domingo, 2 de noviembre de 2014

LOS PUEBLOS REPTIL

LOS PUEBLOS REPTIL:
EL INCONSCIENTE COLECTIVO Y LA EVOLUCIÓN

José Francisco Sastre García


            En el inconsciente colectivo de la humanidad, reflejada en diversas tradiciones y mitos de los pueblos antiguos, subyace una imagen extraña, ajena aparentemente al concepto científico de la teoría evolutiva: se trata de la creencia relativamente generalizada entre las antiguas civilizaciones de que, en algún momento lejano de la historia de nuestro planeta, el mundo fue gobernado o, por lo menos, habitado por razas de seres extraños, medio animales medio hombres, que convivían entre sí en una relativa armonía.
            De entre estas mitologías, que han llegado hasta nosotros con mayor o menor distorsión dependiendo de la antigüedad de la que proceden, nos vamos a centrar en las relacionadas con las criaturas reptil que en algún tiempo más allá del tiempo caminaron sobre la tierra, seres de los que tal vez deberíamos plantear dos subespecies claramente diferenciadas, a saber: los seres humanoides con aspecto saurio, y los seres ofídicos con rasgos humanos. Sin embargo, también se mencionarán, aunque sólo sea de pasada, otras criaturas relacionadas directa o indirectamente con el asunto que nos ocupa, y que son tan extraordinarias o más que éstas. Y no olvidemos la estrecha relación que existe entre estas criaturas que vamos a tratar y los anfibios.

Los hombres serpiente

            Entre los indios séneca, tal y como recoge Brad Steiger en “Mundos Anteriores al Nuestro”, existe una interesante leyenda según la cual en la antigüedad la humanidad fue gobernada por una cruel raza de hombres serpiente hasta que se produjo la rebelión que nos libró de su yugo.
            Si viajamos al Medio Oriente, nos encontraremos con que se dice que en un libro apócrifo conocido como de Jasher o Yashar, se describe una raza humana de la serpiente; pero claro, debemos tener en cuenta que este volumen al parecer está perdido…
            Sigamos recorriendo el mundo: paremos ahora en África, donde existe la creencia popular de que hace miles de años atrás, llegó de más allá del cielo, una raza de gente cuya fisonomía era similar a la de los hombres lagarto. En Sudáfrica, la poderosa etnia zulú ha transmitido esta leyenda a través de las generaciones, y aún en la actualidad podemos escuchar la historia de cómo estos seres, que podían cambiar de forma a voluntad (¿?), tomaban en ocasiones la apariencia humana. E incluso en algunos casos, los jefes de las tribus casaban a sus hijas con estos personajes, con el objetivo de procurar una raza con poder de Reyes y Jefes de tribu.
            Sin embargo, donde más notoria resulta esta extraña historia es en el continente australiano, donde nos encontramos con una mitología rica en elementos sobrenaturales, y en la que se habla de un tiempo conocido como la Era de los Sueños en el que todo parecía posible: alrededor del monte Uluru, conocido también como Ayers Rock y auténtico punto focal de la sacralidad y el misterio de los habitantes de la isla, hay un tiempo en el que viven unos hombres serpiente, los yankuntjatjara, al sur del monte, junto con unos misteriosos hombres canguro, los pitjantjatjara, al norte del mismo; son enemigos naturales entre sí que se enfrentan en épicos combates, de los cuales, al parecer, los dos más intensos quedaron reflejados en los cánticos y tradiciones de los aborígenes. Al lado de éstos, otros seres mitad hombres mitad animales camparían por el territorio, como los hombres monos o yowies, los arientas o los luritchas. Al parecer es éste un tiempo en el que los indígenas reciben la visita de unas entidades a las que denominan wandjinas, que les enseñan los rudimentos de la civilización, y cuyo símbolo es, curiosamente, la serpiente emplumada. Tal y como son reflejados en numerosos lugares del continente australiano, van calzados con sandalias y llevan túnicas y objetos que ningún nativo había usado jamás…
            Más adelante, al parecer el continente recibirá invasiones externas: los hombres canguro serán asediados por un demonio dingo, según unos invocado por una tribu rival, según otros llegado de quién sabe dónde, al que vencerán quitándole el tótem que porta entre sus fauces, mientras que los hombres serpiente habrán de defenderse de los ataques de unos hombres lagarto venenosos llegados del Sur, hasta que su diosa, Bulari, la madre Tierra, los abate con una exhalación que produce una nube mortal, que siembra la enfermedad y la corrupción entre los enemigos. Según estas leyendas, los cuerpos de estos hombres saurio venenosos forman parte, o están enterrados, en el interior del Uluru.

