EN LA
NOCHE DE LOS TIEMPOS
Jose
Francisco Sastre García
Desde la
más remota antigüedad el ser humano ha sentido una especial fascinación, e incluso
un pánico cerval, hacia lo desconocido. Este aspecto de nuestro carácter se
acentúa notablemente cuando la ignorancia se refiere al más remoto pasado, a
los eones más lejanos de la historia de nuestro planeta o del universo, con
toda la carga de imaginación en lo tocante a formas de vida que encierra.
Cuando se
dieron cuenta del potencial que encerraba esta parte de la personalidad humana,
los escritores de temas fantásticos, en especial los dedicados al género del
terror y aventuras, aprovecharon el filón y se dedicaron con mejor o peor
fortuna a estremecer nuestros corazones con criaturas salidas, y nunca mejor
dicho, de la noche de los tiempos y de su morbosa y calenturienta mente.
Entre los
dedicados al género del terror destaca un nombre con luz propia: H. P. Lovecraft.
El genio de Providence creo una cosmogonía realmente alucinante, en la que unos
seres cósmicos de indecible perversidad y no menos extraño aspecto acosan a la
raza humana desde el pasado más remoto, liderados por criaturas de nombres tan
aberrantes como Cthulhu, Yog-Sothoth o Azathoth. Estos mitos de Cthulhu fueron
los que marcaron el auténtico comienzo de este subgénero narrativo, e
inmediatamente una multitud de imitadores se subió al tren: el estilo subliminal,
nebuloso, de Lovecraft, de terrores innominados y apenas entrevistos, de seres
que nos aterrorizan a causa de su apenas intervención, se corrompió en lo que
podríamos llamar el Círculo de Lovecraft. El shoggoth que prácticamente queda
sin ser descrito en "En las Montañas de la Locura", o las meras
insinuaciones acerca de los horrores de Cthulhu y sus aliados, son detalles que
nos estremecen más por su no presencia, por su mera sombra, que por su
intervención activa en la vida humana; sin embargo, August Derleth o Ramsey
Campbell, por citar tan sólo un par de escritores que se subieron al tren de
esta alucinante cosmogonía, convirtieron lo que habían sido unas etéreas e
insustanciales criaturas, de las que sólo se oía hablar, en seres físicos,
materiales, contra los que se podía luchar mediante la magia y la ciencia; para
ello, basta con leer, por ejemplo, "La Máscara de Cthulhu" o "El Rastro de
Cthulhu" de Derleth, o "Los que Acechan en el Abismo", de
Campbell. El horror cósmico que nos hubiera puesto la piel de gallina con
Lovecraft se desvanece, dando paso a un mero estremecimiento que se pasa rápidamente.
Por
contra, en el Círculo que se creó en torno a la obra de Lovecraft cabe destacar
un escritor tejano, hábil creador de mundos legendarios y personajes que
sobreviven gracias a su férrea voluntad. Por supuesto, me estoy refiriendo a
Robert Erwin Howard.
En este
caso nos tropezamos, en medio de un grupo de escritores dedicados al género del
terror arcano y pretérito, con alguien que no es tan buen especialista en este
género, sino que se dedica fundamentalmente a la espada y brujería; y aunque
hace sus pruebas con historias como "Cabeza de Lobo", "En el
Bosque de Villèfere" o "Canaan Negro", por citar tan sólo
algunos títulos, no es por esa parte por donde más destaca, sino por sus más
conocidas obras de personajes como Conan o Kull, en las que inserta gran
cantidad de insinuaciones a la ingente obra de Lovecraft. De todas maneras, el
estilo literario de Howard no es el más adecuado para terrores sin nombre y sin
rostro: es demasiado gráfico, demasiado intenso como para cuajar en serio. Y así,
cuando intenta, por ejemplo, que en "La Sombra Deslizante"
Thog (Evidentemente, un servidor de Tsathoggua) sea algo insustancial y que
Conan se vea incapaz de vencerle por sus especiales características físicas, se
tropieza con que la espada del cimmerio convierte al monstruo en algo mucho más
físico, más concreto. Como bien dice en muchas de sus obras, todo aquello que
sea de carne se puede cortar y matar, aunque sea un dios. Y así ocurre con el
pedazo de oscuridad que es Thaug en "Nacerá una Bruja", con la
gorgona de "Lágrimas Negras", o el demonio cósmico de "El Valle
de las Mujeres Perdidas".
Howard
intenta crear una atmósfera de terror arcaico al estilo de Lovecraft y en parte
lo consigue, pero no puede rematar el clímax al que llega el maestro de
Providence debido a la diferencia de estilos: los personajes del escritor de
Nueva Inglaterra son débiles hojas enfrentadas al huracán de un caos que pugna
por alzarse del abismo de los tiempos, meros peones de una lucha cósmica entre
los Primordiales y los Dioses Arquetípicos, mientras que en el escritor tejano nos
encontramos frente a hombres y mujeres indomables, con una voluntad tan fuerte
que es capaz de aplastar cualquier intento del panteón lovecraftiano o
cualquier otra criatura demoníaca surgida de su fértil imaginación por dominar
el mundo. De esta manera el puritano Solomon Kane, con la ayuda de un bastón
mágico, vence a la cosa de "Pasos en el interior", y el rey Kull
derrota a "El Espectro del Silencio", por citar tan sólo un par de
casos.
Innominados
terrores surgidos de tiempos pretéritos, de edades tan lejanas y arcaicas que la Humanidad no era más que
una febril idea en la nublada mente de un desconocido dios loco...
El
diferente tratamiento que este tema tuvo entre Lovecraft y Howard, la distinta
manera en que llegaron hasta los panteones de la oscuridad, forzosamente han de
provocar reacciones distintas entre los lectores. Podríamos decir, de alguna
manera, que mientras que en el escritor tejano se produce la natural catarsis
habitual de los relatos de aventuras, en el maestro de Providence no se llega a
ello por un motivo muy sencillo: en este segundo caso la reacción de los
débiles humanos, su entrega a los infernales poderes cósmicos de Cthulhu y su
ralea hacen que la fe del lector se tambalee (al menos la del lector primerizo
en este autor), y el horrendo final de locura y desaparición que acecha a todos
los héroes lovecraftianos nos obliga a recapacitar acerca de todo lo que no
conocemos del más remoto pasado del mundo y el universo. Por contra, de Peaster
surge la fuerza de la personalidad arrolladora, la voluntad de vencer todos los
obstáculos, que hace que en los relatos las sombras nocturnas sean destruidas,
o al menos obligadas a retroceder, por el poder del frío acero, con lo que el
final resulta de lo más catártico, y el lector respira aliviado. Mientras haya
gente así que nos proteja...
Probablemente sean estas características
peculiares, estas diferencias entre tan grandes maestros, lo que haya hecho que
cada uno de ellos sea tan apreciado en su propio género, que haya triunfado de
una manera tan clamorosa. Y doy gracias por ello.
Buen artículo, Jose Francisco. Con buen ritmo, y contenido. Enhorabuena.
ResponderEliminarBuenas tardes, Manuel, y muchas gracias por tus palabras: siempre intento que el material que cuelgo sea lo más adecuado posible...
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