Erre.- Andaba Lhork
Byron preocupado por aquellos aciagos días, pues había perdido un valioso
anillo que una buena amiga le había dejado en prenda. Era en verdad valioso,
mas no tanto por su aspecto, más bien anodino y carente de valor material, como
por las circunstancias en que lo había recibido. En un alarde de derroche,
había contratado los servicios del mejor detective del mundo, el señor
Sherlhork Holmes, y su inseparable ayudante, el doctor Watson, pero éstos le
habían confesado que estaban tan peces en el asunto como él. No estaban seguros
de si se trataría de un robo, pero, desde luego, míster Holmes había afirmado
con rotundidad que si ése era el caso, el culpable era, sin lugar a dudas, el
vil canalla, aquel tipo rastrero y villano llamado Lhorkiarty.
Desde que le habían negado el
ascenso a miembro del consejo del Círculo, aquel tipo, del que se comentaba que
era la mayor eminencia en astronomía y matemáticas aplicadas del mundo, se
había puesto tan rabioso que no escatimaba medios para vengarse de tamaña
afrenta.
Desde que el insigne poeta, loco de
pena, había dado publicidad a su desdicha, todo Lhorkndres se había volcado en
buscar el dichoso anillo, al que, por un extraño capricho, alguien dio en
bautizar como el anillo de los filhorksofos, y por tal se le conocía desde
entonces. Incluso la propia reina dio en promover la búsqueda, estipulando una
recompensa de diez mil, sí, diez mil libras, para el afortunado que localizase
el dichoso artefacto.
Pasaban los días, y después los
meses. Y un año después, aún no había aparecido el anillo. Sherlhork Holmes
estaba a punto de rendirse, a pesar de las valerosas palabras de ánimo que su
compañero, el doctor Watson, le dirigía cada mañana al levantarse. Ni una
pista, ni el más mínimo rastro, a pesar de haber recurrido al recurso extremo
de concertar una cita con Lhorkiarty y suplicarle, por el amor de Crom y del
Círculo, que devolviera el anillo. Pero el perverso villano se le había reído
en la cara, y le había asegurado que tal objeto no obraba en su poder. Holmes
estaba seguro de que mentía, pero no podía probarlo, así que una noche, seguido
por el fiel Watson, se introdujo en el hogar del archicriminal y revolvió toda
la casa, con el consiguiente alboroto de los criados y la salida de ambos
héroes a patadas por la puerta principal.
El asunto trascendió a un nivel aún
mayor, al internacional, y todas las potencias mundiales enviaron telegramas de
condolencia al atribulado poeta, Lhork Byron, quien se entretenía componiendo,
en sus ratos libres, historias morbosas, caprichosas, como “El Retrato de
Dorian Gray”, del que se decía le había sido inspirado por alguno de sus amigos
más allegados: Percy Shelley, Mary Shelley, o incluso el doctor Polidori, un personaje
de lo más extraño.
El revuelo había sido impresionante:
todo el mundo andaba revuelto con el asunto del dichoso anillo, por lo que el
Círculo decidió tomar cartas personalmente en el asunto, enviando a sus más
sagaces sabuesos tras la pista del maldito objeto.
El rastro parecía múltiple: el
profesor Sartorius terminó buscándolo en las lejanas selvas africanas, entre
tambores y licor de banana; años más tarde, alguien lo encontró perdido en
medio de la jungla, y le preguntó aquello de “El profesor Sartorius, supongo”.
JoJavi QueNoVe terminó en medio de
las estepas rusas, trasegando vodka como un auténtico cosaco; y esta vez, no
sólo no llegó a encontrar el anillo, sino que hizo auténtico honor a su nombre:
realmente, no era capaz de ver por dónde andaba.
El general Trueno de Thule,
acompañado por su mujer y sus leales amigos, rastreó una huella fresca hasta
Groenlandia, donde, aún hoy en día, sigue buscando infructuosamente, mientras
la pelma de la Sigrid
le importuna insistiendo que deben volver a su casa a cuidar de los niños y a
cerrar la llave del gas, que dejaron abierta por descuido. Y no tanto por el
riesgo de explosión, sino por el importe de la factura que se les avecinaba.
El Venerable Ninja Mululu se dedicó
a buscar por el lejano Oriente, entre el Tíbet, Mongolia y China, exacerbando
hasta tal punto los nervios de aquellas gentes que, un buen día, perdió toda
comunicación con el Círculo; sus ropajes oscuros dejaron de ser vistos por los
salones de la organización fanzinerosa, y se rumoreó que había encontrado un
paraíso en algún lugar de las montañas, aunque otras fuentes afirmaron que,
simplemente, los orientales se cansaron de él y le ataron una rueda de molino
al cuello, arrojándole acto seguido al Pacífico.
