HENRY RIDER HAGGARD
José Francisco Sastre García
La novela de aventuras ha tenido muchos y grandes autores que han dejado tras sí clásicos universales que han trascendido todos los tiempos: baste recordar aquí, por citar sólo algunos, La Isla del Tesoro de Stevenson, la serie de El Borak de Howard, La Nave de Ishtar de Abraham Merritt, El Prisionero de Zenda de Anthony Hope, los ciclos de aventuras de Edgar Rice Burroughs, la inmortal obra de Dumas…
El caso que nos ocupa hoy es, si cabe, aún más notorio que los ya citados, pues se ha convertido en uno de los grandes paradigmas de este género literario: sir Henry Rider Haggard, un escritor que popularizó las aventuras en el continente africano, un lugar que aún mantiene un cierto halo de misterio en sus selvas centrales, en sus inacabables desiertos, en las piedras milenarias que atesora aquí y allá…
Así a bote pronto, el nombre no sonará a mucha gente, para los menos aficionados será uno más de tantos; sin embargo, su personaje más notorio seguro que sí suena a casi todo el mundo, junto con la obra que lo convirtió en una figura viva dentro del mundo literario: Allan Quatermain, y su búsqueda de las minas del Rey Salomón.
Encuadrado en un territorio como el que ya hemos descrito, se le considera el iniciador de las denominadas novelas de mundo perdido, en las que los personajes parten en busca de secretos arqueológicos escapados a la noche de los tiempos para permanecer entre nosotros.
Fue un escritor de los que podríamos denominar pluma rápida: la velocidad a la que producía era endiablada, escribió en un mes Las Minas del Rey Salomón, y el resto de su obra surgió también a un ritmo tan vertiginoso que parece imposible que el resultado pueda ser tan bueno. La cuestión es que es así, la lectura es tan ágil y rápida, el ritmo tan adecuado al momento de la secuencia que se está narrando, que no se percibe otra cosa que un conjunto congruente, coherente, y tan ameno que engancha desde la primera hasta la última página.
La musa se mantuvo a su lado en todo momento excepto en 1888, momento a partir del cual, siendo millonario merced a la enorme venta de su obra, demandada por un público ávido de aventuras exóticas, acaecieron en el seno de su familia varias pérdidas; entre todas ellas la que le resultó más dura fue la de su hijo Jock, a los 10 años de edad.
Su obra más imperecedera, junto con la saga de Allan Quatermain, es la de Ella, conocida también como Ayesha, una mujer que vive en un lugar perdido de Egipto y ha alcanzado la inmortalidad; se trata de dos sagas imprescindibles para los amantes de las aventuras en lugares recónditos, en las que el protagonismo recae sobre la propia aventura, dotando a los personajes de una fuerza inconmensurable, de una realidad que trasciende más allá del papel; y aunque se trate de dos series independientes, Haggard las reunirá en una novela, Ella y Allan, en la que las dos grandes figuras se encuentran.
La estancia del autor en Sudáfrica, y en consecuencia el conocimiento de los usos y costumbres de los boers, sus conciudadanos y las tribus locales, en especial la de los zulúes, marca de manera muy notable el desarrollo de sus historias, hasta el punto de embarcarnos en una misión poco menos que sorpresiva teniendo en cuenta las teorías que se mantienen hoy en día: las minas del Rey Salomón se ubicarían en las regiones meridionales del continente negro, diríase que por la zona cercana a la Gran Zimbabwe, un enclave arqueológico que, aunque datado sin género de dudas, posee todavía algunos interrogantes que descubrir. Teniendo en cuenta que las últimas teorías ubican estas míticas minas en Etiopía o el Norte de Sudán, parece que hay una ligerísima diferencia de kilómetros entre una ubicación y otra… Y no olvidemos, por supuesto, la época en la que se escribieron estas historias, una época convulsa en el Sur del continente africano, donde las tensiones entre ingleses, boérs y zulúes eran moneda corriente, y éstos últimos estaban intentando mantenerse independientes ante el colonialismo, degenerando todo ello en las guerras anglo-zulúes, que tras algún severo revés de los europeos enfrentados a la estrategia de los cuernos de búfalo, acabó con la disolución de la nación zulú. Y en medio de todo este maremágnum, detalles que Haggard aprovechó para sus historias, como los asesinatos del rey Cetywayo de sus hermanos para alcanzar el poder y la huida de uno de ellos, Umtonga, que regresaría entregado por los bóers…
También es cierto que hay momentos en que la experiencia vital en las regiones que tan bien plasmó en su obra se traduce en las páginas en una cierta densidad que aunque no llega a lastrar la historia, sí hace que el lector pueda pensar que está ante un escritor que se excede en la ambientación; aun así, el resultado sigue siendo excepcional, sin perder ni un ápice de su fuerza, envolviendo la lectura en un halo de exotismo que consigue aún más empaque. Además, es capaz de plasmar sobre el terreno con una definición formidable el concepto del cazador blanco como personaje, como explorador al tiempo que cazador, la figura romántica que imperaba en la época colonial…
Su gran éxito y su enorme calidad como escritor le reportaron el hacerse acreedor a dos de los títulos más importantes de la Gran Bretaña: Knight Bachelor (caballero) en 1912 y, posteriormente, Knight Commander of the Order of the British Empire (Caballero de la Orden del Imperio Británico), lo que redundaría en adquirir el título de Sir que ostenta junto a su nombre.
El éxito de Las Minas del rey Salomón y de Ella hicieron además que ambas historias fueran trasladadas al cine en diferentes ocasiones, con mayor o menor éxito, entre las que podemos citar las versiones que protagonizaron Richard Chamberlain, Stewart Granger o Patrick Swayze. Incluso ha sido utilizado en conceptos de psicología, donde Carl Gustav Jung cita a Ella como el arquetipo o el prototipo de lo femenino.
Para quienes quieran conocer algo más de la obra de este escritor, aquí les dejo con su bibliografía…
En la serie de Allan Quatermain, las novelas de la saga son Las minas del rey Salomón (1885), Allan Quatermain, también conocida como Las aventuras de Allan Quatermain (1887), La Venganza de Maiwa (1887), La Esposa de Allan (1889), El Viejo Allan (1920) y Allan y los Dioses de Hielo (1927).
En el caso de la serie de Ayesha o Ella, la mujer que alcanza la inmortalidad y que vive durante siglos en África apareciendo ante los nativos como una diosa para ser adorada por ellos, tenemos los títulos Ella (1887), Ayesha: el Retorno de Ella (1905) e Hija de la sabiduría (1923), donde se cuenta su origen en el antiguo Egipto.
La novela Allan y Ella (1921) es la que fusiona ambas sagas y recrea el encuentro entre ambos personajes.
Cleopatra (1889)
Eric Ojos Brillantes (1891)
Red Eve (1911).
El Deseo del Mundo.
El Pueblo de la Bruma.
La Maldición de Chaka.
Los Reyes Fantasmas.
La Hija de Amón.
La Flor Sagrada.
La Hermandad.
Cuando el Mundo se Estremeció.
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