JULIO CÉSAR
DE LA
GLORIA Y LAS SOMBRAS DE ROMA
José
Francisco Sastre García
Su nombre resuena casi más como el
de un semidios, un héroe escapado de las epopeyas, que el de un personaje
histórico; considerado por unos como un tirano y por otros como un ejemplo a
seguir, mencionar a Julio César es aludir a la gran Roma, a una época en la que
la poderosa civilización del Tíber estaba o alcanzó una época dorada. Nada
puede decirse de este gran conquistador que no se haya dicho ya. O casi nada…
El personaje
De nombre Cayo Julio César, nuestro
protagonista nace en Roma el 12 ó 13 de julio del 100 a.C., y muere en la misma
ciudad el 15 de marzo del 44 a.C. Estas fechas no están totalmente
establecidas, planteando algunos investigadores que tal vez su nacimiento se
produjera entre 102 y 101 a.C. Ateniéndonos a la historia, vivió en la que se
conoce como la era tardorrepublicana,
Al parecer perteneció a la familia
conocida como gens Julia, una de las
más antiguas familias de patricios de Roma; tal y como tenían por costumbre
entre las grandes estirpes de la antigüedad, la tradición hacía descender a este
linaje ni más ni menos que de un troyano llamado Ascanio, conocido también como
Iulo, un hijo del mítico Eneas y Creusa, a quien éste héroe semimítico llevó a Roma
tras la caída de Troya, fundando la antigua ciudad de Alba Longa, en el Lacio.
Sus padres fueron un político menor que alcanzó el rango de pretor, del que
heredó el nombre, y Aurelia, una mujer perteneciente a una rama menor de la gens Aureli, los Aureli Cottae, una familia perteneciente a lo que se conocían como
nobles plebeyos, nobles menores, con rango senatorial y, a pesar de todo, con
una gran influencia.
En el tiempo en que nació Julio
César, esta familia de patricios no poseía una fortuna demasiado cuantiosa (la
infancia de Julio César se desarrolló en uno de los barrios más pobres de Roma,
la Subura),
aunque él se relacionó con algunos de los personajes más influyentes de la
época que le tocó vivir: entre otros, quien resultó fundamental para el
desarrollo de su carrera política fue su tío Cayo Mario.
Era el único hijo varón, por lo que
los primeros años de su vida se desarrollaron en un entorno básicamente
femenino, rodeado por su madre y sus dos hermanas; se le educó en un entorno
estricto, en el temor a los dioses, el respeto a las leyes, las reglas de la
decencia, la modestia y la frugalidad. Y casi desde el primer momento demostró
que su gran deseo era ser un grande entre los grandes, conseguir grandes
victorias militares y codearse con sus iguales.
Con 10 años se le asignó un tutor,
Marco Antonio Grifon, un grammaticus
de origen galo, formado en la
Escuela de Retórica Alejandrina, que le dio a conocer a los
autores griegos y romanos de la época: leyó las obras de Homero, la Ilíada y la Odisea, primero con
la traducción al latín que había realizado Livio Andrónico, y después las
estudió con el texto original en griego. Con este docto sabio aprendió a su vez
oratoria, que habría de serle muy útil a lo largo de su carrera, y a escribir poesía,
hasta el punto de que Cicerón llegó a decir de él que nadie podría hablar mejor
que César. Junto con su tía paterna Julia, serían los dos puntales principales
de su educación. Además del latín, su lengua natal, y el griego, que se usaba
bastante en los círculos romanos, aprendió también el celta, sin saber lo útil
que en el futuro podía llegar a resultarle…
En el 84 a.C., cuando apenas contaba
con 16 años, Cinna, un ambicioso político aliado con su tío y enemigo de Sila,
le otorgó el cargo religioso de flamen
dialis, el Alto Sacerdote de Júpiter, una de las máximas autoridades
religiosas de Roma, y lo casó incluso con su hija Cornelia Flaminia tras su
divorcio de su primera esposa, Cosutia, perteneciente a una rica familia de
rango ecuestre.
Sin
embargo, este cargo poco habría de durarle: asesinado Cinna, tras las derrotas
acaecidas sobre Carbón y Mario el joven, hijo de Cayo Mario, a manos de Sila,
éste entra en Roma y comienza a tomar medidas severas. La posición de César es
muy inestable, pues está demasiado unido al bando perdedor, pero el vencedor,
viendo el potencial del joven, le ofrece unirse a él e intenta atraerlo a su
bando; como prueba de su fidelidad a la facción dominante, Julio César había de
divorciarse de su esposa, a lo cual éste se negó en redondo, lo que provocó que
Sila le arrebatara el cargo que ostentaba hasta el momento e incluso contratara
a una banda de sicarios para que lo asesinaran. Consiguió librarse en un
principio de las tentativas de asesinato, llegando hasta el punto de tener que
pagar a sus asesinos para que lo dejaran en paz; más tarde fue perdonado por
las presiones que los parientes de su madre lograron ejercer sobre Sila, pero al
comprender que el perdón de Sila podía ser extremadamente voluble, decidió
partir a a Asia, donde, como legatus
de Marco Minucio Termo, combatió contra Mitrídates VI del Ponto. Durante una de
estas batallas, la del sitio de Mitilene, se le ordenó llegar hasta Bitinia,
donde gobernaba Nicomedes IV, con la solicitud de cesión por parte de éste de
una flota con la que pudieran tomar la ciudad rebelde; según narran las
fuentes, el monarca quedó tan deslumbrado por la belleza del joven mensajero
romano que lo invitó a permanecer en el palacio y descansar en su propia
habitación, participando en un festín en el que sirvió de copero real. Llegada
esta historia a Roma, sus enemigos la aprovecharían para atacarlo con dureza:
si bien la homosexualidad activa no estaba mal vista, la pasiva era considerada
totalmente vergonzosa, lo que conllevó a que su reputación quedara dañada al
ser acusado de prostituirse con un rey bárbaro; de hecho, al parecer sus
rivales aprovecharon la circunstancia para darle el nefasto apodo de “la reina
de Bitinia”. A pesar de que César siempre rechazó de plano estas acusaciones,
la recuperación de su reputación hubo de proceder de su gran capacidad de mando
y de un no inferior arrojo y valor personal a lo largo de la campaña, hasta el
punto de que, tras la caída de Mitilene, al lanzarse a una temeraria y
arriesgada maniobra mediante la que consiguió salvar a un buen número de
legionarios de un mal paso, el propio Minucio Termo, admirado por las
habilidades de César, le concedió la condecoración al valor más alta que se
otorgaba en la
República Romana: la corona cívica.
A la muerte del dictador, allá por
el año 78 a.C.,
Julio César regresó a Roma, donde se dedicó durante una temporada a ejercer la
abogacía. El primer caso en el que intervino fue contra Cneo Cornelio Dolabela,
un protegido de Sila que había sido nombrado cónsul unos años antes, en el 81 a.C., para un año después
ser trasladado como procónsul a Macedonia, donde al parecer se había dedicado a
malversar los fondos del Estado. El acusado, enterado del proceso que se
establecía en su contra, decidió enfrentarse a él contratando para su defensa a
uno de los más ilustres abogados de la época, Quinto Hortensio, a quien
apodaban “el bailarín” por la forma en que se desplazaba por los estrados, y al
propio tío de nuestro personaje, Lucio Aurelio Cotta. A pesar de los enormes
poderes que se le oponían, César demostró ser un gran orador: no le sirvió para
ganar la causa, pero al menos le permitió conseguir la fama que andaba
buscando.
Un año después de este proceso, le
fue confiado uno nuevo: durante la campaña del dictador fallecido en Grecia,
algunas ciudades habían sido saqueadas por Cayo Antonio Hybrida; estas ciudades
reclamaron al joven romano para que defendiera su causa. César se presentó ante
el pretor Marco Terencio Varrón Lúpulo e hizo una exposición tan elocuente que
consiguió ganar el juicio, pero el acusado se refugió en los tecnicismos de la
época y acudió a los tribunos de la plebe, los cuales decidieron darle la razón
y ejercitar su derecho al veto, lo que motivó que la sentencia que se había
dictado en su contra quedara en suspenso.
Unos
años más tarde, en el 73 a.C., es nombrado pontífice, uno de los hombres que
forman el consejo religioso supremo de Roma, en lugar de su tío Cayo Aurelio
Cotta, ascendiendo muy rápidamente en el ámbito del poder y codeándose por fin
con personajes como los cónsules Pompeyo
y Craso, cuya amistad le permitió
lanzar de forma definitiva su carrera política.
Con
todo el poder que ostentaba en ese momento, aún quiso reforzarlo ampliando su
formación: viajó a Rodas a estudiar filosofía y retórica a la sombra del mejor
gramático de la época, Apollonius Molo. Desgraciadamente, a la altura de la
isla de Farmacusa los piratas asaltaron su barco y lo tomaron prisionero,
exigiendo un rescate por su persona de 20 talentos de oro (pensemos que un
talento equivalía, aproximadamente, a unos 26 kilos); al ser informado de tal
precio, el romano se echó a reír y desafío a sus captores a pedir no 20, sino
50.
Durante
este tiempo de cautiverio estuvo componiendo discursos que exponía a los
piratas, a quienes al parecer tachaba de ignorantes y bárbaros cuando cometían
la osadía de no aplaudir.
Cuando
llegó el rescate unos 38 días más tarde, César fue liberado: había sufrido una
reclusión bastante suave, acomodada, durante la cual había tratado a los
piratas con amabilidad pero los había advertido que su futuro era negro e
incierto. Y, desde luego, no se quedó en la amenaza: una vez libre, organizó
una flota militar que zarpó del puerto de Mileto en busca de sus
secuestradores, a los que encontró en su refugio y capturó sin contemplaciones,
encarcelándolos en la prisión de Pérgamo. Puesto que la competencia para
castigar a estos sujetos la poseía el gobernante de Asia, Junio, fue a buscarlo
para que tomara las medidas pertinentes, pero éste prefirió quedarse con el botín
y delegar el destino de los piratas en las manos de César, que dictó sentencia
rápidamente: mandó crucificarlos, aunque en un gesto de compasión (¿?) ordenó
que previamente fueran degollados. Esta supuesta gracia varía según las
fuentes, pues según otras versiones lo que hizo fue partirles las piernas…
En
el 69 a.C. sufrió un serio revés moral: su esposa Cornelia muere mientras da a
luz a un niño que, a su vez, nace muerto; poco después, pierde también a su tía
Julia, a quien había estado muy unido. Fiel a su idea de establecer una
cercanía con el pueblo, decide quebrantar las reglas y organiza sendos
funerales públicos; durante estas exequias se exhibieron las imágenes de Cayo
Mario y del hijo que había tenido con su esposa fallecida, Cayo Mario el Joven,
y la del padre de su mujer, Lucio Cornelio Cinna, en una clara transgresión de
las leyes de Sila y como gesto de feroz desafío. Como proscritos que eran por
haber luchado contra el tirano, las leyes dictadas por éste prohibían
tajantemente mostrar sus imágenes en público. Esta acción acrecentó su
popularidad entre los plebeyos y los que formaban parte de la facción de los
populares, y al mismo tiempo enconaba aún más contra él a los optimates.
