LOS PUEBLOS REPTIL:
EL INCONSCIENTE
COLECTIVO Y LA EVOLUCIÓN
José Francisco
Sastre García
En el
inconsciente colectivo de la humanidad, reflejada en diversas tradiciones y
mitos de los pueblos antiguos, subyace una imagen extraña, ajena aparentemente
al concepto científico de la teoría evolutiva: se trata de la creencia
relativamente generalizada entre las antiguas civilizaciones de que, en algún
momento lejano de la historia de nuestro planeta, el mundo fue gobernado o, por
lo menos, habitado por razas de seres extraños, medio animales medio hombres,
que convivían entre sí en una relativa armonía.
De entre
estas mitologías, que han llegado hasta nosotros con mayor o menor distorsión
dependiendo de la antigüedad de la que proceden, nos vamos a centrar en las
relacionadas con las criaturas reptil que en algún tiempo más allá del tiempo
caminaron sobre la tierra, seres de los que tal vez deberíamos plantear dos
subespecies claramente diferenciadas, a saber: los seres humanoides con aspecto
saurio, y los seres ofídicos con rasgos humanos. Sin embargo, también se
mencionarán, aunque sólo sea de pasada, otras criaturas relacionadas directa o
indirectamente con el asunto que nos ocupa, y que son tan extraordinarias o más
que éstas. Y no olvidemos la estrecha relación que existe entre estas criaturas
que vamos a tratar y los anfibios.
Los hombres
serpiente
Entre
los indios séneca, tal y como recoge
Brad Steiger en “Mundos Anteriores al
Nuestro”, existe una interesante leyenda según la cual en la antigüedad la humanidad
fue gobernada por una cruel raza de hombres serpiente hasta que se produjo la
rebelión que nos libró de su yugo.
Si
viajamos al Medio Oriente, nos encontraremos con que se dice que en un libro
apócrifo conocido como de Jasher o
Yashar, se describe una raza humana de la serpiente; pero claro, debemos
tener en cuenta que este volumen al parecer está perdido…
Sigamos
recorriendo el mundo: paremos ahora en África, donde existe la creencia popular
de que hace miles de años atrás, llegó de más
allá del cielo, una raza de gente cuya fisonomía era similar a la de los
hombres lagarto. En Sudáfrica, la poderosa etnia zulú ha transmitido esta leyenda a través de las generaciones, y
aún en la actualidad podemos escuchar la historia de cómo estos seres, que podían
cambiar de forma a voluntad (¿?),
tomaban en ocasiones la apariencia humana. E incluso en algunos casos, los
jefes de las tribus casaban a sus hijas con estos personajes, con el objetivo
de procurar una raza con poder de Reyes y Jefes de tribu.
Sin embargo,
donde más notoria resulta esta extraña historia es en el continente
australiano, donde nos encontramos con una mitología rica en elementos
sobrenaturales, y en la que se habla de un tiempo conocido como la Era de los Sueños en el que
todo parecía posible: alrededor del monte Uluru,
conocido también como Ayers Rock y
auténtico punto focal de la sacralidad y el misterio de los habitantes de la
isla, hay un tiempo en el que viven unos hombres serpiente, los yankuntjatjara, al sur del monte, junto
con unos misteriosos hombres canguro, los pitjantjatjara, al
norte del mismo; son enemigos naturales entre sí que se enfrentan en épicos
combates, de los cuales, al parecer, los dos más intensos quedaron reflejados
en los cánticos y tradiciones de los aborígenes. Al lado de éstos, otros seres
mitad hombres mitad animales camparían por el territorio, como los hombres
monos o yowies, los arientas o los luritchas. Al parecer es éste un tiempo en el que los indígenas
reciben la visita de unas entidades a las que denominan wandjinas, que les enseñan los rudimentos de la civilización, y
cuyo símbolo es, curiosamente, la serpiente emplumada. Tal y como son
reflejados en numerosos lugares del continente australiano, van calzados con
sandalias y llevan túnicas y objetos que ningún nativo había usado jamás…
Más
adelante, al parecer el continente recibirá invasiones externas: los hombres
canguro serán asediados por un demonio
dingo, según unos invocado por una tribu rival, según otros llegado de
quién sabe dónde, al que vencerán quitándole el tótem que porta entre sus
fauces, mientras que los hombres serpiente habrán de defenderse de los ataques
de unos hombres lagarto venenosos llegados
del Sur, hasta que su diosa, Bulari, la madre Tierra, los abate con una
exhalación que produce una nube mortal, que siembra la enfermedad y la
corrupción entre los enemigos. Según estas leyendas, los cuerpos de estos
hombres saurio venenosos forman parte, o están enterrados, en el interior del Uluru.
