sábado, 25 de octubre de 2014

HOWARD Y LA OSCURIDAD

EL BÁRBARO Y LA OSCURIDAD
UNA BREVE MIRADA AL TERROR EN R. E. HOWARD

José Francisco Sastre García

            De una manera genérica podemos asegurar que el terror se basa, sencillamente, en el miedo a lo desconocido, a todo aquello que no podemos identificar y racionalizar con claridad. De esta manera, cuando vemos algo entre sombras, nuestra imaginación lo completa con nuestros propios arquetipos de terror, con lo que esa figura medio vista, medio intuida, nos inspirará un pánico mayor que si la observáramos a la luz.
            Así pues, tras esta breve exposición podemos observar dos tipos, dos estilos de terror literario netamente distintos.

  1. El terror sugerente, basado en la exposición de una idea vaga y neblinosa, que deja libertad a nuestra imaginación para completarla según nuestro subconsciente decida.
  2. El terror visual, basado fundamentalmente en la exposición clara, vívida, de una figura lo suficientemente espantosa como para producirnos ese escalofrío de miedo.

Consideremos entonces a Robert Erwin Howard desde el punto de vista de la literatura de terror: leyéndolo, podemos constatar que se trata de un escritor que posee un estilo épico, heroico, vigoroso, basado fundamentalmente en la imagen. Sin embargo, esto inspiraría poco terror, si no fuera porque Howard, a la vez que autor gráfico, también es un autor de ideas, lo que le permite escribir algunos relatos de terror que no desmerecen en lo más mínimo de sus más brillantes sagas de Conan o Kull, por ejemplo.
¿En qué grupo habríamos de englobar a Robert E. Howard, en el visual o en el de sugerencias? La respuesta no es sencilla, ya que ahonda en los dos estilos, por lo que hemos de estudiarlo un poco más a fondo.
Como ya hemos dicho, Howard es un autor gráfico, visual, capaz de recrear situaciones tan vívidas que, mientras se lee, da la sensación de estar viéndolas. Como él mismo asegura en una ocasión: “… Recuerdo que no se me había ocurrido ninguna idea en varios meses y me sentía absolutamente incapaz de escribir algo publicable. Entonces dio la sensación de que ese Conan de repente empezaba a crecer en mi cabeza sin grandes esfuerzos por mi parte, e inmediatamente comenzó a afluir un aluvión de relatos de mi pluma casi sin dificultad. No tenía la sensación de estar creando, sino de estar contando cosas que habían ocurrido. […] Esto ha ocurrido anteriormente con todos mis personajes: de repente me siento incapaz de concebir una idea, como si aquel hombre hubiera estado agazapado detrás de mí guiándome en el trabajo y de improviso se diera media vuelta y se marchara, dejándome solo en busca de otro personaje”[1]. Como podemos observar, su estilo era tan vívido, tan lúcido, que es perfectamente adaptable al cine (Lo cual se ha hecho con muy poco éxito y poca idea de lo que es realmente el personaje o el cómic, en el que ha triunfado con todos los honores).
Por tanto podemos decir que en ese mismo sentido iría orientado el terror de la literatura howardiana: son muy gráficos, excesivamente visuales como para poder englobarlos dentro del terror de ideas sugeridas. Leamos, por ejemplo, su relato Rostro de Calavera, o Cabeza de Lobo, o El Horror del Montículo, o incluso Canaan Negro[2], y nos encontraremos con seres reales, tangibles, que aunque terroríficos, no impactan tanto como si se mantuvieran más en sombras, más vagamente. En estos relatos el terror surge al estilo de Agatha Christie: a partir de un hecho anodino comienza a girar un argumento que va creciendo en complejidad y misterio hasta llegar a la aparición de la entidad, aparición que no despierta tanto pánico como todos los hechos anteriormente acaecidos.
Sin embargo, a pesar de que podemos englobar a Howard de una manera genérica dentro del terror visual, no debemos olvidar que fue un escritor polifacético, por lo que no es extraño encontrar en su obra retazos de ese otro estilo de terror, el de sugerencias, como pueden ser las cosas innominadas que pueblan la era hyboria y cuya descripción escapa a toda clasificación. Por ello, leer la descripción de Thog en La Sombra Deslizante[3], la de Thaug en Nacerá una Bruja[4], o -para mi gusto, la mejor en ese sentido- la atmósfera de horror que envuelve a las estatuas de hierro del Mar de Vilayet, a las que en realidad no se las ve moverse en ningún momento, dentro del relato Sombras a la Luz de la Luna[5], nos llena de una sensación de oscuridad, de un miedo que no se puede alejar tan fácilmente como en el otro estilo, debido sobre todo a la propia característica de la descripción del ambiente: en realidad no se dice nada claramente, tan sólo hay vagas sugerencias de algo aparentemente físico que en verdad no lo es.
Por todo esto, cuando leemos a Howard nos encontramos frente a un escritor que, repito de nuevo, utiliza un estilo visual muy vívido que hace que la atmósfera de terror evocada sea más suave, más llevadera, que si se dedicara a esbozar y sugerir ciertas formas, criaturas o situaciones.
A pesar de todo, la fuerza de sus narraciones hace que en ocasiones nos estremezcamos involuntariamente, ocasiones tan formidables como la aparición de Ollan-Omga en el relato Los Tambores de Tombalku, o la persecución posterior a la muerte de dicho dios[6]. En esos casos, Howard demuestra muy bien su talento como escritor de novelas salvajes, llenas de vitalidad.
Siguiendo las huellas del terror en la obra de Howard nos encontramos, a su vez, con reminiscencias de otros autores, influencias que llenan el universo howardiano de una aversión al Cosmos infinito o a los subterráneos que horadan la corteza terrestre. Así, siguiendo a Lovecraft, los adoradores de Cthulhu hacen de las suyas y se enfrentan a una humanidad que apenas tiene capacidad para resistirlos, desatando auténticos huracanes de terror y muerte; al mismo tiempo, siguiendo a Arthur Machen y las tradiciones célticas, aprendemos de él a temer y odiar al Pueblo Pequeño, una raza subterránea que desaparece forzada por su propia falta de evolución, y que odia hasta la muerta a la raza humana, causante de su reclusión en las cuevas. Pensemos en el terrorífico final que aguarda a Titus Sulla en la Torre de Trajano cuando las hordas del Pueblo Pequeño son liberadas por Bran Mak Morn contra él, o en las visiones horrorosas que acechan al rey picto en el interior del Túmulo del Dragón[7].
Sin embargo, el talento de Howard no se reduce a recrear el terror, sino a convertir éste en patetismo, en algo realmente lamentable. Esto lo consigue dentro de la serie del Pueblo Pequeño y de Memoria Racial, con el relato Los Hijos de la Oscuridad[8]. Aquí, aunque se mantiene la línea howardiana del terror atávico hacia estos seres pequeños y malignos, a los que no considera hombres, el protagonista, con su “gloriosa” muerte a manos de ellos, nos muestra una faceta radicalmente distinta: aun siendo malignos como siempre, el Pueblo Pequeño, cuando se enfrenta al guerrero humano, muestra mediante una cuidada descripción de estos seres que, aunque luchan por su supervivencia, están abocados a la extinción debido, como ya dije antes, a su falta de evolución.
Hemos visto pues, en este breve recorrido por la obra de Howard en lo que se refiere a su incursión en el genero del terror y lo sobrenatural, todos o casi todos los aspectos inherentes a este espectador, su capacidad para sugerir un terror sin límites y para convertir un ser prosaico en algo realmente horroroso, e incluso su capacidad para convertir algo terrorífico en, simplemente, patético (Aunque quizás esto fue algo más de rebote, más casual).
En el fondo, y como ya dijimos al principio, lo desconocido sigue subyaciendo detrás de todo miedo, y Howard supo explotar muy bien estos miedos ancestrales. ¡Ojalá siga imaginando mundos nuevos en el lugar en que se encuentre…