En
el 69 a.C.,
a los 30 años de edad, los Comicios lo eligieron cuestor (en la época de César, había dos civiles, encargados de
controlar el Tesoro Público, y dos militares). En el sorteo que tuvo lugar a
continuación, le fue asignado un cargo en la Hispania Ulterior,
lo que actualmente es Portugal y el Sur de España; al parecer, una de las
leyendas que rodean a nuestro personaje dice que, tras haberse lamentado ante
el busto de Alejandro Magno por haber cumplido su edad sin haber llegado a
alcanzar un éxito de gran importancia en el Herakleion (el templo de Hércules)
de Gades (la actual Cádiz), César tuvo un sueño en el que se predecía que
conseguiría el dominio del mundo. Durante su estancia en esta provincia hispana
conocería a Lucio Cornelio Balbo “El Mayor”, con el cual establecería una buena
amistad que más adelante redundaría en beneficio de ambos.
César
regresó a Roma, y su ascenso continuó de forma meteórica: mientras proseguía
con su carrera como abogado, en el 65
a.C. fue nombrado edil
curul (organizador de obras y eventos sociales, algo parecido a un presidente
de una junta municipal); una de sus tareas era la organización de los juegos en
el Circo Máximo, tarea que, de no ser desempeñada con el adecuado acierto para
contentar a las masas, podía costar la pérdida de dicho cargo; así, dispuesto a
que los romanos no olvidaran fácilmente el evento para impulsar aún más su
carrera política, empleó no sólo fondos públicos, sino parte de los suyos
personales, para crear unos fastos que al parecer desbordaron, literalmente,
todas las previsiones: entre otras actividades, desvió el curso del Tíber para
inundar la arena del Circo y poder ofrecer una naumaquia, un combate entre
barcos, acabando el año con importantes deudas por valor de varios cientos de
talentos de oro.
A
pesar de este dispendio, la maniobra fue un rotundo éxito: gracias a ello, en
el año 63 a.C., a la muerte de Quinto Cecilio Metelo Pio, César fue elegido Pontifex Maximus, una posición que le
otorgaba un poder que rozaba ya lo absoluto. El mismo día en que fue elegido
debía haber sospechas de que sus numerosos enemigos complotaban contra él:
según Suetonio, estas señales obligaron al recién ascendido a decirle a su
madre: “Madre, hoy verás a tu hijo muerto
en el Foro o vistiendo la toga del sumo pontífice”.
Este
cargo llevaba aparejados una serie de privilegios: una casa nueva en el Foro,
la Domus Publica, la presidencia del
Colegio de Pontífices y una enorme influencia en la vida religiosa de Roma; de
la misma manera, también había de asumir los deberes y derechos del paterfamilias sobre las vírgenes
Vestales.
Sin
embargo, no todo fueron rosas en este camino: tras enviudar de Cornelia Cinna,
César había tomado como esposa a una nieta de Sila, Pompeya Sila. En su papel
de esposa del Pontifex Maximus, y
como una de las mujeres más importantes de Roma en virtud de su casamiento, era
la encargada de la organización de los rituales de la Bona
Dea, la
Buena Diosa, en diciembre; se trataba de una liturgia
exclusivamente femenina, donde los hombres no podían participar, pero el
sacrilegio se produjo: en el año 62
a.C. un joven llamado Publio Clodio Pulcro, considerado
peligroso por sus ideales subversivos, se disfrazó de mujer y entró en la casa,
movido al parecer por el propósito de yacer con Pompeya. En respuesta a tal
blasfemia, la mujer recibió una orden de divorcio. Requerido a dar
explicaciones sobre el suceso, César aseguró en público que él no la
consideraba responsable de lo sucedido, pero justificó la demanda de divorcio
con una máxima que Plutarco hizo célebre: “La
mujer de César no sólo debe ser honrada, además debe parecerlo”.
Curiosamente, Clodio fue perdonado, posiblemente por las presiones de los
poderosos enemigos del Pontifex Maximus.
El
año 63 a.C. fue agridulce para César: elegido cónsul senior Marco Tulio Ciceron, reveló una conspiración mediante la que
se pretendía acabar con los magistrados electos y reducir al máximo la
funcionalidad del Senado; este complot estaba liderado, al parecer, por un
patricio frustrado llamado Lucio Sergio Catilina.
Según
se desprende de las fuentes, no hubo un juicio como tal, aunque todos los
acusados de estar implicados en la trama estuvieron presentes en las sesiones
del Senado en las que se debatió acerca de la cuestión; en la tercera reunión,
Cicerón decidió traspasar su responsabilidad a la curia, haciendo que fueran
los senadores quienes debatieran acerca de la pena que habría que imponer a los
conspiradores. El resultado de estos “juicios” fue la pena de muerte para
Catilina y otros cinco prominentes romanos. Todo este proceso quedó escrito por
el propio Cicerón en su obra Las Catilinarias.
César
no era partidario de la pena de muerte, por lo que puso en juego su mejor
oratoria con el fin de evitar dicha sentencia, pero fue derrotado al final por
la insistencia de Marcio Porcio Catón el Joven: los cinco hombres fueron
ejecutados ese mismo día. Pero no acababan ahí los problemas, pues salió a la
luz el romance que el Pontifex Maximus
tenía con Servilia Cepionis, hermana de Marcio Porcio Catón, lo que los
enemigos de César aprovecharon para acusarlo de formar parte de la conjura de
Catilina; por suerte para él, tal extremo jamás fue probado y, además, no llegó
a perjudicar seriamente su carrera política.
En el 62 a.C. fue nombrado praetor urbanus, el encargado de administrar justicia. Cuando
Quinto Cecilio Metelo Nepote, tribuno de la plebe, presentó algunas leyes a
favor de Pompeyo, se puso de su lado, pero la feroz oposición de Catón hizo que
fueran vetadas y que se generara una guerra soterrada, basada en peleas
callejeras entre ambos bandos que generaban un enorme ambiente de inseguridad
en la ciudad. Cuando acabó su tiempo en la pretura, fue enviado a Hispania como
propretor, un encargado de administrar justicia delegado por el pretor
correspondiente, y fue puesto al frente de una corta campaña contra los lusitanos.
Durante esta campaña, la flota romana recibió un importante apoyo de las tropas
acantonadas en Gades, tras haber nombrado César a Balbo consejero personal:
éste era ya praefectus fabrum, un
cargo similar a un jefe de ingenieros perteneciente a la plana mayor de las
legiones, haciendo que ambos saliesen beneficiados notablemente.
Dispuesto a
convertirse en cónsul, antes de que llegara su sustituto como propretor se
moviliza y regresa a Roma rápidamente; una vez en el Campo de Marte, debido a
que aún ostenta el imperium, ha de quedarse a la entrada de la ciudad,
pues las leyes así lo exigían, e instalarse en la Villa Pública, desde
donde se apresuró a presentar la candidatura: no está claro si lo hizo mediante
persona interpuesta o por misiva al Senado, la cuestión es que un día después
no parecía que hubiera problema alguno en que el Senado la aceptara y validada.
Catón aún andaba tras
los pasos de César: miembro de la facción optimate más conservadora y
enemigo a muerte del héroe de Hispania, era absolutamente reacio a que un
político popular, y aún más si se trataba de César, obtuviese el consulado;
sabiendo que la votación senatorial había de hacerse antes de la puesta de sol,
prolongó su exposición hasta que se hizo de noche, por lo que dicha moción hubo
de ser postergada para ser aprobada o denegada al día siguiente. Comprobada la
argucia de su rival, César decidió prescindir de las pruebas de su triunfo y
presentarse en persona como candidato.
Los optimates,
furiosos por no haber podido evitar que su enemigo entrase en las elecciones,
iniciaron rápidamente sus movimientos con la intención de encontrar un
candidato que pudiese enfrentarse de forma adecuada al republicano y equilibrar
de alguna manera la balanza: habían de conseguir a un conservador que pudiera
contrarrestar eficazmente las medidas que César pudiera tomar durante su tiempo
como cónsul. Por su parte, Pompeyo recurría al viejo truco de repartir dinero
entre su clientela y votantes, intentando a toda costa comprar los dos
consulados. El resultado de todas aquellas maniobras fue que Catón colocó como
candidato a su yerno, Marco Calpurnio Bíbulo, que representaba, según los optimates,
al salvador de la República, aunque no consiguió un resultado demasiado
notable: en el 59 a.C., las elecciones dejaron como ganador con clara
diferencia a César, el segundo puesto quedó ocupado por Bíbulo.
Si bien al principio
parecía que las cosas iban bien para los conservadores, que habían conseguido
mantener al margen a Pompeyo, seguían manteniendo su posición de impedir a toda
costa que un ambicioso sediento de gloria, y por añadidura con grandes dotes
militares, pudiese llegar a ser gobernador de una provincia; para ello, Catón
planteó al Senado que, con una Italia plagada de forajidos y revuelta tras la
rebelión de Espartaco 10 años antes
(aplastada por Craso con el apoyo de César, y según algunos historiadores una
derrota debida más bien a un error del gladiador rebelde que de la habilidad
militar del general romano), lo mejor para la República sería que los
cónsules se embarcaran en una misión de limpieza durante un año; tras comprobar
que el Senado aceptaba de buena gana tal propuesta, Catón se congratuló al
pensar que su gran rival César acabaría su cargo como un mero policía entre
aldeanos y pastores…
Era una maniobra
arriesgada, pero tras ella se escondía precisamente la idea de arrinconar al
republicano hiciera lo que hiciera: si la aceptaba perdería su tiempo en
escaramuzas inútiles y no podría estar ante el Senado, al que podrían manipular
los optimates a su antojo, y si no lo hacía habría de recurrir a la
fuerza para revocarla, lo que conllevaría su declaración como criminal, como un
nuevo Catilina. Era o ser arrinconado, o ser proscrito. Puesto que en el Senado
la mayoría formaba un bloque liderado por los conservadores y sus aliados,
entre los que se contaba el poderoso Craso, estaban seguros de que dominaban
todas las piezas del tablero y de que cualquier intento de Pompeyo quedaría
reducido a la nada.
En la primera reunión que el Senado tuvo
con César como cónsul, éste trató de atraerse a los aliados de Pompeyo
ofreciéndoles un generoso acuerdo, pero Catón vio sus intenciones y,
absolutamente dispuesto a evitar que se aprobara, recurrió a la táctica que tan
buenos resultados le había dado: hablar y hablar hasta que cayera la noche,
pero esta vez no lo consiguió, pues el republicano, escarmentado por la primera
vez que cayó en dicha trampa, le impidió seguir e indicó a sus lictores que se
lo llevaran; ante aquella evidente falta de decoro, algunos senadores
abandonaron sus puestos. Cuando César los interrogó para conocer el motivo por
el que se marchaban, uno de ellos le respondió: “prefiero estar en la cárcel
con Catón, que en el Senado contigo”.
