Erre que erre.– De
nuevo, este sufrido articulista, víctima inocente de crueles ataques por parte
de esa banda de fanzinerosos que se hacen llamar el Círculo de Lhork, toma la
pluma para narrar las vicisitudes de semejante caterva de ganapanes durante su
tradicional Comida de Hermandad pre-Navidad.
Escondido
tras una enorme planta del restaurante (Ahora que caigo, juraría que en ese
lugar no había planta alguna. Entonces, ¿detrás de qué he estado escondido?),
heme aquí para narrar cómo ese grupo de inefables “artistas” de bolígrafo
gordo, dieron por reunirse, como ya es costumbre en ellos, el sábado antes de
Navidad, a cogerse una buena indigestión y una tajada aún mayor, y charlar de
sus delirios habituales, a saber: brindis continuados por cualquier cosa que se
les ocurra, trasiego de LhorkRioja por aquí y por allá, las habituales
canciones...
Como
ya es habitual en este evento anual, el Presidentísimo abrió la sesión del pleno...
Digo, de la comida, con un enternecedor discurso, un pelín largo pensamos
algunos (De hecho, nos recordó notablemente a las peroratas de ese magnífico
orador que es Fidel Castro); nos embargo una emoción tan profunda al oír
aquello, que no pudimos evitar suspirar de gozo. De hecho, reproduzco a
continuación el citado discurso: “Queda inaugurada... ¡esta exposición!”. ¿A
que mola? A renglón seguido, como de costumbre y para no variar, se nombró a
los presentes y ausentes, brindando por todos aquellos que quisieron estar y no
pudieron (y por los que estuvieron a pesar de sus más fieras reticencias), con
un exquisito LhorkRioja que corrió como agua por todas las gargantas.
Asistieron el profesor Sartorius, el profesor Anscarius, Javierix, Jojavi que...
Bueno, a estas alturas ya no sabemos ni cómo ve con tanto LhorkRioja, así que
omitiremos el apellido y que sea lo que Lhork quiera; Morgana de Lhork, Luigi
el Condottiero, el legionario espacial, Paconan el Bestia, Red Sara (¡Por fin,
la tan anunciada batalla iba a producirse!), el Hermanísimo del Boss y su
novia, y la Mujercísima
del citado jefe.
Para
empezar, el Presi anunció, para desgracia de los usuales conspiradores al trono
de Lhork (Ultralhork, la República Independiente de Lhork), que tenía ya
heredero, un vástago que daría nuevas glorias al Círculo; por una parte todos
nos alegramos por la buena nueva, pero claro, ya se sabe... Siempre hay
descontentos, y el problema del jamón sucesorio se agravaba por momentos, así
que comenzaron las murmuraciones acerca de posibles accidentes, y otras
desdichas...
Para
desgracia de los apostantes, que ya habían invertido hasta la camisa en las
timbas que se habían montado al efecto, del famoso y archiconocido duelo entre
Morgana de Lhork y Red Sara no se vio absolutamente nada: todos hubimos de
conformarnos con un breve cruce de comentarios verbales, y devolver el dinero
que se suponía fácilmente ganado; bueno, todos excepto un servidor, que,
llevado por la neurosis del juego, había apostado a que no iba a haber combate...
A lo
largo de toda la comida, hubo comentarios para todos los gustos y disgustos:
para empezar, el míster se había quedado sólo, mientras que la cúpula del
Círculo se había reunido sibilinamente con la sección Ultralhork y los
Secesionistas, en una clara señal de sus simpatías. Se decidió, entre otras
cosas, que había que cambiar el himno, y que, en lugar de ser el habitual
“Quince hombres sobre el cofre del muerto”, había de pasar a lo siguiente:
“Ultralhork,
Ultralhork, Ultralhork,
Ultralhork,
Ultralhork, Ultralhork,
Sigo
siendo del CIO,
Pero
ya no sigo tu opinión”
Como
se pueden imaginar, el enojo del Excelentísimo no tuvo límites, y aún menos
cuando se propuso la creación de una sección especial en el fanzine que este
grupo publica, que podría llamarse “Tombolhork” o “Coralhork Coralhork”: como
noticias iniciales para esta nueva sección, se propusieron las dos sensaciones
de la comida. En primer lugar, la buena nueva ya anteriormente comentada acerca
del advenimiento del primogénito del Presi, y en segundo lugar algo no menos
importante: la confesión, al más puro estilo Carlos Carnicero, de Luigi de
Borgia. Sus palabras textuales fueron: “A mí, Morgana me pone a cien”. Pueden
suponerse el tremendo revuelo que se armó, sobre todo cuando la ya citada bruja
negó rotundamente semejante aserto por parte de su supuesto partenaire.