Las serpientes humanas

            Como primera idea, podemos acudir al panteón grecolatino para encontrarnos con unos seres que, según los autores que los citen, tienen un mayor o menor aspecto reptílico: me refiero a las gorgonas, legendarias figuras femeninas de cuerpo humano o de ofidio según quien escriba el relato, con la característica común de que sus cabellos son serpientes vivas y que su mirada sería capaz de petrificar a quien la contemplara. Según algunos escritos antiguos, en realidad no se trataría tan sólo de tres (Esteno, Euríale y la más conocida, Medusa), sino que éstas no serían más que los últimos vestigios de una raza que pobló la tierra en tiempos remotos, y a los que, siempre siguiendo la línea de estos mitos, los antiguos héroes griegos, en una alianza con las amazonas, consiguieron obligar a recluirse en unos pantanos, de los que ya no pudieron echarlos por mucho que lo intentaron, donde fueron languideciendo como especie hasta devenir en las que ya hemos nombrado. En cuanto a su peligrosa mirada petrificadora, tal vez se podría dar una explicación “científica”: ¿y si en realidad estamos hablando de la misma habilidad que poseen las serpientes para “paralizar” o “hipnotizar” a sus presas con la mirada? A todos los efectos sería como volverse de piedra…
            Pero tenemos aún más ejemplos: en oriente medio, y más concretamente en las regiones hindúes, procedentes de las más ancestrales leyendas del hinduismo, nos encontramos con las exóticas y feroces nagas, criaturas de cuerpo de serpiente y cabeza y tronco humanos, generalmente femeninas, protectoras de los mundos subterráneos y, en ocasiones, de tesoros escondidos en las entrañas de la tierra. Se trata de una tradición muy extendida, que entronca indirectamente con otra tradición que es la de Shambhala o Aghartha, ciudad y reino ocultos desde donde, supuestamente, se regirían los destinos de este mundo, y cuyos primeros guardianes serían estos peligrosos ofidios de cuyo celo, inteligencia y sabiduría dan fe las historias reflejadas en sus tradiciones. Seguramente estas criaturas serán las que más adelante den lugar a las historias sobre los elementales conocidos como salamandras, seres que poseen un aspecto prácticamente idéntico al de las nagas, aunque sean mucho más agresivas…
            Curiosamente, estas criaturas reaparecen en un lugar tan lejano como Perú: en las tradiciones nazcas se las conoce como najas, y se las representa siendo vomitadas por figuras de nazcas “voladores”.
            Y no sólo los nazcas: también los mapuches tienen sus tradiciones al respecto, mitos que, además, se acercan mucho más a la naturaleza aparentemente celosa de estos guardianes de tesoros. Sin ir más lejos, nos encontramos con la leyenda del Bienpeinado, un ser en todo parecido a los nagas al que un pastor descubre en una cueva rodeado de pepitas de oro. Al principio, cuando sólo ha visto la riqueza, llama a sus vecinos y van a recogerla, pero al ver al ser caen todos fulminados menos el pastor. La siguiente tanda de humanos que llega al lugar intenta vengar a sus muertos, pero sufren la misma suerte. Curiosamente, cuando una nueva hornada se presenta armada con garrotes y palos, consiguen reducirlo y lo encaraman a un carro procurando no tocarlo (así pues, es probable que en realidad la cuestión estuviera en que la piel exudara veneno). Lo llamaron Bienpeinado. Éste, al ver que tenían intención de matarlo, suplicó que no lo hicieran so pena de desencadenarse terribles calamidades sobre el pueblo; a cambio, él les daría oro, pero habrían de llevarlo a su cueva. Al ver el regalo dorado que recibían, aceptaron el trato. Lo llevaron hasta la cueva, pero el paisaje había cambiado y las señales que se mostraban ahora resultaban de un mal agüero tan evidente, que la gente se volvió hacia su cautivo para descubrir que había desaparecido; al mismo tiempo, al observar todas las pepitas que habían recogido comprobaron que no eran otra cosa que excrementos. Al volver hacia la planicie en la que habían pretendido matar a su cautivo,  se encontraron con que ahora había un bosque con unas flores que no habían visto jamás hasta aquel momento y a las que llamaron kuram-filu, “huevo de culebra”.
            Los naturales de la tierra de Arnhem, en Nueva Guinea, cantan: "Es la edad de la serpiente, de la serpiente que fue antes del hombre, de la serpiente que fue hombre, de la serpiente que vuela en el cielo", en una aparente alusión a un ofidio que tras bajar del cielo se transforma en humano. De nuevo nos encontramos con una extraña transmutación de una especie a otra, que ya habíamos visto en las tradiciones zulúes. ¿Qué clase de criatura podría hacer tal cosa? Procurando evitar entrar en el espinoso asunto de seres alienígenas que se quitan las escafandras, cosa que por otra parte podría ser factible aunque absolutamente indemostrable, sólo se me ocurre acudir a los relatos de Robert Howard acerca de los hombres serpiente que se enfrentan al poderoso Rey Kull de Valusia, capaces mediante una magia natural de mimetizarse y camuflarse como seres humanos.

