SOBRE
EL MITO DE DRACULA
Jose Francisco Sastre García
El vampiro
por antonomasia, el señor de las tinieblas por derecho propio, es Vlad Tepes,
el conde Drácula que imaginó Bram Stoker en su inmortal libro. Noble, seductor,
atractivo, de firme carácter, y, ante todo, gran villano... Mucho se ha escrito
acerca de esta legendaria figura, una creación que ha trascendido todos los
límites de la ficción para asentarse entre nosotros, en plena realidad: es en
parte gracias a él por lo que se estudia el tema del vampirismo como un
fenómeno físico, aparentemente real; y, sobre todo, merced a la poderosa
imaginación del escritor inglés que lo creó, podemos disfrutar de toda una
plétora de imitaciones, parodias, remakes... Tanto el cine como la literatura o
los cómics se han ocupado de él o de lo que representa de mil maneras distintas:
Christopher Lee, Bela Lugosi, como los más conocidos entre muchos, lo han encarnado
con diferentes estilos que han prestado al personaje nuevas facetas, y Coppola,
Murnau, Tod Browning, entre muchos otros directores, se han acercado al mito
escrito por Stoker con más o menos acierto.
Acerca de
Drácula se han dicho y se han escrito muchas cosas, se han vertido ríos de
tinta, contradictorios en muchos casos unos con otros, con una enorme, inmensa disparidad
de opiniones y teorías, de las cuales, francamente, no encuentro razones suficientes
ni justificativas para creerme algunas de ellas, a no ser que procedan de otras
fuentes distintas a la novela original.
Si la base
de todas estas hipótesis es el libro, si los estudiosos de esta tenebrosa figura
se rigen por un documento único y original, como es el de Bram Stoker, atengámonos
entonces a él escrupulosamente. ¿Cuántos han tenido ocasión y ganas de leerlo?
Personalmente, me lo he leído varias veces, no sólo en busca del disfrute de
una maravillosa obra, sino además en busca de los detalles que supuestamente
son capaces de entresacar los críticos al hacer una revisión entre líneas de
sus páginas; pero, por más que he rastreado arriba y abajo, algunos de esos
detalles no han aparecido ni vivos ni muertos: de hecho, estas líneas podrían
ser consideradas, ni más ni menos que el comentario al libro.
La figura
del conde vampiro está claramente basada en un personaje histórico llamado Vlad
Tepes, del cual no se podía decir, a juzgar por la historia que conocemos de su
vida, que fuera precisamente una bella persona, sino, más bien, un producto de
su ruda época; queda meridianamente claro que le tocó vivir una época de
continuas luchas e intrigas sangrientas, tanto entre la nobleza como contra el
enemigo turco, una continua amenaza éste para los defensores de la libertad de
aquella región, por lo que no es extraño que su carácter fuese tan violento;
según se desprende de la figura histórica, poseía su propio código de honor,
mediatizado eso sí por las ambiciones políticas tanto suyas como de sus
compatriotas, y su determinación era tan férrea que, tal y como relata Stoker,
y que al parecer extrajo de las leyendas de Transilvania, el voivoda avanzó contra
los turcos en infinidad de ocasiones, llegando a empalarlos a lo largo del
camino de regreso a su castillo y aun más, cuando todos sus soldados habían
muerto o huido, se había lanzado el sólo a la carga, cosa que me permito poner
en duda por cuanto conllevaría seguramente su muerte en un momento en el que en
realmente no se produjo.
Pero aún
podríamos llegar más lejos en torno al trasfondo que empleó el escritor inglés:
Drácula no es un término que se inventara él, sino que fue el apelativo que se dio,
en su época, al mismísimo Vlad. Éste era conocido como el Empalador y también como
Drácula, palabra que en su lengua significaba “Hijo del Diablo”. Este tenebroso
alias tenía su sentido por varios motivos: en primer lugar, el propio carácter
del voivoda resultaba oscuro, sangriento hasta el extremo que las leyendas
aluden a su costumbre de celebrar comidas en las que la bebida no era el vino,
sino la sangre; al mismo tiempo, también se está refiriendo al apodo de su
padre, Dracul, “Diablo”. Y aquí no se queda la cosa, se puede dar todavía un
paso más en esta línea: la palabra dracul procede del término drac, que puede
significar tanto demonio como dragón.