Las serpientes
humanas
Como
primera idea, podemos acudir al panteón grecolatino para encontrarnos con unos
seres que, según los autores que los citen, tienen un mayor o menor aspecto
reptílico: me refiero a las gorgonas,
legendarias figuras femeninas de cuerpo humano o de ofidio según quien escriba
el relato, con la característica común de que sus cabellos son serpientes vivas
y que su mirada sería capaz de petrificar a quien la contemplara. Según algunos
escritos antiguos, en realidad no se trataría tan sólo de tres (Esteno, Euríale y la más conocida, Medusa),
sino que éstas no serían más que los últimos vestigios de una raza que pobló la
tierra en tiempos remotos, y a los que, siempre siguiendo la línea de estos
mitos, los antiguos héroes griegos, en una alianza con las amazonas,
consiguieron obligar a recluirse en unos pantanos, de los que ya no pudieron
echarlos por mucho que lo intentaron, donde fueron languideciendo como especie
hasta devenir en las que ya hemos nombrado. En cuanto a su peligrosa mirada
petrificadora, tal vez se podría dar una explicación “científica”: ¿y si en
realidad estamos hablando de la misma habilidad que poseen las serpientes para
“paralizar” o “hipnotizar” a sus presas con la mirada? A todos los efectos
sería como volverse de piedra…
Pero
tenemos aún más ejemplos: en oriente medio, y más concretamente en las regiones
hindúes, procedentes de las más ancestrales leyendas del hinduismo, nos
encontramos con las exóticas y feroces nagas,
criaturas de cuerpo de serpiente y cabeza y tronco humanos, generalmente
femeninas, protectoras de los mundos subterráneos y, en ocasiones, de tesoros
escondidos en las entrañas de la tierra. Se trata de una tradición muy
extendida, que entronca indirectamente con otra tradición que es la de Shambhala o Aghartha, ciudad y reino ocultos desde donde, supuestamente, se
regirían los destinos de este mundo, y cuyos primeros guardianes serían estos
peligrosos ofidios de cuyo celo, inteligencia y sabiduría dan fe las historias
reflejadas en sus tradiciones. Seguramente estas criaturas serán las que más
adelante den lugar a las historias sobre los elementales conocidos como salamandras, seres que poseen un
aspecto prácticamente idéntico al de las nagas, aunque sean mucho más
agresivas…
Curiosamente,
estas criaturas reaparecen en un lugar tan lejano como Perú: en las tradiciones
nazcas se las conoce como najas, y
se las representa siendo vomitadas por figuras de nazcas “voladores”.
Y no
sólo los nazcas: también los mapuches tienen sus tradiciones al respecto, mitos
que, además, se acercan mucho más a la naturaleza aparentemente celosa de estos
guardianes de tesoros. Sin ir más lejos, nos encontramos con la leyenda del Bienpeinado, un ser en todo parecido a
los nagas al que un pastor descubre en una cueva rodeado de pepitas de oro. Al
principio, cuando sólo ha visto la riqueza, llama a sus vecinos y van a
recogerla, pero al ver al ser caen todos fulminados menos el pastor. La
siguiente tanda de humanos que llega al lugar intenta vengar a sus muertos,
pero sufren la misma suerte. Curiosamente, cuando una nueva hornada se presenta
armada con garrotes y palos, consiguen reducirlo y lo encaraman a un carro
procurando no tocarlo (así pues, es probable que en realidad la cuestión
estuviera en que la piel exudara veneno). Lo llamaron Bienpeinado. Éste, al ver
que tenían intención de matarlo, suplicó que no lo hicieran so pena de
desencadenarse terribles calamidades sobre el pueblo; a cambio, él les daría
oro, pero habrían de llevarlo a su cueva. Al ver el regalo dorado que recibían,
aceptaron el trato. Lo llevaron hasta la cueva, pero el paisaje había cambiado
y las señales que se mostraban ahora resultaban de un mal agüero tan evidente,
que la gente se volvió hacia su cautivo para descubrir que había desaparecido;
al mismo tiempo, al observar todas las pepitas que habían recogido comprobaron
que no eran otra cosa que excrementos. Al volver hacia la planicie en la que
habían pretendido matar a su cautivo, se
encontraron con que ahora había un bosque con unas flores que no habían visto
jamás hasta aquel momento y a las que llamaron kuram-filu, “huevo de culebra”.
