sábado, 13 de diciembre de 2014

TUTANKHAMON



TUTANKHAMON
LA MALDICIÓN DE LOS FARAONES

José Francisco Sastre García

            Evocar el nombre de Tutankhamon es, sin duda alguna, evocar los nombres de Howard Carter y Lord Carnarvon, los descubridores de su tumba; y, sobre todo, la maldición que aparentemente se extendió sobre todos los que estuvieron relacionados con tan histórico hallazgo. Lo más incongruente de todo esto es que este faraón no fue, ni mucho menos, de los más importantes, de hecho casi pasó de puntillas por la historia del reino: si pasó al ideario colectivo fue precisamente por el hecho que ya he citado, la famosa maldición. Veamos quién fue Tutankhamon, y si realmente castigó a los profanadores de su tumba…

El personaje

            El nombre más correcto para este faraón sería Neb-jeperu-Ra Tut-Anj-Amon; originalmente era Tut-Anj-Aton, que significa “imagen viva de Aton”, pero fue sustituido por el tradicional por el que lo conocemos todos, “imagen viva de Amón”, por una cuestión básicamente religiosa que abordaremos más adelante.
            Perteneció a la dinastía XVIII, reinando durante un breve período de tiempo, aproximadamente desde el 1336 (o 1335) a.C. hasta el 1327 (o 1325) a.C., lo que nos viene a dar un intervalo de entre 10 y 11 años.
            A tenor de los descubrimientos efectuados, los investigadores especulan con la posibilidad de que este faraón sea el que las cartas de Amarna denominan Nibhurrereya, e incluso tienen una cierta certeza de que se trate del monarca que, según Manetón, se llamó según las diferentes versiones Ratotis, Ratos o Atoris, y gobernó durante nueve años.
            En lo que respecta a sus orígenes, no acaban de estar del todo claros: en su tumba no apareció nada que lo relacionara directamente con el ascendiente que habitualmente se le atribuye, Akhenaton, el Faraón Hereje. Así pues, según los datos que se barajen nos encontraremos ante diferentes posibilidades:

Amenhotep III

            Al parecer, en la tumba KV62 (el nombre que se dio a la tumba que descubrieron Carter y Carnarvon en 1922, y que se deriva de dos parámetros: el término inglés King’s Valley, el Valle de los Reyes en que se descubrió, y el número de orden cronológico en que fue descubierta, la 62), habían aparecido una serie de artículos en los que aparecían los cartuchos de Amenhotep III (La forma griega sería Amenofis III), de su esposa la reina Tiya, el príncipe Tumose y la princesa Sitamon. Ésta última ascendería al trono a finales del reinado de su padre. Es precisamente en base a estos descubrimientos por lo que algunos investigadores se decantan a favor de la hipótesis de que el Rey Niño fuera un hijo de Amenhotep III; sin embargo, subsisten algunos detalles de peso en contra de tal idea:

  • En primer lugar, los descubrimientos efectuados sobre la momia dan a entender que su muerte se produjo cuando andaba entre los 17 y los 19 años, por lo que su cronología tendría que conformarse, para adaptarse a esta teoría, como que se trataba de un hermano de Amenhotep IV o Akhenaton, conocido como el Faraón Hereje, pero las fechas en las que se mueven los reinados tanto de unos como de otros no dan a entender dicha posibilidad, así que resultaría más razonable pensar que se trataba de un hijo del Hereje.
  • La otra cuestión a la que se alude es de índole menos clara: los egiptólogos piensan que las reiteradas referencias a la dinastía de Amenhotep III serían no un indicativo de que fuera el padre de Tut, sino un intento de mantener estable la dinastía tras la ruptura que supuso la presencia de Akhenaton en el trono de Egipto, y la posterior maldición del olvido a la que éste fue sometido, norma que veremos más adelante.

Semenejkara

            Este faraón fue un sucesor de Akhenaton del que apenas se tiene constancia, un personaje enigmático que, tal vez, no supusiera otra cosa que un brevísimo intervalo entre la revolución teológica que supuso el Faraón Hereje y el regreso a la religión y mitología egipcias tradicionales con Tutankhamon.
            Al carecer de suficientes datos para contrastar esta hipótesis, los historiadores tienden a descartarla. Veamos por qué:

  • El período de Akhenaton, conocido como período de Amarna, carece por completo de referencias al Rey Niño: tan sólo un relieve localizado en Hermópolis, al parecer reutilizado tras el abandono de Amarna, menciona “al hijo corporal del rey, su amado Tutankhamon”. No queda claro si el rey al que alude es Amenofis III, Amenofis IV (Akhenaton), o Semenejkara, pero el hecho de que su nombre no aparezca dentro de un cartucho indica que en el momento de escribirlo Tutankhamon no era todavía faraón. También surge la cuestión de si se trataría de una línea real directa, o colateral. En cualquier caso, los rasgos de la momia que apareció en la tumba KV55 muestran muchas similitudes con los del Rey Niño, lo que probablemente aluda a un cierto parentesco.
  • Como ya se ha dicho, no hay prueba alguna que vincule de forma fehaciente a Tutankhamon con Semenejkara; de la misma manera, la momia que acabamos de mencionar, la de la tumba KV55, podría ser de Akhenaton o de su sucesor en el trono, lo cual dejaría las puertas abiertas a la comprobación del parentesco entre unos y otros…