Aunque, en
realidad, no importa tanto la persona que fue para la historia de Stoker como
lo que llegó a ser a posteriori, esto es, un no-muerto, un ser infernal surgido
de la tumba para complacer a su Señor Satanás: esta criatura posee una serie de
características que proceden a partes iguales de su origen humano y de su
cualidad luciferina, maligna.
Es un hombre
inteligente, qué duda cabe, cuando se prepara el asalto a Inglaterra de una
manera tan concienzuda y metiendo por medio a tantos abogados y notarios para evitarse
todas las trabas legales que podrían surgir de su insólito comercio; asimismo, entre
otros muchos detalles, también da fe de su cerebro el hecho de elegir a Mina Harker
como espía para su causa. Y en este punto, en el que muchos han creído ver una historia
de amor y de reencarnación, que nadie se llame a engaño: no existe en toda la novela
dato alguno que apunte en esa dirección, sino todo lo contrario: su idea, al margen
de la de defenderse de sus perseguidores y golpearles donde más les duela, no es
otra que la de la búsqueda de compañía, pues, al fin y al cabo, no deja de
aparecer continua y claramente como un ser solitario, aislado del resto de los
mortales por su propia condición oscura, que para sí consigue primero a Lucy, y
después a Mina; asimismo, podemos decir también que el otro motor de sus
acciones es el hambre, pura y simple hambre: necesita beber sangre para poder
mantenerse. Toda esa historia acerca de que Mina es en realidad la
reencarnación de un antiguo amor del conde no es más que un recurso romántico
que, como mucho, puede haber surgido de la calenturienta imaginación de los guionistas
cinematográficos: por mucho que se quiera leer entre líneas, entre palabras, o
entre letras, no se hallará referencia alguna en ese sentido.
Sí que se
puede asegurar, sin ningún género de dudas, que se trata de un personaje
atractivo, educado como corresponde a su rango nobiliario, con una fuerte personalidad
que, unida a unos ojos de mirada hipnótica, le permite acercarse sin trabas a
sus víctimas y crear un ambiente ciertamente sensual, erótico, aunque realmente
esa sensación parece venir más definida por las características del vampiro, la
eterna atracción de la desconocido y lo sombrío, que por su propia sensualidad,
ya que la descripción que Jonathan Harker hace de él es dura, claramente
perversa, con unos rasgos tanto majestuosos como malignos.
Sobre
todo, el conde tiene un genio muy vivo, muy fuerte, pronto para la cólera, y un
hambre infinita que hacen que resulte terriblemente vengativo cuando se lo propone;
aún podríamos decir más acerca de su voracidad, del instinto sangriento que aflora
en él con una facilidad asombrosa y que consigue dominar merced a su fuerte carácter:
una simple gota de sangre en la mejilla de Jonathan al cortarse, y aparece la furia
del vampiro, al igual que cuando sus deseos y órdenes son contrariados por una vampiresa
de su castillo, a la que aparta con una violencia inusitada. Es decir, su
propia condición aristocrática le condiciona de modo que no tolera que sus
órdenes no sean respetadas u obedecidas al instante.