Los naturales de la tierra de
Arnhem, en Nueva Guinea, cantan: "Es la edad de la serpiente, de la serpiente
que fue antes del hombre, de la serpiente que fue hombre, de la serpiente que
vuela en el cielo", en una
aparente alusión a un ofidio que tras bajar del cielo se transforma en humano. De
nuevo nos encontramos con una extraña transmutación de una especie a otra, que
ya habíamos visto en las tradiciones zulúes. ¿Qué clase de criatura podría
hacer tal cosa? Procurando evitar entrar en el espinoso asunto de seres
alienígenas que se quitan las escafandras, cosa que por otra parte podría ser
factible aunque absolutamente indemostrable, sólo se me ocurre acudir a los
relatos de Robert Howard acerca de los hombres serpiente que se enfrentan al
poderoso Rey Kull de Valusia, capaces mediante una magia natural de mimetizarse
y camuflarse como seres humanos.
Los dioses
reptiles
Aunque
en apariencia no tienen demasiada cabida en este artículo, quizás sea conveniente
mencionarlos, más por su relación con la figura de la serpiente que con la
posibilidad de que puedan pertenecer a esa raza de “híbridos” de la que estamos
hablando.
Resulta
curioso comprobar como las divinidades serpentiformes son adoradas no por arrastrarse
por el suelo, como es la costumbre habitual de estos animales, sino por su
capacidad de volar por el cielo. ¿Qué están representando, de qué clase de
dioses hablamos?
Los más
conocidos son los mesoamericanos, las serpientes emplumadas conocidas como Quetzalcóatl por los aztecas y Kukulkán por los mayas, probablemente
un reflejo una de la otra, al estilo de los dioses griegos y romanos, que se
entremezclan entre sí duplicando sus atributos de una cultura a otra. Se trata
de figuras civilizadoras, igual que el Viracocha
inca, que llegan de algún lugar desconocido a las tierras americanas para
enseñar a sus habitantes sabiduría y hacerles unas predicciones que en el
futuro les resultarán catastróficas: Quetzalcóatl, representado como un hombre
de barba blanca y de clara ascendencia no azteca, dirá a sus seguidores al
partir que volverá para gobernarlos de nuevo. Cuando llegue Hernán Cortés, será
confundido con el dios y dará lugar a la conquista de un formidable imperio con
muy pocos hombres, derrotados sobre todo por sus creencias, hasta que acepten
por fin que ante ellos no tienen a dioses, sino a seres humanos normales y
corrientes.
Para los
pueblos mexicanos la serpiente emplumada es una figura tan real que hablan sin
ningún pudor acerca de cuándo y cómo gobernó: Fray Bernardino de Sahagún, en su
“Historia general de las cosas de Nueva España”, escribe: "En esta
ciudad (de Tollan) reinó muchos años un rey llamado Quetzalcóatl...Fue
extremado en las virtudes morales...". Así mismo, en su obra “Pensamiento y Religión en el México
Antiguo”, Laurette Séjourné explica que "de acuerdo con los datos
que conservamos, la realidad histórica de Quetzalcóatl parecería estar fuera de
duda, ya que se mencionan innumerables veces sus cualidades de jefe".