Los dioses reptiles

            Aunque en apariencia no tienen demasiada cabida en este artículo, quizás sea conveniente mencionarlos, más por su relación con la figura de la serpiente que con la posibilidad de que puedan pertenecer a esa raza de “híbridos” de la que estamos hablando.
            Resulta curioso comprobar como las divinidades serpentiformes son adoradas no por arrastrarse por el suelo, como es la costumbre habitual de estos animales, sino por su capacidad de volar por el cielo. ¿Qué están representando, de qué clase de dioses hablamos?
            Los más conocidos son los mesoamericanos, las serpientes emplumadas conocidas como Quetzalcóatl por los aztecas y Kukulkán por los mayas, probablemente un reflejo una de la otra, al estilo de los dioses griegos y romanos, que se entremezclan entre sí duplicando sus atributos de una cultura a otra. Se trata de figuras civilizadoras, igual que el Viracocha inca, que llegan de algún lugar desconocido a las tierras americanas para enseñar a sus habitantes sabiduría y hacerles unas predicciones que en el futuro les resultarán catastróficas: Quetzalcóatl, representado como un hombre de barba blanca y de clara ascendencia no azteca, dirá a sus seguidores al partir que volverá para gobernarlos de nuevo. Cuando llegue Hernán Cortés, será confundido con el dios y dará lugar a la conquista de un formidable imperio con muy pocos hombres, derrotados sobre todo por sus creencias, hasta que acepten por fin que ante ellos no tienen a dioses, sino a seres humanos normales y corrientes.
            Para los pueblos mexicanos la serpiente emplumada es una figura tan real que hablan sin ningún pudor acerca de cuándo y cómo gobernó: Fray Bernardino de Sahagún, en su “Historia general de las cosas de Nueva España”, escribe: "En esta ciudad (de Tollan) reinó muchos años un rey llamado Quetzalcóatl...Fue extremado en las virtudes morales...". Así mismo, en su obra “Pensamiento y Religión en el México Antiguo”, Laurette Séjourné explica que "de acuerdo con los datos que conservamos, la realidad histórica de Quetzalcóatl parecería estar fuera de duda, ya que se mencionan innumerables veces sus cualidades de jefe". Pero entonces, si Quetzalcóatl hubiera existido y según sus imágenes no era natural de las regiones americanas, ¿de dónde había salido? ¿Era un europeo, como han postulado algunos investigadores, mucho antes de Colón? ¿O tal vez procedía de algún lugar más misterioso, tal vez de las leyendas orientales anteriormente mencionadas sobre reinos y ciudades escondidas?
            Ya hemos hablado previamente de los wandjinas australianos, así que no vamos a extendernos demasiado sobre ellos, tan sólo recordar que también poseen el atributo de la serpiente emplumada, al igual que la deidad ofídica de los aborígenes de Nueva Guinea que también hemos mencionado. En todo momento regresamos al vuelo, a una capacidad que el animal representado no tiene ni ha tenido cuando era adorado por estas gentes… Y también hemos de tener en cuenta, al comprobar la similitud de las figuras, que resulta muy probable que hubiera en algún momento un contacto cultural Pacífico-América.
            Si viajamos hasta África, hasta el siempre misterioso Egipto, nos encontraremos con Sobek, el Dios Cocodrilo, el creador del Nilo, el dios de la fertilidad, la vegetación y la vida, regente de la ciudad faraónica de Kom Ombo. Aunque se trate de un saurio en lugar de una serpiente, la antiquísima idea de creación se mantiene intacta en todos sus aspectos. La única diferencia con respecto a sus parientes de los otros continentes es que, en este caso, esa capacidad de volar ha desaparecido, si es que en algún momento la ha tenido. ¿Por qué? ¿Cuál es la diferencia entre este dios creador y los civilizadores? ¿Y por qué Egipto es la única civilización en la que los dioses son ambivalentes, poseen apariencia humana pero con cabeza de animal?