Javierix viajó hasta las Galias, en
busca de un anciano druida del que confiaba recibiera una respuesta concreta al
asunto del anillo; en concreto, el resultado de su visita fue una gran barrica
llena de LhorkRioja que le tentó sobremanera; hasta tal punto, que, finalmente,
con un “¡Gracias, San Lhork!”, se tiró en plancha a su interior. Un rato más
tarde, le sacaron convertido en un beodo impresentable.
Lhork Skywalker y Han Solhork
terminaron en medio del Amazonas, haciendo proselitismo en medio de los
jíbaros, y preguntándoles si sabían algo sobre el asunto que le llevaba hasta
aquellos lares; pero los indígenas no sólo no supieron darles razón del anillo
sino que, molestos por aquellos estúpidos extranjeros que osaban importunarles
con aquellas tonterías, y que amenazaban con acabar con su ecosistema con
aquellas paparruchas de espadas láser, armas ultrasofisticadas y demás,
decidieron que si la princesa Lila quería saber algo de ellos, tendría que
preguntárselo a sus reducidas cabezas, en medio de la selva.
Mientras tanto, Lhork Byron, en
Lhorkndres, metió un día la mano en el bolsillo de una de sus chaquetas, que
tenía guardada hacía un par de meses, y descubrió, con sorpresa y un poco de
estupor, que el dichoso anillo estaba allí, olvidado desde hacía quién sabe
cuánto tiempo. Le dio vergüenza desvelarlo, y no era para menos: cuando se supo
la terrible verdad, el mundo montó en cólera, y dio la espalda al poeta,
obligándole a cambiar de acera. En general, la gente optó por hacerle el vacío,
tras una semana de insultos, broncas, y algún que otro golpe. Sin embargo, los
miembros del Círculo, encabezados por el ilustre señor Holmes, le corrieron a
guarrazos por toda la ciudad. Y hasta el día de hoy, sigue corriendo, temeroso
de pararse y descubrir, detrás suyo, a alguien que le puede atizar con
cualquier objeto contundente a mano.
Tras este incidente, el señor Byron
no ha vuelto a levantar cabeza, y ruega a San Lhork para que, algún día, se
acaben sus carreras y la gente deje de llamarle, jocosamente, el Judío Errante.
Pero parece que los miembros del Círculo no están por la labor, y que, pese a
todo, deberá seguir corriendo hasta el fin de los tiempos, perseguido por una
caterva de energúmenos que no le dejan a sol ni a sombra.
La última noticia del señor Byron es
que andaba por las llanuras americanas, tratando de camuflarse entre los
últimos cíbolos de Bufalhork Bill, de Caballo Lhorko, y del resto de los
miembros del Círculo residentes en aquellos salvajes parajes.
Jose Francisco
Sastre García
Nota de
la redacción: Una vez más, nuestro antiguo articulista, el Sr. Sastre, nos ha
ganado por la mano. Cuando ya creíamos que le teníamos atrapado, se nos ha
escapado de entre los dedos como una escurridiza anguila.
Hace un par de noches, nuestro
vigilante jurado lo descubrió aporreando frenéticamente el teclado de un
ordenador, escribiendo estas líneas. Junto a él, una botella de LhorkRioja y,
cosa extraña, el número 32 de “Weird Tales of Lhork”. Dio un respingo al
saberse descubierto, y se enfrentó valientemente a nuestro asalariado, con
gesto decidido y la botella en la mano. Al parecer, le ofreció un trago, pero
el vigilante, incorruptible, se negó a ello y le arrebató la botella; ante tal
afrenta, se enzarzaron en una violenta pelea, de resultas de la cual el Sr.
Sastre terminó con un ojo morado y un hilillo de sangre en la comisura de la
boca, mientras que nuestro hombre, avezado en técnicas de lucha y
supervivencia, apenas tuvo rasguño alguno.
Lo maniató
para evitar que escapara, pero no sabemos exactamente qué ocurrió después: no
ha sabido darnos ninguna respuesta clara. Cuando llegamos por la mañana, las
cuerdas estaban roídas y el vigilante, con la botella vacía a su lado, reposaba
plácidamente tirado en el suelo con una tajada de campeonato. Al parecer, y por
lo que nos es dado suponer, no pudo evitar la tentación del LhorkRioja, a pesar
que le habíamos advertido que pegaba más que el licor de banana o la coz de un
rinoceronte, trajinándose lo que el Sr. Sastre hubiera dejado de la botella
antes de ser descubierto. En fin, como de costumbre y para no variar, nuestro
antiguo articulista ha vuelto a desaparecer, y no hay manera de encontrarle. Si
alguien lo ve... bueno, mejor que salga corriendo, por si acaso.
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