Ante tal declaración de intenciones,
César se vio obligado a rectificar, aunque aquello no fue más que una cuidada
estrategia: presentó la campaña de su ley agraria directamente ante los
Comicios. A partir de aquel momento Roma comenzó a llenarse de veteranos de
Pompeyo, hecho que creó una enorme alarma entre los optimates. El recién estrenado cónsul podía hacer aprobar la
propuesta por el mismo pueblo y hacerlo con fuerza de ley, pero esta táctica
era considerada poco ortodoxa, pues iba contra la voluntad del Senado y la
vulneraba gravemente, lo cual podía acabar por arruinar su influencia entre sus
aliados y acabar con su carrera tan rápidamente como había empezado. Sin
embargo, la gran sorpresa de aquella votación no provino de las tácticas de
César, sino que surgió en la recta final: todo el mundo esperaba que Pompeyo
fuera el primero en hablar a favor de la propuesta, lo que no podían esperar
los conservadores era que la segunda persona fuera ni más ni menos que Marco
Licinio Craso, que al parecer se había cambiado de bando. Las esperanzas de los
optimates se derrumbaban definitivamente: con aquel trío gobernando juntos,
prácticamente podrían hacer con la
República como desearan. Este momento es denominado por los
historiadores como el Primer Triunvirato,
alianza que se confirma de forma plena cuando Pompeyo se casa con Julia
Caesaris, la única hija de César: al parecer, a pesar de la diferencia de
edades y de ambiente social, aquel matrimonio prosperó.
¿Por qué se formó aquel gobierno?
Evidentemente, porque cada uno de ellos necesitaba a los otros para reafirmar
su poder y gloria: Pompeyo requería de César para que la ley agraria prosperara
y sus veteranos pudiesen tener tierras; Craso, tras comprobar que su represión
de la revuelta de Espartaco no le había dado la gloria que ansiaba, necesitaba
de un gobierno proconsular para conseguirla; y César tenía que acudir al
prestigio de Pompeyo y a los fondos de Craso para poder conseguir la provincia
que llevaba tanto tiempo ansiando.
En el ínterin, los conservadores se
resistían a perder el poder que habían ostentado: Marco Bíbulo y sus aliados
comenzaron a usar su derecho de veto para bloquear sistemáticamente las
propuestas de César, pero éste no estaba dispuesto a permitir que lo
manipularan y le impidieran legislar, por lo que de nuevo tomó la decisión de
llevar sus propuestas directamente ante los Comicios, donde acababan siempre
por aprobarse, sobre todo por el apoyo decidido que le ofrecían los veteranos
de Pompeyo.
La
primera chispa de la tensa situación creada se produjo cuando algunos miembros del
pueblo (populus) arrojaron una cesta
de estiércol a la cabeza del líder de los optimates:
éste optó por retirarse de la vida política con el pretexto de dedicarse a la
observación de los cielos en busca de presagios y augurios, pero en un proceso
estratégico calculado, no renunció a su magistratura. La idea seguía siendo la
misma: impedir que el nuevo cónsul pudiera aprobar leyes, pero demostró ser
insuficiente contra un rival como César, que de forma sistemática pasó por alto
todas las predicciones y pronósticos que publicaba su enemigo y prosiguió con
su política de apoyarse en los tribunos de la plebe y en los Comicios, donde
poseía todo el poder que necesitaba para sus fines.
Tras esta nula participación por
parte de los conservadores, los romanos, demostrando su sentido de la ironía,
llamaron a este año el “año de Julio y César” (La ironía parte de la base de que en Roma cada año era denominado por
el nombre de los dos cónsules que lo regían).
Tras un año de
dificultades, a César se le invistió con el gobierno como procónsul de dos
provincias: la Galia Transalpina
(lo que actualmente es el Sur de Francia) e Iliria (la actual costa de la
región croata de Dalmacia). Gracias al apoyo de los otros dos miembros del
triunvirato, ostentó este cargo durante cinco años; tras el inesperado
fallecimiento de Quinto Cecilio Metelo Céler, gobernador de la Galia Cisalpina (lo que
actualmente serían la parte central de Francia, Suiza, los Países Bajos…), el
cónsul consiguió a su vez dicha provincia. La mentalidad de César le impelía a
llevar el gobierno de estas regiones no precisamente de forma pacífica: las
enormes sumas que adeudaba le obligaban a recaudar todos los bienes que pudiera
conseguir para poder saldarlas. Para mantener asegurada su cuota de poder en Roma,
consiguió que se nombrara como cónsules a dos aliados suyos, Pisón y Gabinio.
El momento perfecto
llegó cuando los helvecios (lo que aproximadamente sería la actual Suiza)
decidieron emigrar hacia el Oeste de las Galias, con la intención de instalarse
al Norte de Aquitania, en lo que actualmente es Pago Santón: César decidió
impedirlo a toda costa, con la excusa de que iban a acercarse demasiado a la Galia Cisalpina y eso creaba
una seria amenaza, por lo que reclutó tropas e inició las campañas que dieron
lugar a lo que con posterioridad se ha conocido como la Guerra de las Galias, campaña que se extendió
desde el 58 a.C.
hasta el 49 a.C.,mediante
la que conquistó la región conocida como Galia Comata (lo que actualmente
serían Francia, Holanda, Suiza, y parte de Bélgica y Alemania).
Fue una campaña en la
que el procónsul demostró todo su poder: tras construir un puente sobre el
Rhin, éste fue destruido, pero volvió a levantarlo; al mismo tiempo, entró por
dos veces en territorio germano simplemente para demostrar que podía hacerlo,
sin llegar a la conquista; e incluso hizo lo mismo dos veces seguidas cruzando
el Canal de la Mancha
para asaltar las Islas Británicas, con una idea más basada en la estrategia que
en la mera conquista. De hecho, fue el primer general romano que penetró en
estos territorios…
Se rodeó de gente de
confianza: entre sus comandantes de legión (legatus) se encontraban
personajes que con el tiempo resultarían de suma importancia en la vida de
César: sus primos Lucio Julio César y Marco Antonio, el hijo de Craso (Marco
Licinio Craso), un cliente de Pompeyo llamado Tito Labieno, o el hermano más
joven del cónsul Marco Tulio Cicerón (Quinto Tulio cicerón).
Durante la Guerra de las Galias
demostró su gran capacidad táctica y estratégica: conjugaba la fuerza, la
diplomacia y el conocimiento de las rencillas internas de las tribus,
practicando el famoso lema de “divide y vencerás”. Al mismo tiempo, ponía en
práctica una técnica que, con la adecuada salvedad de las épocas en que se
desarrollan, era muy similar a la guerra relámpago del siglo XX: conocida como celeritas caesaris, consistía en
penetrar rápidamente en el territorio enemigo y aplastarlo antes de que tuviera
tiempo de reaccionar, haciendo combatir a sus hombres aun después de llevar
días de marcha, sin un descanso previo… A este respecto, parece ser que el
ritmo de marcha que imprimía a los
legionarios era durísimo, siendo incluso él el primero en mantenerlo e incluso
en ocasiones adelantarse, demostrando así una enorme resistencia.
Ante su habilidad en el arte de la
guerra cayeron uno tras otro los pueblos galos: los helvecios en 58 a,C., los nervios y la
confederación belga en 57 a.C.,
o los vénetos en 56 a.C.
El final de esta exitosa campaña se culminó con la derrota, en el 52 a.C., de una confederación
de tribus galas lideradas por un caudillo arverno, Vercingétorix, en la batalla
de Alesia.
Si seguimos a Plutarco, nos
encontramos con unas cifras exorbitantes para la Guerra de las Galias: 800
ciudades tomadas, 300 tribus sometidas, alrededor de un millón de galos
sometidos a esclavitud, y otros tres millones más caídos a lo largo de la
guerra. Supuestamente, la toma de la ciudad de Avarico resultó especialmente
sangrante, pues de los 40.000 defensores no quedaron más que 800.
Sin embargo, si tomamos como fuente
a Plinio, nos encontramos con que el cómputo final se reduce a alrededor de
1.192.000 muertos y aproximadamente el mismo número de esclavos; y ya acotamos
mucho más si nos fijamos en los datos que ofrece Veleyo Patérculo, que afirma
que murieron 400.000 galos. Evidentemente, estas cifras no están claramente
contrastadas, ni siquiera las del propio César, así que habría que
considerarlas con cierta dosis de precaución.
La batalla de Alesia puede
considerarse como un ejemplo perfecto de la habilidad de César en las artes
bélicas: con tan sólo cincuenta mil soldados correspondientes a 10 legiones
(que ni siquiera estaban completas, pues tras ocho años de guerras tal cuestión
era imposible), construyó a lo largo de varios kilómetros una doble línea de
fortificaciones mediante la que separó con absoluta efectividad al sitiado
Vercingétorix, que contaba con 80.000 defensores, de los 300.000 galos que
pretendían acudir en su ayuda: derrotó a ambos bloques, acabando así con el poderío
galo.
El caudillo rebelde
fue hecho prisionero y llevado a Roma, donde fue exhibido como trofeo de guerra
durante el desfile triunfal; posteriormente, según las fuentes que se
consideren, fue estrangulado en las celdas del Coliseo de Roma, o perdonado por
el propio César, viviendo en una colina cercana y adoptando las costumbres
romanas, que asumieron los hijos que tuvo en su nueva vida. Esta disparidad de
opiniones se deriva del hecho aparente de que fue muy valorado por su
conquistador a causa de su arrojo y honor en la batalla…
Llegados a este punto, Julio César
dominaba ya prácticamente todo el occidente continental y buena parte del
central: desde Hispania hasta Germania, e incluso el desembarco en las islas de
Britania.
Se
había convertido en un héroe, el pueblo lo aclamaba, había conseguido notables
éxitos tanto a nivel político como militar, y la conquista de la Galia había aportado a Roma
muchos beneficios; sin embargo, los senadores seguían temiendo su ambición, por
lo que el clima de tensión y los intentos de limitar su poder seguían
produciéndose una y otra vez.
Llegado el 56 a.C., la situación
comenzaba a ser insostenible en el triunvirato: Pompeyo no se fiaba de Craso,
con las sospechas de que era precisamente él quien seguía promoviendo las
disensiones al mantener a Clodio y sus secuaces, que se dedicaban a sembrar la
violencia en Roma; para intentar controlar el desorden que preveía se
avecinaba, César llamó a sus dos socios y los reunió en la ciudad de Lucca: al
fin y al cabo, las leyes eran las leyes y él no podía entrar en Roma sin
renunciar a su imperium. Según las
fuentes, no sólo se presentaron Craso y Pompeyo, sino alrededor de 200
senadores. De esta reunión salió el acuerdo, denominado Convenio de Lucca, de
que ambos socios se presentaran al consulado al año siguiente y que, una vez
designados de nuevo, aprobarían una ley merced a la cual César se mantendría
como procónsul durante otros cinco años. Al año siguiente, tal y como era de
prever, los planes salieron tal y como habían estipulado.