Akhenaton

            Hasta el momento, los datos que han ido apareciendo a lo largo del tiempo en las excavaciones de Amarna, Tebas y el Valle de los Reyes han hecho que los historiadores adopten como más fiable la teoría de que el Rey Niño fue hijo de Akhenaton, una tesis apoyada por los estudios realizados a una serie de momias reales entre septiembre de 2007 y octubre de 2009, una de ellas la de Tutankhamon.
            Según esta hipótesis, la madre del joven faraón fue otro de los enigmas del antiguo Egipto, Kiya, única mujer del harén real, junto con Nefertiti y sus hijas, de la que aparecen rastros y menciones. Al parecer, como esposa de Amenhotep IV recibió  el nombre de hemet mererty aat, término que se traduciría como "La amada Gran Esposa”.
            Se sospecha que la muerte de esta reina, al parecer la favorita del faraón, dejó paso a Nefertiti y algunas de sus hijas, que usurparían sus títulos; ello conllevaría a fortalecer la hipótesis del Rey Niño como hijo del Faraón Hereje, ya que termina por ser desposado precisamente con una de las hijas de Akhenaton y Nefertiti, Anjesenpaaton, a la que posteriormente se le cambiaría el nombre por el más conocido de Anjesenamon (O Ankhesenamon, nombre que a más de uno probablemente le recuerde precisamente a la amada de Imhotep en la película de Brendan Fraser, “La Momia”, lo cual sería un dislate cronológico de gran magnitud, pues el genio divinizado vivió durante la III Dinastía, allá por el 2900 a.C. aproximadamente). Ésta era una costumbre habitual en el antiguo Egipto, la de desposar hermanos con hermanos para mantener pura la línea dinástica, así que la idea de Tut como hijo de Akhenaton cobra aún más fuerza.
            Sin embargo, existen detalles en contra de esta teoría: no hay referencias que relacionen directamente a Tutankhamon con Amenofis IV, pero sí con sus supuestos abuelos, Amenhotep III y Tiya. La explicación a esta situación podría encontrarse precisamente en la maldición del olvido de la que hemos hablado, y que ahora pasaremos a explicar brevemente.
            Para entender lo sucedido, al menos en parte, hemos de tener en cuenta el momento en que se encontraba Egipto: dominado por un férreo poder político y aún más por un absoluto poder teocrático, los sacerdotes controlaban toda la vida egipcia desde el principio hasta el fin, con la mitología tradicional basada en Isis, Osiris, Ra, Horus, Amon… Sin embargo, con la llegada al poder del Faraón Hereje, Amenhotep IV, se produce una ruptura absoluta: este rey, tal vez con la intención de absorber en sus manos todo el poder que hasta aquel momento había estado repartido entre el faraón y los sacerdotes, decide acabar abruptamente con el sistema teocrático establecido hasta el momento, creando una nueva estructura de poder divino: a partir de ese momento, los dioses desaparecen o se difuminan para quedar uno solo, una especie de monoteísmo basado en la figura del dios Aton, el absoluto; el rey se cambia el nombre a Akhenaton, y se va a vivir a Tell el Amarna, donde retiraría todo su poder a los sacerdotes, que, como es de imaginar, tendrían un enfado bastante considerable ante la insólita ruptura.
            Cuando Akhenaton muere, la teocracia del momento vio su oportunidad y la aprovechó, lanzando lo que se conoce como la maldición del olvido: el nombre y la existencia del Faraón Hereje habían de desvanecerse de la faz de la tierra por su execrable crimen, nadie debía pronunciar su nombre, ni escribirlo… Y todas las estelas, documentos y lugares en que apareciera debían ser borrados, pues los dioses estaban encolerizados y la figura de Akhenaton debía de desaparecer de la memoria de los hombres, negar su existencia de forma sistemática...
            De esta manera, es de suponer que situar a Tutankhamon como hijo de Amenofis IV y asumirlo como continuador de la obra del padre hubiera supuesto otra condena, otra maldición del olvido para el Rey Niño; por ello, es de entender que tanto a él como a su esposa se les ocurriera cambiarse los nombres y volver a los títulos de Amon para evitar la ira de los sacerdotes y los dioses…
            Como apoyo a esta teoría, en 2010 Zahi Hawass, Director del Consejo Supremo de Antigüedades de El Cairo, mostró el informe acerca de los estudios de todo tipo, incluidos los de ADN, que se habían hecho en los años previos a una serie de momias, entre las que se encontraba la del propio Tutankhamon. En este informe se precisaba la causa de la muerte del Rey Niño, sobre la cual se había especulado y se habían expuesto diferentes teorías: al parecer, Tutankhamon falleció a causa de una enfermedad conocida como Mal de Kohler, consistente en una necrosis avascular ósea, que se había agravado a causa de la malaria. Esto explicaba la enorme cantidad de bastones que se habían encontrado en su tumba (103), y las numerosas medicinas.
            Estas pruebas corroboraron, a su vez, que la momia encontrada en la tumba KV55 era el padre de Tut y el hijo de Amenhotep III, por lo que la conclusión obvia era que se trataba del cuerpo de Akhenaton.
            Al mismo tiempo, se desmentía la maternidad de Kiya en lo que respectaba a Tutankhamon: la momia hallada al lado de ésta en la tumba KV35YL era hermana de la momia KV55 y auténtica madre del Rey Niño.
            Curiosamente, un estudio posterior realizado por el instituto IGENEA de Zurich ha dado un giro sorprendente a la genealogía de Tutankhamon: al parecer, el perfil de este faraón, conocido como haplogrupo R1b1a2, es muy común en Europa Occidental, hasta un 50% de los varones se engloban en él, lo que parece indicar que entre todos ellos hay un ancestro común. La ironía de este descubrimiento estriba que entre los egipcios actuales tan sólo un 1% comparten este haplogrupo, y que la proporción aumenta hasta un 70% entre los españoles y los británicos.

