sábado, 25 de marzo de 2017

21. LA GRECIA CLÁSICA

THE NEW LHORK HERALD TRIBUNE

LA GRECIA CLASICA



Erre.– Alguien había puesto en duda el genio de Platolhork. Algún envidioso, seguramente, que deseaba ocupar su lugar como gran filósofo de Atenas; sin embargo, el sabio no se preocupaba en lo más mínimo de semejante problema: estaba más pendiente de leer las aventuras que había escrito Solhork en el nº 48 de “Weird Tales of Lhork” acerca de sus andanzas entre los egipcios, y las posibilidades que se abrían ante sus maravillados ojos. Aquella historia sobre la Atlántida... Bueno, quizás se le pudiera sacar un buen jugo.
            Arislhorkteles se presentó ante él, fumando en pipa como era su costumbre y abrazado de un hermoso mancebo.
            –¡Por Apolhork, que no entenderé nunca cómo te pueden interesar esas tonterías sobre continentes hundidos! –se burló cruelmente.
            –Qué quieres que te diga, resulta interesante... –admitió el aludido, observando fijamente a su alumno–. Podría ser un material interesante para hablar sobre mi teoría filosófica acerca del mundo de las ideas y su relación evidente y contrastada con las sombras de una caverna llena de cangrejos y la coyuntura económica por la que está pasando el Pelhorkponeso en estos críticos instantes en que la magnífica sombra del Círculo de Lhork se cierne sobre el mundo como un águila.
            –Bah, déjate de paparruchas –le advirtió Arislhorkteles con un gesto displicente–. En tu vida has sabido lo que era una idea, y no va a ser ahora cuando lo descubras. Acabo de volver de un viaje por Itaca, y me he encontrado a nuestro viejo amigo Homero recopilando información sobre alguien llamado Ulises, o algo por el estilo, un gran explorador que llegó hasta vete a saber dónde.
            –Ah, sí, el que vendió a Julio Canal el yate por un puñado de ilusiones –aceptó el filósofo con gesto sonriente–. ¿No fue también el que descubrió el genio que se dedica a hablar a larga distancia, y que no se calla ni debajo del agua?
            –El mismo, maestro –afirmó el discípulo–. Lo siento, no le soporto, es más pesado que una vaca en brazos. Desde que se corrió la voz de que había dado la vuelta al mundo, Ulises se convirtió en una figura legendaria y Homero está más insoportable que nunca, asegura que deberían hacerle un monumento.
            –Ya. ¿Y qué hay de la... limpieza que hizo al volver a su isla?
            –Infundios injustificados, maestro. En realidad, se limitó a arrojar al mar a todos aquellos que le habían robado las revistas de Lhork; ni siquiera de su mujer, Penélhorkpe, de la que se dice que era una gran beldad, debía estar realmente enamorado.
            –Bueno, vale –admitió Platolhork–. Pasemos a cosas más importantes. ¿Cómo va la redacción del último número del fanzine?
            –Regular –se lamentó Arislhorkteles encogiéndose de hombros–. Ya hemos preparado una nueva entrega de las aventuras de Hércules, liándose a mamporros con el Guerrero Salvaje de Escitia, y tenemos en preparación un artículo sobre la figura del pegaso en relación con la mitología pagana.
            –¿Y qué hay de las habladurías acerca de Lhorkcrates? –inquirió el gran filósofo.
            –Anda desaparecido... Se rumorea que está de vacaciones en el Caribe, aunque nadie lo sabe con exactitud.
            –¿Y Cicelhork?
            –¡Huy, ése! –Arislhorkteles se echó a reír–. Cualquiera le echa un galgo. Lo que sí me he enterado por las revistas del corazón es que Mirolhork, ya sabes, aquél que hizo una ridícula estatua a la que llamó el Discóbolhork, se ha liado con la poetisa Safo de Lesbos.
            –Eso no son más que habladurías vanas –aseguró Platolhork–. Safo es demasiado... masculina como para liarse con alguien como Mirolhork. ¿En qué revista has encontrado esa falsedad? ¿En “Diez Siclos”?
            –No, en “Bibliuras”. Parece que les han hecho unas fotos muy escandalosas en las islas Jónicas, en cueros y en acción.
