo los ojos rasgados y las
orejas puntiagudas (y no siempre), y la personalidad, mostrando a unos elfos
generalmente orgullosos y aislacionistas con respecto al resto del mundo.
Otro
“continuador” del creador de “El Señor de los Anillos”, aunque con muchas características
de espada y brujería, es Michael Moorcock, muy conocido por su ciclo sobre el
Multiverso. Al igual que los escritores de los que ya se ha hablado en el
párrafo anterior en relación a su adaptación de la obra de la Tierra Media, obvia
todas las referencias tradicionales al Pequeño Pueblo y lo convierte en las
habituales figuras élficas de la literatura fantástica, aunque en este caso
añade unas pinceladas propias que le dan un toque distinto, no habitual, dando
lo mismo leer Los ciclos de Corum (conocidos como vadhagh y sus parientes
lejanos los nhadragh), Elric (los melniboneanos) o Erëkose (la raza eldren):
aquí, el pueblo sidhi no es de baja estatura, ni se oculta entre las sombras,
sino que forma una raza propia, de rasgos delicados y ojos rasgados, pero con
una dureza y unos conocimientos entre científicos y mágicos que los convierten
en demonios ante la raza humana, por lo que siempre, a lo largo de los ciclos,
se establece una guerra declarada entre ambos pueblos. De esta manera, en “El
Campeón Eterno”, Erëkose, como ser humano, es condenado a convertirse en tal personaje
por la traición que hace a su raza al entregarla al enemigo eldren a causa de
su amor hacia una mujer de esa raza “demoníaca”; a lo largo del ciclo de Elric,
el último emperador del antaño glorioso Melniboné, los reinos jóvenes, buscan
la ruina del imperio, que sólo sobrevive ya en la Isla del Dragón, cuyos
habitantes se complacen hasta la saciedad en la crueldad más despiadada por ser
algo inherente a su propia naturaleza, hasta ser el propio emperador albino el
que cause la caída de su pueblo en decadencia, entregándolo a las ansiosas
manos de los humanos; y en el ciclo de las espadas, Corum, un vadhagh, queda
solo en el mundo cuando los mabdén arrasan su mundo y exterminan a toda la
especie del Campeón Eterno, cuya única aspiración hasta aquel momento había
sido vivir en paz compartiendo el mundo con los incipientes humanos y sus
primos lejanos, los nhadragh…
Éstos no
son, evidentemente, los únicos autores que tratan el tema de la Gente Pequeña, ya
que hay una enorme cantidad que se han dedicado a narrar historias sobre estos
elusivos seres, pero sí se puede afirmar una cosa: son escritores que se han acercado
al asunto de la forma más original o tradicional, dándole nuevos enfoques y giros
que nos permiten disfrutar de sus relatos y desear o temer que, realmente,
pueda existir una raza como la que compone el Pequeño Pueblo… Mientras sigamos
soñando con las leyendas y tradiciones referentes a estas criaturas, no morirán
jamás.
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