            Prosigamos con nuestro paseo por la historia de este joven rey. Sabemos que fue coronado cuando apenas contaba entre ocho y diez años, y que por mera lógica no tuvo opción a cambiar a ninguno de los personajes de la corte de Akhenaton: como Gran Visir permanecía Ay, quien fuera padre de la Gran Esposa Real del Faraón Hereje y, al mismo tiempo, abuelo de la esposa del nuevo rey; Horemheb se mantenía al frente de los ejércitos egipcios, y Maya continuaba supervisando el tesoro real…
            Como ya se ha comentado, el ascenso al trono había de ser legitimado por esponsales con una princesa de sangre real, y así lo hizo con su hermanastra Anjesenamon; para quien no esté enterado de estos detalles, comentar que en el antiguo Egipto la legitimidad al trono la concedían las princesas, no bastaba con que el faraón fuera descendiente del anterior rey…
            Una vez instalado en el poder, en base a la corta edad que tenía, es de suponer que sus consejeros le hicieron comprender que no podía luchar contra la teocracia reinante, por lo que, como ya se ha dicho, cedió ante los sacerdotes y reinstauró la antigua estructura religiosa, cambiándose los nombres tanto él como su esposa para olvidar al dios Aton y la herejía que representaba.
            También cambió la ubicación de su palacio: si bien Akhenaton había decidido desplazarse hasta Amarna, es de suponer que las presiones le obligaron a abandonar aquel lugar de pecado y blasfemia en el momento en que alcanzó la doble corona de Egipto (las coronas del Alto y Bajo Egipto), trasladándose a Tebas, desde donde comenzaría el proceso de asentamiento tras la enorme polvareda levantada por su padre. Amarna quedaba como un lugar abandonado, aprovechado por otros faraones para la construcción de sus propias edificaciones.
            El hecho de no haberse descubierto referencias a campañas militares durante el gobierno de Tutankhamon hace sospechar que no era posible intentar nada contra los vecinos, ya fueran hititas, mitanios u otros, pues suficientes problemas internos debía haber para tener ocupado al ejército.
            Su papel en la historia de Egipto parece ser que se redujo básicamente a la reconstrucción del país tras los problemas surgidos durante la ruptura herética, y a restaurar el poder del sacerdocio. Se considera que fue un gran constructor, aunque en realidad se limitó a reconstruir lo que su padre había dañado o destruido, templos y edificaciones. Tal vez por este motivo, prácticamente todas las estatuas y efigies lleven su rostro, ya que, entre otras cosas, según la religión egipcia el faraón era la encarnación de Amon en la tierra, engendrado directamente por él; se cumplía así una doble glorificación, la religiosa y la de complacencia al cumplir los designios de los sacerdotes.
            La restauración de la religión egipcia tradicional se produjo de un modo relativamente rápido: teniendo en cuenta la brevedad del reinado de Tutankhamon, podemos afirmar que los sacerdotes se apresuraron a afianzar de nuevo su poder de forma inapelable.
            Así, el Rey Niño proclamaría desde Tebas, mediante el Edicto de la Restauración, el regreso de los antiguos dioses a la vida egipcia.
            Sin embargo, la herencia de Akhenaton seguía estando muy presente: este edicto fue grabado en el templo de Amon en Karnak, pero fue usurpado posteriormente por Horemheb que, en un detalle que de nuevo hace pensar que, efectivamente, Tutankhamon era hijo del Faraón Hereje, manda borrar el nombre de Tut y colocar el suyo como sucesor directo de Amenofis III, en un claro intento de borrar por completo la existencia de la dinastía de Amarna, lo que inicialmente llevó a los egiptólogos a pensar que este general era el último faraón de la dinastía XVIII. Durante este tiempo, las listas creadas en Abidos y Saqqara se saltan las figuras de Akhenaton, Semenejkara, Tutankhamon y Ay. Esta situación de silenciamiento en lo que respectaba a las dinastías blasfemas se mantuvo durante toda la dinastía XIX.
            Tan sólo en un aspecto se mantiene la continuidad con Amarna, y éste es el artístico: lentamente, el estilo de la época de Akhenaton se va fusionando con el tradicional, y al final se convierten en una única cosa, aunque se advierte un regreso a la forma tradicional en la representación de Tutankhamon en sus efigies y el cambio de la temática de las pinturas, en las que deja de aparecer en escenas de tipo familiar para aparecer batallando contra sus enemigos, a pesar de que históricamente no se reconoce ninguna gran campaña desarrollada por el Faraón Niño.
            En lo que respecta a su muerte, como ya se ha comentado, los trabajos efectuados sobre su momia parecen desvelar una grave enfermedad agravada por la malaria, que lo llevó a la tumba aproximadamente a los 19 años de edad; tal muerte pudo producirse lejos de los centros habituales de momificación, lo que produjo un comienzo de descomposición que al parecer se percibe en los restos del faraón, y complicó a su vez el proceso de momificación.
            Fue una muerte prematura, aunque a pesar de no ser esperada, simplemente por la enfermedad ósea que padecía debería haber sido evidente que no tardaría en llegar: bien porque no hubieran sido previstas o porque estuvieran en proceso de preparación, las honras fúnebres llevaron a enterrarlo en la tumba en la que lo encontraron Carter y Carnarvon, un lugar que en principio parecía no estar previsto para él, apresurándose todos los trámites para poder cumplir con los 40 días que fijaba el plazo establecido por los ritos mortuorios.
            Curiosamente, aunque con Tutankhamon se enterró un riquísimo ajuar que ha permitido desentrañar la vida social, económica y religiosa del Egipto de su época, no aparece por ninguna parte referencia alguna a sí mismo, debido tal vez a la dichosa maldición del olvido que los sacerdotes de Amon hicieron caer sobre Akhenaton.
            Otro de los descubrimientos de la tumba hace pensar que la pareja real debió tener dos hijas que murieron prematuramente: se hallaron dos fetos femeninos en sendos féretros, uno que debió morir al nacer y otro con unos cinco meses de gestación.