Pero entonces, si Quetzalcóatl hubiera existido y según sus imágenes no era
natural de las regiones americanas, ¿de dónde había salido? ¿Era un europeo,
como han postulado algunos investigadores, mucho antes de Colón? ¿O tal vez
procedía de algún lugar más misterioso, tal vez de las leyendas orientales
anteriormente mencionadas sobre reinos y ciudades escondidas?
Ya hemos
hablado previamente de los wandjinas australianos, así que no vamos a
extendernos demasiado sobre ellos, tan sólo recordar que también poseen el
atributo de la serpiente emplumada, al igual que la deidad ofídica de los
aborígenes de Nueva Guinea que también hemos mencionado. En todo momento
regresamos al vuelo, a una capacidad que el animal representado no tiene ni ha
tenido cuando era adorado por estas gentes… Y también hemos de tener en cuenta,
al comprobar la similitud de las figuras, que resulta muy probable que hubiera
en algún momento un contacto cultural Pacífico-América.
Si
viajamos hasta África, hasta el siempre misterioso Egipto, nos encontraremos
con Sobek, el Dios Cocodrilo, el
creador del Nilo, el dios de la fertilidad, la vegetación y la vida, regente de
la ciudad faraónica de Kom Ombo. Aunque se trate de un saurio en lugar de una
serpiente, la antiquísima idea de creación se mantiene intacta en todos sus
aspectos. La única diferencia con respecto a sus parientes de los otros
continentes es que, en este caso, esa capacidad de volar ha desaparecido, si es
que en algún momento la ha tenido. ¿Por qué? ¿Cuál es la diferencia entre este
dios creador y los civilizadores? ¿Y por qué Egipto es la única civilización en
la que los dioses son ambivalentes, poseen apariencia humana pero con cabeza de
animal?
¿Testimonios?
Al
contrario que otros seres de los que hay muchos más avistamientos (o al menos
se reportan más, aunque muchos de ellos sean cuestionables por no decir más
falsos que una moneda de chocolate), como pueden ser los del yeti, el bigfoot,
Nessie, el mapinguari o los hombres alados, por citar sólo algunos casos,
acerca de estas elusivas criaturas apenas hay información, si es que realmente
se puede considerar la que tenemos como tal: en 1955, en Loveland, Ohio, se
reportaron numerosos casos de visiones de una cosa que denominaron la Rana de Loveland, por su supuesto
parecido con este anfibio; y posteriormente, en 1988, se habló de la locura del
Hombre Lagarto en Bishopville,
Carolina del Sur, según la cual un hombre explicó que una bestia con aspecto de
reptil de unos siete pies, ojos rojizos y apéndices de tres dedos persiguió a
su coche a lo largo de una carretera rural a 40 millas por hora (alrededor de
unos 70 km/h). Posteriormente hubo otra serie de testigos, y los oficiales de
policía llegaron a encontrar huellas de tres “tobillos”. Es decir, que un tipo
aterrorizado, huyendo a toda pastilla en su coche, es capaz de calcular la
altura de su perseguidor y distinguir que sólo tiene tres dedos al final de sus
miembros…
¿QUÉ DICE LA CIENCIA AL RESPECTO?
Para
empezar este apartado con un amago de explicación, la ciencia, y en este caso
la historia, no acepta la más nimia posibilidad de que tales engendros hubieran
podido existir en algún momento, básicamente por dos motivos elementales:
1.
No
existe resto alguno que pueda avalar tal situación. Busquemos donde busquemos,
ningún paleontólogo ha sido capaz de encontrar (o, por lo menos, no ha
trascendido a la luz ningún descubrimiento de estas características) ningún
fósil que combine características humanoides y saurias, por lo que, de momento,
no disponemos de posibilidad alguna de demostrar nada.
2.
Por
otra parte, historiadores y antropólogos reducen todas estas mitologías a una
cuestión meramente simbólica, en la que la imagen de la serpiente no significa
nada material o físico, sino tres interpretaciones distintas según el origen de
los mitos:
a.
La
serpiente como origen de la vida. En
algunas culturas se interpreta la aparición de toda vida sobre la tierra, y por
ende en el universo, como surgida de un huevo cósmico depositado por una gran
serpiente, invocando a ésta como la Gran
Madre de todo lo que existe.
b.