Sin embargo, no tardarían en surgir
complicaciones en el triunvirato: de una parte, en el 54 a.C. Julia Caesaris murió
durante un parto; de otra, en el 53
a.C., la lamentable campaña de Persia dio como
resultado, merced a la pésima planificación, la derrota de la batalla de Carea,
donde falleció Craso; y por otra, el intento de César de asegurarse la alianza
con Cneo Pompeyo Magno al sugerirle que tomara por esposa a una de sus
sobrinas, a lo que éste se negó, casándose en segundas nupcias con Cornelia
Metela, hija de un optimate, Quinto
Cecilio Metelo Escipión.
Este conjunto de factores fue
determinante para rematar el fin del triunvirato. Poco después, una vez se supo
en Roma de la gran victoria de Alesia, el tribuno Celio lanzó una propuesta mediante
la que pretendía reforzar aún más el poder de Julio: éste podría presentarse
como candidato al consulado sin tener que acudir a Roma y, por tanto, sin
necesidad de renunciar a su proconsulado. Con esta medida, los rivales del
republicano no tendrían posibilidad alguna de procesarle por los supuestos
crímenes de su primer consulado, ya que según las leyes romanas, mientras
desempeñara una magistratura no podría ser juzgado. De esta manera, se evitaba
el período en que era vulnerable, esto es, el momento desde que entraba en Roma
para presentar su candidatura, perdiendo su proconsulado, hasta que fuera
elegido…
Sus enemigos se veían incapaces de
frenar su imparable ascenso: si regresaba a Roma como cónsul, podría dictar
leyes que favoreciesen a sus veteranos y crear una fuerza militar que
rivalizara, o incluso superara, a las de Pompeyo. Evidentemente, Catón y sus
seguidores se opusieron a la medida propuesta por Celio, lo que motivó que el Senado
se dilatara en interminables disputas acerca de, entre otros puntos, el número
de legiones que César habría de tener bajo su mando y acerca de su sucesor como
procónsul en la Galia
Cisalpina e Iliria.
El triunvirato estaba
definitivamente muerto: Pompeyo acabó por inclinarse hacia los conservadores y
emitió su veredicto: su antiguo socio debía abandonar su proconsulado la
primavera siguiente, cuando aún quedaban meses para las elecciones al
consulado; de esa manera intentaban conseguir tiempo para juzgarlo;
desgraciadamente para los optimates,
en las elecciones para tribuno de la plebe salió elegido Curio, quien se reveló
como un firme partidario de César al vetar todos los intentos que los
tradicionalistas ponían en marcha para conseguir acabar con el mando de su
rival en las Galias.
Cuando estaba acabando el año, César
llevó su XIII legión hasta Rávena, donde acampó; ante aquel hecho, Pompeyo
decidió efectuar una maniobra frontal, y tomó el mando de dos legiones en
Capua; al mismo tiempo, comenzada a reclutar levas de forma ilegal, lo que,
como era de esperar, aprovecharon los seguidores del republicano para atacarlo
desde el senado. Mientras tanto, Curio, que ya había finalizado su mandato y
había sido sustituido por Marco Antonio, acudió directamente a César y le
informó de las medidas que había tomado Pompeyo.
Ése fue un momento crítico para el
general victorioso: el Senado dictaminó que no podía concurrir al consulado,
poniéndolo en una peligrosa tesitura: o licenciaba a sus legiones o era
declarado enemigo público. Quedaba meridianamente claro que eligiera la opción
que eligiera, quedaría desarmado y a disposición de sus enemigos.
Para intentar frenar este avance,
envió una carta a Roma que Marco Antonio leyó ante el senado, en la cual César
expresaba su interés por mantener la paz; tras glosar sus logros en el campo de
batalla, exponía la propuesta de que él y Pompeyo renunciaran a sus cargos al
mismo tiempo. La opinión pública no llegó a saber de esta misiva, pues los
senadores se encargaron de ocultarla.
Metelo Escipión, en su celo por
acabar cuanto antes con el poder de su rival, dispuso una fecha inaplazable
para que César abandonara el mando de sus legiones, o de lo contrario sería
declarado enemigo de la República. Durante la votación de esta norma sólo hubo
dos opositores, Curio y Celio, pero por fortuna, Marco Antonio, como tribuno,
vetó la propuesta impidiendo que pudiera convertirse en ley; después de esto,
Pompeyo intentó apelar al miedo de los tribunos, advirtiéndoles que con César
frente a Roma con sus legiones no podía garantizar su seguridad. Tras este
ultimátum, los tres defensores de César hubieron de abandonar la capital del
imperio ocultándose a los ojos de sus muchos enemigos, disfrazados de esclavos,
y acosados por las bandas callejeras que los tradicionalistas habían dispersado
por toda la ciudad.
La crisis estaba prácticamente en su
peor momento: el 7 de enero el Senado proclamó el estado de emergencia y, en
una decisión sin precedentes, otorgó a Pompeyo poderes excepcionales, dándole
el cargo de cónsul sine collega. Fue
entonces cuando Catón y Marcelo instaron al Senado a que pronunciara una frase
legendaria: “Caveant consules ne quid detrimenti res publica capiat”
(Cuiden los cónsules que la república no sufra daño alguno). Con esto, se
dictaba la ley marcial; a continuación, los senadores advirtieron a Pompeyo que
debía trasladar sus tropas a Roma para protegerla del que era considerado como
un invasor.
Tras evaluar la insostenible
situación en que le habían colocado, César optó por el camino del medio:
presentándose ante la legión, explicó a sus soldados las condiciones que le
exigían los senadores, preguntándoles si estaban dispuestos a enfrentarse a
Roma en una contienda en la que de ser derrotados serían juzgados y condenados
como traidores al imperio. La respuesta de sus hombres fue apoyarlo y
acompañarlo en la campaña que iba a desarrollar.
Según las fuentes, los movimientos
del general romano comenzaron alrededor del 7 al 14 de enero de 49 a.C.: informado de los
poderes que le habían sido conferidos a Pompeyo, ordenó que una pequeña parte
de sus tropas avanzara hacia el Sur y tomara la ciudad más cercana, mientras
que él, al frente de la Legión XIII
Gemina, avanzaba hasta el río Rubicón, que marcaba la frontera entre Italia y la Galia Cisalpina; fue entonces
cuando se dice que, al dar la orden de avance a sus tropas, pronunció la famosa
frase: “ Alea iacta est”, la suerte está echada. A este respecto,
al contrario de lo que suele creerse, que pronunció la famosa frase en latín,
según Suetonio la pronunció en griego y no sólo eso, sino que la tomó de una
obra del dramaturgo ateniense Menandro, uno de los autores preferidos del
general.
Al conocer la noticia de las
intenciones de César, los optimates
abandonaron la ciudad y declararon enemigos de Roma a todos aquellos que se
quedaran en ella. Pompeyo, con sus tropas, marchó hacia el Sur, sin saber que
su enemigo venía a él con tan sólo una legión; éste, albergando una mínima
esperanza de reconciliación con su antiguo amigo, lo persiguió hasta el puerto
de Brundisium con la intención de ofrecerle rehacer la alianza, pero Pompeyo no
aceptó: retrocedió aún más y se refugió en Grecia con sus seguidores.
César se encontraba en una
encrucijada: si perseguía a su antiguo socio dejaba su retaguardia
desguarnecida frente a los posibles ataques de las legiones de Pompeyo que se
hallaban en Hispania, y si se volvía contra éstas para protegerse permitiría
que su enemigo se reorganizara. Después de calcular que posiblemente el rival
más débil fueran precisamente las tropas acantonadas en Grecia, César volvió
sobre sus pasos y en una marcha brutal que apenas llegó a durar 27 días se
presentó en Hispania, dispuesto a presentar batalla a los ejércitos de su
rival: unas cuantas legiones estaban bajo el mando de legados afines a Pompeyo,
al tiempo que la mayoría de las poblaciones de la región habían jurado
fidelidad no a Roma, sino al propio Pompeyo, que aún permanecía como procónsul
de la provincia.
Durante un breve tiempo se enfrentó
con estos ejércitos en diversas escaramuzas y combates, hasta que por fin, en
la batalla de Ilerda (antiguo nombre de Lérida), los derrotó de forma
definitiva e inapelable.
Tras considerar asegurada su
retaguardia, César regresó a Roma y organizó las instituciones políticas: con
la situación creada por el enfrentamiento entre las facciones, la ciudad había
caído en la anarquía y se hacía necesaria una mano fuerte que pusiera orden en
el caos; una vez rehecho todo el sistema, se dirigió a Grecia, dispuesto a
enfrentarse con Pompeyo.
Al principio las cosas no le fueron
demasiado bien: el 10 de julio de 48
a.C. se encontraba con el escollo de una derrota en la
batalla de Dirraquium, aunque no llegó a ser un desastre completo: su enemigo
no fue capaz, o tal vez no supo, de aprovecharse de esta victoria, lo que
permitió que César huyera del campo de batalla con todo su contingente
prácticamente intacto.
El final de la contienda se produjo
el 9 de agosto: gracias a su habilidad militar, la batalla de Farsalia resultó
en una victoria aplastante de las tropas de César, aunque sus enemigos
consiguieron encontrar una escapatoria y huir: Pompeyo se dirigió a Rodas y
desde allí embarco hacia Egipto, mientras que Metelo y Catón tomaban el camino
del Norte de África…
De nuevo, sus pasos lo devolvieron a
Roma, donde fue nombrado dictador (pensemos que en la época de que estamos
hablando el término dictador no significaba lo mismo que ahora, no tenía unas
connotaciones tan negativas); designó a Marco Antonio como Magister equitum. Por segunda vez se convertía en cónsul,
con Publio Servilio Vatia Isaúrico a su lado.
César no quería dejar cabos sueltos
en sus relaciones con sus enemigos conservadores, así que en el 47 a.C. se dirigió a Egipto en
busca de Pompeyo: descubrió que había sido asesinado el año anterior por
encargo del faraón Ptolomeo XIII con la intención de congraciarse con el romano,
acto que lo apenó notablemente, ya que tenía la intención de ofrecerle su
perdón. Debido a los intereses que Roma tenía en Egipto y probablemente a la
muerte de su antiguo socio, comenzó a intervenir en la política del reino
africano, quitando el cargo de faraón a Ptolomeo XIII y sentando en el trono en
su lugar a su hermana Cleopatra VII. Durante los disturbios en los que hubo de
intervenir, ante la posibilidad de que sus barcos cayeran en manos enemigas los
quemó, hecho que provocó el incendio de un almacén de libros perteneciente a la Biblioteca de Alejandría.
Entre César y Cleopatra surgió un
romance que dio fruto a un niño, Cesarión, que más adelante gobernaría Egipto
como Ptolomeo XIV por breve tiempo, y se convertiría en el último faraón del
reino. Algunos historiadores han puesto en duda que este muchacho fuera hijo
del cónsul, basándose en el hecho de que el general romano nunca lo reconoció
oficialmente como hijo suyo.