            –Ah, bueno, si es así... La verdad es que no me esperaba semejante cosa. Francamente, hubiera pensado que Safo tenía mejores gustos y que hubiera preferido liarse, por ejemplo, con Elektra, Yocasta, Ifigenia...
            –Hablando de Yocasta... –le cortó Arislhorkteles sin contemplaciones–, ¿te has enterado del problema que tiene con su hijo?
            –¿Quién, Edipo? –se burló Platolhork–. Ése tiene problemas hasta para saber quién es él mismo. ¿Qué tripa se le ha roto ahora?
            –Simplemente, que anda como una moto, completamente colgado, diciendo que está enamorado de su madre y que quiere tener un hijo de ella.
            –Cómo está el patio... –suspiró el gran filósofo–. Bueno, y de deportes, ¿qué me cuentas?
            –Poca cosa, maestro. El Esparta Fútbol Club venció al Real Argos por tres a cero, y en las Olhorkpíadas, ganó un tal Jenolhorkte, por correr ni se sabe cuántos kilómetros de una tacada.
            “Ah, se me olvidaba: los cretenses y su manía por los toros... En la última corrida, un tal Teseo consiguió el máximo honor: las dos orejas, el rabo, y la cabeza del animal, uno al que habían puesto de nombre “Milhorktauro”.
            –¿No hay más novedades?
            –Ninguna más, maestro.
            –Entonces, puedes retirarte. Ya has aprendido tu lección de hoy.
            Durante un momento, Arislhorkteles se quedó helado, mirando fijamente a Platolhork con sorpresa.
            –¡¿Lección?! –exclamó–. ¡¿Qué lección?!
        –El arte de saber espiar, y de cómo conseguir información de todo tipo, incluidos cotilleos varios, sin moverte de tu sillón –explicó pacientemente el maestro con expresión triunfal–. O, lo que es lo mismo, cuéntame todo lo que sepas, y yo me encargaré de asimilarlo y crear nuevas teorías filosóficas acerca de la vida y del hombre en relación a todo ello.
          “Para que te hagas una idea, aquello de que el hombre es un bípedo implume se me ocurrió después de contemplar, en el estadio de Atenas, a una paloma lanzando sus heces cual flechas sobre la calva de un espectador, que gruñó como una fiera y llamó al pobre bicho de todo. Me puse a pensar, y descubrí que, realmente, el ser humano camina sobre dos piernas y, evidentemente, no tiene plumas, aunque algunos no parecen cumplir esa regla.
         Tras aquella sorprendente explicación, que tenía su sentido tomándola desde una base puramente metafísica, y bufando como un semental furioso, Arislhorkteles agarró al mancebo con el que había llegado, y que se entretenía en comerse las uvas que el gran filósofo tenía ante él, y lo arrastró fuera de la casa, refunfuñando por lo bajo acerca de lecciones y otras zarandajas. “Por Lhork”, gruñó. “que algún día este cretino habrá de pagármela con creces”.

Jose Francisco Sastre García


Nota de la redacción: Esto ya es rizar el rizo. Vean el e–mail con el que nos ha hecho llegar este artículo, y lloren.
            “Tras cuatro días de espera en el dichoso aeropuerto por culpa de los puñeteros pilhorktos, que se han confabulado con el Círculo para impedir que pueda cumplir mi sagrada misión de informar acerca de las páginas ocultas de la Historia, me he visto obligado a prescindir de entregar este valioso documento en mano, con el riesgo que conlleva de perderse, ser robado o modificado a gusto del consumidor, y enviarlo a la redacción mediante el rudimentario sistema de Internet. Para ello, me ha tocado hacerle un puente a la batería del avión, y colocar a su lado una mesa camilla donde colocar la CPU, el monitor y un par de antenas de cuerno orientadas hacia el Círculo. Como módem, he utilizado una tarjeta de crédito (que, por cierto, las comisiones me han salido por un ojo de la cara), y he necesitado diez intentos para conseguir establecer comunicación. Después de esto, por Crom que los pilhorktos de avión tendrán que vérselas conmigo, ¡por Crom, Mitra y Asura! Camarero, otra botella de LhorkRioja a la misma dirección electrónica”.
            Sin comentarios.


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