También
podemos hablar de sus poderes: parece ser que el infierno le tenía en mucho
aprecio, pues le concede unas capacidades extraordinarias, aunque también unas limitaciones
estrictas. Así, aquí es donde comenzamos a ver que un vampiro sólo puede acceder
al interior de un edificio si es invitado a entrar en él; que el sol le
debilita pero no le impide estar despierto, aunque, no como se especuló luego,
que acabe con él; que las armas normales sí le hacen daño, y le matan, con dos
cuchilladas certeras dirigidas a la garganta y al corazón, aunque en esta línea
hay una pequeña contradicción: al comienzo del libro hay una alusión a que se
necesitan balas bendecidas para acabar con semejantes criaturas. Tiene la
capacidad de invocar la niebla, o transformarse en animal, ya sea perro,
murciélago, o, posiblemente, rata; es capaz de controlar las acciones de criaturas
de supuesta inteligencia inferior, como los lobos, los perros, los murciélagos
o las ratas; su fuerza es sobrehumana, pero éste es un detalle que muestra a un
hombre en pleno aprendizaje: ha de servirse de intermediarios para trasladar
sus cajones llenos de tierra hasta que descubre que, en realidad, él solo
podría hacerlo sin el más mínimo esfuerzo. Pero si esto es así, hemos de hacer
un pequeño razonamiento al respecto: aparentemente lleva años en su castillo,
planificando el salto a Inglaterra porque en su tierra original ya le tienen
muy calado y sería correr riesgos el quedarse allí. Por tanto, debería conocer
ya de sobras todos sus poderes... ¿Y si en realidad partiéramos de la base que
había “renacido” hacía poco tiempo? En ese caso, también su inteligencia habría
de estar algo opacada, cosa que no parece ocurrir...
Y, sin
embargo, Stoker no se limita a reflejar una simple alimaña, sino que, en plena
catarsis final, concede a Drácula la posibilidad de redención; el hecho de ser
un monstruo en medio de un mundo de normalidad no resulta un obstáculo para
que, antes de su desaparición, su rostro adquiera una expresión de paz que
indica en él a un hombre que, de alguna manera, sabe de su propia maldición y
la acepta alegremente hasta su final, momento en que parece admitir esa
desaparición como algo bueno o necesario para él.
La
descripción, por tanto, más exacta de Drácula es más bien la de una criatura subhumana,
que en muchas ocasiones deja que su raciocinio se vea nublado por su instinto
vampírico. Ante todo y por encima de todo está su hambre voraz, que le impide darse
cuenta de detalles que, a otros, podrían parecernos evidentes, como por
ejemplo, el hecho de que, cuando lleva cincuenta ataúdes a Inglaterra, en lugar
de dispersarlos de inmediato deja varios en cada sitio: veintinueve, nueve,
seis y seis. Más tarde apartará uno de los nueve, pero esa tardanza permitirá
que sus perseguidores le dejen totalmente aislado, inutilizando el resto de las
cajas. Sus reacciones son primarias, totalmente básicas, propias de un animal,
y sólo cuando tiene un respiro suficiente como para meditar, cuando no le
agobia la persecución, es cuando aflora en él de forma completa su parte humana
y cuando desarrolla toda su inteligencia, poniendo en jaque a sus oponentes en
esa eterna lucha entre el Bien y el Mal que refleja Stoker en su novela con tan
gran acierto.
En cuanto
a las pretendidas adaptaciones al cine, publicitadas con grandes y rimbombantes
carteles y textos anunciando que se trata de versiones perfectamente adaptadas
del libro, ninguna he visto que me pareciera demasiado ajustada, salvo, tal vez,
la de Bela Lugosi, y aun en ella hay puntos que me hacen hablar de ella como
una buena adaptación, pero nada más: la famosa película de Christopher Lee, personalmente,
a pesar de resultarme agradable y todo un clásico del cine de terror, cosa de
la que no dudo y con la que no discuto con nadie, no pasa de ser una adaptación
libre.
Y, ya que
hablamos de cine, resulta que, sinceramente, el comentario acerca del film de
Coppola como la mejor adaptación jamás filmada del mito del vampiro, no me inspira
confianza alguna: no he visto la película, por un motivo muy sencillo: si de
cara en los reportajes me ofrecen a una criatura tipo hombre-murciélago peludo
que sólo sabe gruñir y chillar, apartándose de una cruz en llamas, escena que
no aparece por ninguna parte del libro, ya las ganas de verla disminuyen
notablemente.