¿Testimonios?

            Al contrario que otros seres de los que hay muchos más avistamientos (o al menos se reportan más, aunque muchos de ellos sean cuestionables por no decir más falsos que una moneda de chocolate), como pueden ser los del yeti, el bigfoot, Nessie, el mapinguari o los hombres alados, por citar sólo algunos casos, acerca de estas elusivas criaturas apenas hay información, si es que realmente se puede considerar la que tenemos como tal: en 1955, en Loveland, Ohio, se reportaron numerosos casos de visiones de una cosa que denominaron la Rana de Loveland, por su supuesto parecido con este anfibio; y posteriormente, en 1988, se habló de la locura del Hombre Lagarto en Bishopville, Carolina del Sur, según la cual un hombre explicó que una bestia con aspecto de reptil de unos siete pies, ojos rojizos y apéndices de tres dedos persiguió a su coche a lo largo de una carretera rural a 40 millas por hora (alrededor de unos 70 km/h). Posteriormente hubo otra serie de testigos, y los oficiales de policía llegaron a encontrar huellas de tres “tobillos”. Es decir, que un tipo aterrorizado, huyendo a toda pastilla en su coche, es capaz de calcular la altura de su perseguidor y distinguir que sólo tiene tres dedos al final de sus miembros…


¿QUÉ DICE LA CIENCIA AL RESPECTO?

            Para empezar este apartado con un amago de explicación, la ciencia, y en este caso la historia, no acepta la más nimia posibilidad de que tales engendros hubieran podido existir en algún momento, básicamente por dos motivos elementales:

1.    No existe resto alguno que pueda avalar tal situación. Busquemos donde busquemos, ningún paleontólogo ha sido capaz de encontrar (o, por lo menos, no ha trascendido a la luz ningún descubrimiento de estas características) ningún fósil que combine características humanoides y saurias, por lo que, de momento, no disponemos de posibilidad alguna de demostrar nada.
2.    Por otra parte, historiadores y antropólogos reducen todas estas mitologías a una cuestión meramente simbólica, en la que la imagen de la serpiente no significa nada material o físico, sino tres interpretaciones distintas según el origen de los mitos:
a.    La serpiente como origen de la vida. En algunas culturas se interpreta la aparición de toda vida sobre la tierra, y por ende en el universo, como surgida de un huevo cósmico depositado por una gran serpiente, invocando a ésta como la Gran Madre de todo lo que existe.
b.    La serpiente como símbolo de regeneración e inmortalidad. Con su capacidad para mudar la piel y resurgir de nuevo, no resulta demasiado sorprendente que en la antigüedad llegaran a creer que este animal representara la inmortalidad y el regreso tras la aparente muerte que presupone dejar atrás la carcasa en la que ha estado viviendo, algo parecido al legendario ave fénix.
c.    La serpiente como fuente de sabiduría. Aunque pueda parecer sorprendente, en un origen el ofidio no era ni mucho menos la representación del mal que nos legaron los mitos judeocristianos: en realidad, esta criatura aportaba el conocimiento, la capacidad del ser humano para pensar y razonar. No tenemos más que fijarnos en el caduceo de Hermes, las dos serpientes entrelazadas en torno al cetro, indicadoras de la sabiduría concedida a Esculapio para practicar la medicina; o en las pitonisas de los oráculos griegos, como puede ser por ejemplo el de Delfos, llamadas así porque se creía que obtenían sus predicciones de la Serpiente Pitón que moraba bajo el lugar sagrado; o en la leyenda de Adán y Eva y la serpiente, convertida en Satanás por los próceres de la Iglesia, que en realidad lo único que hizo fue ofrecerles la posibilidad de adquirir conocimiento, tanto de sí mismos como del mundo que les rodeaba…

            Sin embargo, y a pesar de todo este simbolismo, hace algún tiempo se hizo una investigación acerca de la posibilidad de que los dinosaurios hubieran podido sufrir una evolución paralela a la de los seres humanos. Al fin y al cabo, si supuestamente los primates se habían enderezado y adquirido unas características que los habían conducido hasta los homínidos, y éstos a su vez habían sufrido una serie de alteraciones o variaciones que los habían llevado hasta lo que posteriormente serían los hombres de Neandertal o los Cromagnon, ¿por qué los saurios bípedos de tamaño medio o pequeño no podrían haber evolucionado de una manera similar? Un científico llamado Dale Russel propuso que tal vez alguna de las especies de dinosaurios, como el Deinonychus (un animal similar al velociraptor, cuyo nombre significa “garra terrible”), podría, con el tiempo, haber desarrollado un encéfalo, al igual que nos sucedió a nosotros; y, posteriormente, con el desarrollo del cerebro, hubieran podido adquirir una postura erguida para sostener el peso de la cabeza. De ahí al desarrollo de los hombros y a una serie de cambios similares a los que le sucedieron al ser humano, no media más que un pequeño paso. ¿Y quién nos dice que, tal vez, los ojos de pupila vertical se adaptarían a pupila redonda para aprovechar mejor la luz, y que las escamas se irían perdiendo poco a poco, sustituidas por pelo, para al final desaparecer por completo al comenzar a usar prendas que les protegieran de la intemperie? ¿Podría explicar esto cierto comportamiento tendente a la depredación y la violencia como formas de vida? El único escollo en este sentido sería pasar del estadio ovíparo de los reptiles al vivíparo de los mamíferos…


¿Y QUÉ OPINAN LOS ESCRITORES?