Avisado de las intenciones militares
de Farnaces, el rey del Ponto, se dirigió hacia el Asia Menor, donde se
enfrentó a él y lo derrotó fácilmente en la batalla de Zela, donde se supone
que pronunció otra inmortal frase: “Veni, vidi, vici”.
Aún quedaban miembros de la facción
conservadora por capturar: Metelo y Catón, como ya hemos dicho, habían huido al
Norte de África. Dispuesto a acabar con aquel reducto que con el tiempo podía
devenir en una nueva complicación, César se embarcó contra ellos, batiéndolos
con contundencia en el 46 a.C.,
en la batalla de Tapso, donde acabó con ambos; sin embargo, se le escaparon los
hijos de Pompeyo, Cneo y Sexto Pompeyo Fastulos, junto con su antiguo legado en
las Galias, Tito Labieno, que partieron hacia las provincias de Hispania.
Estas victorias dotaron a César del
mayor poder que había tenido en toda su historia: al regresar a Roma a finales
de julio del 46 a.C.,
su facción dominaba por completo el senado, lo que el victorioso general
aprovechó para legitimarse: fue nombrado dictador por tercera vez, y de nuevo
con unas condiciones sin precedentes: este nuevo cargo podría ostentarlo
durante diez años.
Ebrio de poder, se dispuso a mostrar
ante los romanos toda la gloria de sus hazañas: para celebrar estos triunfos
ofreció al pueblo cuatro desfiles triunfales, que se celebraron desde el 21 de
septiembre hasta el 2 de octubre. Ante los asombrados ojos de la ciudadanía se
mostraban las maravillas de las provincias conquistadas, y la gran multitud de
esclavos sometidos resultaba abrumadora. Los eventos incluían incluso, como ya
había hecho en alguna ocasión, batallas en lagos artificiales.
Fueron unas fechas fastuosas, en las
que las lamentaciones por la guerra civil entre los propios romanos fueron
disimuladas por la exposición de las grandes victorias contra otros pueblos.
Para mantener el aprecio que le
tenían sus tropas, se mostró extremadamente agradecido: entregó a cada
legionario cinco mil denarios (el equivalente a 16 años de servicio
obligatorio), a cada centurión diez mil y a cada tribuno y prefecto veinte mil;
además de eso, les dotó de terrenos, aunque en este caso no estaban aledaños a
Roma, pues para mantener intacta la fama que ostentaba entre los ciudadanos no
quiso despojarlos de ellos; además, de esta manera establecía colonias romanas
en los territorios recientemente conquistados con las que poco a poco iría
dominando a los levantiscos.
Tampoco olvidó al propio pueblo: en
cumplimiento de una antigua promesa, distribuyó diez modios de trigo (una
medida romana que equivalía aproximadamente a 8,75 l.) por cabeza y una
cantidad similar de aceite con 300 sestercios; a todo esto le añadió otros cien
sestercios más por la demora en cumplir su promesa.
Y aún no acababan ahí las reformas y
donaciones: rebajó el alquiler de las casas, dejándolas en la capital en 2000
sestercios y en el resto de Italia en 500, y aumentó la distribución de carnes;
después del triunfo sobre Hispania dio dos grandes festines públicos, el
segundo mucho más abundante y fastuoso, cinco días después del primero, por
considerar que no había sido suficientemente digno.
Multiplicó los espectáculos de todo
tipo en todos los barrios de la ciudad: combates de gladiadores, comedias, en
los que participaban gentes de todas las naciones conquistadas; había multitud
de juegos en el Circo Romano, actuaciones de atletas, e incluso una naumaquia
(una batalla naval).
Nadie podía decir ni quejarse de que
aquellos fastos no lo incluyeran de una forma u otra: entre los gladiadores se
encontraba gente como Furio Leptino, pariente de pretores, o Quinto Calpeno,
que había sido senador; muchos hijos de príncipes de Asia y Bitinia bailaron la
pírrica (danza en la que se imitaba un combate); e incluso un ciudadano romano,
Decimo Liberio, representó durante los juegos una obra de mimo de composición
propia, recibiendo por ello 500.000 sestercios y un anillo de oro; cuando
acabó, se le sentó entre los equites.
Tras ensanchar la arena del Circo y
abrir un foso lleno de agua alrededor, se celebraban carreras de cuadrigas y
bigas y todo tipo de eventos, incluidos los llamados troyanos, en los que
participaban incluso los niños; el apoteósico final de las fiestas consistió,
al parecer, en una batalla entre dos grandes ejércitos en los que participaban hasta
elefantes.
Expresamente para estos fastos se edificó
un estadio en las inmediaciones del Campo de Marte, e incluso se construyó un
lago al otro lado del Tíber, en lo que se denominaba la Codeta menor, donde se
celebraban las batallas navales.
César parecía estar dominado por un
frenesí constructor: reformó los edificios públicos de Roma y creó muchos otros
en general en torno al Campo de Marte y el complejo del Foro, entre los que se
cuentan el Foro Julio o Foro de César (que finalizó Augusto), una estatua
ecuestre de su propia figura ubicada en el centro de la plaza, frente al templo
de Venus Genetrix, que también había
construido consagrado a la que había considerado como su divina antepasada…
Sin embargo, todo aquello no podía
durar: los hijos de Pompeyo, en Hispania, buscaban la caída del hombre que
había sido la ruina de su padre, por lo que promovieron, en el invierno de ese
mismo año, una rebelión en toda la provincia: bajo el estandarte de la memoria
de Pompeyo, Tito Labieno y los hermanos consiguieron, con los considerables recursos
que les proporcionaba Hispania, reunir un ejército de trece legiones, en las
que se englobaban los restos de las tropas de África, dos legiones de
veteranos, otra de ciudadanos romanos de Hispania y población local alistada.
Poco después de este levantamiento,
controlaban ya casi toda la Hispania
Ulterior, conquista que incluía las colonias de Itálica y
Corduba, ésta última la capital de la provincia.
Comprendiendo el peligro que suponía
tal avance, César marchó a Hispania y, tras unos movimientos de tanteo y
algunas escaramuzas, se enfrentó al ejército rebelde en la batalla de Munda y
lo aplastó.
De regreso en Roma una vez más, el
dictador se mostró más desconfiado que nunca: los conservadores eran como una
hidra, cortaba una cabeza y aparecían más, por lo que comenzó a sospechar de
algún intento de asesinato. Tal obsesión llegó al punto de que, en diciembre de
45 a.C.,
en vísperas de las Saturnales, fue invitado por Cicerón, el suegro de su
sobrino nieto Cayo Octavio, a pasar unos días en su residencia de Puteoli (la
actual Pozzuoli), oferta que aceptó, pero haciéndose acompañar por una escolta
de dos mil hombres. A pesar de esto, la cena debió ser un gran éxito.
Aprovechando esta ausencia, el Senado
votó en bloque toda la normativa relativa a los cargos y honores que habían
sido conferidos a César. Según explica Dion Casio, esta decisión fue tomada de
esta manera porque “esta labor no debía
parecer el resultado de una coacción, sino la expresión de su libre voluntad”.
De esta manera, antes de cumplir la tradición de colocar los decretos a los
pies de Júpiter Capitolino, a César le fueron presentados personalmente por los
senadores, con lo que se subrayaba aún más el homenaje que las máximas
autoridades de la ciudad le rendían.
Este acto fue, probablemente, uno de
los factores que más adelante redundarían en perjuicio de César y de su trágico
final: el dictador estaba en el vestíbulo del templo de Venus Genetrix discutiendo con arquitectos y artistas, cuando los
senadores se presentaron ante él, pero prosiguió con sus conversaciones como si
tal cosa no tuviera la más mínima importancia; uno de los senadores se adelantó
para pronunciar un discurso, y el dictador se volvió para escucharlo, pero sin
levantarse de su asiento, tal vez tratando de poner en evidencia la afrenta
recibida en su persona tres meses antes por el tribuno Aquila. Su respuesta
sorprendió a los senadores, pues en lugar de alargar la lista de honores que
había de recibir, insistió en reducirlos, aunque los aceptó en todo caso. Esta
actitud indignó enormemente a todos los asistentes a este solemne acto.
Su ambición llegó mucho más lejos:
asumió prerrogativas que depositaban en sus manos el poder absoluto, haciendo
que todos sus actos fuesen ratificados por el senado, que los funcionarios fuesen
obligados a prestar juramento desde su entrada en funciones de que no se
opondrían nunca a cualquier medida que pudiera dictar él, e incluso se hizo
atribuir los privilegios de los tribunos de la plebe; de esta manera, obtenía
la tribunicia potestas y la inmunidad
que ostentaban… El resultado de toda esta absorción de funciones por parte de
César lo convertía literalmente en un emperador absoluto, sin la posibilidad de
que nadie pudiese oponerse a él: el Senado se quedaba en una mera asamblea
consultiva.
Con la aparente intención de
convertirse no sólo de facto, sino de nombre y a todos los efectos, en monarca
y regresar a los tiempos anteriores a la República, empezó una campaña de propaganda para
ir preparando a la ciudadanía para tal hecho, a sabiendas de que el pueblo era
muy recalcitrante ante la idea de volver a aquella forma de gobierno. Esta
imagen que pretendía darse fue aprovechada por sus enemigos, que esperaban que
su propia ambición acabara con él, lo que degeneró en una tensa guerra entre
facciones en la sombra.
El comienzo de estas hostilidades
surgió cuando, tras erigir una estatua de oro de César, la coronaron con una
diadema con una cintilla blanca, un símbolo de la realeza; esta tentativa de
sondear el terreno se saldó con el hecho de que dos tribunos del pueblo
ordenaron arrancar dicha diadema y arrojarla lejos, para después, en un alarde
de hipocresía, simular ser firmes defensores de la reputación cívica del
dictador.
Ambos bandos se comportaban de forma
tan magistral como implacable, buscando en todo momento la manera de herirse
mortalmente: durante los últimos días de enero, en las cercanías de Roma, en el
Monte Albano, se desarrollaban las fiestas latinas, a las que César estaba
llamado a acudir, pudiendo elegir la modalidad en la que deseaba presentarse,
bien como Pontifex Maximus, bien como dictador, opción ésta por la que se
decantó; así, se presentó portando la toga púrpura y calzando las botas rojas.
Cuando concluyeron las fiestas,
César entró en Roma a caballo, en medio de las aclamaciones y algunas voces que
lo aclamaban como rey; ante aquellas aparentes muestras de fidelidad al
dictador, los tradicionalistas intervinieron y comenzaron a escucharse gritos
de protesta, situación que César solventó con la frase “Mi nombre es César y no
Rex”. Era un juego de palabras que podía interpretarse como una alusión a su
parentesco con la gens Marcci Reges,
familia a la que pertenecía su madre.