Consideraciones

  • A juzgar por la biografía que hemos comentado de Tutankhamon, la sensación que me viene a la cabeza con respecto a los antecedentes del Faraón Niño es que después de Akhenaton, el misterioso faraón Semenejkara intentó mantener viva la mitología de Atón, y fue eliminado sin contemplaciones y condenado a su vez a la maldición del olvido; como consecuencia de lo sucedido con su padre y su hermano (o hermanastro), Tut decidió que no quería compartir el destino de sus antecesores y regresó a los orígenes.
  • Pensemos por un momento en el dato anecdótico del haplogrupo sanguíneo que dice que el 70% de los españoles y británicos descendemos de Tutankhamon. ¿Significa eso que algún descendiente del Faraón Niño escapó de la quema y se vino a Europa a disfrutar de aires más sanos y menos perjudiciales para su salud que las arenas del desierto y los cuchillos de Amon? Y aún más: en unos 3.000 años, su descendencia se habría extendido como una plaga de conejos para poder dar lugar a semejante expansión, todo lo contrario que en Egipto, donde tan sólo un 1% de los egipcios podrían ostentar semejante honor.
  • Cuando se descubrió la tumba se desató la caja de los truenos: al margen de la maldición, de la que hablaremos un poco más adelante, comenzó a elucubrarse acerca de la muerte de Tutankhamon: ¿había sido accidental, natural o premeditada? Se barajaron posibilidades como la de una caída del caballo o del carro de combate, un asesinato por parte de los que lo rodeaban como engranaje de una intriga palaciega para hacerse con el poder y acabar de una vez con la dinastía de Amarna… Tal parece que con los estudios citados de la momia en 2010 se ha acabado por fin con la especulación. Y, sin embargo, no cabe duda alguna de que detrás del Faraón Niño había una conspiración encubierta: tal y como se ha expuesto, la sombra de los sacerdotes de Amon era muy alargada, y el ansia de poder de personajes como Ay u Horemheb, primer y segundo sucesor de Tutankhamon respectivamente, se mantenía incólume a pesar de todo, manejando al adolescente a su antojo; podemos presumir que partieron de la base de que mientras no les diera demasiados problemas podían dejarlo gobernar como cabeza visible del auténtico poder, tiempo habría para quitarlo del medio si se le ocurría desmandarse…
  • Hay un hecho curioso en lo que respecta a su tumba: había sido violada por saqueadores en algún momento, pero todo el material había sido restituido y los sellos vueltos a poner. Teniendo en cuenta que el reinado de Tutankhamon no había sido especialmente notable ni brillante, y que había pasado sin pena ni gloria por la historia, y que había habido un enorme empeño en que su memoria desapareciera igual que la de su supuesto padre, que alguien se tomara la molestia de encontrar a los saqueadores y devolver el ajuar a su sitio resulta especialmente sorprendente.
  • Aunque pueda creerse lo contrario, los textos con maldiciones no son habituales en las tumbas, lo que nos lleva, al hilo de lo que comentábamos en el punto anterior, a preguntarnos por qué un faraón tan poco conocido o valorado tendría una. ¿O es que tal vez ese texto grabado jamás existió y fue una invención de un egiptólogo que pretendía darse notoriedad a costa de la maldición? Al fin y al cabo, el supuesto grabado desapareció cuando los trabajadores destruyeron la pared en que se encontraba, y ni siquiera estaba inventariado por el escrupuloso y sistemático Carter; además, la traducción del dichoso texto se publica después de que se extienda la leyenda…
  • Puesto que éste es el verdadero motivo por el que Tutankhamon ha pasado a la posteridad, pasemos a hablar de la famosa maldición: al parecer, ya desde el momento en que Carter localizara la ubicación de la tumba, los egipcios hablaban de una leyenda que sugería precisamente que turbar el sueño del Faraón Niño suponía la muerte. De un modo sucinto, veamos algunos de los sucesos que dieron origen a la historia de la maldición, a ver si podemos sacar algo en claro:
    • Para comenzar con malos augurios, diremos que después de que Carter introdujera en la tumba un canario en una jaula, mientras se dedicaba a inventariar el ajuar escucho unos ruidos y, al volverse, descubrió que una cobra se estaba zampando al pobre pájaro. Posteriormente, el propio arqueólogo sufriría un grave accidente durante sus trabajos en la excavación, a resultas del cual le quedarían secuelas permanentes.
    • Un hermanastro de Lord Carnarvon, Audrey Herbert, tras presenciar la apertura de la Cripta Final, cayó muerto en su dormitorio sin causa aparente al regresar a Londres.
    • Arthur Mace, el hombre de Carter que rompió los sellos que daban paso a la Cámara Real, muere de forma fulminante poco después en el hotel que también ocupaba Lord Carnarvon, sin que los médicos egipcios puedan decir cuál ha sido la causa de dicha muerte.
    • Douglas Reid, el radiologista que se dedica a sacar radiografías de la momia de Tutankhamon, contratado por Carter, enferma al poco tiempo de cansancio y regresa a Suiza, donde fallece dos meses después sin causa aparente.
    • Bethel, la secretaria de Carter, muere de un ataque al corazón.