Ante
aquella insólita noticia acerca de la nueva sección que se solicitaba por parte
de la afición, amén de la insistencia una y otra vez en publicar un número
especial “Erotic Fantasy”, el insigne Rex Imperator (Non, Gratia) se puso rojo
como un tomate, bramó varias veces invocando a los dioses y los demonios, y
excomulgó a los responsables de tamaña fechoría...
Al
tiempo que se zampaban toda aquella fastuosa comida, que satisfizo la
glotonería de todos los presentes (aunque luego, cuando se pasó la minuta, hubo
rezongos de todo tipo y alguno que otro intentó escaquearse de semejante cosa),
Javierix hizo un importantísimo anuncio: el Sagrado Cáliz de Trados había
aparecido por fin, y había obrado el milagro de la duplicación. El hombre
explicó que lo había encontrado en una casa abandonada, en una estancia que
parecía un laboratorio alquímico, tal vez un lugar donde fabricar vidrio... El
Cáliz era de cristal, con el dragón de Lhork de hierro alrededor de la base de
vidrio, una joya ante la que todos se inclinaron reverentemente.
Animado
por el LhorkRioja y la aparición de tan preciado tesoro, el Presidentísimo
anunció que estaba acabando de rodar una película: “En busca del Cetro de
Trados”, protagonizada por el gran Harrison Lhork.
Después
de semejantes desvaríos, se procedió a la entrega del ya tradicional Dragón de
Lhork (Ya ven, es la segunda entrega y se ha convertido en algo “tradicional”),
que correspondió al gran profesor Anscarius. Sus lágrimas y tartamudeos le
impidieron emitir el emotivo discurso que se había traído preparado ex profeso
desde casa para aquella situación, por lo que se pasó a la siguiente orden del
día, a saber: la aparición del Censor Oficial del Reino, que se dedicó a poner
las cosas en claro acerca del mundo de Lhork y los personajillos que se mueven
por él a sus anchas. Repartió tarjetas amarillas y rojas a diestro y siniestro,
y su morbosa labor continuó incluso después de la comida, habiéndose trasladado
los comensales a un bar cercano: todos sufrieron las iras del Censor, desde
Luigi hasta el profesor Sartorius, pasando por todos y cada uno de ellos.
En
aquellas tareas se entretuvo el tiempo de la reunión, tanto que algunos de los
presentes (Morgana de Lhork y el profesor Sartorius) hubieron de poner pies en
polvorosa y declinar el rutinario paseo anual por la librería “El Aventurero”.
No sé qué pasó exactamente a continuación, pues este insigne articulista,
recelando de las habituales retiradas de esta pareja todos los años por las
mismas fechas, les siguió hasta la estación de autobuses, donde les vio tomar
uno de ellos en dirección a quién sabe dónde. Para cuando quiso volver a
vigilar al resto, ya habían desaparecido todos...
The Pucelan
Brothers.
Nota de la redacción: ¿Qué más
les podemos decir? ¿Qué podemos contar que ustedes no sepan ya? Este
articulista, que periódicamente se infiltra en nuestras reuniones y a
posteriori nos obsequía con estos desvaríos salidos de la mente más enferma que
haya podido ver jamás, ha sido declarado por la redacción definitivamente fuera
de la ley, y considerado como el enemigo público número Uno: hemos repartido
pasquines por todas partes, poniendo precio a su cabeza, en los que viene a
rezar el siguiente texto: “Se busca al periodista de la fotografía. Vivo o
muerto. Se recompensará a quién nos lo entregue con un suculento premio”. Ni
qué decir tiene que hemos recibido llamadas a mogollón, indagando acerca del
carácter del citado incentivo, indicándoseles que se trata de mil duros, un
bocata de jamón sucesorio (Es pata negra, oiga) y el CD de cierta innombrable
“cantante”, ante lo que la mayoría se han manifestado totalmente de acuerdo y
se han puesto a buscarle activamente.
En cuanto a la manera de hacernos
llegar el artículo, este buen hombre cada día se muestra más imaginativo:
mientras estábamos trabajando tranquilamente en la redacción, hemos oído ruido
de cristales rotos: un instante después, una flecha de madera vibraba,
profundamente clavada, en la mesa de uno de nuestros articulistas, que la
contemplaba con asombro mientras se tocaba el nuevo corte de pelo, con raya en
medio. Enrollada en el astil venía una nota junto con el artículo arriba
publicado, que rezaba lo siguiente: “¡Teneos, ladrones, malandrines, follones,
que no han de valeros vuestras plumas ni ordenadores contra la Verdad y la Justicia que yo
represento! ¡Publicad, publicad esto si os atrevéis, conspiradores, o por
Trados que haré que os arrepintáis de vuestras felonías!
Articulín
de los Bosques”.
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