Erre.– La plaza estaba abarrotada, todos los ojos se
dirigían anhelantes hacia la gallarda figura que se erguía sobre ellos en la
tarima: Lhorkespierre, el gran orador, escoltado por toda su camarilla: el
profesor Sartorius, el profesor Anscarius, Marat, Danton...
–¡Camaradas
todos! ¡Hermanos de la lucha de clases! –declamaba a voz en grito, megáfono en
mano–. ¡Damas y caballeros, tengo el gusto de presentarles... No, espera, que
esto es del programa del Moreno... ¡Hemos de resistirnos a que se nos
clasifique como bebedores empedernidos de champagne, mal que les pese a
algunos! ¡Para demostrar que no sólo de esa maravillosa bebida vive el francés,
vamos a inventar la tortilla francesa, las crêpes y las patatas chic! ¡Y ya
hablaremos más adelante del más ambicioso proyecto jamás pensado: la Torre de Hierro de
Lhorkespierre, una estructura novedosa y ultramoderna que dará que hablar al
mundo entero y será el símbolo de nuestro país, además de una fuente inagotable
de divisas! ¡Les vamos a quitar todo el turismo a los españoles, y la jet set
se va a salir de Marbella para venirse a París a vivir!
"¡Además
de todo esto, debemos, por encima de todo, frenar los excesos de la Seguridad Social ,
sus abusos y la mala gestión de que es objeto! ¡Las medicinas están por la
nubes, nos las tiran desde aviones en parachutes, los médicos no extienden
recetas ni jartos de champagne!
"¡Así
pues, para protestar por tamaña actitud y felonía por parte de nuestros
indignos gobernantes contra este pueblo democrático, os conmino a todos a que
toméis una pastilla!
–¿Ya
se ha inventado la Viagra ?
–se oyó murmurar a un anciano entre la multitud enfervorecida–. ¿Por fin voy a
poder...
Pronto
empezaron a oírse voces por toda la plaza clamando por la toma de la pastilla: "¡Sí,
queremos la pastilla!", "¿Qué ha dicho, qué?", "¿Quién ha mencionado la Bastilla ?", "¿Qué tiene que
ver la Bastilla
con la Seguridad
Social y el champagne?", "¿Que si vamos a la Bastilla nos invitan a
champagne?"...
Pronto
comenzó a producirse un lento movimiento en dirección al renombrado edificio,
cosa que alarmó sobremanera a Lhorkespierre.
–¡Eh,
esperad un momento! –comenzó a gritar en vano–. ¡Que yo no he hablado de la Bastilla ! ¿A dónde vais?
¡Que la pastilla y el champagne son incompatibles! ¡Esperad un momento, que
ahora vienen las azafatas con los canapés! ¡Que se suponía que esto iba a ser
una reunión pacífica y tolerante, una simple sentada contra los abusos de los
tiranos! –exclamaba al tiempo que sujetaba nerviosamente un medallón con forma
de círculo, en cuyo interior aparecía una Y invertida–. ¡Haz el amor y no la
revolución!
A su
lado, echándose una mano a la frente, el profesor Sartorius murmuraba para sí
apesadumbrado: "No, si esto no puede ser... Si ya me temía yo que este inútil no
tenía n.p.i. de oratoria, y mucho menos carisma".
Entre
Lhorkespierre y Danton, el profesor Anscarius estaba sugiriendo a éste último
algo al oído que nadie llegó a escuchar.
En un
extremo de la plaza, riéndose a carcajada limpia de aquellos padres de la Patria , Morgana de Lhork se
entretenía enviando telepáticamente un mensaje a Red Sara en el extremo opuesto
de la plaza: Te he ganado la apuesta. ¿Con qué no era capaz de organizar una
revuelta frente a la inutilidad de estos pobres diablos que intentan convencer
al pueblo con tonterías de tal calibre? Ve preparando la tarjeta de crédito,
porque te la voy a dejar temblando después de la cena que me vas a pagar.
"Espero
que nunca llegue a enterarse de que he manipulado el megáfono, y que sonaba a
lata", pensó la hechicera a renglón seguido.
Mientras
tanto, el pueblo iba tomando paulatinamente carrerilla, pisándose los unos a
los otros, al exaltado grito de "¡Tonto el último!".
Llegaron
a las puertas de la Bastilla
en un estado de puro frenesí, los nervios a flor de piel, el ansia por un buen
papeo y mejor bebercio plasmado en sus anhelantes rostros; mas, al constatar
que allí no había nada de nada, y que a sus preguntas los guardias les
contestaban con un desganado "Je ne sais pas", volvieron sus miradas hacia
Lhorkespierre y sus acompañantes, que llegaban corriendo detrás de ellos, las
lenguas colgando fuera de agotamiento.