La
serpiente como símbolo de regeneración e
inmortalidad. Con su capacidad para mudar la piel y resurgir de nuevo, no
resulta demasiado sorprendente que en la antigüedad llegaran a creer que este
animal representara la inmortalidad y el regreso tras la aparente muerte que
presupone dejar atrás la carcasa en la que ha estado viviendo, algo parecido al
legendario ave fénix.
c.
La
serpiente como fuente de sabiduría.
Aunque pueda parecer sorprendente, en un origen el ofidio no era ni mucho menos
la representación del mal que nos legaron los mitos judeocristianos: en
realidad, esta criatura aportaba el conocimiento, la capacidad del ser humano
para pensar y razonar. No tenemos más que fijarnos en el caduceo de Hermes, las dos serpientes entrelazadas en torno al
cetro, indicadoras de la sabiduría concedida a Esculapio para practicar la
medicina; o en las pitonisas de los
oráculos griegos, como puede ser por ejemplo el de Delfos, llamadas así porque
se creía que obtenían sus predicciones de la Serpiente Pitón
que moraba bajo el lugar sagrado; o en la leyenda de Adán y Eva y la serpiente, convertida en Satanás por los próceres
de la Iglesia ,
que en realidad lo único que hizo fue ofrecerles la posibilidad de adquirir
conocimiento, tanto de sí mismos como del mundo que les rodeaba…
Sin
embargo, y a pesar de todo este simbolismo, hace algún tiempo se hizo una
investigación acerca de la posibilidad de que los dinosaurios hubieran podido
sufrir una evolución paralela a la de los seres humanos. Al fin y al cabo, si
supuestamente los primates se habían enderezado y adquirido unas
características que los habían conducido hasta los homínidos, y éstos a su vez
habían sufrido una serie de alteraciones o variaciones que los habían llevado
hasta lo que posteriormente serían los hombres de Neandertal o los Cromagnon,
¿por qué los saurios bípedos de tamaño medio o pequeño no podrían haber evolucionado
de una manera similar? Un científico llamado Dale Russel propuso que tal vez
alguna de las especies de dinosaurios, como el Deinonychus (un animal similar
al velociraptor, cuyo nombre significa “garra terrible”), podría, con el
tiempo, haber desarrollado un encéfalo, al igual que nos sucedió a nosotros; y,
posteriormente, con el desarrollo del cerebro, hubieran podido adquirir una
postura erguida para sostener el peso de la cabeza. De ahí al desarrollo de los
hombros y a una serie de cambios similares a los que le sucedieron al ser
humano, no media más que un pequeño paso. ¿Y quién nos dice que, tal vez, los
ojos de pupila vertical se adaptarían a pupila redonda para aprovechar mejor la
luz, y que las escamas se irían perdiendo poco a poco, sustituidas por pelo,
para al final desaparecer por completo al comenzar a usar prendas que les
protegieran de la intemperie? ¿Podría explicar esto cierto comportamiento
tendente a la depredación y la violencia como formas de vida? El único escollo
en este sentido sería pasar del estadio ovíparo de los reptiles al vivíparo de
los mamíferos…
¿Y QUÉ OPINAN
LOS ESCRITORES?
De forma
genérica, el tratamiento que se ha hecho de esta raza ha sido siempre malévolo:
unas veces más, otras menos, pero lo habitual es encontrarnos con seres
oscuros, malignos, cuya finalidad es la venganza en el mejor de los casos, o la
conquista y el exterminio en el peor.
Tenemos
unos cuantos ejemplos que atestiguan esta aseveración: por ejemplo, el inefable
Howard Philips Lovecraft con sus Mitos de Cthulhu, en los cuales nos muestra, en
el relato “La Ciudad Sin Nombre”, unos restos prehumanos,
afincados en algún lugar perdido del Sur de la Península Árabe, en
alguna zona relacionada con el desierto de Rub el Khali y la región conocida
como Hadhramauth, la Muerte Verde ,
habitados por una especie de humanoides saurios que en el pasado adoraban a los
Primigenios y se alimentaban de los seres humanos, y que en el momento del
relato están en un aparente declive, mostrándose tan sólo durante breves
instantes. En todo el relato se respira, al igual que a lo largo de todo el
ciclo de los Mitos generados por el genio de Providence, una malevolencia
latente tan fuerte, tan ajena a nuestro mundo, que deja a una altura muy baja
al resto de escritores que han tocado este tema.