    • Cuando el padre de Bethel, que también había estado en el interior de la tumba, se entera de la muerte de su hija, se arroja desde el séptimo piso en que reside. Francamente, incluir a este hombre en las víctimas de la maldición me parece un tanto traído por los pelos.
    • Un profesor canadiense amigo de Carter recorrió la tumba poco después del hallazgo, sólo para regresar al hotel en el Cairo y morir víctima de un ataque cerebral.
    • George Jay Gould, magnate estadounidense de los ferrocarriles y mecenas de varias excavaciones arqueológicas, visita la tumba y, dos días después, le entra una pulmonía que lo llevará a la tumba.
    • Joel Woolf, un industrial sudafricano, se burla de la maldición y dice desafiarla: tras visitar la tumba, coge un barco hacia Londres, pero no llegará vivo a la capital inglesa, pues enferma y muere en el trayecto.
    • Alí Kemel Fhamy, un príncipe egipcio, entra en la tumba; cuando regresa al hotel Savoy de Londres, su esposa lo mata de un tiro. Me pregunto por qué los investigadores se empeñan en meter este caso entre las víctimas de la maldición…
    • Georges Benedite, un egiptólogo francés, sufre una caída que le ocasiona la muerte tras penetrar en la última morada de Tutankhamon.
    • La esposa de Lord Carnarvon, Lady Elizabeth Carnarvon, muere a consecuencia de la picadura de un “insecto desconocido”. La pregunta básica es si estuvo en la tumba o no…
    • En cuanto empezó a hacerse pública la lista de las primeras víctimas, comenzó a correr la voz de que los trabajadores que habían estado en el interior de la tumba también estaban muriendo, pero no he sido capaz de recabar datos a este respecto.
    • Lord Carnarvon: fallece el 5 de abril de 1923, apenas diez meses después de penetrar en la tumba. Durante los días del descubrimiento le pica un mosquito en la mejilla; una semana después al afeitarse se corta sobre la picadura; dos días después comienza a sentirse mal, es trasladado al hospital de El Cairo con urgencia, detectándosele una grave infección que le había atacado la garganta, el oído interno y el pulmón derecho; tras varias inyecciones de suero que detienen la infección, el 27 de marzo sufre un ataque fulminante de neumonía en ambos pulmones; unos pocos días después, los médicos son incapaces de evitar que se produzca el desenlace fatal
    • La perrita de lord Carnarvon, Suan (o Susi según algunas versiones), una fox-terrier, muere en Inglaterra en el mismo momento que su amo, aullando lastimeramente.
    • En cuanto la familia del noble fue notificada del trágico deceso, El Cairo sufrió un apagón. Esto en sí mismo no tendría por qué ser tan extraño, pensemos que en la época de la que hablamos los sistemas eléctricos de Egipto no es probable que resultaran demasiado brillantes, y es casi seguro que se hubieran producido más apagones en diversos momentos.
    • Posteriormente un egiptólogo asegura descifrar un texto encima de la entrada de la tumba: “La muerte vendrá con alas ligeras sobre todo aquel que se atreva a violar esta tumba” (Este texto es traducido por cada cual a su apetencia: la muerte golpeará con su bieldo…). Dicha inscripción no volvió a ser encontrada porque los trabajadores de Carter destruyeron la pared en la que estaba grabada. ¿Casualidad o desaparición deliberada? ¿O tal vez la inscripción nunca existió?
    • En 1925, la momia es trasladada a la Universidad de El Cairo, donde el doctor Douglas Derry comienza a quitarle los vendajes; en el rostro aparece, casualmente donde Lord Carnarvon recibió la picadura del mosquito, la marca de un golpe. Uno de sus ayudantes muere poco después de un ataque al corazón, pero Derry sobrevive hasta los ochenta años.
    • Carlyle, el radiologista ayudante de Derry, fallece también poco después de la autopsia.
    • Louis K. Siggnis, un dramaturgo, decide escribir en 1934 una obra basada en la maldición: al poco tiempo se convertirá en otra víctima. Vamos, que aparentemente el simple hecho de pensar o hablar de ella te convierte automáticamente en cadáver…
    • Uno de los que analizaron la tumba, el profesor Breasted, muere en 1935 de forma inexplicable.
    • Richard Adamson, uno de los últimos supervivientes de la expedición Carter-Carnarvon, rechaza la posibilidad de que exista la maldición: al día siguiente, su esposa muere. De forma recalcitrante, insiste en negarla, y su hijo sufre un accidente que le produce una fractura de columna: no volverá a sacar jamás el tema. Bueno, parece que los dioses están un poco caprichosos: en lugar de vengarse del que profanó la tumba, prefieren cebarse en su familia…
    • En 1935, la lista de víctimas de la maldición ascendía ya a 21, aunque algunos investigadores la elevaron hasta 30. Todo el mundo estaba muy alterado con el tema, hasta el punto de que Sir Arthur Conan Doyle (el creador de Sherlock Colmes) creía fervientemente en la maldición, la escritora Marie Corelli afirmaba tener un antiguo manuscrito árabe que hablaba de dicha lacra, y en un alarde de oportunismo, el arqueólogo Arthur Wiegall (a quien se considera también una víctima de Tutankhamon) publicó un libro sobre el tema.