Aun así,
la figura de Drácula tiene un atractivo innegable: hay que reconocer que Stoker
supo crear un personaje que llegó directamente al corazón de los lectores, una imagen
poderosa, inmortal, en la que priman a partes iguales la inteligencia, la
nobleza, la sensualidad, el instinto...; aunque, eso sí, la tradición de la Europa Oriental de
los nosferatu, los brukolaks, los vourdalaks... influyó poderosamente en tal
génesis, tradición que se remonta a una gran antigüedad y que podría tener su
origen, según los más entendidos, en el hecho de que muchas veces se enterró a
personas vivas, por lo que, cuando se abrían sus ataúdes, se les encontraban en
horrendas posturas retorcidas, las manos engarfiadas, las uñas rotas, signos de
querer salir de la tumba como fuera, que eran entendidos como signos
sobrenaturales de vampirismo. Aunque, también, algunos investigadores hablan de
un origen del mito del vampiro mucho más tenebroso, de una siniestra realidad
que podría estar a la vuelta de la esquina...
Hola, José Francisco! Acabo de descubrir tu blog y me ha parecido super interesante, desde ahora te sigo!
ResponderEliminarEsta entrada en especial me ha llamado bastante la atención ya que, desde bien pequeñita, me he sentido terriblemente atraída por el inmortal personaje de Stoker. También he leído varias veces esta novela, y creo que no me cansaré nunca, jajajaja.
En cuanto a lo que dices sobre las posibles teorías de este personaje literario, esas que podemos considerar como verdaderamente auténticas si nos ceñimos a la novela de la que es protagonista, me ha gustado bastante, de hecho, yo siempre tuve mi propia teoría sobre una cuestión en particular, una relacionada con las llamadas "novias de Drácula", y es la siguiente:
En la primera parte de la novela, en el diario de Jonnathan Harker, él mismo habla de tres mujeres con las que se encuentra durante una de sus incursiones por el castillo de su anfitrión, y a las que describe como dos rubias y una morena, teniendo dos de ellas la misma nariz de forma aguileña, como la del Conde. Este dato siempre me ha hecho pensar que estas tres mujeres están erróneamente calificadas como "novias de Drácula", ya que el propio Bram Stoker nos da una pista importante sobre su verdadera identidad, solo una de ellas es su novia, o su mujer, siendo las otras dos sus hijas.
En cuanto al propio personaje y su inspiración, creo que Bram Stoker bebió, y nunca mejor dicho, de las leyendas, siempre tan macabras, que rodean a Vlad Tepes, como la de beber la sangre de sus empalados en copas de oro mientras se deleitaba viéndolos morir. Desde mi punto de vista, Vald Tepes y el Drácula de Bram Stoker son dos personajes completamente diferentes, el escritor solo se basó en la monstruosidad del príncipe valaco, imaginando así, el poder de uno de esos seres infernales si estuviera en la misma situación de poder que Vlad.
Nunca me cansaré de leer obras relacionadas con este gran personaje y todo lo que nos ha inspirado a posteriores escritores, ese halo de misterio, romanticismo y erotismo son un conjunto demasiado irresistible, y será eterno siempre.
Te mando un saludo y te invito a que también pases por mi blog, espero que te guste tanto como a mi el tuyo! Nos seguimos leyendo!
Ana
http://conunaplumaenmismanos.blogspot.com.es/
Buenasw tardes, Ana, y muchas gracias por tus palabras.
EliminarCompruebo que, efectivamente, te sientes fascinada por el Drácula de Stoker, y que te has imbuido notablemente de su esencia, jejeje... Por lo que comentas de que Vlad bebía la sagra de los empalados en copas de oro, te diré que tengo serias dudas al respecto: uno de los artículos que he colgado en la sección de personajes es precisamente el de Vlad, échale una ojeada a ver qué te parece... Duro sí que lo fue, pero en el fondo no lo quedaba otra: con los húngaros presionando por el Oeste, los turcos por el Este y sus enemigos internos, o infundía el terror más absoluto o se lo comían con patatas...
En cuanto a la explicación de las mujeres de Drácula, me parece razonable: no me había parado a pensar en ella, releeré la descripción de la novela para comprobar tu aserto.
Por lo que respecta a tu blog, la verdad es que Poe es otro de los autores que siempre me han fascinado, y que veo que tienes en un importante hueco: es interesante, lo tengo en cuenta...
Bienvenida a mi blog, espero que lo disfrutes.