No es el
único relato en el que estas criaturas aparecen dejando tras de sí una lúgubre
sensación de antiquísima malignidad: en “La Maldición que Cayó sobre Sarnath” da cuenta de
las criaturas anfibias, habitantes de la sombría ciudad de Ib, que adoran a un
gran dios lagarto de piedra, y en “La Maldición de Yig”, en la que comparte autoría con
Zealia Bishop, refleja las
consecuencias de provocar la ira del celoso padre de las serpientes, el
vengativo Yig, capaz de transmutar en engendro reptílico a quien le ofenda
gravemente.
Este
componente salvaje, perverso más allá de toda imaginación, se repite en “La Sombra sobre Innsmouth”, donde el protagonista
ha de huir del pueblo al descubrir el horrendo secreto de sus habitantes,
entregados en un impío pacto a unas criaturas de las profundidades conocidas
como Profundos, adoradoras del dios Dagon, con las que se han cruzado para dar
lugar a una extraña raza híbrida, que nace normal pero con el paso del tiempo
se va deformando hasta convertirse en uno de los seres de los que procede y
lanzarse al mar. Este argumento se trasladó más tarde al cine, en una película titulada
del mismo modo que la narración; a posteriori hubo una continuación, “Return to
Innsmouth” en 1999, y por fin se ha
concluido con “Dagon”, con un
resultado razonablemente bueno. Y los Profundos, protagonistas absolutos de
este ciclo, seres de una inclasificable pesadilla, aparecerán una y otra vez
entre los múltiples seguidores que tuvo el gran Maestro de Providence, en
multitud de relatos, como por ejemplo “Los
Profundos”, de James Wade.
Dentro
de los Mitos de Cthulhu ha habido muchos escritores, y entre ellos August Derleth ha sido uno de los más
prolíficos: en “El Superviviente” nos
muestra el resultado de un experimento, cómo de la humanidad actual se puede
retrotraer a un estadio intermedio entre ella y los lagartos…; y en “El Sello de R’Lyeh” retoma el viejo tema
de los profundos como grandes enemigos de la humanidad, mientras que en “La Habitación Cerrada” nos ofrece una
manera de tenerlos controlados para evitar que acaben por dominarnos.
Otro de
los grandes maestros del fantástico, Robert
Erwin Howard, al que ya hemos
hecho alusión anteriormente, trata también el tema de una manera similar,
aunque quizás con un aspecto que podríamos decir más prosaico, menos cósmico:
en sus relatos pseudohistóricos sobre la era hybórea, concretamente sobre el
conocido personaje Conan el Bárbaro, aparece una serpiente con cabeza humana
que le pone las cosas difíciles al cimmerio en la narración “El Dios del Cuenco”. Posteriormente, Sprague de Camp y Lin Carter retomarán
el tema y coescribirán el ciclo “Conan de
Aquilonia”, en el cual el último relato, “Sombras en la
Calavera ”, mostrará una cruenta batalla contra los
últimos representantes de los hombres serpiente en el mundo.
Más
tarde llegarán los pastiches sobre el máximo representante del mundo hyborio: entre
ellos, Robert Jordan volverá sobre
esta temática en su novela “Conan el
Invencible”, donde presentará a los S’Tarra.
