sábado, 29 de noviembre de 2014

SANTA GADEA



              
                 THE NEW LHORK HERALD TRIBUNE

                                           LA JURA DE SANTA GADEA


Más Erre.- Alfonso VI de León estaba nervioso, y no era para menos: frente a él, en la iglesia de Santa Gadea, llena de gente hasta el gallinero, se alzaba, orgulloso y altanero, Lhorkdrigo Díaz de Vivar, al que la sabiduría popular conoció bajo diferentes apodos: Cid Campeador, Cid Cabreador, y Cid Campealhork. Campeador porque campaba a sus anchas por toda la península, ora zurrando la badana a los infieles, ora a los cristia­nos; Cabreador porque tenía contentos a todos los emires de los reinos de Taifas, amén de algunos nobles castellanos; y Campealhork, porque era un lector empe­dernido y voraz de las revistas del Círculo, amén de un tragador tremendo de LhorkRioja.
- Mirad Lhorkdrigo, que esto no ha de ir a ninguna parte.- Se disculpaba el monarca en voz baja. -Que habéis de mosquearnos con esta chorrada del juramento, y nos estamos dispuestos a cortar por lo sano.
-Mirad mi señor, que debéis jurar para demostrar vuestra inocencia en este asunto.- Insistía el Cid, mirando ceñudo a Alfonso VI. -Pensad, majestad, que un grave problema a todos los niveles, y que de esto podría salir una insurrec­ción armada.
Los murmullos de la gente por lo bajo, algunos de los cuales llegaban claramente a oídos de los dos hombres que se hallaban ante el altar con expresio­nes como "Que fastidio", "Seguro que el rey la manga­do macanuda", o "Mira que es pesado este Lhorkdrigo", hicieron que finalmente el monarca recapacitara y aceptara hacer el solemne juramento.
Además, alguien vestido de negro de los pies a la cabeza, al fondo de la iglesia, había comenzado a gritar "¡Que empiecen ya, que el público se va!", y ahora, poco a poco, toda la gente congregada empezaba a hacerle coro entre gritos de "Alfonso, ¡jura ya!" y "¡Que se peguen, que se peguen!".
-Muy bien, Lhorkdrigo.- Admitió de mala gana. -Nos estamos dispuestos.
Así pues, acallando los enfervorecidos gritos de la multitud congregada, deposi­tó la palma de la mano sobre las Sagradas Escrituras, las Crónicas de Trados, y se dispuso a hablar.
-Nos, en este día de gracia, juramos ante toda la cristiandad que no hemos mandado emisarios por toda Castilla en busca de todas las revistas del Círculo para secuestrarlas y guar­darlas bajo siete llaves.
"Juramos solemnemente que bajo nuestras órdenes no se han saqueado las bodegas del reino en busca de las cosechas de LhorkRioja que sabemos se cultivan por estos lares, para aprove­charnos del buen vino del Círculo.
"Y para que esto conste como veraz y auténtico, juramos con nuestra mano puesta sobre las Escrituras más Sagradas, las legenda­rias Crónicas de Trados, los textos que nos legaron aquellos que nos precedieron en la excelsa labor del predicamento del Círculo.
Sonriendo mientras asentía con la cabeza, Lhorkdrigo se volvió hacia la multitud.
-Podéis ver, pueblo de Castilla, que el juramento ha sido hecho.- Gritó jubi­loso. -Ahora, yo personal­mente buscaré a los respon­sables de tamaña felonía y les castigaré como se mere­cen: nadie atenta contra el Círculo y queda sin castigo.
Con murmullos de apro­bación y admiración hacia la gallarda figura del Cid Campealhork, la gente salió ordenadamente de la iglesia.
-Bueno, y ahora, majes­tad, ¿os hace un poco de LhorkRioja?- Inquirió burlón el guerrero.
-Venga, Lhorkdrigo.- Admitió el monarca alegre­mente, dándole una palmada en la espalda. -Brindemos por nuestra inteligencia. ¡Ja!, cómo se han dejado engañar esos pobrecillos.
-Sí, menos mal que nos dio tiempo a cambiar las Crónicas de Trados por la guía telefónica.- Corroboró el Cid. -Si llegan a darse cuenta, nos linchan.
Mientras hablaban, salieron de la iglesia y se dirigieron al palacio. Una vez allí, les sorprendió no ver a nadie de guardia.
Con una funesta premo­nición, corrieron hacia los almacenes reales y abrieron las puertas de par en par; al fondo, una puerta secreta estaba abierta, lo que hizo que sus sospechas se acre­centaran.
Al final de unas lóbre­gas escaleras, el espectácu­lo era dantesco: Toda la guarnición del palacio estaba tirada por los sue­los, durmiendo la mona o cantando "Asturias Patria Querida". En un rincón, los más sobrios se desternillaban de risa mientras leían las revistas del Círculo.
-¡Ay, Lhorkdrigo!- Se lamentó Alfonso VI. -¡Que nos tememos que nos hemos precipitado en nuestra celebración!

          Jose Francisco Sastre García


Nota de la redacción: Parece que nuestro ex-articulista no se cansa de escribir tonterías acerca del Círculo de Lhork. En esta ocasión, mientras todos estábamos atareados preparando la impresión de la revista con todas las ventanas abiertas, pues hacía un calor del diablo, algo entró volando por una de ellas: eran varios aviones de papel, volando en formación, que dejaron caer sobre mi persona unos objetos que llevaban el escudo del Círculo: ni más ni menos que unas cápsulas que, al llegar al suelo, se abrieron y dejaron salir unas pequeñas pancartas que decían "¡BOUUUM!".
Atrapados los aparatos de papel por nuestros vigilantes, descubrimos que estaban escritos y los desdoblamos, encontrán­donos con el artículo que acaban Vds. de leer.
Por su bien, y por el de todos, espero que la policia dé pronto con ese chalado que cree seguir siendo un articulista del New Lhork Herald Tribune.

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