La campaña para coronarse como rey
proseguía inexorablemente: el 15 de febrero, el día de las fiestas Lupercales,
hubo un nuevo acto al que el dictador acudió con los mismos ropajes que en la
celebración anterior, ocupando un trono de oro que había sido colocado en medio
de la tribuna de las arengas, por donde había de pasar una procesión encabezada
por Marco Antonio. Junto al dictador se hallaba el cuerpo de magistrados: Marco
Emilio Lépido como su jefe de caballería, los pretores, los ediles,…
En el momento en que pasaban delante
de la tribuna los sacerdotes julianos, uno de ellos, de nombre Licinio, se
acercó al estrado y depositó a los pies de César una corona de laurel con la
cintilla de la diadema real entrelazada, momento en que los asistentes
comenzaron a aplaudir; a continuación Licinio subió hasta la tribuna y colocó
la corona sobre la cabeza de César, que hizo un gesto de protesta; éste se
volvió hacia Lépido para que lo ayudara, pero el militar permaneció quieto.
Fue Cayo Casio Longino quien se
adelantó y recogió la corona de la cabeza del dictador, para ponerla sobre sus
rodillas, pero éste la rechazó; ante el modo en que se estaban desarrollando
los acontecimientos, Marco Antonio tomó una medida expeditiva: subió hasta la
tribuna, tomó la corona y volvió a depositarla sobre la cabeza de César, pero
esta vez la reacción del republicano fue distinta: se la quitó el mismo y la
arrojó lejos, lo que le valió un enfervorizado aplauso de la multitud, que veía
con aquel signo cómo el fantasma de la monarquía parecía alejarse de la ciudad
sobre la que había estado planeando durante tanto tiempo; aún así, hubo quienes
le pidieron que aceptara la dichosa corona, e incluso Marco Antonio insistió en
recogerla de nuevo y volver a ceñir con ella las sienes del dictador, pero éste
volvió a quitársela y ordenó que fuera llevada al templo de Júpiter, donde
“será mejor colocada”; a continuación llamó al cronista de los actos públicos
para que consignara que el pueblo le había ofrecido la corona de la realeza de
manos del cónsul, pero que él la había rechazado.
Aunque la idea de la monarquía
parecía haber sido desterrada definitivamente, la campaña seguía: se recurrió a
los libros sibilinos para conocer el futuro de la campaña militar contra los
partos; estos libros habían sido quemados por Sila, y en aquel momento lo que
se utilizaba como tales eran copias más o menos fiables.
Los custodios de estos libros
aseguraron que, a tenor de la interpretación que podía hacerse de ciertos
pasajes, se podía entender que la victoria contra el enemigo sólo tendría lugar
si los ejércitos romanos estaban comandados por un rey; al poco tiempo, comenzó
a circular por toda la ciudad el rumor de que la próxima reunión del senado, el
15 de marzo, sería la definitiva: el tío de César, Lucio Aurelio Cotta, tomaría
la palabra para proponer que su sobrino recibiera el título de rey.
Éste fue el detonante para que los
últimos optimates que quedaban como
oposición al dictador se movilizaran para llevar a cabo medidas más drásticas
que las promovidas hasta el momento: Cayo Casio Longino reunió a su alrededor a
un grupo de conspiradores con la intención de acabar con la vida de César y
evitar que el imperio fuera dirigido desde Alejandría, desde donde Cleopatra, o
al menos eso se daba a entender a la población, ejercía sobre el dictador una
notable influencia.
Tras meditar acerca de quién había
de ser la cabeza visible del complot, acordaron probar con Marco Junio Bruto, a
quien consideraron como el más adecuado para dicha tarea.
Al parecer debía haber disensiones
en la forma de llevar a cabo la misión que se habían encomendado: Marco Junio
Bruto abogaba más por la protesta pasiva, por la abstención, pero Longino acabó
por fin por convencerlo de que la única manera de evitar que el dictador se
saliera con la suya, teniendo en cuenta el poder que tenía sobre el senado, los
comicios y el tribunal del pueblo, era acabar con él.
Gracias a Marco Junio Bruto
consiguieron que se les unieran más descontentos: al fin y al cabo, se decía de
él que era descendiente de Lucio Junio Bruto, que había expulsado a Tarquinio
el Soberbio, el último rey de Roma, en el 509 a.C. ¿Qué mejor opción para acabar con un
aspirante a rey que quien tenía sangre de quien había destronado a uno? Así,
entre otros, la conjura contó con Décimo Junio Bruto Albino, un familiar de
César en quien éste tenía una gran confianza.
Todos estuvieron de acuerdo en matar
a su enemigo en pleno Senado, lo que para las costumbres romanas era todo un
sacrilegio y demostraba a las claras la extrema situación a la que se había
llegado. De esta manera intentaban que no fuera una mera emboscada, sino un
acto de patriotismo, para salvar a la República; inmediatamente consumado el hecho, los
senadores habían de declarar su solidaridad con la sentencia ejecutada contra
el dictador.
Al parecer sus intenciones no se
quedaban meramente en acabar con la vida de César: pensaban arrojar su cadáver
al Tíber, adjudicar sus bienes al Estado y anular todas las disposiciones que
había establecido durante su mandato.
En el 44 a.C., durante los idus de marzo, todo estaba ya dispuesto
para el asesinato: un grupo de senadores complotados convocó al dictador al
Foro con la aparente intención de leerle una petición por la cual le
solicitaban que devolviera al Senado el poder que siempre había tenido.
Al parecer había rumores y sospechas
acerca de lo que estaba por venir, pues Marco Antonio, ante algunos de aquellos
informes que Servilio Casca le había presentado, corrió al encuentro de César
para intentar pararlo en las escaleras y evitar que entrara a la reunión; sin
embargo, los conspiradores alcanzaron al dictador antes, al pasar el Teatro de
Pompeyo, donde se reunía la curia romana, y se lo llevaron aparte, a una
habitación donde le fue entregada la petición. Al empezar a leerla, el senador
que se la había entregado, Tulio Cimber, le tiró de la túnica, lo que hizo que
César demandara por el motivo de tal acto (hay que tener en cuenta que, en
virtud de los cargos que ostentaba en aquel momento, era jurídicamente
intocable, de ahí la expresión “Ista quidem vis est?” (¿Qué clase de
violencia es esta?)).
Casca era uno de los conjurados:
sacando una daga, le asestó un corte en el cuello que hizo que César se
volviera y clavara su punzón de escritura en el brazo del hombre que lo había
atacado.
Ante el grito de Casca, todos los
complotados se arrojaron sobre el dictador, que intentó salir del edificio para
pedir ayuda, pero tropezó y cayó en las escaleras del pórtico, donde los
asesinos remataron su faena.
Y aquí entramos en las famosas
palabras “¿También tú, Bruto?”. No hay un consenso claro entre las diversas fuentes
y los historiadores, aunque las más aceptadas o conocidas de todas las que se
han propuesto son las siguientes:
- Según Suetonio, habría hablado en griego: “Kai sy, teknon?”, lo que traducido viene a ser “¿Tú también, hijo mío?”.
- Habría hablado en latín, aunque no sería más que una traducción de la frase anterior a la que se habría añadido el nombre de Bruto: “Tu quoque, Brute, filii mei!”.
- Una variación de esta expresión, inmortalizada en la obra de Shakespeare: “Et tu, Brute?”.
- Según Plutarco, en realidad no dijo nada, sino que al ver a Bruto entre los agresores se limitó a cubrirse la cabeza con la toga.
Consumado el acto, los conspiradores se
dieron a la fuga, dejando el cuerpo exánime a los pies de una estatua de
Pompeyo, donde permaneció durante un tiempo, hasta que tres esclavos públicos
lo recogieron y lo llevaron a su casa, de donde Marco Antonio lo recogió para
mostrarlo al pueblo. Poco después, los soldados de la Legión XIII Gemina, que
había estado tan unida a su general, llegaron con antorchas para incinerar el
cuerpo, a los que se unieron los ciudadanos, que echaron a la hoguera cuanto
podían encontrar para aumentar aún más la pira.
En torno a este luctuoso hecho giran algunas
leyendas, como la que dice que la esposa de César, Calpurnia Pisonis, había
soñado con un terrible presagio y había advertido a su marido que había de
tener cuidado, pero éste había desdeñado tales sueños y le había asegurado que
sólo se debía temer al miedo; o la que cuenta que un vidente ciego le había
prevenido contra los idus de marzo, y que el día fatídico, al encontrarlo en
las escaleras del senado, César se había burlado diciéndole que seguía vivo, a
lo que el ciego le había respondido que los idus no habían acabado aún…
Tras su muerte, la principal consecuencia
que podemos citar es la cruenta guerra civil que se produjo en Roma, aunque
hubo otras:
- El nombre César pasó a convertirse en un título, como pudiera serlo rey o faraón.
- Las campañas militares previstas se suspendieron: la represión de los dacios o la guerra contra los partos.
- Se paralizaron muchas de las obras que había comenzado, como un templo dedicado a Marte, un enorme teatro al pie de la Roca Tarpeya, o la fundación de numerosas bibliotecas públicas griegas y latinas, que habían quedado inicialmente al cuidado de Marco Terencio Varrón..Asimismo, iba a secar las lagunas Pontinas, dar salida a las aguas del lago Fucino, construir un camino desde el Mar Adriático hasta el Tíber a través de los Montes Apeninos e incluso abrir el istmo de Corinto…
- Recomponer el derecho civil y elaborar un resumen lo más completo y exacto posible, de todas las leyes existentes.
A
pesar de todo lo sucedido, la figura de César (o sus ideas) seguía teniendo un
innegable atractivo, lo que se demostró cuando, en el 42 a.C., el Senado lo deificó
con el nombre de Divas Iulius. En el
lugar donde su cadáver había sido incinerado se construyó un altar que sirvió
de foco para la aparición de un templo que le sería dedicado a él. A partir de
este momento, al igual que su nombre había pasado a ser epíteto de cargo, el
hecho de deificar a los emperadores a su muerte se convirtió en un uso
habitual.
Respecto
a la guerra civil que siguió a la muerte de César, comentar que se tradujo en
una cruenta lucha por el control absoluto de Roma entre César Augusto, sobrino
nieto del dictador, que había sido nombrado por éste heredero universal, y
Marco Antonio, una guerra que finalizaría con la definitiva caída de la
República y la aparición de un sistema de gobierno similar a la monarquía, que
los historiadores han denominado Principado: resultó una truculenta ironía que
la muerte de César se revelara absolutamente inútil, ya que no impidió que se
estableciera un gobierno autocrático y dictatorial. En el fondo, detrás del
asesinato no había meramente móviles políticos, sino también personales,
antiguos odios nacidos de diversas afrentas y enfrentamientos…
Julio César destacó no sólo como un
brillante general y estratega, sino también como un gran orador y escritor: al
parecer redactó un tratado sobre astronomía, otro acerca de la religión en la
república romana, y un estudio referente al latín; por desgracia, ninguno de
estos ha sobrevivido hasta nuestros días. Por el contrario, las obras que sí se
han conservado han sido sus Comentarios de la Guerra de las Galias y sus
Comentarios de la Guerra Civil.