Podemos
volver de nuevo sobre nuestro autor original, Howard, para encontrarnos con
otro de sus personajes enfrentado a la amenaza de los humanoides ofídicos: Kull
de Valusia, el rey más poderoso de la era Thuria, amenazado una y otra vez por
la sombra de estas criaturas. En realidad, tan sólo se da esta situación en uno
de sus relatos, “El Reino de las Sombras”,
aunque luego los cómics se encargarán, como en el caso de Conan, de volver una
y otra vez sobre el tema y explotarlo hasta la saciedad. Curiosamente, en
ninguna de las películas que se han hecho sobre Conan o sobre Kull, de las
cuales la única que podría ser relativamente salvada de la quema es “Conan el
Bárbaro”, se hace la más mínima mención al pueblo de los hombres serpiente, tan
sólo en ésta primera se alude a un cierto culto de la serpiente…
Prosiguiendo
en la línea de este autor, nos encontramos ante un fenómeno un tanto ambiguo,
del cual no queda demasiada clara su implicación: en su serie de relatos sobre
la memoria racial y sobre el picto Bran Mak Morn alude a unos seres a los que
se califica de Pequeño Pueblo, que en teoría procederían de una rama desgajada
de la raza humana, obligada a vivir en la oscuridad y los subterráneos, hasta
devenir en engendros semihumanos de aspecto reptílico. Pero, ¿se puede volver
hacia atrás de tal manera? A veces da la sensación de que en realidad nunca han
sido humanos, sino que se habían desvanecido parte de sus atributos originales
para recuperarlos de nuevo con el tiempo. Tal parece lo ocurrido en “El Pueblo de la Oscuridad ”, en el
que el último superviviente de dicha civilización ha perdido todo atisbo de
humanidad para convertirse en poco más que un horrendo remedo de sierpe.
Cambiando
de tercio, salimos de la espada y brujería para introducirnos de lleno en el
terreno de la fantasía épica, más concretamente en las sagas de Dungeons & Dragons y Forgotten Realms, surgidas todas ellas
a la sombra y amparo de la fantástica Tierra Media de Tolkien, donde aparecerán
una y otra vez los hombres lagarto, unas veces malignos, otras dispuestos a
alianzas contra las tinieblas. Podríamos mencionar también a los draconianos de
la saga de la Dragonlance , aunque
éstos en realidad son una raza surgida de la magia, no evolucionada de forma
natural…
En el
terreno de la Ciencia Ficción, entre otros nos encontramos con Norman Spinrad, quien en “El Sueño de Hierro” nos ofrece un
sorprendente argumento que parece encajar más en el apartado de la Historia
Alternativa que en el de la Ciencia Ficción propiamente dicha: Adolf Hitler
emigra a América en 1919, convirtiéndose en un reputado escritor de novelas de
Ciencia Ficción; a partir de este momento se desarrolla una historia en la que
tienen cabida, como mutantes, todo tipo de seres surgidos de la loca
imaginación del escritor: hombres lagarto, hombres sapo, arlequines,
carasrojas…
Manteniéndonos
en este estilo postapocalíptico, nos tropezamos con Paul Ernst, quien en 1935 comenzó a escribir “Rulers of the Future”, una historia en la que los seres humanos,
reducidos a la barbarie, han de defender su mundo contra hombres lagarto y
otras criaturas similares.
Entrando
a posteriori en el terreno de la novela de intriga/misterio/terror, conceptos
que en ocasiones están tan imbricados que no resulta fácil separarlos, Douglas Preston y Lincoln Child dan
otra vuelta de tuerca al asunto, trabajando sobre la base de una especie de
mutación, “natural” al principio y provocada por alteración genética después,
en la novela “El Ídolo Perdido” y su
continuación, “El Relicario”,
engendrando una criatura de notorio aspecto reptiloide; este argumento fue
llevado al cine con más o menos acierto bajo el título de “The Relic”.
