sábado, 3 de enero de 2015

BRAM STOKER



BRAM STOKER

José Francisco Sastre García

            Hablar de Bram Stoker es hablar, por encima de todo, de su obra más inmortal, Drácula. Qué duda cabe que este escritor irlandés (Clontarf, 8 de noviembre de 1847 -  Londres, 20 de abril de 1912), de nombre Abraham Stoker, ha sido mundialmente renombrado por su recreación del vampiro aristócrata más famoso de todos los tiempos, una criatura de la noche que acecha a los vivos y los atrapa en sus redes de seducción y engaño para convertirlos en sus acólitos, tanto vivos como no muertos…
            Aunque últimamente se está cuestionando que el germen de su obra se encuentre en la figura histórica de Vlad Tepes III Draculea (Tepes, en húngaro, significa El Empalador), en la novela se da una pista muy clara de que, en el fondo, ahí es donde hay que buscar al señor de los vampiros, al gran rey de la noche: el propio Drácula habla de que uno de sus ancestros luchó contra los turcos en las regiones transilvanas, por no mencionar el propio apelativo que se usa (Draculea significa hijo del demonio, que es Dracul, apelativo del padre de Vlad)…
            Sin embargo, aunque esta novela es el centro principal, la estrella del firmamento de Stoker, su Joya de la Corona, no podemos obviar que tiene otras historias igual que interesantes, y algunas que rayan a la misma altura…
            Sus primeras narraciones fueron La Copa de Cristal y La Cadena del Destino, allá por 1872. Posteriormente vendrían El Paso de la Serpiente (1890), La Boca del Río Watter (1893), El Entierro de las Ratas (1895), Drácula (1897), Las Arenas de Crooken (1898), El Secreto del Oro Creciente (1898), La Dama del Sudario (1905) o La Guarida del Gusano Blanco (1911).
No podemos dejar de lado, para explicar algunas de las características de toda esta producción literaria, el hecho de que nuestro autor perteneció a la mítica Golden Dawn, una sociedad londinense dedicada al ocultismo, en la que a su vez se integraron personajes como Sir Arthur Conan Doyle, Robert Louis Stevenson, William Butler Yeats, Arthur Machen, Algernon Blackwood, Henry Rider Haggard o Aleister Crowley, entre otros célebres escritores… No es de extrañar, por tanto, la presencia de lo sobrenatural o, cuanto menos, de elementos ominosos, terroríficos, en su obra.
La obra de Stoker se caracteriza por un estilo basado sobre todo en la sugerencia más que en mostrar el horror directamente, aunque para el clímax final recurre a una “explosión” de realismo: en Drácula, inicialmente, deja entrever la condición vampírica del conde, pero no es hasta más adelante que se desata todo el terror subyacente en la novela, que debe mucho, por cierto, a Carmilla, de Joseph Sheridan Le Fanu; en La Guarida del Gusano Blanco, otra de sus grandes obras, actúa de una manera similar, sugiriendo, dejando caer detalles, pero sin llegar a mostrar la realidad de lo que está sucediendo hasta el cataclísmico final, en que se muestra el horror en toda su pesadilla…
Vamos a saltarnos la obra cumbre del irlandés, ya que está estudiada hasta la saciedad, tanto en argumento como en estilo, desvelando la mayoría de los detalles y cuestiones que subyacen tras esas páginas repletas de terror y aventuras. De sus adaptaciones a teatro y cine, sólo diremos que el número de versiones es incontable…
Regresaremos de nuevo a La Guarida del Gusano Blanco: una extraña maldición, una dama con un misterio escondido tras su noble figura, una mansión que parece esconder un secreto abominable… Éstos son los elementos primordiales de esta novela que no desmerece en lo más mínimo a lo más granado del autor, unos elementos que se van combinando lentamente, en una trama de ambiente claustrofóbico, gótico, de excelente y rápida lectura, hasta que la explicación de los aterradores sucesos se muestra en todo su abominable esplendor: quizás en este punto Stoker pecó a la hora de acabar con la pesadilla, ya que el sistema, aunque eficaz y correcto, parece un poco fuera de contexto teniendo en cuenta cómo se ha ido desarrollando la historia, el ambiente que emana de ella…
Otra de sus grandes obras, que cayó en un injusto olvido a pesar de su innegable calidad, es La Joya de las Siete Estrellas: de la misma manera que recrea el sórdido mundo del vampirismo transilvano en la Londres victoriana, consigue introducir en ésta, en una mansión inglesa, el enigmático mundo del antiguo Egipto, las ideas sobre las momias, los faraones, la transmigración de las almas… Constituida como una historia de un romance casi necrofílico, con un par de gatos como elementos fundamentales para solventar la argumentación de la historia, una momia surgida de las arenas del país del Nilo, las sensaciones de claustrofobia, de miedo, de muerte inminente, planean continuamente sobre los personajes que se mueven por la mansión en busca de las respuestas que puedan ayudarles a resolver los problemas sobrenaturales a los que se están enfrentando… La fuerza de esta historia haría que el cine se interesase por ella y se rodaran Sangre en la Tumba de la Momia (1972, Seth Holt y Michael Carreras), o El Despertar (1980, Mike Newell, con Charlton Heston).
Las obras menores, de las que ya hemos citado algunas al principio, poseen también una enorme intensidad, recrean mundos surgidos de las pesadillas, aspectos inquietantes de la Londres del XIX o de otros lugares más o menos lejanos… Digamos, por ejemplo, que El Invitado de Drácula, que inicialmente es un relato suelto, independiente, acabaría por convertirse en el capítulo introductorio de su obra cumbre…
Sin más, les dejo para que disfruten de la obra de un escritor decimonónico que supo recrear de forma magistral el horror de tiempos antiguos en su propia era, dando a sus coetáneos y a lectores posteriores motivos para desconfiar de la noche y de las brumas que esconden en su seno terrores sin cuento…


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