De hecho, son estos documentos, y los escritos por Suetonio, Plutarco, Veleyo
Patérculo o Eutropio, los que se conforman en las fuentes principales a través
de las cuales conocemos gran parte de su vida y de su carrera militar.
Algunas fuentes
clásicas mencionan el hecho de que nuestro personaje padecía de crisis
epilépticas que podían llegar a hacerle perder el conocimiento: Suetonio, por
ejemplo, menciona un par de estas crisis, y Plutarco narra que, durante la
batalla de Tapso, perdió momentáneamente la capacidad de mando.
Estas antiguas fuentes
también mencionan su faceta de gran seductor: al parecer, frecuentó a muchas
mujeres, entre las que se contarían las esposas de personajes de la alta
sociedad romana, como las de Servio Sulpicio Rufo (Postumia), Aulo Gabinio
(Lollia), o incluso las de sus socios Pompeyo (Mucia) y Craso (Tertulia) y la
madre de Bruto (Servilia Cepionis). Asimismo, reinas como Cleopatra (Egipto) o Eunoé
(esposa del rey de Mauritania, Bogud), cayeron también presas de su embrujo (o
quizás del poder que ostentaba). Tan conocida era su inclinación a los placeres
del amor, que incluso sus propios soldados, cuando celebró su triunfo en Roma
por la exitosa campaña militar de las Galias, cantaban, según escribe Suetonio,
los siguientes versos:
“Ciudadanos, vigilad a vuestras mujeres:
traemos a un adúltero calvo.
Has fornicado en Galia con el
oro que tomaste prestado en Roma.”
En su faceta de
legislador, César tuvo una intensa actividad durante el tiempo relativamente
breve que permaneció en el poder; entre otras medidas que tomó, podemos citar:
- Creó el formato del año actual, conocido como año juliano, ajustó el calendario con arreglo al año solar, con los 12 meses y el día bisiesto cada cuatro años en febrero. Puesto que había que corregir los desmanes de los calendarios anteriores, que intercalaban días o meses según convenía, se estableció el comienzo de este año a partir del 153 a.C., fecha en que comenzaría el año el 1 de enero en lugar del 1 de marzo como siempre había sido.
- Diezmado por la guerra civil, el Senado necesitaba de gente que César aportó con sus partidarios.
- Aumentó el número de “funcionarios” notablemente, entre pretores, ediles, cuestores y otros, al tiempo que creaba nuevos patricios.
- Curiosamente, y a pesar de su aparente intención de acaparar el poder absoluto en Roma, compartió con el pueblo la elección de magistrados, permitiendo que los ciudadanos pudieran elegir la mitad. Aunque no era tan libre, pues había una designación previa por su parte: los escribas enviaban en tablillas a las provincias conquistadas las designaciones iniciales, en unos términos no demasiado abiertos: “César dictador, a tal tribu. Os recomiendo a fulano y a mengano para que obtengan su dignidad por vuestro sufragio”. Al mismo tiempo, se mostró clemente con los hijos de los proscritos y los admitió a los honores.
- Creó el cargo de comandante del ejército, que designó como imperator, y estableció la admisión de mercenarios extranjeros en las legiones romanas por contratación.
- Reorganizó el sistema judicial, reduciéndolo de tres clases de jueces a dos, los senadores y los caballeros, eliminando la clase de los tribunos del tesoro.
- Reestructuró el sistema de censo del pueblo, para efectuarlo por barrios y según los propietarios de las casas: de la misma manera, la lista de las personas a las que el Estado suministraba trigo se redujo drásticamente, de 320.000 a 150.000, y para evitar que tal medida pudiese ser fuente de graves conflictos y disturbios ordenó que el pretor correspondiente tuviese la potestad de sustituir a los que fueran falleciendo, por medio de un sorteo, con los que no estaban inscritos en la lista.
- Para mantener controladas a las colonias de ultramar y fomentar de alguna manera el intercambio cultural y comercial, distribuyó en ellas a 80.000 ciudadanos; y para evitar que la población en Roma decayera de forma excesiva, estableció que ningún ciudadano entre 20 y 60 años que no poseyese un cargo público pudiese permanecer más de 3 años fuera de Italia, así como que ningún hijo de senador pudiera emprender viajes lejanos si no era acompañado por algún magistrado; e incluso decretó que los criadores de ganado habían de tener entre sus pastores al menos la tercera parte de hombres libres en edad de pubertad…
- Como causa y consecuencia de lo anteriormente expresado, todos aquellos que practicaban en Roma medicina o cualquier tipo de artes recibieron el derecho de ciudadanía, lo que los ligaba a la ciudad de forma clara al tiempo que pretendía atraer a otros como ellos.
- En lo que respectaba a las deudas, ordenó que los deudores debían pagar dichas cuentas en base a la tasación de sus propiedades y conforme al precio de estos bienes antes de la guerra civil; al mismo tiempo, se deduciría del capital todo el pago previo en dinero o promesas escritas como usura; de esta manera, acababa con aproximadamente la cuarta de las deudas existentes.
- Los delincuentes recibían castigos más severos, y para los ricos, que habían estado haciendo lo que querían sin perder ni una moneda, decretó la confiscación completa en el caso de los parricidas y la pérdida de la mitad de sus bienes a los criminales.
- A todos aquellos que fueran reos del delito de concusión (en palabras vulgares, viene a ser cobrar exacciones ilegales por parte de un funcionario) se les privaba del orden senatorial.
- Estableció impuestos sobre las mercancías extranjeras, enviando guardias a los mercados para que comprobaran que tales tasas se pagaban religiosamente y requisar los artículos prohibidos, que llevaban a su casa.
- En un alarde de austeridad (ajena), prohibió el uso de literas, púrpura y perlas, con excepciones según qué personas, qué edades o determinados días.
- Reorganizó el sistema monetario y creó una ceca privada con la que acuñaba el oro obtenido de la Guerra de las Galias y del saqueo del erario público; asimismo, fue el primer dirigente romano cuyo rostro apareció en las monedas mientras estaba vivo. Para fomentar la liquidez y el movimiento de las monedas, redactó una ley por la que prohibía la acumulación de más de 15.000 denarios, que casi con toda seguridad debió ser inaplicable e ineficaz.
- También fue el primer legislador romano que envió a sus veteranos a crear colonias fuera de Italia.
Consideraciones
- Como muchos de los grandes personajes de la historia, se sitúa el origen de Julio César en un entorno épico y semimítico, más allá casi de la mera humanidad. En este caso, es el propio César quien se lo atribuye durante los ritos fúnebres de su tía Julia, al declararse descendiente de Eneas, que a su vez era hijo de Venus y Anquises; en consecuencia, la familia Iulia descendería de la propia diosa romana del amor, y serían poco menos que semidioses. En el fondo, ésta no es más que una mera justificación para manifestar su altivez y su posición por encima de la mayoría de los ciudadanos, y de muchos patricios y senadores.
- Volvemos a otra característica común de los grande conquistadores: el sueño, la profecía de que en el futuro serán personajes tan gloriosos que eclipsarán al resto de los mortales. César no es ajeno a estas visiones, también recibe un aviso de lo que llegará a ser. ¿Se trata realmente de un aviso de los dioses, del destino o la Providencia, o más bien de una autoafirmación de lo que desean ser, y a lo que su voluntad acabará por conducirlos? En el fondo, estamos ante unos personajes cuya voluntad y tesón son tan fuertes que, cuando comienzan su carrera, necesitan confirmar de alguna manera que llegarán a ser más grandes que los demás, y para ello nada mejor que los dioses enviándoles una señal de su aquiescencia hacia ellos…
- Hay algunos aspectos de la biografía de César que resultan un tanto chocantes por la aparente contradicción en sus ideas. Cuando Sila le ofrece un puesto cerca de él, pero le exige para ello divorciarse de la hija de Cinna, enemigo acérrimo del dictador, el republicano prefiere enemistarse con el gobernante antes que perder a su esposa. ¿Qué es lo que hay tras este acto? Sabemos que era tremendamente ambicioso, por lo que lo más lógico es pensar que se aliara con Sila hasta que tuviera el poder suficiente como para quitarlo del medio y alzarse a lo más alto de Roma; y, sin embargo, prefiere mantener su fidelidd a Cinna. ¿Previsión para el futuro? ¿Tal vez, un amor hacia su esposa que supera incluso su ambición?
- Resulta irónico comprobar cómo la carrera de César tan pronto lo acerca como lo aleja de amigos y enemigos: después de haber sido enemigo de Sila por haberse negado a divorciarse de la hija de Cinna, y haber sido perseguido y acosado por éste, tras la muerte tanto de su aliado como de su enemigo se acerca a los seguidores de Sila, casándose con una nieta suya con el fin de congraciarse con ellos. Es decir, tal parece que pudo más su deber hacia sus aliados mientras éstos estuvieron vivos, y después, buscaría nuevos socios.
- Estamos en un momento en que las intrigas palaciegas y las luchas por el poder están a la orden del día. Curiosamente, cuando a César se le nombra procónsul de la Galia Transalpina e Iliria, se produce la muerte del gobernador de la Galia Cisalpina, lo que le deja con las manos libres para convertirse en procónsul también de esta provincia. ¿Casualidad? Casi diría que no demasiada, puesto que ésta era la manera de tener acceso total a toda la zona de las Galias para conquistarla y adueñarse de todos los recursos y riquezas de que disponía, al tiempo que se convierte en un héroe militar de gran renombre.
- Tocamos a continuación un tema ya reiterativo, como es la cuestión de las cifras barajadas en las campañas militares: en la época de César, ¿había tanta gente en las Galias como para masacrar a más de un millón de personas y que aún dichas provincias pudieran abastecer con más de un millón de esclavos y ciudadanos al imperio? Comparando las cifras que nos ofrecen unas fuentes y otras, aunque seguramente los combates fueron extremadamente cruentos, pues los galos no estaban dispuestos a ceder ni un palmo de terreno sin luchar, personalmente me decanto por la opción que ofrece Patérculo: 400.000 defensores muertos. Aún así resultan cifras impresionantes para la época….
·
Al parecer no se ha demostrado de
forma clara y fehaciente que la intención de César fuera proclamarse rey,
aunque los datos que vemos en su biografía apuntan inequívocamente en esa
dirección, o en una similar: tal vez no pretendiera ser un monarca como los
primeros gobernadores romanos, pero sí buscó con ahínco el poder absoluto,
convertirse en el amo y señor indiscutido de Roma y su imperio. Parece evidente
que pretendía establecer alguna forma de autocracia, aunque la duda estriba en
el tipo que pretendía imponer: ¿un rex
como el de los etruscos? ¿Tal vez buscaba una idea similar a la del faraón dios
egipcio? ¿O quizás andaba detrás de un gobierno del tipo de los basileus griegos? En cualquier caso, la
enorme acumulación de poder que fue tomando indicaba claramente que no pensaba
permitir que nadie le hiciera sombra durante su gobierno.