Inclinándonos
algo más hacia el terror, concretamente hacia una vertiente más psicológica que
el actual gore en el que todo se fía a la casquería, podemos citar a Albert Sánchez Piñol, quien en su obra
“La Piel Fría” demuestra un talento
especial para manejar esos miedos latentes más allá de la simple presencia o la
violencia física, no dejando entrever prácticamente en ningún momento a las
criaturas anfibias que acechan a los ocupantes de un faro, jugando con
mentalidades humanas y no humanas para dar aún más empaque a la novela…
Y ya
metidos en harina cinematográfica, podemos mencionar, por ejemplo, “Misterio en la Isla de los Monstruos”,
basada en el libro de Julio Verne “Escuela de Robinsones”, en la que los
protagonistas se enfrentan, entre otros, a belicosos hombres lagarto; “El Reptil”, de 1966, con una serie de
muertes misteriosas en Inglaterra debidas a un ser de aspecto serpentino; “El Monstruo de la Laguna Negra ”,
que por supuesto no podía faltar en un artículo de estas características; y aún
otra más, “El Sonido del Trueno”, que
nos ofrece la interesante visión de una evolución rapídisima de las especies
inferiores de los primeros tiempos del planeta Tierra hacia unos humanoides
reptiles inteligentes y altamente depredadores, todo ello debido a la alteración
del pasado en la época de los dinosaurios cuando un safari programado rompe las
reglas del viaje en el tiempo…
A MODO DE
CONCLUSIÓN
¿Por qué
desde la más remota antigüedad subsiste esta idea de humanoides reptiles
gobernando la tierra en eras remotas? Lo más sencillo es pensar que se trate de
un recuerdo atávico, de una especie de memoria ancestral del tiempo en que los
primeros antepasados del ser humano convivieron con los restos de los
dinosaurios tras su aparente exterminio.
Con
todo, otra posible explicación sería que las antiguas culturas hubieran
encontrado algún fósil de dinosaurio, y en torno a él hubieran construido estas
perturbadoras mitologías.
Lo que
parece meridianamente claro es que al menos hasta la fecha no existe ningún resquicio,
ninguna posibilidad, de que una especie serpentiforme inteligente pueda haber
estado conviviendo con nosotros desde hace mucho tiempo: la única señal al
respecto son las tradiciones ya citadas, puesto que restos físicos o
avistamientos claros, contrastados, estudiados de la manera adecuada, no hay
por ninguna parte.
También hemos de tener en cuenta otro matiz en
este asunto, y es la fascinación que la serpiente ha ejercido sobre la
humanidad desde siempre, y no precisamente para mal: como ya hemos comentado,
sólo a partir de los mitos judeocristianos se empieza a vender a los ofidios
como la encarnación de la oscuridad y las tinieblas, mientras que anteriormente
aparecían como símbolos de sabiduría, vida e inmortalidad. Y si a eso le
añadimos el extraño detalle de que muchas civilizaciones antiguas adoran a
divinidades o seres de apariencia de serpiente voladora, entonces el cóctel se
vuelve explosivo: Quetzalcóatl, Kukulkán, los wandjinas del Tiempo de los
Sueños australianos, la serpiente de los aborígenes de Nueva Guinea, los
dragones (sobre todo los orientales)… ¿Qué nos están diciendo realmente?
¿Podrían ser, como aventuran algunos investigadores del misterio,
representaciones de naves espaciales alargadas que surcaron nuestros cielos en
la antigüedad? No hay ninguna prueba incontestable que nos permita suponer tal
cosa, pero sí es cierto que muchos mitos se han reinterpretado bajo el prisma
tecnológico actual, y si no, ahí tienen el famoso “astronauta” de Palenque, que
el profesor Jiménez del Oso se encargó de desmontar de forma fehaciente, aunque
soy partidario de la teoría de la doble lectura que poseían mayas, egipcios y
otras culturas en sus representaciones.
Otra idea es que estos pueblos
llegaran a ver dinosaurios voladores vivos, cosa que también la ciencia niega
puesto que los fósiles más recientes son de hace muchos millones de años.
Entonces, ¿qué debemos pensar?
Sencillamente, que no conocemos ni la mitad de lo ocurrido a lo largo de la
historia de este planeta, y que por tanto cualquier cosa que se nos cuente
hemos de ponerla en cuarentena y analizarla a la luz del método científico, sin
olvidar, eso sí, que la imaginación es un arma verdaderamente importante. ¿Que
si existieron o existen los hombres serpiente? Aparentemente no, la mejor
solución es dejar una teoría al respecto y luego ir modificándola, matizándola,
a medida que vayan surgiendo descubrimientos al respecto, y no al revés,
adaptar los hechos para acomodarlos a la propia teoría, práctica por cierto
bastante habitual en ciertos círculos oficiales. Nada de aceptar a priori, nada
de rechazar a priori, la adaptación es la mejor respuesta a estos enigmas…
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