            De forma genérica, el tratamiento que se ha hecho de esta raza ha sido siempre malévolo: unas veces más, otras menos, pero lo habitual es encontrarnos con seres oscuros, malignos, cuya finalidad es la venganza en el mejor de los casos, o la conquista y el exterminio en el peor.
            Tenemos unos cuantos ejemplos que atestiguan esta aseveración: por ejemplo, el inefable Howard Philips Lovecraft con sus Mitos de Cthulhu, en los cuales nos muestra, en el relato “La Ciudad Sin Nombre”, unos restos prehumanos, afincados en algún lugar perdido del Sur de la Península Árabe, en alguna zona relacionada con el desierto de Rub el Khali y la región conocida como Hadhramauth, la Muerte Verde, habitados por una especie de humanoides saurios que en el pasado adoraban a los Primigenios y se alimentaban de los seres humanos, y que en el momento del relato están en un aparente declive, mostrándose tan sólo durante breves instantes. En todo el relato se respira, al igual que a lo largo de todo el ciclo de los Mitos generados por el genio de Providence, una malevolencia latente tan fuerte, tan ajena a nuestro mundo, que deja a una altura muy baja al resto de escritores que han tocado este tema.
            No es el único relato en el que estas criaturas aparecen dejando tras de sí una lúgubre sensación de antiquísima malignidad: en “La Maldición que Cayó sobre Sarnath” da cuenta de las criaturas anfibias, habitantes de la sombría ciudad de Ib, que adoran a un gran dios lagarto de piedra, y en “La Maldición de Yig”, en la que comparte autoría con Zealia Bishop, refleja las consecuencias de provocar la ira del celoso padre de las serpientes, el vengativo Yig, capaz de transmutar en engendro reptílico a quien le ofenda gravemente.
            Este componente salvaje, perverso más allá de toda imaginación, se repite en “La Sombra sobre Innsmouth”, donde el protagonista ha de huir del pueblo al descubrir el horrendo secreto de sus habitantes, entregados en un impío pacto a unas criaturas de las profundidades conocidas como Profundos, adoradoras del dios Dagon, con las que se han cruzado para dar lugar a una extraña raza híbrida, que nace normal pero con el paso del tiempo se va deformando hasta convertirse en uno de los seres de los que procede y lanzarse al mar. Este argumento se trasladó más tarde al cine, en una película titulada del mismo modo que la narración; a posteriori hubo una continuación, “Return to  Innsmouth” en 1999, y por fin se ha concluido con “Dagon”, con un resultado razonablemente bueno. Y los Profundos, protagonistas absolutos de este ciclo, seres de una inclasificable pesadilla, aparecerán una y otra vez entre los múltiples seguidores que tuvo el gran Maestro de Providence, en multitud de relatos, como por ejemplo “Los Profundos”, de James Wade.
            Dentro de los Mitos de Cthulhu ha habido muchos escritores, y entre ellos August Derleth ha sido uno de los más prolíficos: en “El Superviviente” nos muestra el resultado de un experimento, cómo de la humanidad actual se puede retrotraer a un estadio intermedio entre ella y los lagartos…; y en “El Sello de R’Lyeh” retoma el viejo tema de los profundos como grandes enemigos de la humanidad, mientras que en “La Habitación Cerrada” nos ofrece una manera de tenerlos controlados para evitar que acaben por dominarnos.
            Otro de los grandes maestros del fantástico, Robert Erwin Howard, al que ya hemos hecho alusión anteriormente, trata también el tema de una manera similar, aunque quizás con un aspecto que podríamos decir más prosaico, menos cósmico: en sus relatos pseudohistóricos sobre la era hybórea, concretamente sobre el conocido personaje Conan el Bárbaro, aparece una serpiente con cabeza humana que le pone las cosas difíciles al cimmerio en la narración “El Dios del Cuenco”. Posteriormente, Sprague de Camp y Lin Carter retomarán el tema y coescribirán el ciclo “Conan de Aquilonia”, en el cual el último relato, “Sombras en la Calavera”, mostrará una cruenta batalla contra los últimos representantes de los hombres serpiente en el mundo.
            Más tarde llegarán los pastiches sobre el máximo representante del mundo hyborio: entre ellos, Robert Jordan volverá sobre esta temática en su novela “Conan el Invencible”, donde presentará a los S’Tarra.
            Podemos volver de nuevo sobre nuestro autor original, Howard, para encontrarnos con otro de sus personajes enfrentado a la amenaza de los humanoides ofídicos: Kull de Valusia, el rey más poderoso de la era Thuria, amenazado una y otra vez por la sombra de estas criaturas. En realidad, tan sólo se da esta situación en uno de sus relatos, “El Reino de las Sombras”, aunque luego los cómics se encargarán, como en el caso de Conan, de volver una y otra vez sobre el tema y explotarlo hasta la saciedad. Curiosamente, en ninguna de las películas que se han hecho sobre Conan o sobre Kull, de las cuales la única que podría ser relativamente salvada de la quema es “Conan el Bárbaro”, se hace la más mínima mención al pueblo de los hombres serpiente, tan sólo en ésta primera se alude a un cierto culto de la serpiente…