–¡Parad,
hijos de la gran... patria! –jadeó el revolucionario–. ¿Qué no seríais capaces
de hacer por un buffet gratis? ¡Que yo no he hablado de la Bastilla para nada, que
he dicho que tomemos la pastilla!
Dicho
y hecho: se alzaron algunas voces sorprendidas, "Ah, ¿era eso? Acabáramos, haber
empezado por ahí...", y la marea humana se abalanzó contra las puertas, ante los
alaridos aterrados de los guardias que veían, sin comprender nada, cómo una
incontenible riada humana les caía encima como una pesada losa.
–Vaya
panda de cenutrios –comentó Lhorkespierre–. Mira que son negados –admitió con
gesto de resignación–. En fin, ya que se ha puesto en marcha esta tontería,
¿qué les podría impedir, por ejemplo, derrocar a Luis XVI?
¿Por
qué habría hablado? Algunos escucharon sus palabras y, ni cortos ni perezosos,
comenzaron a correr la voz de que había una revolución en marcha y que había de
quitar de en medio al rey. El populacho comenzó a moverse de nuevo, tras dejar la Bastilla hecha una
auténtica leonera, con las despensas vacías, dirigiéndose hacia el Palacio de
Versalles, donde había llegado un mensajero advirtiendo a Su Graciosa Majestad
de las malas nuevas.
–¡Maríaaa!
–gritó el monarca–. ¡Prepara las maletas, que nos vamos de viaje!
–O
sea, de verdad, ¿nos vamos a ver las regatas de Yale? –sugirió María
Anlhorknieta–. Pues que sepas que no pienso ir si no es en avión y en bussiness
class, te lo juro de verdad.
–Venga,
vale, chatita –admitió Luis XVI–. Pero date prisa, que esos rústicos están a
punto de llegar y nos van a pillar con los pantalones bajados. ¡Sebastián, haz
que preparen de inmediato la carroza real! ¡Y que le instalen el turbo, que
tenemos que salir de aquí pitando!
El
carruaje, ultramoderno, de seis caballos de potencia, llegó enseguida a las
puertas del palacio, donde lo esperaban impacientes los fugitivos. El rey,
enfadado, alzó su puño izquierdo en un gesto de impotencia.
–¡A
Dios pongo por testigo, que jamás volveré a reinar para unos desagradecidos!
–gritó.
–Sí,
cariño, pero venga –le advirtió su mujer–. Vámonos ya, que me parece que esos
desharrapados que asoman por ahí no vienen precisamente a saludarnos.
Con un
gesto de pesar, montaron en la carroza y salieron a uña de caballo.
La
historia cuenta como fueron detenidos en mitad del camino, arrastrados de
vuelta a París, con la gran dama gritando en todo momento cosas como: "¡Mi
peinado, que se me estropea!", "¡No me arruguéis el vestido de Armani, por Dios!", "¡Se me ha roto una uña!", "¡O sea, que plebe más asquerosa: huelen mal, visten
peor y tienen muy malos modales!", "¡Cariño, encierra a estos ganapanes en la Bastilla !"...
The Pucelan Brothers.
Nota de
la redacción: No podemos sino pedir perdón por tamaña perfidia, osadía que han
tenido los Pucelan Brothers al volver a dejarse caer por este ilustre
periódico, mas esta vez, de verdad, que no ha sido culpa nuestra. La cosa es
como sigue: estábamos tan tranquilos en nuestra redacción, preparando y
maquetando el número que ustedes están leyendo de Weird Tales de Lhork, en
plena fase de descanso laboral para tomarnos un tentempié, cuando, hete aquí
que, de repente, encima de la mesa de nuestro Redactor Jefe, habían dejado este panfleto (nosotros
suponemos que emularon al protagonista de la película "Misión Imposible", Lhork
Cruise, dejándose caer desde el techo en una maraña de cables, de la que debió
resultarles fácil salir, porque no conseguimos verlos por ningún lado). A todo
esto, ¿quién de los dos fue el interfecto que se las arregló para meterse en
semejante berenjenal? ¿Fue acaso el Pucelano Loco, que nos tiene acostumbrados
a semejantes numeritos, o fue tal vez Morgana de Lhork, conjurando una salida
del aire acondicionado donde no la había? El caso es que, al estar sobre la
mesa del Redactor Jefe la crónica, un becario nuevo la encontró y la metió en
maquetación antes de que pudiéramos darnos cuenta de lo que ocurría.
La solución, en el próximo número...
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