    • Década de los sesenta. Según se cuenta, el que durante esa época era el director egipcio de antigüedades, Mohammed Ibrahim, había sufrido una serie de pesadillas que anunciaban su muerte si dejaba salir de Egipto el ajuar de Tutankhamon: desde París habían solicitado que se les enviaran piezas para preparar una exposición, y el egipcio se negaba a ello, pero el gobierno finalmente le obligó a aprobar el traslado: casualmente, ese mismo día murió atropellado.
    • El doctor Ezze-din Taha, de la Universidad de El Cairo, descubrió que varios arqueólogos y personas que trabajaban con restos antiguos solían padecer infecciones en las vías respiratorias debidas a la existencia de diversos hongos. En 1962 expuso que la famosa maldición podría tener origen en estos peligrosos hongos. Tras acabar la conferencia, montó en su coche y en la carretera que va de El Cairo a Suez sufre un accidente: chocó frontalmente contra otro vehículo. Al efectuarse la autopsia, se descubrió que su muerte no se debió al impacto, sino a un fallo cardíaco ocurrido unos pocos segundos antes del accidente.
    • En 1972 el nuevo director del Departamento de Antigüedades egipcio, Gamal ed-Din Mehrez, sucesor de Ibrahim, afirmó al investigador Philipp Vandenberg que no creía en la maldición: “Fíjese en mí, toda la vida he estado trabajando con tumbas y momias. Seguramente soy la mejor prueba de que todo son coincidencias”, parece ser que le explicó. De nuevo la casualidad intervino: Gamal murió la noche siguiente a la supervisión del empaquetado de los objetos destinados a la exposición que se iba a celebrar en Londres.
    • Por lo visto, no se libraba nadie: los miembros de la tripulación del avión que efectuó el traslado a la capital británica se vieron también alcanzados por la supuesta maldición: el teniente Rick Laurie murió en 1976 de un infarto: a causa de ello, su esposa se volvió loca y contaba a todo el mundo que su marido murió por culpa de la maldición; el ingeniero de vuelo Ken Parkinson sufrió seis infartos y murió en 1978; el oficial Ian Lansdown confesó haberse burlado de la maldición dando una patada al cofre que transportaba la máscara: poco después, sufrió un accidente al romperse una escalera de hierro y se fracturó esa misma pierna: su curación se complicó hasta que consiguió volver a andar con cierta normalidad seis meses después; la casa del teniente Jim Webb se incendió mientras pilotaba el avión hacia Londres; y Brian Rounsfall, que se burló junto con Ian de la maldición dedicándose a jugar a las cartas sobre la caja que contenía el sarcófago, sufrió dos infartos el año siguiente.
    • En 1979, durante la exposición de los tesoros del Faraón Niño en San Francisco, mientras vigilaba la famosa máscara de oro, George Le Brash sufrió un ataque de apoplejía. Francamente, casi mejor mantenerse bien lejos de cualquier cosa que huela a Tutankhamon…
    • Aparentemente, nada había que pudiera detener la dichosa maldición; durante los ochenta se filmó la película La maldición del rey Tut, en el atrezzo de la cual se dice que se usaron objetos auténticos pertenecientes a Tutankamón. El protagonista, Ian McShane, cayó con su coche por un acantilado el primer día de grabación rompiéndose la pierna por diez sitios. Hubo de ser sustituido, y su papel lo representó Robin Ellis. En este caso, la pregunta es evidente: ¿es verdaderamente cierto que se usaron objetos de la tumba, o sólo se trató de una operación de marketing para venderla y que acudiera más gente a su estreno?
    • En 1992, la BBC acude a Egipto, a la tumba, a filmar un documental acerca del Faraón Niño, documental que al parecer estuvo plagado de numerosos incidentes: la grabación se veía continuamente interrumpida porque varias luces se quemaron, los fusibles saltaban… Algunos de los componentes sufrieron lesiones oculares debidas a una tormenta de arena, y para dar aún más fuerza a la teoría de la maldición, un par de los miembros del equipo estuvieron a punto de morir cuando el ascensor que usaban en el hotel se desplomó desde un piso 21. En este caso, estamos ante un medio que en principio no parece susceptible de venderse al marketing fácil y sensacionalista, así que…
¿Cuáles son las teorías que se han expuesto hasta el momento para explicar de forma natural la persistencia de tantas víctimas?
    • Hongos aspergillus nigger. En la tumba se encontró moho en las paredes y techos: a lo largo de alrededor de 3.000 años había tenido tiempo de formarse una buena capa. Al analizarlo apareció el aspergillus entre otros, un hongo susceptible de provocar síntomas serios, incluso mortales, entre las personas que tengan las defensas debilitadas. Sin embargo, la principal objeción que se hace a esta teoría es que algunas de las víctimas ni siquiera habían entrado en contacto con ningún objeto de la tumba.
    • Hongos histoplasma. Las condiciones de la tumba propiciaron la aparición de numerosas colonias de hongos y bacterias, entre las que se encontraban esta clase de hongos, que resultan aún más nocivos que los aspergillus, pero que, al igual que éstos, no son mortales a no ser que la persona que los reciba tenga las defensas bajas: pueden generar infecciones en un 5% de quienes los aspiren y poner en peligro su vida, y en el 95% restante generarían una infección similar a la del catarro, con complicaciones crónicas posteriores. Y, por supuesto, se le puede poner la misma objeción que a los aspergillus.