            Prosiguiendo en la línea de este autor, nos encontramos ante un fenómeno un tanto ambiguo, del cual no queda demasiada clara su implicación: en su serie de relatos sobre la memoria racial y sobre el picto Bran Mak Morn alude a unos seres a los que se califica de Pequeño Pueblo, que en teoría procederían de una rama desgajada de la raza humana, obligada a vivir en la oscuridad y los subterráneos, hasta devenir en engendros semihumanos de aspecto reptílico. Pero, ¿se puede volver hacia atrás de tal manera? A veces da la sensación de que en realidad nunca han sido humanos, sino que se habían desvanecido parte de sus atributos originales para recuperarlos de nuevo con el tiempo. Tal parece lo ocurrido en “El Pueblo de la Oscuridad”, en el que el último superviviente de dicha civilización ha perdido todo atisbo de humanidad para convertirse en poco más que un horrendo remedo de sierpe.
            Cambiando de tercio, salimos de la espada y brujería para introducirnos de lleno en el terreno de la fantasía épica, más concretamente en las sagas de Dungeons & Dragons y Forgotten Realms, surgidas todas ellas a la sombra y amparo de la fantástica Tierra Media de Tolkien, donde aparecerán una y otra vez los hombres lagarto, unas veces malignos, otras dispuestos a alianzas contra las tinieblas. Podríamos mencionar también a los draconianos de la saga de la Dragonlance, aunque éstos en realidad son una raza surgida de la magia, no evolucionada de forma natural…
            En el terreno de la Ciencia Ficción, entre otros nos encontramos con Norman Spinrad, quien en “El Sueño de Hierro” nos ofrece un sorprendente argumento que parece encajar más en el apartado de la Historia Alternativa que en el de la Ciencia Ficción propiamente dicha: Adolf Hitler emigra a América en 1919, convirtiéndose en un reputado escritor de novelas de Ciencia Ficción; a partir de este momento se desarrolla una historia en la que tienen cabida, como mutantes, todo tipo de seres surgidos de la loca imaginación del escritor: hombres lagarto, hombres sapo, arlequines, carasrojas…
            Manteniéndonos en este estilo postapocalíptico, nos tropezamos con Paul Ernst, quien en 1935 comenzó a escribir “Rulers of the Future”, una historia en la que los seres humanos, reducidos a la barbarie, han de defender su mundo contra hombres lagarto y otras criaturas similares.
            Entrando a posteriori en el terreno de la novela de intriga/misterio/terror, conceptos que en ocasiones están tan imbricados que no resulta fácil separarlos, Douglas Preston y Lincoln Child dan otra vuelta de tuerca al asunto, trabajando sobre la base de una especie de mutación, “natural” al principio y provocada por alteración genética después, en la novela “El Ídolo Perdido” y su continuación, “El Relicario”, engendrando una criatura de notorio aspecto reptiloide; este argumento fue llevado al cine con más o menos acierto bajo el título de “The Relic”.
            Inclinándonos algo más hacia el terror, concretamente hacia una vertiente más psicológica que el actual gore en el que todo se fía a la casquería, podemos citar a Albert Sánchez Piñol, quien en su obra “La Piel Fría” demuestra un talento especial para manejar esos miedos latentes más allá de la simple presencia o la violencia física, no dejando entrever prácticamente en ningún momento a las criaturas anfibias que acechan a los ocupantes de un faro, jugando con mentalidades humanas y no humanas para dar aún más empaque a la novela…
            Y ya metidos en harina cinematográfica, podemos mencionar, por ejemplo, “Misterio en la Isla de los Monstruos”, basada en el libro de Julio VerneEscuela de Robinsones”, en la que los protagonistas se enfrentan, entre otros, a belicosos hombres lagarto; “El Reptil”, de 1966, con una serie de muertes misteriosas en Inglaterra debidas a un ser de aspecto serpentino; “El Monstruo de la Laguna Negra”, que por supuesto no podía faltar en un artículo de estas características; y aún otra más, “El Sonido del Trueno”, que nos ofrece la interesante visión de una evolución rapídisima de las especies inferiores de los primeros tiempos del planeta Tierra hacia unos humanoides reptiles inteligentes y altamente depredadores, todo ello debido a la alteración del pasado en la época de los dinosaurios cuando un safari programado rompe las reglas del viaje en el tiempo…


