TARZAN
EL...
Jose
Francisco Sastre García
Habitualmente,
las películas de aventuras son las que suelen enganchar más al gran público,
las que suelen ser las más taquilleras...
Pero eso
es lo habitual, no lo que siempre ocurre. Y, en este caso concreto, no puedo
decir que “Tarzán y la
Ciudad Perdida” sea una gran película de aventuras, ni
siquiera que sea una buena película... e incluso me atrevería a decir que no se
trata de una película, sino de un mero vehículo de lucimiento para un actor
guaperas.
Estas
películas suelen tener una taquilla aceptable pero de ahí a que tuviésemos que
esperar a los títulos de comienzo para que aparecieran las cuatro últimas
personas que completaron la nada despreciable cifra de ocho (sí ocho)
espectadores de una sala de unos ciento noventa y tres... tiene narices el
asunto. Francamente, creo que uno se había colado de sala y luego le dio
vergüenza salirse.
Pero
recapitulemos un poco: se me ocurrió la peregrina idea de ir a ver tal
engendro, pensando que, aunque no fuera buena, no me encontraría con semejante
desatino; y, sin embargo, poco me faltó para, a los quince minutos de
comenzada, salirme del cine asqueado.
Para
empezar, el argumento está demasiado traído por los pelos, y los personajes
extraídos de la obra de Burroughs no tienen nada que ver con las historias de
este escritor inglés: un lord Greystoke que de Tarzán tiene poco, tal parece
que sufra de esquizofrenia y unas veces sea uno y otras veces otro, una Jane
que, en realidad, no es más que un árbol más de la selva a lo largo de toda la
mísera película... Son personajes absolutamente planos, previsibles, sin mayor
aliciente que el de estar representando unos papeles por los que habrán cobrado
una millonada. Por ejemplo, ¿en qué cabeza cabe que un hombre que se arroja al
agua para salvar a su amada se dedique a hacer piruetas en el aire para que le
den un diez por el maravillosamente ejecutado salto?
Y, puestos
a hablar de personajes, ¿qué puedo opinar de los villanos? Parece que,
últimamente, en el cine se han empeñado en inundarnos con tipos psicóticos,
demasiado ocupados con sus neuróticas y obsesivas ideas de grandeza, como para
intentar darle a su rol algo de caché, de encanto, de estilo: ¿dónde se han
quedado Darth Vader, Moriarty, Drácula, o incluso el propio Imhotep de “La Momia”? Esta panda de brutos
descerebrados no llegan a la altura del betún a ninguno de los recién citados,
se dedican, simplemente, a matar alegremente, y a volar pedruscos por donde
quiera que pasan, sin pretender escapar más allá de la planicie de un folio.
En
resumen, que, dentro de que los papeles están tratados de la manera más plana
posible, sólo salvo a uno de todos ellos: Chita, que se marca un vals mucho
mejor que los protagonistas. Lamentablemente, sólo aparece en la película unos
cinco minutos en total.
Flecos por
todos los lados: ¿cómo se puede comprender que Chita se ponga un vestido de
Jane para interpretar el anteriormente citado baile y le quede como un guante?
¿Es que Chita es un chimpancé muy grande, o Jane una mujer muy pequeñita?
Además, los disfraces de gorilas me recuerdan de manera notable a “El Planeta
de los Simios”, aunque sin la expresividad y el estilo que caracterizaba al
elenco de esa maravillosa película, más cutres y falsos que una moneda de
trescientas cincuenta pesetas. Éstos, y otros muchos detalles más, nos dan una
idea de lo absurdo del argumento: sinceramente, pienso que si le hubieran
dejado a Groucho Marx preparar el guión, habría salido algo mucho más
interesante.
En cuanto
a los efectos especiales, lo siento, pero no son nada del otro mundo: apenas
nada de interés, excepto al final, cuando el hechicero empieza a hacer sus
trucos de ilusionismo, y se desata la tormenta.
La
fotografía, evidentemente, es formidable: ya sólo hubiera faltado que una
película sobre África tuviera mala fotografía, que no aprovechara los
increíbles paisajes del continente negro; aunque, a ese respecto, hay otro
fallo garrafal: todo el mundo va en busca de la ciudad perdida de Opar; sin
embargo, cuando la encuentran, lo que aparece ante nuestros ojos no son los
restos de una ciudad, ni siquiera de una pequeña población en ruinas, sino una
monumental pirámide de estilo centroamericano: ¿es que todo el mundo en la
antigüedad vivía allí dentro, no se construyeron templos, casas ni palacios,
que no ha quedado de ellos ni la sombra?
La
conclusión es obvia: “Tarzán y la Ciudad Perdida” es una película que no recomiendo
ni a mi peor enemigo: hay torturas chinas más suaves, como la de la gota de
agua, con las que martirizar a los demás, antes que aguantar tal horror. Si
alguien le sugiere ir a verla, tenga cuidado, es casi seguro que le quiere
mal..., o que es una chica con buen gusto, que recomienda a otra ver a un tipo
en taparrabos que está como un quesito (por cierto, las piernas las debe tener
feísimas porque apenas si nos dejan verlas).
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