    • Guano de murciélagos. Se ha constatado que en muchas ocasiones, en lugares cerrados como las tumbas egipcias, a pesar de ser aparentemente herméticas, se han colado murciélagos que han formado sus colonias en ellas; el guano resultante genera una atmósfera aún más viciada, pudiendo provocar enfermedades que, al parecer, sólo degeneran en muerte en casos muy extremos, así que considerarlo como fuente de la maldición resulta absurdo.
    • Radiación. Se ha especulado también con la posibilidad de que de forma consciente o involuntaria, en la tumba hubiera una cierta radiactividad latente, impregnando cada objeto, pero para ser sinceros ésta es una teoría que se desmonta con demasiada facilidad: en el sepulcro de Tutankhamon no se detectó ninguna lectura fuera de lo normal, y 3.000 años después no parece probable que los efectos nocivos pudieran ser tan intensos como al principio; además, la sintomatología de las víctimas no parece concordar con la de los expuestos a la radiación...
    • Venenos egipcios. Se sabe que los egipcios eran maestros en el arte de la creación y manipulación de venenos; de hecho, Cleopatra demostró ser una de las más hábiles de los personajes históricos que conocemos. A causa de ello, hay quien ha jugado con la posibilidad de que la tumba fuera rociada con algún tipo de sustancia que mantuvo su poder letal durante los 3.000 años que estuvo cerrada. Sin embargo, no se han encontrado rastros que puedan apoyar esta tesis.
¿Qué pensar al respecto? Tal vez se trate de una combinación de hongos y suciedad que generan una reacción que aumentaría exponencialmente su letalidad, aunque seguiría sin explicar por qué personas que no estuvieron en la tumba ni tocaron ningún objeto cayeran víctimas de la maldición, a no ser que el agente en cuestión pudiera transmitirse de sujeto a sujeto simplemente por contacto; en ese hipotético caso, tendríamos que pensar que se habría infectado una enorme parte de la población… Y si pretendemos creer que se trata de algo deliberado, elaborado por los propios egipcios para mantener sus tumbas invioladas, habría que pensar, en buena lógica, que todos los sepulcros reales deberían padecer el mismo problema de mortalidad, cosa que no parece ocurrir, lo que nos llevaría a una pregunta que ya se ha hecho: si tales medidas no se tomaron con personajes como la dinastía de los Ramsés, de los Tutmosis, etc., ¿por qué tomarlas con un insignificante como Tutankhamon?
En cualquier caso, resulta cuando menos sospechoso que tanta gente relacionada más o menos directamente con el descubrimiento de la tumba muriera en un lapso de tiempo relativamente largo: cierto es que todo parece perfectamente natural, salvo algún que otro caso en que aparentemente los médicos fueron incapaces de dictaminar la causa del deceso, pero hagámonos una pregunta al respecto: ¿qué probabilidad existe de que tanta gente relacionada de una manera u otra con el Rey Niño muera en un lapso de tiempo como el que hablamos? ¿Y cómo explicar que Carter (67 años) o Derryl (80 años) sobrevivieran hasta muchos años después? ¿Estarían inmunizados contra lo que quiera que atacaba el sistema circulatorio y/o respiratorio de las víctimas? Porque me cuesta creer que la maldición decidiera que eran buena gente y que no habían profanado la tumba o los objetos, mientras que el resto sí lo habían hecho… A este respecto, hay que advertir un detalle altamente revelador: cuando se abrió la tumba al gran público fueron muchas, muchísimas, las personas que pasaron por el interior de la última morada de Tutankhamon, pero de muy pocas de ellas se ha dicho que murieran poco después de su visita, lo cual hace que la pregunta acerca de las probabilidades que hemos planteado anteriormente se altere notoriamente para que el resultado sea más plausiblemente achacable al factor azar, por no hablar de los turistas que siguen visitando la tumba actualmente. A este respecto, por citar un dato altamente revelador, diremos que de las 58 personas que estaban presentes cuando se abrieron la tumba y el sarcófago, tan sólo 8 murieron a lo largo de los 12 años posteriores. Un 13,79%...
Parece evidente una cierta “paciencia” en lo que respecta a los vengativos dioses egipcios: en algunos de estos casos hay intervalos bastante largos desde el momento en que se produce la blasfemia hasta que la maldición comienza a mostrar sus nocivos efectos: varias víctimas aguantan al menos un año antes de comenzar a sufrir unos “sospechosos” infartos, lo que nos lleva a un punto interesante: aparentemente hay un denominador bastante común, que es el del ataque al corazón. ¿Puede haber alguna relación en ese detalle aparentemente insignificante? ¿O es sencillamente que un alto porcentaje de las muertes que se producen en el mundo se debe precisamente a infartos?
En una palabra: el tema maldición se va desvaneciendo por momentos para convertirse en poco menos que una anécdota, en una buena historia de terror bien aderezada por diversos motivos: aumento de la notoriedad, operaciones de marketing, etc. Ni siquiera el propio Carter llegó a creer en ella y se libró, así que, ¿qué nos puede impulsar a creer que los dioses egipcios han andado por ahí castigando a quienes han meramente observado alguna pieza de un faraón que fue poco menos que anodino, y al que sus coetáneos quisieron olvidar?