A MODO DE CONCLUSIÓN

            ¿Por qué desde la más remota antigüedad subsiste esta idea de humanoides reptiles gobernando la tierra en eras remotas? Lo más sencillo es pensar que se trate de un recuerdo atávico, de una especie de memoria ancestral del tiempo en que los primeros antepasados del ser humano convivieron con los restos de los dinosaurios tras su aparente exterminio.
            Con todo, otra posible explicación sería que las antiguas culturas hubieran encontrado algún fósil de dinosaurio, y en torno a él hubieran construido estas perturbadoras mitologías.
            Lo que parece meridianamente claro es que al menos hasta la fecha no existe ningún resquicio, ninguna posibilidad, de que una especie serpentiforme inteligente pueda haber estado conviviendo con nosotros desde hace mucho tiempo: la única señal al respecto son las tradiciones ya citadas, puesto que restos físicos o avistamientos claros, contrastados, estudiados de la manera adecuada, no hay por ninguna parte.
             También hemos de tener en cuenta otro matiz en este asunto, y es la fascinación que la serpiente ha ejercido sobre la humanidad desde siempre, y no precisamente para mal: como ya hemos comentado, sólo a partir de los mitos judeocristianos se empieza a vender a los ofidios como la encarnación de la oscuridad y las tinieblas, mientras que anteriormente aparecían como símbolos de sabiduría, vida e inmortalidad. Y si a eso le añadimos el extraño detalle de que muchas civilizaciones antiguas adoran a divinidades o seres de apariencia de serpiente voladora, entonces el cóctel se vuelve explosivo: Quetzalcóatl, Kukulkán, los wandjinas del Tiempo de los Sueños australianos, la serpiente de los aborígenes de Nueva Guinea, los dragones (sobre todo los orientales)… ¿Qué nos están diciendo realmente? ¿Podrían ser, como aventuran algunos investigadores del misterio, representaciones de naves espaciales alargadas que surcaron nuestros cielos en la antigüedad? No hay ninguna prueba incontestable que nos permita suponer tal cosa, pero sí es cierto que muchos mitos se han reinterpretado bajo el prisma tecnológico actual, y si no, ahí tienen el famoso “astronauta” de Palenque, que el profesor Jiménez del Oso se encargó de desmontar de forma fehaciente, aunque soy partidario de la teoría de la doble lectura que poseían mayas, egipcios y otras culturas en sus representaciones.
Otra idea es que estos pueblos llegaran a ver dinosaurios voladores vivos, cosa que también la ciencia niega puesto que los fósiles más recientes son de hace muchos millones de años.

Entonces, ¿qué debemos pensar? Sencillamente, que no conocemos ni la mitad de lo ocurrido a lo largo de la historia de este planeta, y que por tanto cualquier cosa que se nos cuente hemos de ponerla en cuarentena y analizarla a la luz del método científico, sin olvidar, eso sí, que la imaginación es un arma verdaderamente importante. ¿Que si existieron o existen los hombres serpiente? Aparentemente no, la mejor solución es dejar una teoría al respecto y luego ir modificándola, matizándola, a medida que vayan surgiendo descubrimientos al respecto, y no al revés, adaptar los hechos para acomodarlos a la propia teoría, práctica por cierto bastante habitual en ciertos círculos oficiales. Nada de aceptar a priori, nada de rechazar a priori, la adaptación es la mejor respuesta a estos enigmas…

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