domingo, 23 de noviembre de 2014

LA CONQUISTA



              
 
THE NEW LHORK HERALD TRIBUNE

 LA CONQUISTA DEL NUEVO MUNDO


Más Erre.- Con el daikiri entre los labios, Lhorktezu­ma se aburría soberanamente: le sabía a agua de florero, y ello era debido a la gripe galopante que había hecho presa en él desde hacía unos días, lo que le ponía de muy mal humor.
Un esclavo acababa de entrar en el salón del trono, y le anunciaba una visita.
- Majestad, ha venido a veros Hernán Lhorktés.
-Excelente, excelente. Que pase.
El excelso conquista­dor, con su casco bajo el brazo, entro en la sala y saludó al emperador azteca.
-¿Qué te trae por aquí, Hernie?
-Asuntos de trabajo.- El español parecía agobiado, se le veía cansado del largo viaje. -Tengo que encontrar a Curro y llevárselo al jefe, que está que echa chispas. Y, desde luego, en el Caribe no está. ¿No le habrás visto?
-Me temo que no, amigo mío.- Se lamentó Lhorktezu­ma. -Sí que pasó por aquí hace un par de años, pero, desde entonces, no he vuelto a saber nada de él.
-Bueno, qué le vamos a hacer.- Se resignó el con­quistador. -Veo que has cogido un buen gripazo.
-Esto me pasa por irme a Cancún a bañarme en pleno invierno.- Se lamentó el emperador azteca. -Uno no está ya para estos trotes, ¿sabes?
-Vente a tomar una copa al pub de la esquina.- Le animó Hernán. -Ya sabes que el alcohol si no mata, al menos ahoga los virus y los bacilos.
-Como no tengo otra cosa mejor que hacer...
El local en cuestión se llamaba "El Azteca Borra­cho", y lo habían  abierto un par de meses antes. La clientela era selecta, y la música, a todo volumen, estridente.
El día transcurría tranquilo, con charlas intrascendentes sobre fút­bol, política, mujeres,... hasta que llegó la hora de pagar las rondas.
Hernán Lhorktés acababa de poner un billete sobre la barra, cuando Lhorktezuma le miró con cara de pocos amigos.
-No, esto lo pago yo.- Le advirtió con una sonrisa.
-¿Por qué?- Se sorpren­dió el español. -Si al fin y al cabo la idea ha sido mía, y te he invitado yo.
-Ah, pero estás en mis tierras, amigo mío.- Se burló el azteca. -Así que pago yo.
-¿Acaso insinúas que tu oro es mejor que el mío?- Comenzaba a soliviantarse el conquistador.
-Al fin y al cabo, el oro español procede de nuestras arcas.- Le advirtió el emperador. -¿Qué más te da que gaste un poco en estas copas?
-Mira, esto no puede seguir así.- Hernán Lhorktés estaba francamente mosquea­do. -Si no me dejas pagar, tu y yo vamos a tener un problema.
-Ya veo.- El tono de Lhorktezuma era peligroso. -Así que, en realidad, lo que te pasa es que nos conside­ras una pandilla de salvajes sin cultura, ¿no es así?
-¿Acaso he dicho yo algo así?
-Oye, hemos sido amigos durante mucho tiempo. Yo he ido a visitarte varias veces, y tú a mí otras tantas.- El emperador se estaba cansando ya de tanta palabrería. -si no eres capaz de dejar de ser tan cabezón, es mejor que te vayas.
-Muy bien.- Admitió el español. -Ya que me quieres echar, te vas a enterar de lo que vale un peine. Voy a convocar a mis hombres, y te voy a dar una lección que no olvidarás jamás.
-Inténtalo, estúpido.- Se burló Lhroktezuma. -Me voy a comer a tus quinientos españoles con patatas.
Hernán Lhorktés salió hecho un basilisco, y llamó a sus hombres a la guerra.
Lo que vino tras esta discusión está reflejado en los libros de Historia: el español conquistó el imperio azteca; además, mandó llamar a su amigo Pizalhork para que se encargara de las gentes del Sur.

          Jose Francisco Sastre García



Nota de la redacción: El sr. Sastre ha vuelto a atacar tras una temporada de silencio. Cuando ya creíamos que se había olvidado de nosotros y nos iba a dejar en paz, va y nos deja en la puerta el artículo que acaban de leer. El guardia de seguridad pudo ver su silueta cuando se retiraba y, aunque corrió tras de él, no consiguió alcanzarle; en medio de la oscuridad, le pareció distinguir que el interfecto huía en patinete. En el sobre que nos entregó a la mañana siguiente pudimos leer "Para quien se atreva, con mi maldición y la de Crom", y lo firmaba, lo crean o no, Conan.
Hemos presentado la denuncia pertinente ante las autori­dades para que encuentren y encierren de una vez a nuestro antiguo articulista. Nos parece absolutamente intolerable que gente así se burle de los lectores y se invente semejantes patrañas con tal de vender.

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