Bibliografía

  • Historia de Egipto, Manetón. S. III a.C.
  • Dioses, Tumbas y Sabios, C. W. Ceram. 1949.
  • La tumba de Tutankhamon, Howard Carter. 1976.
  • La Maldición de los Faraones, Philip Vandenberg. 1977.
  • Lo Inexplicado, Ed. Delta. 1981.
  • Vida y muerte de un faraón. Tutankhamen, Ch. Desroches Noblecourt. 1989.
  • El Antiguo Egipto. Barry J. Kemp. 1989.
  • El Egipto faraónico, Federico Lara Peinado. 1991.
  • Akhenaten: King of Egypt, Cyril Aldred. 1991.
  • Todo Tutankamón. El rey. La tumba. El tesoro real, Nicholas Reeves. 1991.
  • Chronicle of the Pharaohs, Peter Clayton. 1994.
  • Egipto: Tierra de los Faraones, Segunda parte, Oconnor, Forbes, Lehner y otros. 1996.
  • Tutankamon el Faraón Maldito, Daniele Calvo. 1997.
  • Pharaohs of the Sun: Akhenaten - Nefertiti – Tutankhamen, Rita E. Freed, Yvonne J. Markowitz, y Sue H. D'Auria. 1999.
  • Tutankhamón: Vida y muerte de un rey niño, Christine el Mahdy. 2002.
  • Tutankhamón: imágenes de un tesoro bajo el desierto egipcio, Susana Alegre. 2004.
  • Egipto a través de sus nobles, Alexandre Herrero Pardo. 2005.
  • Tutankamon, Olga Álvarez Herrero. 2005.
  • Causing His Name to Live: Studies in Egyptian Epigraphy and History in Memory of William J. Murnane, James P. Allen. 2006.
  • Egipto, Alexia Fassone y Enrico Ferraris. 2007.
  • Historia Del Antiguo Egipto, Ian Shaw y otros. 2007.
  • El tesoro de un faraón Tutankhamón, Maite Mascort Roca, Maite (revista Historia National Geographic, número 24).
  • El Faraón Maldito Akhenatón, José Miguel Parra Ortiz (revista Historia National Geographic, número 39).

  • La Reina del Sol, Christian Jacq. 1988.
  • En Busca de Tutankamon, Christian Jacq. 1992.
  • El Sueño de Tutankamon, Tom Holland. 2000.
  • El Arpista Ciego, Terenci Moix. 2002.

Internet:
  • Wikipedia
  • Escalofrio.com
  • Periodicotribuna.com.ar

Filmografía

  • El ADN de Tutankhamon, Documental Discovery Channel.
  • Tutankhamon, el Joven Faraón, Documental Discovery Channel.
  • El Descubrimiento de la Tumba de Tutankhamon, Documental BBC.
  • La Maldición de Tutankamon, Documental de la serie La Otra Realidad, de Fernando Jiménez del Oso.
  • El Misterio de tutankamon, Documental de Historia.
  • La Maldición del Rey Tut, Documental Nacional Geographic Special. 2011.

  • La Maldición del Rey Tut (The Curse of King Tutankhamen’s Tomb), Philip Leacock (Eva Marie Saint, Robin Ellis (Ian McShane)). 1980.
  • La Maldición de la Tumba de Tutankamon, Russell Mulcahy (Casper Van Diem, Leonor Varela, Jonathan Hyde). 2006.



2 comentarios:

  1. Fantástico José. Soy un egiptomaniático, muy en espacial desde Amnophis III hasta Amenmeses, todo perfecto.

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    1. Buenas noches, Fernando. Muchas gracias por tu comentario, me alegro de que te haya gustado el artículo. Yo también soy un egiptomaníaco, pero mi parte favorita es bastante anterior, jejeje... Los primeros tiempos, el Rey Escorpión, Menes, los Reyes Dioses, los Shemshu Hor...

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