- Al hilo de lo anteriormente expuesto, comprobamos que el uso de la propaganda y los voceros al servicio eran maniobras de uso común en la política romana, y en muchas otras a lo largo de la historia. Las campañas de propaganda que tanto César para convertirse en rey como sus enemigos para impedirlo usaron son una buena muestra de ello: la claca para arrastrar al pueblo a corear consignas de uno u otro tipo, los gestos teatrales con la corona real… Está claro que sabía manejarse extremadamente bien en el ámbito político, lo que, evidentemente, enervaba a sus enemigos hasta el punto de obligarlos cada vez más perentoriamente a tomar medidas drásticas, y hacer lo que Sila no había conseguido.
·
He aquí otra cuestión un tanto
sorprendente, aunque no demasiado: entre los conspiradores que se reunieron
para asesinar a César había de todo un poco: patriotas exaltados que luchaban
por el ideal de Roma, optimates que
odiaban a muerte al dictador por su meteórico ascenso y sus formas de conseguir
la gloria, amén de su ideología republicana (al menos al principio)… y también
seguidores de Pompeyo a los que no sólo había perdonado la vida y la hacienda,
sino que además a muchos veteranos los había recompensado y a algunos nobles
los había colocado en puestos importantes, confiando en ellos para que llevaran
a cabo eficazmente la administración del Estado. Entre estos enemigos se
encontraban, por ejemplo, Casio y Bruto, que había sido gobernadores
provinciales nombrados por César. ¿Por qué se vuelven contra él? Es muy
probable que pesara más en ellos la muerte de Pompeyo, de la que culpaban al
dictador a pesar de no intervenir directamente y de lamentarse por ella, pues
al parecer tenía pensado perdonarlo tras su derrota en la guerra civil tras el
primer Triunvirato (es un detalle que dice bastante a favor de César el que a
pesar de todo siguiera considerándolo como un socio o amigo), que la gratitud
que le debían por tener la posibilidad de mantener su vida y su hacienda e
incluso incrementarla en algunos casos gracias al hombre al que parecían odiar
con tanta fuerza. Diría que, en el fondo, aunque la muerte del dictador fue una
cuestión política, se trató más bien de una especie de vendetta: sus enemigos
lo odiaban tanto y estaban tan hartos de que siempre se saliera con la suya que
no les quedó más opción que tirar por el camino del medio…
·
Para finalizar, comentaremos que
sobre la figura de César hay opiniones para todos los gustos: unos piensan que
fue el mayor político y militar que hemos tenido en Europa, otros como un
hombre tan ambicioso que lo sacrificó todo en aras de conseguir su sueño del
poder máximo, otros como un personaje que se esforzó por mejorar las
condiciones del pueblo romano… Personalmente, y a la vista de su ajetreada
biografía, diría que nos encontramos ante alguien que desde el primer momento
tuvo la visión clara de lo que quería conseguir, y con su fuerza de voluntad,
unida a su habilidad política y militar llegó a lograrlo, aunque para ello
hubiera de hacer y deshacer alianzas con quien se terciara: pero también veo a
un hombre con un cierto sentido del honor o amistad, mostrado en su actitud
hacia Pompeyo, o en su respeto hacia Vercingetorix, por citar tan sólo un par
de ejemplos. ¿Genocida? Así lo denominan algunos, y como tal podría
considerárselo en base a las cifras de la guerra de las Galias; pero cuando te
embarcas en una guerra en la que van a participar miles y miles de guerreros, y
teniendo en cuenta que en aquellos tiempos la fase final era el cuerpo a cuerpo
con el enemigo, no resulta demasiado sorprendente encontrarte con multitud de
bajas en ambos bandos. ¿Despiadado? Probablemente también, y como ejemplo de
ello citaría el episodio de los piratas que lo secuestraron, a los que, a pesar
de haberlo tratado relativamente bien, los condenó sin dudarlo un segundo.
¿Intrigante? Por supuesto, se las arregló muy bien con su campaña para que el
pueblo lo viera como un héroe y un salvador…
Bibliografía
- Comentarios a la Guerra de las Galias, Julio César. Aprox. 52 a.C.
- Guerra Civil (Bellum Civile), Julio César. Aprox. 61 a.C.
- Historia Romana, Veleyo Patérculo. Aprox. 20 d.C.
- Vidas Paralelas, Plutarco. Aprox. 70 d.C.
- Historia Naturalis, Plinio el Viejo. Aprox. 77 d.C.
- Strategemata, Sexto Julio Frontino. Aprox. 77 d.C.
- De Oratoribus, Cornelio Tácito. Aprox. 95 d.C.
- Vida de los Doce Césares, César, Suetonio. Aprox. 120 d.C.
- Historia Romana, Apiano. Aprox. 120 d.C.
- Historia de Roma, Dion Casio. Aprox. 230 d.C.
- Libro de los Césares. Sexto Aurelio Víctor. Aprox. 361 d.C.
- Breviario, Flavio Eutropio. Aprox. 363 d.C.
- Historia de Roma, Theodor Mommsen. 1856.
- Historia de Roma, Indro Montanelli. 1957.
- César, Walter Gerard. 1962.
- El Ejército Romano. De César a Trajano (The Roman Army. From Cesar to Trajan), Michael Simkins. 1984.
- La Acuñación en el Mundo Romano (Coinage in the Roman World), Andrew Burnett. 1987.
- La Revolución Romana, Ronald Syme. 1989.
- La Acuñación en la Economía Romana (Coinage in the Roman Economy), Kenneth Harl. 1996.
- Historia de Roma, Kovaliov, Serguei Ivanovich. 1998.
- Grandes Generales del Ejército Romano, Adrian Goldsworthy. 2000.
- Julio César. Un dictador democrático, Luciano Canfora. 2000.
- Introducción a los Comentarios de la Guerra de las Galias, José Joaquín Caerols. 2002.
- Rubicón, Tom Holland. 2003.
- El Proceso Clásico de la Concentración del Poder, Jerôme Carcopino. 2004.
·
Julio
César. El hombre y su época, Javier Cabrero Piquero. 2004.
- César, Adrian Goldsworthy. 2006.
- Tácticas de Batalla Romanas (Roman Battle Tactics), Ross Cowan. 2007.
- Césares: Julio César, Augusto, Tiberio, Calígula, Claudio y Nerón, José Manuel Roldán. 2008.
- La Tragedia de Julio César, William Shakespeare. 1599.
- César y Cleopatra, George Bernard Shaw. 1901.
- César, Allan Massie. 2006.
- Serie de Roma: El Primer Hombre de Roma (1990), La Corona de Hierba (1991), Favorito de la Fortuna (1993), Las Mujeres de César (1996), el Caballo del César (2003) y Antonio y Cleopatra (2008), Colleen McCullough.
- El Joven Cesar, Rex Warner. 1998.
- Los Idus de Marzo, Wilder Thornton. 2005.
- Internet
- Wikipedia
- Biografiasyvidas.com
- Artehistoria.jcyl.es
- Imperium.org
El personaje de Julio César es uno de esos hombres que han trascendido
todos los niveles de popularidad y han aparecido reflejados por todas partes;
baste para ello decir que, sin ir muy lejos, nos lo encontramos en el mundo del
cómic, en una representación paródica muy conocida, la surgida de la pluma de
Goscinny y Uderzo: Astérix, el irreductible galo que, junto con su fiel amigo
Obélix, se enfrenta una y otra vez a las legiones romanas bajo el mando de un
César soberbio y orgulloso, pero casi siempre justo. Esta imagen, como veremos
a continuación, llegó incluso al mundo del celuloide primero con varias
versiones de animación y más recientemente con otras tantas entregas de las
aventuras de los galos a lo largo del mundo conocido…
De la misma manera, nos encontramos al poderoso general romano
conquistador de las Galias asomado a diversos videojuegos de estrategia imperial:
Las Grandes Batallas de Julio César,
Imperium I, II y III, Praetorians, Rise & Fall,…
Filmografía
Películas
· Julius Caesar, J. Stuart Blackton/William V.
Ranous (Charles Kent). 1908.
· Julius Caesar, Frank R. Benson (Guy Rathbone). 1911.
· Cleopatra, J. Gordon Edwards (Fritz Leiber). 1917.
· Cleopatra, Cecil B. DeMille (Warren William). 1934.
· Caesar and Cleopatra, Gabriel Pascal (Claude Rains). 1945.
· Julius Caesar, David Bradley (Harold Tasker). 1950.
· Julius Caesar, Joseph L. Mankiewicz (Louis Calhern,
Marlon Brando, Deborah Kerr, James Mason). 1953.
· Spartacus, Stanley Kubrick (John Gavin). 1960.
· Cleopatra, Joseph L. Mankiewicz (Rex Harrison,
Elizabeth Taylor, Richard Burton). 1963.
· Julius Caesar, Stuart Burge (John Gielgud). 1970.
· Julius Caesar, Michael Langham (Sonny Jim Gaines). 1979.
· Cleopatra, Franc Roddam (Timothy Dalton). 1999.
· Vercingétorix, Jacques Dorfmann (Klaus Maria Brandauer). 2001.
·
Julius Caesar, Uli Edel (Jeremy Sisto). 2002.
· Imperium: Augustus, Roger Young (Peter O'Toole). 2003.
·
Rome, Varios
(Ciarán Hinds). 2005.
·
La
serie de Asterix el Galo, en la que César tiene apariciones en las siguientes
películas:
o
Astérix y Cleopatra. 1968. Animación.
o
Las Doce Pruebas de Astérix. 1976. Animación.
o
Astérix y la Sorpresa del César. 1985. Animación.
o
Astérix y Obélix contra César, Claude Zidi (Christian Clavier, Gerard
Depardieu, Laetitia Casta, Roberto Benigni). 1999.
o
Misión Cleopatra, Alain Chabat (Christian Clavier, Gerard
Depardieu, Monica Bellucci, Alain Chabat). 2002.
o
Astérix en los Juegos Olímpicos, Fredéric
Forestier y Thomas Lagma (Clovis Comillac, Gerard Depardieu, Alain Delon,
Vanessa Hessler). 2008.
Documentales
Sobre Julio César se
han rodado multitud de documentales, dedicados a su vida y campañas militares;
por citar a algunos de ellos, vamos a anotar los siguientes:
·
Yo, César. Serie documental de varios
episodios para televisión. BBC.
·
Julio César, Canal de Historia.
·
Julio César. La Guerra de las Galias, con Mark
Corby, Neil Faulkner y Michael Praed. Nacional Geographic. 2004.
·
Grandes Batallas. Las Campañas de Julio César. Artehistoria.
·
Julio César. Vini, vidi, vici. Artehistoria.
·
La Batalla de Alesia.
Artehistoria.
·
La batalla de Farsalia.
Artehistoria.
Un buen personaje, José. En cuanto saque un minuto me lo leo.
ResponderEliminarMuchas gracias, Toni. Espero que te guste, es uno de los grandes de la Historia...
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