[1] Ver la carta de R. E. Howard a P. S. Miller, publicada en el volumen Conan Origen de una Leyenda (Ediciones Forum, 1983).
[2] Todos ellos ofrecidos en el volumen Rostro de Calavera (Colección Super Terror, nº 21, ediciones Martínez Roca, 1987).
[3] Publicado en el volumen Conan el Aventurero (Ediciones Forum, 1983).
[4] Publicado en el volumen Conan el Pirata (Ediciones Forum, 1983).
[5] Publicado en el volumen Conan el Pirata (Ediciones Forum, 1983).
[6] Publicado en el volumen Conan el Aventurero (Ediciones Forum, 1983).
[7] Ver el episodio Gusanos de la Tierra (Colección Fantasy nº 14, ediciones Martínez Roca, 1987).
[8] Publicado en el volumen El Valle del Gusano (Colección Fantasy nº 9, ediciones Martínez Roca, 1986).

7 comentarios:

  1. ¡Hola amigo! este mes he estado bastante ausente de internet ¡que ganas tenía de volver!
    Que se puede decir de Howard.. un maestro de maestros, ojalá hubiese podido vivir más y nos hubiera dejado más historias que sólo él podía imaginar y escribir ¡Por Crom!
    ¡Abrazos!

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    1. Sí, la verdad es que supo escribir con una vividez más propia del cine o del cómic que de la literatura; de hecho, como calidad literaria hay que reconocer que no tiene mucha, pero eso sí, la fuerza de sus relatos es de lo mejorcito que he visto jamás...

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    2. Pero vamos, que puedes estar tranquilo, porque verás más artículos sobre la obra de Howard en esta sección, que espero que te agraden...

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  2. Un artículo muy bueno, compañero! Un placer leerte, siempre.

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    1. Buenas tardes, José Antonio, y muchas gracias por tus palabras; la verdad es que este artículo es bastante antiguo, tiene unos cuantos años, lo he rescatado igual que unos cuantos de los que he colgado o voy a colgar en el blog... Me alegro de que te guste el material, creo que no se nota mi pasión por Howard, jejeje...

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  3. Muy buen artículo, José. Al igual que tú, soy un seguidor de la obra del maestro texano.

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    1. Buenas tardes, José Luis. Me alegro de que te haya gustado el artículo, muchas gracias por tu amabilidad; es antiguo, tiene unos pocos años, y como puedes suponer surgió de la pasión que siento tanto por Howard como por Lovecraft; espero que te guste el resto de material relacionado con el Maestro de Pearce, jejeje... Hay un poco de todo.

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