sábado, 3 de enero de 2015

EXTRATERRESTRES



SI HABLAMOS DE EXTRATERRESTRES...

Jose Francisco Sastre García

Habitualmente, el tema de los extraterrestres está íntimamente ligado al fenómeno OVNI; casi de inmediato, acuden a nuestra mente temas como Roswell, el MJ-12, la ocultación gubernamental...
Sin embargo, hay otra faceta en este tema que no podemos obviar: si existe la posibilidad de que nos estén visitando seres de otros mundos, ¿por qué no pensar que pudieron hacerlo en el pasado? A los datos existentes nos podemos remitir.
En primer lugar, y como hecho más contundente, nos encontramos con el enigma de la tribu dogón de Mali: en sus creencias religiosas, que datan de hace cientos de años, nos dicen que unos seres a los que llaman Nommo bajaron del cielo para civilizarlos, para revelarles unos conocimientos increíbles: la estrella Sirio no existe como tal, sino que se trata de un sistema estelar triple, formado por la estrella normal, una estrella cuya sustancia es tan pesada que un pedazo del tamaño de una uña no podría ser arrastrado por una reata de mulas, y otra estrella más. El ciclo de traslación que posee la estrella pesada alrededor de la normal es de cincuenta años. Pues bien, según los conocimientos actuales, efectivamente: Sirio se compone de un sistema estelar en el cual una enana blanca conocida como Sirio B, esto es, una estrella de enorme densidad, gira alrededor de la estrella inicial, conocida como Sirio A, en un ciclo de cincuenta años. Y no sólo eso, sino que se sospecha, si no se ha descubierto ya, la presencia en el sistema de otra estrella más. ¿Y de dónde sacaron hace cientos de años los dogones esta información? Me da lo mismo que me digan que se lo enseñaron los egipcios, porque lo único que estamos haciendo es trasladar la pregunta a otro ámbito. ¿Cómo pudieron los egipcios averiguar estos datos, si nosotros hemos necesitado una tecnología muy avanzada para saberlo? Sirio B apareció para nosotros hace no mucho, hacia mediados de siglo. Así que, me temo, que no hay más explicación posible que la más evidente: seres del espacio exterior, dioses civilizadores, que bajaron a enseñar parte de sus conocimientos a los habitantes de este planeta.
Como nueva base de estudio, tenemos pinturas rupestres repartidas por muchos lugares del mundo, en las que vemos objetos similares a los famosos “platillos volantes”, escaleras que bajan de ellos, seres humanoides a su alrededor... Su explicación es equívoca, puesto que podrían no representar lo que todos pensamos, aunque la tentación es muy fuerte. Si a eso le añadimos las pinturas de aparentes astronautas del Tassilli, en Argelia, y las de otros lugares del mundo en las que aparecen seres alados o con una especie de doble ropa, como Oannes, que se quitaba la piel de pez para mostrar una figura humana, entonces podemos pensar que, realmente, podría haber habido un contacto en el remoto pasado con seres de otros planetas.
Otro punto a tener en cuenta es el enigma de los dropas: ésta es una tribu extraña, hoy en día aparentemente desaparecida, de características sospechosas: enanos de ojos rasgados y cabeza grande, que habitó en zonas concretas del Tíbet y Mongolia, perseguida y acosada con saña por las tribus circundantes, que los tachaban de demonios... Si sabemos de ellos es gracias a un investigador llamado Karyl-Robin Evans, al que no podemos tachar de haberlo soñado todo porque, precisamente, algunos de los objetos de esa tribu han sido estudiados hasta la saciedad, habiéndose descifrado, supuestamente, su escritura: me refiero a los discos de Bayan-Kara-Ula, que, aparentemente, relatan la llegada, hace diez mil años, de esa tribu en una nave espacial que se estrelló en esa región. Sin querer caer en el error de proclamar a los cuatro vientos la existencia de una raza extraterrestre en esas regiones orientales, pienso que existen bastantes posibilidades de que, realmente, haya ocurrido así, aunque siempre puede tratarse de una mixtificación, de una impostura del señor Evans para conseguir, por ejemplo, fama. Quién sabe.
Hay más cosas, pero, desde luego, no creo que el “Astronauta de Palenque” sea una de ellas. De cara, ¿por qué astronauta? ¿Dónde está el “uniforme” oficial? ¿Por qué no pensar, de forma más lógica, que se trate de un aeronauta? No niego a rajatabla que los mayas pudiesen volar por el espacio exterior, pero me parece más razonable, a tenor de la tecnología antigua que ha ido apareciendo poco a poco, que lo que quizás hicieran fuera volar por nuestros cielos en aeronaves, como posiblemente lo hicieron los antiguos hindúes con sus vimanas, e incluso, tal vez, los egipcios en épocas remotas.
También podemos pensar en las alucinantes técnicas que nos han dejado los antiguos para pensar que recibieron influencias externas, pero esto tampoco es tan seguro: para el transporte de grandes masas de piedra, podemos dar como explicación una misteriosa sustancia que ablanda los bloques y los hace mucho más manejables, aunque no siempre sea éste el caso, como Baalbeck; las piedras vitrificadas de ciertas partes de Estados Unidos y otras partes del mundo, fenómeno que sólo podría haberse producido, al menos por lo que conocemos hasta ahora, por una explosión termonuclear; las famosas pilas de Bagdad, de las que, evidentemente, a estas alturas no deberíamos dudar ya, y que denotan conocimientos que no sospechábamos; y finalicemos con un auténtico enigma sin explicación aparente, como es el uso por los antiguos egipcios, para hacer algunas perforaciones en piedra, de un material de dureza 500 (para los neófitos, digamos que la máxima dureza conseguida hoy día es la del diamante artificial, 12, esto es, algo que resulta prácticamente imposible de conseguir en nuestro planeta).
Solamente este botón de muestra tendría que hacernos reconsiderar nuestras cómodas posturas tradicionales, y meditar más acerca de lo que fue el pasado de la Humanidad; si bien es cierto que muchos de estos datos se pueden explicar por evolución de las civilizaciones o por contacto entre ellas, hay algunas cosas que resultan insoslayables y de las que no hay más remedio que pensar de la manera más evidente posible que proceden del espacio exterior.

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